Soldados rusos radicalizan las amenazas a sus parejas al volver de la guerra
Al volver de Ucrania, los soldados rusos se aprecian como “intocables” y, según sus parejas, han aumentado sus maltratos en el hogar.
Olga desliza por su cuello un cuchillo imaginario. Con voz lenta y fatigada, relata y representa los maltratos que recibió de su exmarido, un veterano ruso herido en Ucrania que, según cuenta, juró quemarla con ácido y decapitarla.
Ya antes de partir voluntariamente a luchar en Ucrania en el otoño de 2022, su marido era un alcohólico violento, cuenta Olga a la AFP.
Al volver siete meses después, todo empeoró, con el añadido de que ahora gozaba de un nuevo estatus protector: era un héroe de guerra, herido en combate.
“Se volvió más radical”, afirma la mujer. “Decía que era intocable y que no le pasaría nada”.
Mucho antes de la invasión de Ucrania, los grupos de defensa de derechos humanos alertaban ya sobre la precaria protección de las mujeres en Rusia frente a la violencia doméstica.
En 2017, los diputados, con la bendición de la Iglesia ortodoxa, redujeron las penas para los rusos condenados por agredir a familiares.
Y bajo el mando de Vladímir Putin, el Kremlin defiende que estos casos deben resolverse dentro de las familias, no a través de los tribunales.
Los activistas aseguran que la situación ha empeorado con la guerra en Ucrania. No existen datos sobre el número de agresiones realizadas por veteranos de guerra, pero distintas oenegés han recibido a numerosas víctimas y los medios locales han reportado decenas de casos.
La AFP pudo hablar con dos mujeres rusas que sufrieron abusos de sus parejas o exparejas cuando regresaron de Ucrania.
Bajo anonimato y con nombres modificados, ofrecieron un testimonio poco habitual por el miedo imperante, agravado por la glorificación de los soldados desplegados en Ucrania y la represión de cualquier crítica a las fuerzas armadas.
“Muerte y lágrimas”
La vida de Olga en un remoto pueblo ruso estaba marcada de hace tiempo por la violencia. Su marido era un alcohólico que la pegaba y violaba regularmente, le robaba dinero, la humillaba y controlaba todos sus desplazamientos e interacciones sociales.
Cada brote violento venía acompañado de súplicas de perdón para siempre volver a recaer.
En octubre de 2022, su marido pidió integrarse en el ejército. Olga confiaba en que el frente lo cambiaría, que lo convertiría en un hombre mejor, templado por haber visto “muerte y lágrimas”. Esperanza vana.
Herido en combate por una granada, volvió una noche a casa. “A la siguiente noche, ya tenía una crisis nerviosa”, afirma Olga.
“Volvió completamente sobrio, pero sus ojos brillaban, su mirada era gélida. Empezó a insultarme”, narra.
Antes de que levantara la mano contra ella, Olga llamó a una ambulancia y se refugió en ella. “Les dije: ‘Si me dejan salir de este vehículo, me matará’”. La mujer acudió a la policía, que no tomó medidas serias.
Ahora era un “hombre respetado” por su entorno, por su estatus de veterano y los tres millones de rublos (32.550 dólares) recibidos por su herida, explica. Aunque la suma es considerable en Rusia, rápidamente la despilfarró.
La pareja terminó divorciándose en otoño de 2023. En diciembre él volvió a la guerra, no sin antes volver a golpearla y robarle dinero.
Desde entonces, a Olga le mueve un “sueño de justicia”. Vio un programa en la televisión que hablaba de la violencia conyugal: “Era como si me hablaran a mí”.
Presentó una denuncia y buscó ayuda en la asociación Consorcio de ONG femeninas.
Sentimiento de impunidad
Sofia Rusova, trabajadora de esta organización, recibió el año pasado una decena de casos que implicaban a veteranos regresados de Ucrania.
Según varias oenegés, el trauma y la legitimación de la violencia causados por la guerra, además del escaso seguimiento de la salud mental de los veteranos, provocan un aumento de casos.
“Las consecuencias podrían alargarse durante una decena de años”, advierte Rusova.
Esta experta señala que los soldados regresados del frente pueden tener un sentimiento de impunidad y superioridad, reforzado por las continuas loas de las autoridades que los presentan como “héroes”.
“Las mujeres a menudo me han dicho que su agresor (veterano de Ucrania) afirmaba que no sería castigado. Estos hombres exhiben este estatus. Como el sistema no defendía siempre a las mujeres antes, piensan que no serán protegidas y que el Estado estará de su lado”, explica.
La prensa rusa ha reportado en el último año y medio decenas de asesinatos, violaciones y agresiones cometidas por soldados y exmercenarios del grupo paramilitar Wagner, conocido por su violencia extrema.
Algunos recibieron duras condenas.
Pero en las regiones de Volgogrado y Rostov, la justicia también mostró clemencia al no enviar a la cárcel a dos antiguos combatientes que apuñalaron a sus parejas. Una de ellas murió.
