El 24 de febrero de 2022 la historia cambió, tal vez como no ocurría desde hace décadas. Misiles rusos atacaban ciudades y pueblos ucranianos.

Las personas trataban de sacar dinero en efectivo, ponían cintas en sus ventanas para sentirse “seguros” o tomaban camino hacia el centro o el oeste del país. Huían de la invasión ordenada por Vladimir Putin.

Dos años después, 3,7 millones están desplazados internamente y 6,3 millones están regados alrededor del mundo.

Ciudades rusas, como Moscú, fueron escenario de manifestaciones contra la guerra. Salir a las calles era exponerse a ser arrestado. Algunos corrieron suerte, no fueron detenidos.

Otros miles sí quedaron tras las rejas. Mientras el Kremlin les prohibió a los periodistas usar las palabras guerra o invasión para hablar de Ucrania, los países occidentales empezaron a rechazar el dinero ruso.

Algunos no tuvieron más opción que quedarse. Otros decidieron hacerlo por decisión propia, porque, aunque los primeros meses fueron duros, su trabajo y rutina no han cambiado mucho. Algunos más tuvieron que exiliarse.

Ahora ambos países deben ir a elecciones. En uno, Ucrania, la guerra no permite tener condiciones para que las personas salgan a votar, además de la logística que se necesitaría para que participen aquellos refugiados en otros países europeos, como Polonia y Alemania.

Aunque hay quienes piensan que Zelenski debería poner atención en asuntos internos, como la corrupción, el enfrentamiento con Rusia es la prioridad. Sin embargo, se escuchan voces que piden que la democracia no se socave.

En Moscú, algunos que aspiran a la Presidencia hablan sobre una tregua con Kiev, pero otros creen que Putin no dejará el Kremlin hasta que se muera, por lo que una victoria de él sería, para algunos, una pérdida para el mundo. Para otros, sería continuidad y lo que un país complejo como Rusia necesita.

En medio de ello, se habla de crímenes de guerra, y es que en la memoria aún están frescas la masacre de Bucha, en el óblast de Kiev, donde cientos de civiles desarmados fueron asesinados, pero también el ataque al teatro y al hospital materno infantil en Mariúpol.

Algunas investigaciones periodísticas muestran, además, que alrededor de 20.000 niños ucranianos han sido deportados y entregados a familias rusas.

La preocupación es constante por los derechos humanos. En medio de los avances y retrocesos rusos, no solo soldados de un bando y otro han muerto, también civiles, entre ellos algunos periodistas.

Reporteros sin Fronteras tiene registro de once fallecidos, pero también de casos de algunos que resultaron heridos o que desaparecieron.

Otras organizaciones, como el Sindicato de Periodistas de Ucrania y la Federación Internacional de Periodistas, tras verificar datos, hablan de 79 trabajadores de medios que han sido asesinados en medio de la guerra.

En cuanto a los periodistas rusos, Viacheslav Dvornikov, conocido como Slava, cuenta que, como muchos, tomó la decisión de trabajar en el exilio, lo que le hizo tener que pensar en nuevas formas de negocio para los medios de comunicación independientes y entender que su trabajo, en últimas, es la forma en la que ha podido sobrevivir.

Dos años han pasado y diferentes tácticas de guerra han sido usadas en suelo ucraniano: minas, drones, guerra de guerrillas, sabotaje a las telecomunicaciones, ciberataques, etc.

Los enfrentamientos dejan miedo e incertidumbre, pero quizás una pregunta más entre mil: ¿Ucrania se estaría convirtiendo en un laboratorio para las guerras del futuro?