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Mordaz, brusco y seductor, así se puede definir al inoxidable jefe de la diplomacia rusa Serguéi Lavrov, quien en pocos días pasó de ser un temido y talentoso negociador a un paria en la escena internacional, al punto de ser boicoteado durante sus intervenciones en la ONU.
Nombrado ministro de Relaciones Exteriores por Putin en 2004, Lavrov es ahora objeto de sanciones internacionales por el papel que ha tenido en la guerra en Ucrania. Pese a que ejecuta fielmente desde hace dos décadas la política del presidente ruso Vladimir Putin, no pertenece a su círculo más próximo.
Lavrov es también reconocido por su habilidad para embaucar a sus interlocutores. Al recibir a mediados de marzo a su homóloga británica Liz Truss, quién viajó a Moscú para intentar evitar una guerra en Ucrania, le preguntó: “¿Reconoce usted la soberanía de Rusia en las regiones de Rostov y Vorónezh?”.
La ministra, que realizaba su primera visita a Rusia, cayó en la trampa. Sin embargo, después respondió que el Reino Unido no “reconocerá nunca” la soberanía de Rusia en esas regiones, a pesar de que Rostov del Don y Vorónezh son, simplemente, dos ciudades rusas próximas a Ucrania.
El “señor no”
Dicho error, que fue rápidamente corregido por el embajador británico, llevó a Lavrov a declararse “decepcionado” por la conversación. Llegó incluso a acusar a su homóloga de haberse preparado mal para la reunión. Esa emboscada simboliza la transformación que ha protagonizado Lavrov en los últimos años, pasando de ser un maestro de la diplomacia respetado incluso por sus enemigos, a un arma ofensiva del Kremlin.
Sus formas, cada vez más toscas, le costaron el apodo de “Señor Nyet”, o “Señor No”, traducido al español, que antes que él llevó Andréi Gromyko, quien fue el ministro soviético de Relaciones Exteriores durante casi 30 años, durante la época de la Guerra Fría.
“Lavrov, sancionado justamente por Estados Unidos y la Unión Europea, era mi adjunto en los años 1990. Antes, me apoyaba. Hoy, vigilaría mis espaldas si estuviera detrás de mí”, de acuerdo con el exministro ruso de Relaciones Exteriores Andréi Kozyrev, quien ejerció durante el mandato de Boris Yeltsin en la década de 1990. Recientemente, el exministro ha lanzado una campaña, en donde insta a los diplomáticos rusos a dimitir en protesta contra la guerra en Ucrania.
Serguéi Lavrov, un ferviente defensor de la invasión rusa de Ucrania, figura -como Vladimir Putin- en la lista de personas sancionadas por la Unión Europea (UE). Asimismo, ha sido sancionado por el Reino Unido y Estados Unidos. Además, el Departamento del Tesoro estadounidense lo calificó como el “principal propagandista” de Putin por haber “difundido el falso relato de que Ucrania era el agresor”.
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Recientemente, en una muestra de solidaridad con Ucrania, muchas delegaciones diplomáticas, incluyendo las de países occidentales, boicotearon la intervención de Lavrov por videoconferencia en la sede de la ONU en Ginebra. Poco antes de la difusión de su video, los diplomáticos occidentales abandonaron el debate.
Un diplomático respetado
Esto podría ser considerado una afrenta para un hombre que se había ganado el respeto de sus pares por sus conocimientos del funcionamiento de la ONU durante los diez años que fue embajador de Rusia ante esa organización.
Pese a que algunos lo consideraban exasperante, Lavrov logró entablar buenas relaciones con varios de sus homólogos, como el exsecretario de Estado estadounidense John Kerry, con quien trabajó durante las negociaciones sobre el programa nuclear iraní en el 2015.
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Lavrov, que habla con soltura el cingalés, además del inglés, goza de popularidad en Rusia, gracias a su etapa como diplomático en Sri Lanka. De hecho, dirigió la lista del partido en el poder en las elecciones del año pasado.
Antes de esos comicios, medios de investigación rusos afirmaron que mantenía una relación secreta con una mujer que ejercía un cargo de responsabilidad en el Ministerio ruso de Exteriores, a quien habría cubierto de regalos, autos y otros bienes.
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