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                                                                                                                                  La censurada literatura femenina en Irán. Fragmento de “El libro de mi destino”

                                                                                                                                  Esta novela evoca la generación de mujeres previa a la Revolución de 1979, fue prohibida en Irán y publicada clandestinamente. Ganó el premio de literatura Bocaccio.

                                                                                                                                  Parinoush Saniee * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  La escritora iraní Parinoush Saniee nació en 1949 en el seno de una familia erudita de Teherán. Socióloga y psicóloga, también es autora de la novela "Una voz escondida". En "El libro de mi destino" retrata la vida en Teherán a través de la mirada de Masumeh, una mujer inquieta e inteligente criada en el seno de una familia tradicional iraní.
                                                                                                                                  Foto: EFE
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                                                                                                                                  Foto: EFE
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                                                                                                                                  Sin tener en cuenta el honor y la reputación de su padre, mi amiga Parvaneh hacía cosas sorprendentes. Hablaba en voz alta por la calle y miraba los escaparates, incluso a veces se paraba y me señalaba los artículos expuestos. Daba igual que le repitiera: «Vámonos, es de mala educación»; no me hacía caso. En una ocasión, hasta me gritó desde la acera de enfrente y, por si fuera poco, me llamó por mi nombre de pila. Sentí tanta vergüenza que rogué que se me tragara la tierra. Gracias a Dios, no había por allí cerca ningún hermano mío, porque no sé qué habría pasado si me hubieran visto.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  La mujer de mi tío Abbas era de Teherán. Siempre usaba chador cuando venía a Qum, pero todos sabían que en la capital prescindía hasta del hiyab. Sus hijas no observaban esas normas de conducta y tampoco llevaban hiyab en la escuela.

                                                                                                                                  Cuando murió mi abuela, sus hijos vendieron la casa familiar donde vivíamos y repartieron las ganancias. El tío Abbas le dijo a mi padre:

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Al principio, mi hermano mayor, Mahmud, se opuso.

                                                                                                                                  —En Teherán, la fe y la religión son algo secundario —decía.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Pero mi hermano Ahmad estaba contento.

                                                                                                                                  —Sí, tenemos que ir —insistía—. Al fin y al cabo, debemos labrarnos un futuro.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  —Pero pensad en las niñas —les advirtió madre—. En Teherán no encontrarán un marido decente, allí no conocemos a nadie. Todos nuestros amigos y parientes viven aquí. Masumeh tiene su certificado de primaria desde el año pasado y ya ha estudiado un año más de la cuenta. Va siendo hora de casarla. Y Fati debe empezar la escuela este año. Sólo Dios sabe qué sería de ella en Teherán. Todos dicen que las niñas criadas allí se estropean.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  —Eso son tonterías —repuse yo, yendo a abrazarla—. ¿Insinúas que todas las niñas de Teherán son malas?

                                                                                                                                  Mi hermano Ahmad, que adoraba Teherán, le gritó a Fati:

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  —¡Cállate! —Entonces se volvió hacia los demás y añadió—: El problema es Masumeh. La casaremos aquí y nos iremos a Teherán. Así nos quitamos un problema de encima. Y Alí se encargará de vigilar a Fati. —Dio unas palmaditas en el hombro a Alí y, orgulloso, dijo que su hermano pequeño era honesto y actuaría responsablemente.

                                                                                                                                  Me sentí frustrada. Ahmad siempre se había opuesto a que yo fuera a la escuela. Como él era muy mal estudiante, suspendía un curso tras otro y había tenido que dejar los estudios; no quería que fuera más culta que él.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  A mi abuela, que en paz descanse, tampoco le gustaba que yo siguiera en el colegio, y siempre le estaba diciendo a mi madre: «Tu hija no tiene aptitudes. Cuando la cases, te la devolverán al cabo de un mes.» Y a mi padre: «¿Por qué sigues gastando dinero en esa niña? Las niñas son inútiles. Pertenecen a otro. Trabajas mucho, gastas mucho en ella, y al final tendrás que pagar mucho más para entregársela a otro hombre.»

                                                                                                                                  Ahmad estaba a punto de cumplir los veinte, pero todavía no tenía empleo fijo. Aunque trabajaba de recadero en la tienda del bazar del tío Asadolá, siempre andaba deambulando por las calles. No se parecía a Mahmud, que, pese a ser sólo dos años mayor que él, era serio, responsable y tan devoto que jamás olvidaba sus oraciones ni se saltaba los ayunos. Todos creían que Mahmud le llevaba diez años a Ahmad.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Madre quería que Mahmud se casara con mi prima materna, Ehteram-Sadat, y decía que ésta era una sayyida, una descendiente del Profeta. Pero yo sabía que a mi hermano le gustaba Mabubeh, mi prima paterna. Cada vez que venía a nuestra casa, Mahmud se ruborizaba y empezaba a tartamudear. Se quedaba en un rincón, desde el cual observaba a Mabubeh, sobre todo cuando le resbalaba el chador de la cabeza. Y ella, bendita sea, era tan alocada y traviesa que olvidaba cubrirse debidamente. Cuando mi abuela la regañaba por no ser más recatada delante de un hombre que no era pariente directo suyo, le contestaba riendo: «¡Tranquila, abuela!, es como si fueran mis hermanos.»

