Las huellas de las energías verdes
Por ferri o por van, desde Copenhague hasta Kalundborg, de Aarhus hasta Odense, en Dinamarca se escucha hablar de transición energética. En la tierra del escritor Hans Christian Andersen, de pequeños a grandes, montan bicicleta. Incluso, hay quienes usan una aplicación para saber en qué momento pueden lavar la ropa sin consumir mucha energía. Una crónica sobre los esfuerzos de un país que lleva al menos 50 años tratando de alejarse del gas y del petróleo.
María José Noriega Ramírez
Los niños, desde el año y medio o los dos años, montan en bicicleta. No pedalean, solo mantienen el equilibrio y se impulsan con sus pies. Abuelos, adultos, jóvenes, muchos prefieren moverse en dos ruedas que en cuatro, hasta los políticos. Y no importa la hora, o al menos en el paso del invierno al verano. Incluso en la noche, a eso de las 9:00 p. m., con algo de luz, hay algunos por fuera. Van y vienen, de un lado y del otro. Unos montan con ropa casual, otros con pinta de oficina, y varios transportan a sus hijos en un estilo de carro que pegan a su cicla. En el camino, constantemente, se escucha el ding ding que te avisa que estás muy cerca de alguno, que te recuerda que es más probable ser atropellado por una bicicleta que por un carro.
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Los niños, desde el año y medio o los dos años, montan en bicicleta. No pedalean, solo mantienen el equilibrio y se impulsan con sus pies. Abuelos, adultos, jóvenes, muchos prefieren moverse en dos ruedas que en cuatro, hasta los políticos. Y no importa la hora, o al menos en el paso del invierno al verano. Incluso en la noche, a eso de las 9:00 p. m., con algo de luz, hay algunos por fuera. Van y vienen, de un lado y del otro. Unos montan con ropa casual, otros con pinta de oficina, y varios transportan a sus hijos en un estilo de carro que pegan a su cicla. En el camino, constantemente, se escucha el ding ding que te avisa que estás muy cerca de alguno, que te recuerda que es más probable ser atropellado por una bicicleta que por un carro.
No es fácil distinguir el carril y el andén por el que camino, o por lo menos no lo es para alguien que no está acostumbrado a moverse en una ciudad en la que la mitad de los viajes al trabajo o al colegio se hacen en una cicla, en la que se recorren 1′400.000 kilómetros diarios en bicicleta y hay cinco de ellas por cada carro. El color del carril no es muy diferente al del asfalto del paso peatonal, y una que otra vez me dijeron “cuidado” o me tomaron del brazo para retroceder. Izquierda, derecha, derecha, izquierda, así me movía, una y otra vez, para evitar estrellarme con alguno de los miles de ciclistas que pedalean día a día, que pueden incluso ser más de 40.000 en algunos estrechos de la ciudad.
Monica Magnussen es una de ellos: lleva toda una vida montando bicicleta. Creció en la Copenhague de los años 80 y 90, en la Copenhague industrial, no en la turística, en una capital que ya conocía la fuerza del lobby de los ciclistas, que frenó algunos de los principales proyectos de infraestructura de aquel entonces, o eso dijo al hablar sobre cómo la ciudad se volvió una urbe de dos ruedas. “Copenhague no estaba completamente cubierta de infraestructura automovilística, pero eso ya era un problema, y la cantidad de ciclistas no era extremadamente grande. El cambio en los últimos 15 o 20 años se lo debemos a la inversión en infraestructura para bicicletas”. Esa es la forma en la que, según ella, comunican la necesidad de pedalear, y la posibilidad de hacerlo de forma fácil y rápida. “No necesitamos tener un letrero que diga: ‘Por favor, tomen una bicicleta para el trabajo’. Incluso, mis hijos montan en cicla. No lo permitiría si no fuera seguro. Esto nos hace sentir conectados y más comprometidos con la ciudad. Nos permite tener una interacción social que no tenemos en un carro ni en un bus”.
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Y aunque cerca del 75 % de las personas prefieren usar la bicicleta, incluso en invierno y cuando hay fuertes lluvias, todavía es común el uso del carro, y con diésel, como el taxi que, con un turco al volante, que tiene algo de kurdo y lo mueve la fe, me llevó del aeropuerto al hotel. Por eso, no es raro ver que, tras una nevada, por ejemplo, la ciudad limpia primero los bicicarriles y luego los pasos peatonales. Las calles y las carreras las dejan para lo último. “Esto no es una burla para quienes tienen carro, es la forma de hacer que las personas permanezcan en sus bicicletas y no las dejen de lado. Si lo llegaran a hacer, teniendo en cuenta que casi el 45 % monta en ellas a diario, y decidieran usar los carros o el transporte público, Copenhague colapsaría”, dijo Magnussen en la sede de State of Green, a menos de 100 metros de Tivoli, uno de los parques de diversiones más antiguos del mundo, inaugurado en 1843.
Preservar la vida urbana parece ser el norte de la ciudad, su prioridad, no solo para que la gente pueda, por ejemplo, nadar en los canales, en medio de unas aguas de más o menos 14 °C, sino también para aprovechar la energía. Sí, en 2025 se espera que la producción de electricidad de la ciudad venga del viento y de la biomasa, y que exceda el nivel de consumo, pero, por ahora, y en medio de la guerra de Ucrania, la creatividad también ha sido una protagonista. Por ejemplo, los daneses empezaron a usar una aplicación para saber a qué hora deben lavar la ropa y consumir menos energía en el proceso. Magnussen la descargó en su celular. “No podemos hablar de esto y no hablar de la guerra que vive Europa ahora. Esto ha cambiado las reglas del juego: hablé con algunas delegaciones europeas y me contaron del difícil invierno que vivieron, con precios muy altos. Aquí, en Copenhague, fuimos autosuficientes en el invierno pasado y lo podemos ser por uno más. Esto muestra la necesidad de no depender de países con democracias turbias para mantenernos en calor. No hay nada como una crisis para ayudar a pensar en cómo ser eficientes energéticamente”.
