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Era octubre de 2001. Hugo Chávez estaba de gira por Europa. Llevaba dos años en la presidencia de Venezuela y aún no se denominaba a sí mismo ‘socialista’. Luego de haber estado en Moscú, el presidente aterrizó en Londres para hacerle una visita oficial a la Reina Isabel II.
El 24 de octubre, Chávez entró al palacio de Buckingham. Su rostro delataba entusiasmo cuando llegó al salón donde la reina le esperaba con una sonrisa que, quizás, estaba acostumbrada a esbozar. “¡Su majestad!”, exclamó el presidente desde la puerta y rápidamente se acercó a la monarca. Ella le extendió una mano y, con sus dos manos, Chávez la apretó con fuerza. Ella no dejaba de sonreír, pero tampoco hacía ningún otro movimiento.
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“Es un gran honor tomar su mano, su majestad”, decía en español un sonriente Hugo Chávez mientras una intérprete traducía al inglés. Luego, el presidente extendió sus brazos para abrazar a la venerable antigualla y allí ocurrió lo que la prensa recuerda décadas más tarde… o más bien, no ocurrió: la reina no reaccionó al gesto de Chávez y no lo abrazó. Mantuvo su sonrisa y, cuando el venezolano, -también sonriente, pero disimulando lo achantado- bajó sus manos, ella dio un paso atrás y le dijo en inglés “es muy agradable verlo aquí”.
El pequeño gesto configuraba una atrevida violación al protocolo que difícilmente se le hubiera pasado por la cabeza a cualquier presidente que no fuera como él: un latino afectuoso, carismático y acostumbrado a tocar a sus interlocutores. Pronto sería noticia en los dos países, pero en ese momento Chávez e Isabel II no pensaban en eso, sino que sonreían en silencio, mirándose a los ojos sin saber bien qué hacer.
Después de unos segundos, la reina atinó a arrojar una pregunta de cajón:
–¿Qué tal su viaje?
–¡Muy bien! ¡Un viaje de 21 días! -dijo Chávez aliviado.– he estado por Austria… Bélgica, Suiza, por Francia, Irán, Portugal… Arabia Saudita.
–¿Ah sí? ¿Visitó también Arabia Saudita? ¿Y luego a dónde va?
–Ahora me voy a Canadá –replicó el presidente.–luego a México y luego a Venezuela.
Seguido, Chávez le dijo a la Reina que le enviaba saludos de su esposa, sus hijas y de todo el pueblo venezolano.
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Aunque el diálogo hubiera parecido un intento poco memorable de matar el silencio, cinco años más tarde Chávez le diría al diario británico The Guardian que recordaba “con gran cariño” el día que conoció a la Reina.
En la entrada del palacio de Buckingham, Chávez se bajó del carro que lo transportaba y vio una moneda en el piso. La recogió y vio que en uno de sus lados estaba la cara de la mujer que estaba a punto de saludar.
Ese día, Chávez le obsequió a la Reina una maqueta de vidrio de la caída del Salto Ángel –la cascada más grande del mundo que se ubica en Venezuela–, unas guacamayas de la selva Amazónica y la moneda que se había encontrado en el piso a la entrada del palacio. La reina recibió los tres regalos.
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En esa visita de Estado, Chávez también se reunió con el primer ministro Tony Blair. Le dijo a él y a la Reina que Venezuela era un país abierto al comercio y a la inversión extranjera.
Chávez le dijo a The Guardian que quería presentar a Isabel II con Fidel Castro, entonces presidente de Cuba, pues Castro y la Reina tenían edades cercanas. “Los dos muchachos y la muchacha”, así se refirió Chávez al encuentro que nunca ocurrió.
Cuando Chávez falleció el 2 de marzo de 2013, la Reina publicó un comunicado de cuatro renglones en el que daba condolencias a Venezuela y decía “su fallecimiento se sentirá no solo en su propio país sino más ampliamente”.
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