                                                                                                                                  Yo me había fijado en que, nada más marcharse Mabubeh, Mahmud se sentaba a rezar durante dos horas, y luego no paraba de repetir: «¡Que Dios se apiade de mi alma!» Supongo que creía que había pecado, pero eso sólo Dios lo sabe.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Durante un tiempo, antes de irnos a vivir a Teherán, hubo peleas y discusiones frecuentes en casa. Sólo había acuerdo unánime en que tenían que casarme y librarse de mí. Parecía que toda la población de Teherán estuviera aguardando mi llegada para corromperme. Yo iba a diario al santuario de la santa Masumeh y le suplicaba que intercediese para que mi familia me llevara consigo y me dejara ir a la escuela. Lloraba y me lamentaba de no ser un chico, y soñaba con enfermar y morir, como Zari. Zari era tres años mayor que yo, pero contrajo difteria y murió a los ocho.

                                                                                                                                  Gracias a Dios, mis oraciones fueron escuchadas, y nadie llamó a nuestra puerta para pedir mi mano. Cuando llegó el momento, mi padre arregló sus asuntos y el tío Abbas nos alquiló una casa cerca de la calle Gorgan. Todos estaban pendientes de lo que la vida me depararía. Cada vez que mi madre se encontraba en compañía de personas a quienes consideraba importantes, comentaba: «Ya va siendo hora de casar a Masumeh», mientras yo me ruborizaba de rabia y humillación.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Pero la santa Masumeh estaba de mi parte y nadie apareció. Al final, mi familia habló con un antiguo pretendiente que ya se había casado y divorciado, para proponerle que me ofreciera matrimonio. Era acomodado y relativamente joven, pero no se sabía por qué se había divorciado apenas unos meses después de casarse. Me pareció feo y antipático. Cuando descubrí los horrores que me esperaban, dejé a un lado el recato y las ceremonias, me arrojé a los pies de mi padre y lloré desconsoladamente hasta que accedió a llevarme con ellos a Teherán. Mi padre tenía buen corazón y me quería aunque fuera una niña. Según mi madre, después de la muerte de Zari, él se había preocupado mucho por mí; yo era muy delgada y mi padre temía que muriera también. Siempre creyó que, como se había mostrado desagradecido cuando nació Zari, Dios lo había castigado y se la había llevado. Quién sabe, quizá también había sido desagradecido en el momento de mi nacimiento. Pero yo lo quería mucho. Era la única persona en casa que me entendía.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Todos los días, cuando mi padre volvía del trabajo, yo cogía una toalla y esperaba junto a la fuente. Él se apoyaba en mi hombro y metía los pies en el agua varias veces. Luego se lavaba las manos y la cara. Le tendía la toalla y, mientras se secaba, me miraba con sus ojos castaño claro, y entonces yo confirmaba que me quería y que estaba orgulloso de mí. Me daban ganas de besarlo, pero no estaba bien visto que una niña ya mayor besara a un hombre, aunque fuera su padre. Por el motivo que fuese, se compadeció de mí y le juré que no me echaría a perder ni le daría motivos para avergonzarse de su hija.

                                                                                                                                  Aunque había conseguido que me llevaran a Teherán, que me dejaran ir a la escuela iba a ser más difícil. Ahmad y Mahmud se oponían a que yo continuara estudiando, y mi madre creía que era más importante que me apuntara a clases de costura. Pero con mis ruegos, súplicas y lágrimas incontenibles conseguí convencer a mi padre para que les plantara cara, y al final me matriculó en el octavo curso de la escuela secundaria.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Ahmad se enfadó tanto que, de haber podido, me habría estrangulado, y aprovechaba cualquier excusa para pegarme. Pero yo sabía qué era lo que en el fondo lo fastidiaba, y por eso me callaba. Mi escuela no estaba muy lejos de casa; sólo tardaba quince o veinte minutos a pie. Al principio, Ahmad me seguía a hurtadillas, pero yo me ceñía bien el chador procurando no darle ningún pretexto. Mahmud, por su parte, dejó de hablarme y me ignoraba por completo.

                                                                                                                                  * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Salamandra.

                                                                                                                                  Por Parinoush Saniee * / Especial para El Espectador

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