Otro problema estructural es la ausencia de una ley en Rusia que criminalice específicamente la violencia conyugal.
En 2019, un proyecto de ley fracasó bajo presión de la Iglesia ortodoxa, que lo veía como una amenaza para los “valores tradicionales” defendidos por Putin.
Rusova asegura que este vacío jurídico refuerza la apatía de las fuerzas de seguridad y esconde la magnitud del fenómeno.
Preguntado por la AFP sobre la cuestión, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, afirmó a mediados de abril que Putin participó recientemente en una reunión con responsables del Ministerio de Interior y que “este tipo de violencia no figuraba entre los indicadores preocupantes que fueron destacados”.
“Acostumbradas a la pesadilla”
A estos riesgos se suma el regreso a la sociedad de criminales indultados y liberados de la cárcel tras haber luchado en Ucrania.
Centros penitenciarios confirmaron a Sofia Rusova que maltratadores domésticos formaban parte de los voluntarios enviados al frente.
Esta activista explica la historia de una mujer que sintió alivio al conocer la muerte en combate de su expareja, partido al frente para escapar de la prisión.
Nadejda, otra víctima de abusos entrevistada por la AFP, cuenta que su exmarido volvió del frente después de unirse a las decenas de miles de detenidos reclutados por Wagner.
Al volver a Ucrania hace alrededor de un año, su expareja era todavía más agresiva, adicto a la droga, y se reivindicaba parte de una “élite” de combatientes a la que ella debía obedecer, explica.
Durante mucho tiempo, su “vergüenza” le impidió buscar ayuda, admite. Pero a finales de 2023 acudió a un refugio para mujeres maltratadas después de un episodio de intensa violencia en la que temió por su vida y la de sus hijos.
Denunció el caso y, para su sorpresa, fue arrestado. Nadejda asegura que tuvo suerte al dar con un “policía de barrio” que la comprendió y la guió, a diferencia de lo ocurrido en sus intentos anteriores, que se toparon con la inacción policial.
“Estábamos acostumbrados a esa pesadilla, la vivíamos dentro, teníamos la impresión de que no era grave. Ahora digerimos todo esto y entendemos que era el horror”, dice la mujer en una videoconferencia interrumpida brevemente por su hijo pequeño.
Ahora están todos bajo seguimiento psicológico. Su agresor está detenido, pero el miedo no desaparece. Cuando pasea por la calle, tiene “la sensación permanente de que está allí, en alguna parte, deambulando con un cuchillo”.
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Olga desliza por su cuello un cuchillo imaginario. Con voz lenta y fatigada, relata y representa los maltratos que recibió de su exmarido, un veterano ruso herido en Ucrania que, según cuenta, juró quemarla con ácido y decapitarla.
Ya antes de partir voluntariamente a luchar en Ucrania en el otoño de 2022, su marido era un alcohólico violento, cuenta Olga a la AFP.
Al volver siete meses después, todo empeoró, con el añadido de que ahora gozaba de un nuevo estatus protector: era un héroe de guerra, herido en combate.
“Se volvió más radical”, afirma la mujer. “Decía que era intocable y que no le pasaría nada”.
Mucho antes de la invasión de Ucrania, los grupos de defensa de derechos humanos alertaban ya sobre la precaria protección de las mujeres en Rusia frente a la violencia doméstica.
En 2017, los diputados, con la bendición de la Iglesia ortodoxa, redujeron las penas para los rusos condenados por agredir a familiares.
Y bajo el mando de Vladímir Putin, el Kremlin defiende que estos casos deben resolverse dentro de las familias, no a través de los tribunales.
Los activistas aseguran que la situación ha empeorado con la guerra en Ucrania. No existen datos sobre el número de agresiones realizadas por veteranos de guerra, pero distintas oenegés han recibido a numerosas víctimas y los medios locales han reportado decenas de casos.
La AFP pudo hablar con dos mujeres rusas que sufrieron abusos de sus parejas o exparejas cuando regresaron de Ucrania.
Bajo anonimato y con nombres modificados, ofrecieron un testimonio poco habitual por el miedo imperante, agravado por la glorificación de los soldados desplegados en Ucrania y la represión de cualquier crítica a las fuerzas armadas.
“Muerte y lágrimas”
La vida de Olga en un remoto pueblo ruso estaba marcada de hace tiempo por la violencia. Su marido era un alcohólico que la pegaba y violaba regularmente, le robaba dinero, la humillaba y controlaba todos sus desplazamientos e interacciones sociales.
Cada brote violento venía acompañado de súplicas de perdón para siempre volver a recaer.
En octubre de 2022, su marido pidió integrarse en el ejército. Olga confiaba en que el frente lo cambiaría, que lo convertiría en un hombre mejor, templado por haber visto “muerte y lágrimas”. Esperanza vana.
