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Hace diez años, el 7 de mayo de 2012, Vladimir Putin (hoy de 69 años) volvió a la presidencia de la Federación Rusa, cargo que ya había ocupado entre 1999 y 2008. Para muchas personas, realmente nunca se fue, pues mantuvo poder como primer ministro entre 2008 y 2012, mientras Dmitri Medvédev ejercía como presidente. Para el período que ahora completa una década, Putin fue recibido en medio de las mayores protestas sociales en ese suelo desde la caída de la Unión Soviética: los rusos afirmaban que el país estaba cambiando, que había habido fraude y muchos pedían que Putin diera un paso al costado, lo que evidentemente no pasó.
Este exagente de la KGB, que en la transición entre el siglo XX y el XXI se consolidó como uno de los políticos más populares de la nación, entonces “interpretó que no podía dejar las mismas oportunidades a la oposición de expresarse libremente, y empieza la transformación hacia un sistema autoritario, cercano al sistema totalitario”, menciona el profesor Vladimir Rouvinski, de la Universidad Icesi. En ese sentido, agrega el académico, empezó a cooptar todas las “oportunidades de la oposición, de manera gradual pero decisiva, así como el acceso a la información y el ejercicio de los medios de comunicación. El proceso duró diez años, pero ahora no hay un solo medio independiente en Rusia”.
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Según Reporteros Sin Fronteras, desde el inicio de la ofensiva rusa en Ucrania, “casi la totalidad de los medios independientes han sido prohibidos, bloqueados o declarados “agentes extranjeros”. Todos los demás están sometidos a la censura militar”. Desde 2012, Rusia ha puesto en marcha una serie de medidas al respecto, incluyendo las adoptadas en diciembre de 2020. Sobre ese paquete de enmiendas, en su momento, organizaciones como la Federación Internacional por los Derechos Humanos advirtieron que “hacen imposible cualquier participación cívica independiente en Rusia”.
La profesora Ildiko Szegedy Maszak, directora de la maestría en Derecho Económico de la Universidad Javeriana, se refiere a tres grandes frentes en los que Vladimir Putin ha marcado a Rusia en los últimos diez años: lo político, lo económico y lo geopolítico. La restricción de las libertades, como las mencionadas, podrían enmarcarse en la estrategia política del presidente para lograr consolidar de nuevo un poder central fuerte. “La Unión Soviética en parte se cae porque se perdió la importancia del poder central; Putin logra consolidar ese liderazgo y el poder central político. No comparto la forma ni el resultado, porque al final no hay un sistema democrático”, señala.
Para ella, la Iglesia y la idea de la supremacía rusa son claves también. Esto se ha hecho particularmente evidente en medio de la guerra en Ucrania. Por un lado, el patriarca Kirill, líder de la Iglesia ortodoxa de Rusia, ha puesto esta ofensiva en clave de guerra santa, “en un escenario donde la ortodoxia se ha convertido en uno de los pilares centrales de la identidad rusa”, como lo describió la periodista María Paula Ardila en estas mismas páginas en abril pasado. Esa misma identidad también ha estado en el centro de los argumentos de Putin para justificar, primero, el reconocimiento de la independencia de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk y, luego, la invasión.
“Convence de que, sin él, Rusia va a caer en el olvido, en la nada”, añade la académica. En ese sentido, es indiscutible que Putin volvió a poner a Rusia “en el mapa” luego de la caída de la Unión Soviética, aunque, como dice Szegedy Maszak, en detrimento de la democracia. En esto, la gestión de la economía también ha sido clave. Entre el 2000 y 2013, con base en datos del Banco Mundial, la economía rusa creció casi diez veces, impulsada en buena parte por los precios internacionales del petróleo, que explican también la caída del PIB en los años posteriores al 2014, cuando se desató la crisis de las materias primas a escala global.
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Ese mismo año, por cierto, ocurrió otro hito de esta última década: la anexión de Crimea, un territorio históricamente reclamado por Rusia. “Los rusos lo llaman la primavera rusa y fue cuando logró un apoyo sin precedentes por parte del pueblo. Él explotó eso eficazmente manipulando a la opinión pública, demostrando que él cumple con el deseo del pueblo de tomar ciertos territorios, en este caso Crimea, que tiene un poder simbólico importante para Rusia”, señala Rouvinski. Dicha adhesión no solo fortaleció la posición de ese país en el mar Negro, sino que debilitó las fuerzas ucranianas, que tenían unas tres cuartas partes de su flota en esa península.
Sobre la economía, el experto coincide en que Putin empezó a transformarla “dando lugar a un rol decisivo del Estado en la definición de las prioridades del desarrollo económico, avanza con el proceso de reemplazar a la oligarquía de la época de Boris Yeltsin (1991-1999), que todavía tenía cierta influencia sobre la toma de decisiones y, básicamente, termina sacando de puestos clave (empresas estatales y procuraduría, entre otros) a todas esas personas que no son sus amigos. Así se construyó una nueva Rusia”. Para Szegedy Maszak, no obstante, “la estructura de la economía rusa quedó en el nivel de aprovechar lo que podían vender, pero habría podido tener más desarrollo industrial y de servicios”.
