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                                                                                                                                La guerra en la Franja de Gaza y la influencia del fanatismo, según Amos Oz

                                                                                                                                Fragmento del libro “Contra el fanatismo” (2004), del laureado escritor israelí, que escribió distintas obras sobre el conflicto Israel-Palestina y hasta su muerte llamó a la paz en esa región del mundo.

                                                                                                                                Amos Oz * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Amos Oz nació el 4 de mayo de 1939 en Jerusalén y murió el 28 de diciembre de 2018, en Tel Aviv. Desde 1967 publicó decenas de artículos y ensayos sobre el conflicto árabe-israelí, promulgando su compromiso basado en el reconocimiento mutuo y la coexistencia entre Israel y Palestina en Gaza y Cisjordania. Lideró del movimiento Peace Now por lo que le concedieron el Premio de la Paz de los Libreros (1992, Alemania), el Caballero de la Cruz de la Legión de Honor (1997, Francia) y la Medalla Internacional de la Tolerancia (2002, Polonia).
                                                                                                                                Foto: GEORGE ETHEREDGE
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: GEORGE ETHEREDGE
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                ¿Cómo curar a un fanático? Perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta. Me temo que no sé exactamente cómo perseguir fanáticos por las montañas, pero puede que consagre una o dos reflexiones a la naturaleza del fanatismo y a las formas, si no de curarlo, al menos de controlarlo. (Siga minuto a minuto la guerra en la franja de Gaza).

                                                                                                                                Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. El fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal. La gente que ha volado clínicas donde se practicaba el aborto en Estados Unidos, los que queman sinagogas y mezquitas en Alemania, sólo se diferencian de Bin Laden en la magnitud pero no en la naturaleza de sus crímenes.

                                                                                                                                Desde luego, el 11 de septiembre produjo tristeza, ira, incredulidad, sorpresa, melancolía, desorientación y, sí, respuestas racistas –antiárabes y antimusulmanas– por doquier. ¿Quién habría pensado que al siglo XX le seguiría de inmediato el siglo XI?

                                                                                                                                Mi propia infancia en Jerusalén me ha hecho experto en fanatismo comparado. El Jerusalén de mi niñez, allá por los años cuarenta, estaba lleno de profetas espontáneos, redentores y mesías. Todavía hoy todo jerosolimitano tiene su fórmula personal para la salvación instantánea. Todos dicen que llegaron a Jerusalén –y cito una frase famosa de una vieja canción– para construirla y ser construidos por ella. De hecho, algunos (judíos, cristianos, musulmanes, socialistas, anarquistas y reformadores del mundo) han acudido a Jerusalén no tanto para construirla ni ser construidos por ella como para ser crucificados o crucificar a los demás, o para ambas cosas al mismo tiempo.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Confieso que de niño, en Jerusalén, yo también era un pequeño fanático con el cerebro lavado. Con ínfulas de superioridad moral, chovinista, sordo y ciego a todo discurso que fuera diferente del poderoso discurso judío sionista de la época. Yo era un chico que lanzaba piedras, un chico de la “Intifada” judía. De hecho, las primeras palabras que aprendí a decir en inglés, aparte de yes o no, fueron British go home!, que era lo que los chicos judíos solíamos gritar a las patrullas británicas de Jerusalén mientras las apedreábamos.

