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Soldados, cadetes militares y civiles ucranianos encendieron este martes 19 de noviembre mil velas en las escaleras del monumento a la Patria de Kiev, en la capital del país en guerra, para conmemorar los primeros mil días de la invasión militar rusa.
“Queremos rendir homenaje a todos los ucranianos que han muerto luchando contra el invasor ruso y recordar al mundo que seguimos resistiendo”, dijo a EFE un trabajador del Museo de la II Guerra Mundial situado junto a la estatua que se identificó como Román.
Ucranianos de todas las edades llegaron al atardecer al monumento, que mide más de cien metros de altura y es uno de los más altos del mundo, para rendir homenaje a todos los soldados caídos y a los civiles muertos durante la agresión rusa.
“He venido para mostrar que no nos olvidamos de nuestra gente que sigue defendiéndonos en el frente”, dijo María Tsimbal, una jubilada de Kiev que acudió a la conmemoración con dos amigas.
Los civiles alcanzaban las velas a un grupo de cadetes militares que las colocaban una al lado de otra en las escaleras que llevan a la imponente estructura, una figura de mujer que sostiene un escudo que durante la guerra ha cambiado el símbolo comunista que tenía cuando se construyó por el tridente nacional que simboliza la independencia de Ucrania.
Situado junto al monasterio de Pechersk Lavra de Kiev, en el paso que lleva al monumento de la Patria hay expuestos tanques y armamento de la II Guerra Mundial. Junto a uno de los tanques expuestos, un indicador de tráfico envía un mensaje a las tropas rusas que quisieron invadir Kiev: “A Moscú”.
Después de la llegada de las autoridades, un capellán militar honró la memoria de los muertos en la guerra y una banda militar tocó canciones patrióticas
Refugiados ucranianos desean volver a casa
¿Por qué hablamos en ruso, mamá?
“Mi hijo me pregunta: ¿por qué tenemos que hablar en ruso si nos han atacado?”, confiesa Andriana, una mujer rusoparlante que también domina el ucraniano, y ahora reside en Moldavia.
Su familia abandonó la región de Mykolaiv el 5 de marzo después de que su madre viera por la ventana la llegada de los tanques rusos.
Así como Andriana, miles de refugiados, aunque agradecidos con sus países de acogida, han dejado atrás, en muchos casos, a maridos y padres, a los que no saben si volverán a ver, ya que están en el frente o viven diariamente bajo los bombardeos rusos.
Tras mil días de guerra, los refugiados ucranianos están deseando volver a casa.
“Por supuesto que quiero volver. Allí está mi casa, mi familia, todo. Es mi vida. Estoy agradecida a cualquier país que nos acoja, pero mi casa es Ucrania, es donde nací”, agregó Andriana.
Ella y sus dos hijos vivieron primero en el oeste de Ucrania, pero Andriana no pudo adaptarse. ”Ucrania siempre ha estado y estará dividida. El oeste ucraniano nunca nos entendió”, explicó, por lo que regresaron a Odesa y, ya sin su marido, hace un año y medio se trasladaron a Chisinau.
“Moralmente es difícil, ya que mis padres están allí y los de mi marido también (...) He perdido a muchos amigos. He enterrado a cinco amigos muy cercanos desde la infancia. Me duele mucho. Yo dono a las FFAA y ayudo a los voluntarios al máximo. Cada uno debe hacerlo”, aseguró.
Andriana cree que “la guerra tiene que terminar. No puede prolongarse durante tanto tiempo. Las fuerzas de ellos y las nuestras son incomparables, lamentablemente”.
Mi marido trabaja en España
Irina es de Voznesensk, una ciudad de Mykolaiv. Se trasladó a Moldavia en agosto de 2022, cuando el ejército ruso decidió ensañarse con el principal puerto ucraniano en el mar Negro (Odesa). Ahora vive con su madre, mientras su marido trabaja en el extranjero.
“Tenemos una hija. Nos fuimos por las alarmas y los continuos ataques de la aviación rusa. Los niños se pasaban más tiempo en los sótanos que estudiando”, dijo.
Ellos envían continuamente dinero al ejército ucraniano, pero también a familiares y amigos, lo que incluye equipos militares para aquellos que combaten en el frente.
“Gente al más alto nivel decide y nosotros somos simples peones. En el extranjero hablé con rusos y ellos mismos no quieren la guerra. Nadie quiere la guerra”, afirma.
Centros de filtración en Moscú
Larisa no es ucraniana, sino rusa. Nació en los Urales, pero se casó y se asentó en la región de Lugansk, anexionada ahora por Moscú.
“Hablamos siempre en ruso y nunca nadie nos dijo nada. Nunca nadie nos persiguió por ello en el Donbás”, explica, desmintiendo la propaganda del Kremlin.
Su marido, de 44 años, está en edad militar, por lo que no puede abandonar territorio ucraniano. Ella teme por su casa, que está a unos 15 kilómetros de la frontera, ya que “los rusos ya se están estableciendo en apartamentos de los edificios colindantes”.
“Seguimos pagando servicios comunales (...), pero ya nos han advertido que, si no regularizamos la vivienda según la legislación rusa, la casa se la quedará la república popular”, señaló.
Llora desconsoladamente cuando habla del padre de su marido, que no sabe dónde está enterrado, y de su madre, de 68 años, a la que teme “no ver nunca más”.
Para viajar a territorio ocupado y ver a sus familiares, los ucranianos deben pasar “dos o tres días” por el centro de filtración que existe en el aeropuerto moscovita de Sheremétevo.
“Comprueban todo, documentos y teléfono. Miran los ´likes´ de hace cinco años, cuentas ya cerradas. Lo que escribiste contra Rusia, contra la guerra. Si donaste, aunque sea 5 grivnas al ejército ucraniano, ya no te dejan entrar”, señala.
Ella admite que “aunque le ocurra algo” a sus padres, ya no podrá verlos. “Doné y voy a seguir donando (dinero al ejército ucraniano)”, insiste.
“Es probable que ya no tengamos adonde volver”, señala sobre el Donbás anexionado por Rusia.
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