Herido en combate por una granada, volvió una noche a casa. “A la siguiente noche, ya tenía una crisis nerviosa”, afirma Olga.
“Volvió completamente sobrio, pero sus ojos brillaban, su mirada era gélida. Empezó a insultarme”, narra.
Antes de que levantara la mano contra ella, Olga llamó a una ambulancia y se refugió en ella. “Les dije: ‘Si me dejan salir de este vehículo, me matará’”. La mujer acudió a la policía, que no tomó medidas serias.
Ahora era un “hombre respetado” por su entorno, por su estatus de veterano y los tres millones de rublos (32.550 dólares) recibidos por su herida, explica. Aunque la suma es considerable en Rusia, rápidamente la despilfarró.
La pareja terminó divorciándose en otoño de 2023. En diciembre él volvió a la guerra, no sin antes volver a golpearla y robarle dinero.
Desde entonces, a Olga le mueve un “sueño de justicia”. Vio un programa en la televisión que hablaba de la violencia conyugal: “Era como si me hablaran a mí”.
Presentó una denuncia y buscó ayuda en la asociación Consorcio de ONG femeninas.
Sentimiento de impunidad
Sofia Rusova, trabajadora de esta organización, recibió el año pasado una decena de casos que implicaban a veteranos regresados de Ucrania.
Según varias oenegés, el trauma y la legitimación de la violencia causados por la guerra, además del escaso seguimiento de la salud mental de los veteranos, provocan un aumento de casos.
“Las consecuencias podrían alargarse durante una decena de años”, advierte Rusova.
Esta experta señala que los soldados regresados del frente pueden tener un sentimiento de impunidad y superioridad, reforzado por las continuas loas de las autoridades que los presentan como “héroes”.
“Las mujeres a menudo me han dicho que su agresor (veterano de Ucrania) afirmaba que no sería castigado. Estos hombres exhiben este estatus. Como el sistema no defendía siempre a las mujeres antes, piensan que no serán protegidas y que el Estado estará de su lado”, explica.
La prensa rusa ha reportado en el último año y medio decenas de asesinatos, violaciones y agresiones cometidas por soldados y exmercenarios del grupo paramilitar Wagner, conocido por su violencia extrema.
Algunos recibieron duras condenas.
Pero en las regiones de Volgogrado y Rostov, la justicia también mostró clemencia al no enviar a la cárcel a dos antiguos combatientes que apuñalaron a sus parejas. Una de ellas murió.
Otro problema estructural es la ausencia de una ley en Rusia que criminalice específicamente la violencia conyugal.
En 2019, un proyecto de ley fracasó bajo presión de la Iglesia ortodoxa, que lo veía como una amenaza para los “valores tradicionales” defendidos por Putin.
Rusova asegura que este vacío jurídico refuerza la apatía de las fuerzas de seguridad y esconde la magnitud del fenómeno.
Preguntado por la AFP sobre la cuestión, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, afirmó a mediados de abril que Putin participó recientemente en una reunión con responsables del Ministerio de Interior y que “este tipo de violencia no figuraba entre los indicadores preocupantes que fueron destacados”.
“Acostumbradas a la pesadilla”
A estos riesgos se suma el regreso a la sociedad de criminales indultados y liberados de la cárcel tras haber luchado en Ucrania.
Centros penitenciarios confirmaron a Sofia Rusova que maltratadores domésticos formaban parte de los voluntarios enviados al frente.
Esta activista explica la historia de una mujer que sintió alivio al conocer la muerte en combate de su expareja, partido al frente para escapar de la prisión.
Nadejda, otra víctima de abusos entrevistada por la AFP, cuenta que su exmarido volvió del frente después de unirse a las decenas de miles de detenidos reclutados por Wagner.
Al volver a Ucrania hace alrededor de un año, su expareja era todavía más agresiva, adicto a la droga, y se reivindicaba parte de una “élite” de combatientes a la que ella debía obedecer, explica.
Durante mucho tiempo, su “vergüenza” le impidió buscar ayuda, admite. Pero a finales de 2023 acudió a un refugio para mujeres maltratadas después de un episodio de intensa violencia en la que temió por su vida y la de sus hijos.
Denunció el caso y, para su sorpresa, fue arrestado. Nadejda asegura que tuvo suerte al dar con un “policía de barrio” que la comprendió y la guió, a diferencia de lo ocurrido en sus intentos anteriores, que se toparon con la inacción policial.
“Estábamos acostumbrados a esa pesadilla, la vivíamos dentro, teníamos la impresión de que no era grave. Ahora digerimos todo esto y entendemos que era el horror”, dice la mujer en una videoconferencia interrumpida brevemente por su hijo pequeño.
Ahora están todos bajo seguimiento psicológico. Su agresor está detenido, pero el miedo no desaparece. Cuando pasea por la calle, tiene “la sensación permanente de que está allí, en alguna parte, deambulando con un cuchillo”.
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