Dinamarca, en cierto sentido, aprendió esa lección a finales del siglo pasado, durante la década de los 70, con la crisis del petróleo. Iver Høj Nielsen, antes periodista, dejó los medios de comunicación y decidió explorar algo nuevo: la transición energética. Como líder de las actividades de P4G, una asociación global para el crecimiento verde y la sustentabilidad, que tendrá una cumbre en Bogotá en septiembre, rememoró el invierno de 1973-74: mucha nieve y bastantes heladas. La temperatura de -10 °C y no mucho petróleo. Ahorrar energía fue un imperativo. Incluso, hubo 12 domingos en los que los carros no circularon por las calles, no podían hacerlo. El dilema, aunque complejo, fue sencillo: mantener el calor dentro de las casas o morir congelados. “Teníamos que hacer algo y la gente debía entender que era importante hacerlo. El compromiso con la transición energética es transversal a la forma en la que las nuevas generaciones han crecido en Dinamarca. Si las personas lo toman en serio, los políticos también”.
Incluso la realeza. “Debemos prestar atención a cómo vivimos y qué acciones tomamos”, dijo la reina Margarita en su mensaje de fin de año del 31 de diciembre de 2019. “Independientemente de lo grandioso y variado que pueda parecer, nuestra Tierra es vulnerable”. Y eso parece ser algo de familia. Su hijo Federico, por ejemplo, en marzo pasado, dio la orden simbólica para empezar a bombear dióxido de carbono hacia un depósito vacío en el campo petrolero Nini West, 50 años después de que su papá, el príncipe Enrique, celebrara el inicio de la exploración petrolera y de gas frente a las costas del país. “Es un gran placer ser capaz de invertir el tránsito en las tuberías y regresar el CO2 al subsuelo danés para el beneficio del clima de Dinamarca y Europa, pero también del planeta”.
Caminando por las calles de Copenhague, viendo que algunas personas con el mínimo rayo de sol salían en pantaloneta o vestidos de verano, a pesar del viento frío del norte, le pregunté a Høj Nielsen sobre la monarquía. “Es lo más práctico; además, es una fuente de valores”. Confianza y cooperación, por ejemplo, fueron algunas de las palabras que más escuché en el recorrido que hicimos por otros lugares del país, tanto en ferri como en una van, por cuyas ventanas alcanzaba a ver, a lado y lado, algo de las plantaciones de la colza, la típica flor amarilla del paisaje danés de donde se extrae el aceite que se usa para cocinar.
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Así llegué hasta Kalundborg Symbiosis, donde se desarrolló la primera simbiosis industrial, donde rige el principio de que el residuo de una empresa se convierte en el recurso de otra. “Se trata de hablar entre unos y otros, de tener el teléfono del vecino y saber qué tipo de producción tiene. Se trata de facilitar un diálogo, de hacer que las personas hablen entre sí”, dijo Lisbeth Randers, miembro de la compañía. “Este es un sistema que se construye a partir de confianza, de la confianza entre las partes”, a partir de la conciencia sobre el otro y sobre uno mismo. Así se creó, por ejemplo, la simbiosis entre Meliora Bio y Comet, empresas que trabajan mano a mano reciclando los cultivos de la paja de trigo de los agricultores locales para producir bioetanol de segunda generación, fibras dietéticas prebióticas y lignina.
Pero no solo es la confianza y el hecho de conocer al otro, también la cooperación, algo que para Ivan Vølund, de VCS Denmark, empresa de servicios públicos de agua y aguas residuales, es algo casi que natural. “Nosotros nos basamos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Los priorizamos y les dimos un puntaje a cada uno. Nos tomó tiempo hacerlo, pero terminamos con estos cinco: agua limpia y saneamiento, energía asequible y no contaminante, industria, innovación e infraestructura, producción y consumo responsables, y vida submarina. Ahí es donde podemos tener el mayor impacto y por eso son nuestra prioridad”. En Odense, en la ciudad de Hans Christian Andersen, autor de La sirenita y El patito feo, donde algunas tapas de las alcantarillas tienen su rostro, así como el caballo de ocho patas de Odín, Vølund dijo: “No significa que no nos importen los demás objetivos. Por ejemplo, el número 17 es sobre cooperación. Nosotros pensamos que es totalmente necesaria y es obvio que la necesitamos, por eso no la seleccionamos. Es natural para nosotros”.
Y es que a los niños les hablan de producción de energía y de reciclaje desde los primeros años en el colegio. En Kredsløb, empresa que suministra calefacción urbana a 330.000 personas y recicla los desechos de 174.000 casas en el municipio de Aarhus (es decir, genera energía a partir de la basura, pues cada día recibe cerca de 150 camiones llenos de residuos y tiene la capacidad de incinerar hasta 31 toneladas de desechos por hora) hay un salón que recibe a estudiantes de tercero a séptimo grado. Es una oferta libre, no es algo obligatorio, pero sí es popular, o al menos eso dijo el guía de la planta. Son, más o menos, 24 niños por clase y entre ellos hablan de reciclaje. Incluso, usan una bicicleta estática para calentar el agua y saber cuánta energía se necesita en el proceso. Lo disfrutan, al menos, y llegan a enseñarles a sus papás lo que aprendieron. Ahí empieza todo: en la conversación.
*La Embajada de Dinamarca en Colombia y la organización State of Green impulsaron este recorrido sobre transición energética.
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