Ucrania, un laboratorio en tiempo real para las guerras del futuro
La guerra en Ucrania, que cumple dos años este sábado, parece no tener un fin próximo por ahora. El uso de la inteligencia artificial, de drones y de diferentes modalidades bélicas, incluidas el enfrentamiento entre ejércitos y la guerra de guerrillas, estaría marcando nuevas estrategias para el futuro.
María José Noriega Ramírez
Una guerra entre Rusia y Ucrania. Una guerra entre dos ejércitos. Una guerra de guerrillas. Una guerra con tecnología a la mano, con elaboración de unas botas especiales para evitar la amputación de una pierna en caso de pisar una mina. Una guerra en la que los drones han cortado la distancia entre las tropas, el frente de batalla y la artillería, han tratado de superar la señal de los satélites para evitar ser detectados, con la habilidad de pasar lo más inadvertidos posible, para entrar en momentos en los que la infantería ha estado agotada, en los que ha avanzado poco más de unos cuantos metros. Una guerra que se libra entre soldados, pero también con ciberataques y cortes en las telecomunicaciones, con el daño de represas para evitar el avance de la contraofensiva, como sucedió en Kajovka, cayendo en lo que las autoridades ucranianas denominaron ecocidio. Una guerra que, por un lado, condena el uso de municiones racimo por parte de Rusia y que, por el otro, ofrece el suministro de ellas desde Estados Unidos. Una guerra que, para algunos, está cambiando las formas de hacer la guerra.
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Una guerra entre Rusia y Ucrania. Una guerra entre dos ejércitos. Una guerra de guerrillas. Una guerra con tecnología a la mano, con elaboración de unas botas especiales para evitar la amputación de una pierna en caso de pisar una mina. Una guerra en la que los drones han cortado la distancia entre las tropas, el frente de batalla y la artillería, han tratado de superar la señal de los satélites para evitar ser detectados, con la habilidad de pasar lo más inadvertidos posible, para entrar en momentos en los que la infantería ha estado agotada, en los que ha avanzado poco más de unos cuantos metros. Una guerra que se libra entre soldados, pero también con ciberataques y cortes en las telecomunicaciones, con el daño de represas para evitar el avance de la contraofensiva, como sucedió en Kajovka, cayendo en lo que las autoridades ucranianas denominaron ecocidio. Una guerra que, por un lado, condena el uso de municiones racimo por parte de Rusia y que, por el otro, ofrece el suministro de ellas desde Estados Unidos. Una guerra que, para algunos, está cambiando las formas de hacer la guerra.
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“La invasión rusa a Ucrania no solo ha afectado las relaciones geopolíticas internacionales, sino que también ha servido de laboratorio en tiempo real para las guerras del futuro”, se atreve a decir Víctor Mijares. Él, director del Observatorio de la Seguridad Global de la Universidad de los Andes, piensa en Palantir Techonologies, y lo hace por la forma en la que la inteligencia artificial ha intervenido en este conflicto, en la forma en la que esta herramienta ha sido utilizada para monitorear en tiempo real los movimientos de las tropas rusas. La importancia de la tecnología en la guerra moderna, dirían algunos, incluido él. De hecho, Alex Karp, CEO de la compañía, en junio de 2022, se convirtió en la primera cabeza de una gran empresa occidental en llegar al búnker presidencial para reunirse con Volodímir Zelenski. De ahí en adelante sus productos llegaron a más de media docena de agencias, incluidos los ministerios de Defensa, Economía y Educación. Sus funcionarios le contaron a la revista Time que más allá de la inteligencia para el campo de batalla, los softwares los han utilizado para recopilar pruebas de crímenes de guerra, remover minas terrestres y reasentar refugiados desplazados.
La guerra como fenómeno de evolución, como algo que, según autores como Marin van Creveld y Mary Kaldor, recordados ahora por Dorian Kantor, analista de conflictos armados y docente de relaciones internacionales en la Universidad Javeriana, en el futuro respetaría poco las leyes de la guerra. “La invasión rusa a Ucrania y su desprecio por el derecho internacional humanitario escandalizarían a los académicos de la década de 1990 y principios de 2000, que pensaban que las guerras interestatales eran una reliquia del pasado”, o al menos así lo cree: “Va contra los principios del jus ad bellum (la ley del uso de la fuerza), viola los principios de proporcionalidad y distinción”, y ahí están, por ejemplo, los ataques a hospitales, como el de Mariúpol, o masacres como la de Bucha, que recuerda a medida que reflexiona sobre estos dos años de invasión a gran escala.
Desde la Segunda Guerra Mundial no se ve una guerra convencional. Vietnam mostró, por ejemplo, que las fuerzas armadas estadounidenses no estaban preparadas para una guerra de guerrillas, como también lo hizo Afganistán, como también lo evidenció Irak. Ucrania reúne ambos tipos de lucha bélica y allí, frente a la escasez de recursos y mano de obra, según Kantor, es probable que se den combates irregulares, como sabotaje, subversión, asesinatos o emboscadas, en lugar de contraataques convencionales. Y en medio de ello, al menos para Mijares, surgen importantes desafíos éticos y estratégicos, al tiempo que sale a flote la necesidad de reconsiderar las reglas de combate en el uso de máquinas autónomas en conflictos, “por ejemplo el uso de drones modificados por colaboradores de las fuerzas ucranianas, que han sido equipados con granadas antiguas para lanzarlas con precisión sobre tanques rusos, o el uso de Rusia de drones ‘suicidas’ de tecnología iraní”.
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Helen Rask, directora del departamento de Eurasia de la ONG Civil Rights Defenders, dice que en estos dos años de guerra la situación de derechos humanos solo ha empeorado: “Según la Fiscalía General de Ucrania, 522 niños murieron y 1.216 resultaron heridos por ataques indiscriminados, y 19.546 fueron deportados o desplazados a la fuerza, según Children of War. La sociedad civil se enfrenta a varios retos: los constantes ataques de las tropas rusas contra la infraestructura que queda en pie y objetivos civiles, la fatiga de los donantes y de la cooperación, y los desplazamientos forzosos”. Y cuando se estima que más de 10.000 civiles han fallecido y que cerca de 18.500 han resultado heridos desde 2022, Mijares añade algo más: las leyes de conflicto armado y los principios de derecho internacional humanitario, diseñados en una era anterior a estos desarrollos tecnológicos, necesitan ser ajustados.
El gasto militar total de Rusia se estimó en US$108.000 millones en 2023, más de tres veces el gasto de Ucrania (US$31.000 millones), que ha recibido más de US$75.000 millones de la administración de Joe Biden y del Congreso de Estados Unidos. Ahí, cuando Ucrania pide más armas y más ayuda, como lo ha hecho Zelenski con sus giras internacionales que han incluido las instalaciones de Naciones Unidas y varios parlamentos de países europeos, Kantor teme que el resurgimiento de la competencia entre grandes potencias esté haciendo que se generalice el uso de nuevas armas de guerra, que se deterioren las normas que rigen el orden internacional de hoy y que, “si la guerra de Gaza sirve de guía, veamos más desprecio por las leyes de la guerra”.
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