En plena pandemia, los rusos votaron una serie de reformas constitucionales, entre las que se contaba la posibilidad de que Putin se lance dos veces más a la presidencia, lo que le permitiría quedarse en el poder hasta 2036. “Con una economía estancada, una burocracia disfuncional, una respuesta irregular al coronavirus y una confianza cada vez menor en el presidente, el Kremlin no se arriesgó en la votación. El Kremlin agregó una serie de iniciativas populares, como aumentar el salario mínimo, indexar las pensiones y definir el matrimonio solo como la unión de un hombre y una mujer (…)”, escribió en ese momento Timothy Frye para The Washington Post.
Pero quizás el impacto más visible de la era Putin a escala global ha sido la reconfiguración de Rusia en el plano geopolítico internacional. El presidente “está mostrando que con Rusia no se puede jugar, que (Estados Unidos, la OTAN y Occidente en general) pasaron un límite y que eso tiene consecuencias”, dice Szegedy Maszak. Y la respuesta no ha sido azarosa ni improvisada, sino el resultado “de un proceso que Rusia estaba desarrollando para empezar a brillar y encontrar su espacio en el ajedrez geopolítico, entre eso está haber escogido ir acercándose a China, por ejemplo; es un movimiento importante”, agrega.
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Sin embargo, la “desmilitarización” de Ucrania, como Putin la denomina, no ha sido la guerra relámpago que muchos esperaban. La ofensiva ha tomado ya más de dos meses y ha costado la vida de cientos, miles, de soldados rusos. La cifra de Moscú llega apenas a poco más de 1.300 bajas, mientras que las cifras de la OTAN estiman que oscilan entre 7.000 y 15.000, en tanto que Ucrania dice que superan las 18.000. Si Occidente tiene razón, como señaló el Post, el número superaría las 14.500 muertes soviéticas que hubo en diez años de la guerra en Afganistán o están muy cerca de las 11.000 registradas en las guerras chechenas.
¿Hacia dónde va Putin?
Sobre el futuro de Putin en el poder, es claro que esto puede depender en gran medida del curso de la guerra en Ucrania, cuya popularidad es realmente difícil de medir, pues, si bien en las encuestas marca positivamente, también es cierto, como señala Rouvinski, que puede haber temor a contradecir al gobierno en un país en el que el disenso y las protestas son reprimidos. Sobre qué seguiría después de Putin, las hipótesis y especulaciones han estado a la orden del día. Según ha trascendido en la prensa, los servicios de inteligencia de Ucrania advirtieron que existiría un plan para eliminar a Putin y que, incluso, habría un candidato a sucesor: el director del Servicio Federal de Seguridad de Rusia, Aleksander Bórtnikov.
Al panorama se sumaría un elemento, si son ciertos los rumores sobre los supuestos achaques de salud de Putin; videos (como la grabación de una conversación con su ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, en el que se le veía rígido y aferrándose a la mesa) han mostrado movimientos inusuales que hacen pensar que puede estar empezando a sufrir una enfermedad como el párkinson. La profesora Szegedy Maszak, no obstante, es escéptica respecto a que el estado de salud del presidente fuera visto como impedimento para seguir en el poder, pues los “rusos tienen tanto respeto por la edad, que el hecho de que un líder esté envejeciendo o con la salud quebrantada no les va a mover el piso”.
La atención mundial, por el momento, estará puesta en la jornada de este lunes, cuando se celebra el Día de la Victoria (sobre la Alemania nazi). Sobre esto también han llovido hipótesis y rumores, empezando por la versión que dio el papa Francisco, según la cual Victor Orban, el reelegido mandatario de Hungría, le dijo al sumo pontífice, cuando se reunieron a finales de abril, que el presidente de Rusia planea poner fin a la invasión en Ucrania el 9 de mayo. “Orban, cuando lo conocí, me dijo que los rusos tienen un plan, que todo terminará ese día”. Otros creen que será el día en que Moscú declarará formalmente la guerra a Kiev.
Sobre esto, Serguéi Lavrov, jefe de la diplomacia rusa, dijo a la prensa italiana: “Nuestros soldados no basarán sus acciones en una fecha específica. Conmemoraremos nuestra victoria de manera solemne, pero el momento y la velocidad de lo que sucede en Ucrania dependerán de la necesidad de minimizar los riesgos para los civiles y los soldados rusos”. Lo cierto es que cada 9 de mayo Moscú se engalana para la conmemoración. Este año, no obstante, hay quienes incluso esperan que la devastada ciudad portuaria de Mariúpol (en donde las autoridades ucranianas dicen que unas 20.000 personas han muerto) sea escenario de desfiles militares. Las certezas son pocas.
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