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Ha pasado un año desde que Yevgueni Prigozhin, líder del grupo paramilitar Wagner, murió sorpresivamente en un accidente aéreo en Rusia, solo semanas después de haber liderado un fallido motín contra su jefe, el presidente Vladimir Putin.
Las causas del hecho, en el que también murieron otros dos altos mandos de Wagner, cuatro integrantes del esquema de seguridad y tres tripulantes, siguen siendo un misterio.
El mismo Putin, que en la opinión pública empezó rápidamente a ser un principal sospechoso, llegó a atribuir el siniestro a la explosión de una granada en poder de alguno de los otros ocupantes del vuelo, que cubría la ruta entre Moscú y San Petersburgo.
Con eso no solo descargó la culpa en alguno de los pasajeros, sino que descartó que la causa de la tragedia fuera un impacto que viniera del exterior. Sin explicar el vínculo de una y otra cosa, lamentó que no se hicieran pruebas toxicológicas en los cuerpos dado el supuesto hallazgo de cocaína en las oficinas de Wagner semanas antes del accidente.
Maxim Shugaley, uno de los socios de Prigozhin, dijo en julio que “su muerte no fue un accidente”. “El avión estaba en buenas condiciones, volé en él varias veces, por lo que eso de que hubo algún tipo de fallo técnico o algún tipo de accidente, es algo que no puedo creer. La tripulación tenía mucha experiencia. Por lo tanto, la culpa de esta tragedia son fuerzas internas o externas”, señaló.
La investigación, en la que Rusia impidió la participación de actores internacional, se ha mantenido en secreto, mientras que la imagen de Prigozhin ha sido ensalzada por aquellos que lo consideran un héroe.
Pese a todo, investigaciones periodísticas han apuntado hacia Nikolai Patrushev, hasta este año secretario del Consejo de Seguridad de Rusia. Hombre muy cercano a Putin, habría sido quien ordenó deshacerse de una vez por todas de la amenaza que significaba Yevgueni Prigozhin y que él mismo habría advertido desde antes al presidente ruso.
El devenir de Wagner
La compañía de mercenarios, que en su momento fue responsable de algunas de las campañas más largas y sangrientas del Kremlin en Ucrania, se transformó, pero sigue operando en varios países de África, como Níger y la República Centroafricana, donde Moscú tiene intereses y ha expandido su influencia.
Como recuerda El Mundo, tras su acuerdo con el Kremlin, Prigozhin “dejó que transfiriesen a sus hombres a otras unidades y los que quisieron permanecer fieles se exiliaron a una base en Bielorrusia para centrarse en el negocio africano, donde un golpe en Níger le abría un nuevo mercado”.
“El grupo en sí mismo era muy necesario para Putin en la guerra, porque al tener un grupo privado en Ucrania, podía lavarse las manos con ciertos crímenes de guerra. Era un contratista que no solamente podía cometer crímenes de los cuales el gobierno ruso no se responsabilizaba, sino que también las pérdidas del grupo no eran claras. Podían morir miles de soldados sin ser reconocidos por Putin”, analizó Jesús Agreda, docente de la Universidad del Rosario en junio pasado, en el aniversario del levantamiento del grupo paramilitar.
Ahora, el Kremlin no oculta su relación con Wagner, como solía hacerlo. Tras la rebelión, el grupo entregó más de 2.000 tanques y piezas de artillería, según cifras citadas por el medio español, y fue puesto bajo la autoridad del ministerio de Defensa, el mismo que, en palabras de Caleb Davis, de AFP, “los rebeldes criticaban por su corrupción, incompetencia y lentitud logística”, lo que motivó su rebelión. La cabeza de la cartera, Serguéi Shoigú, de hecho, salió de la jefatura de dicho ministerio.
“Ya no queda nadie desleal a Putin”, aseguró Nikolai Petrov, investigador de Chatham House, un centro de análisis británico prohibido en Rusia, citado por la agencia francesa tras un año de la insurrección. El presidente ruso ―quien salió reelegido en unas controvertidas elecciones y se quedó sin mayor oposición tras la muerte de su archienemigo, Alexei Navalny― “ejerce un control directo y constante sobre todos los actores más importantes”, añadió.
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