                                                                                                                                Tal vez sea hora de que toda escuela, toda universidad, organice al menos un par de cursos de fanatismo comparado, ya que surge por doquier. No me refiero sólo a las manifestaciones obvias de fundamentalismo y fervor ciego. No me refiero sólo a los fanáticos declarados, ésos que vemos al otro lado de la pantalla del televisor entre multitudes histéricas que agitan sus puños contra las cámaras mientras gritan eslóganes en lenguas que no entendemos. No, el fanatismo surge por doquier. Con modales más silenciosos, más civilizados. Está presente en nuestro entorno y tal vez también dentro de nosotros mismos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ¡Conozco a bastantes no fumadores que te quemarían vivo por encender un cigarro cerca de ellos! ¡Conozco a muchos vegetarianos que te comerían vivo por comer carne! Conozco a pacifistas (algunos de mis colegas del Movimiento de Paz israelí, por ejemplo) deseosos de dispararme a la cabeza sólo por defender una estrategia ligeramente diferente de la suya para lograr la paz con los palestinos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No estoy diciendo que cualquiera que alce su voz contra cualquier cosa sea un fanático. No estoy sugiriendo que cualquiera que manifieste sus opiniones vehementes sea un fanático. Digo que la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo. Es una plaga muy común que, por supuesto, se manifiesta con diferentes grados. Un o una militante ecologista puede adoptar una actitud de superioridad moral que le impida llegar a un acuerdo, pero causará muy poco daño si lo comparamos, digamos, con un depurador étnico o un terrorista. Aún más, todos los fanáticos sienten una atracción, un gusto especial por lo kitsch. Al mismo tiempo, descubriremos que, a menudo, los fanáticos son sentimentales sin remedio.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un querido amigo y colega mío, el novelista israelí Sammy Michael, tuvo una vez la experiencia, que de vez en cuando tenemos todos, de ir en un taxi durante largo rato por la ciudad con un conductor que le iba dando la típica conferencia sobre lo importante que es para nosotros, los judíos, matar a todos los árabes. Sammy Michael lo escuchaba y, en lugar de gritarle: “¡Qué hombre tan terrible es usted! ¿Es usted nazi o fascista?”, decidió tomárselo de otra forma y le preguntó: “¿Y quién cree usted que debería matar a todos los árabes?” El taxista dijo: “¿Qué quiere decir? ¡Nosotros! ¡Los judíos israelíes! ¡Debemos hacerlo! No hay otra elección. ¡Y si no, mire lo que nos están haciendo todos los días!” “Pero ¿quién piensa usted exactamente que debería llevar a cabo el trabajo? ¿La policía? ¿O tal vez el ejército? ¿El cuerpo de bomberos o equipos médicos? ¿Quién debería hacer el trabajo?” El taxista se rascó la cabeza y dijo: “Pienso que deberíamos dividirlo entre cada uno de nosotros, cada uno de nosotros debería matar a algunos”. Y Sammy Michael, todavía con el mismo juego, dijo: “De acuerdo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Suponga que a usted le toca cierto barrio residencial de su ciudad natal en Haifa y llama usted a cada puerta o toca el timbre y dice: ‘Disculpe, señor, o disculpe, señora. ¿No será usted árabe por casualidad?’ Y si la respuesta es afirmativa le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa, pero al hacerlo, oye en alguna parte del cuarto piso del bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para dispararle al recién nacido? ¿Sí o no?” Se produjo un momento de silencio y el taxista le dijo: “Sabe, es usted un hombre muy cruel”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                * Amos Oz (1939-2018) nació en Jerusalén y se licenció en filosofía y literatura en la Hebrew University de su ciudad natal. Durante veinticinco años vivió en el kibutz Hulda, donde era profesor de instituto. En 1986 se trasladó a Arad, ciudad en el desierto del Néguev. Desde 1987 fue profesor de literatura hebrea en la Universidad Ben-Gurión del Néguev, en Beersheba, de la que fue catedrático de literatura hebrea moderna desde 1993. Fue profesor y escritor invitado por varias universidades en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, y desde 1991 fue miembro de la Academia de la Lengua Hebrea. Publicó un gran número de novelas, entre las que destacan: Quizás en otro lugar (1966), Mi querido Mijael (1968), Tocar el agua, tocar el viento (1973), Un descanso verdadero (1982), La caja negra (1987), La tercera condición (1991), No digas noche (1994), El mismo mar (1998), la autobiográfica Una historia de amor y oscuridad (2002) y Judas (2014). Ganó el Premio Israelí de Literatura (1998), el Premio Goethe de Literatura (2005) o el Príncipe de Asturias de las Letras (2007). Además de la novela, Amos Oz cultivó la escritura periodística y ensayística. Entre sus ensayos más conocidos, cabe destacar Under This Blazing Light (1978), In the Land of Israel (1983), The Slopes of Lebanon (1987), Israel, Palestine, and Peace (1994), All Our Hopes (1998) y But These Are Two Different Wars (2002).

                                                                                                                                Por Amos Oz * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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