La visión poética judía y palestina de la guerra
A propósito de la guerra en la Franja de Gaza, versos premonitorios de los considerados poetas nacionales de Israel y Palestina.
Especial para El Espectador
En la ciudad del exterminio
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En la ciudad del exterminio
Jaim Najman Bialik (1873-1934), llamado el poeta nacional del pueblo judío.
Levántate y ve hacia la ciudad del exterminio, recorre sus estancias,
contempla con tus ojos y palpa con tus manos, sobre los muros,
sobre las vigas, sobre las piedras y sobre el encalado de las paredes,
la sangre coagulada y el tuétano ya endurecido de las víctimas.
Encamínate desde allí hacia las ruinas y los montones de escombros,
atraviesa las paredes desportilladas y los hornos destruidos,
allí donde el pico abandonó la brecha y ensanchó el portillo,
dejando al descubierto la negruzca piedra y los ladrillos recocidos;
ello te parecerá como bocas abiertas de llagas malignas,
incapaces de curación, difíciles de alivio.
Tus pies se hundirán entre revoltijos de plumas y de deshechos,
entre montones de cascotes, entre fragmentos de libros y pergaminos:
¡Toda una ruina de un ímprobo trabajo, el final desastrado de una dura labor!
Mas no te detengas entre las ruinas, dirígete hacia el camino
donde empiezan a florecer las acacias y te recibirán con sus aromas;
pero entre sus flores pululan las plumas, y el aroma que exhalan es como de sangre;
hasta tus sentidos llegará aquel extraño olor como ofrenda
de la amable primavera; mas no te maravillarás por ello.
Con sus múltiples saetas de orote herirá el sol triunfante,
y multiplicará sus destellos en los cachos de cristal, como para alegrar tu pena.
Pues D’s convocó juntamente la primavera y el exterminio,
El sol brilló, la acacia floreció y el asesino asesinó.
Desde allí entrarás en el patio en el cual hay un poyo
y sobre este poyo fueron inmolados juntamente el judío y su perro.
Una misma cuchilla los acabó, y al mismo estercolero fueron echados,
donde, confundidas sus sangres, sirven de pasto a los cerdos.
Mañana el aguacero se llevará sus despojos a través de los torrentes,
y la sangre ya no clamará en medio de los detritus y la bazofia,
pues desaparecerá en una hoyada o nutrirá las raíces de los cardos,
y todo será como si no hubiera sido y todo devendrá como si no fuera.
Tú treparas hasta las sombrías algorfas, allí te fijarás
dónde mora y se oculta el pavor terrible de la muerte
y a través de todos los agujeros, de todos los rincones tenebrosos,
verás unos ojos, unas pupilas que silenciosamente te observan.
Son los espíritus de los Mártires, almas en vela, desoladas, que se
han retirado mudas, en un rincón bajo la buhardilla del tejado.
Allí las alcanzó el hacha homicida y allí han vuelto
para sellar con su postrer mirada
todo el dolor de su inútil muerte, toda la tristeza de su vida.
Aquí se han acogido, trémulas y azoradas, y juntamente desde su escondrijo
reclaman por la afrenta inferida, y su mirada silente parece preguntar: ¿Por qué fue?
Y, ¿quién sería como D’s en la tierra para soportar tal silencio?
Si elevas tus ojos al cielo, encontrarás que las vigas están silenciosas,
destilando calladamente sus sombras sobre ti, y si interrogas a las arañas,
testigos vivos, oculares testigos, te informarán de los hechos:
acerca de unas entrañas reventadas y luego rellenas de plumas,
acerca de los clavos que hendieron una nariz, del mazo que machacó unos cráneos,
acerca de los hombres que fueron degollados, y luego colgados de un poste,
acerca del niño lactante que fue hallado junto a una madre apuñalada,
y, estando él dormido, aun apretaba el helado pecho de su madre,
acerca del muchacho que, al ser rematado, murió exclamando: ¡Madre mía!
He aquí que sus miradas se perpetúan aquí, exigiendo la vindicta de parte de mi pueblo.
Otras infamias como estas te contarían las quietas arañas,
horrores que dan escalofrío en lo profundo del alma, que dejarían inerte
a tu alma, herida de una muerte absoluta y perpetua;
mas te reprimirás, ahogarás en tu garganta todo suspiro;
sepúltalo en las honduras de tu corazón antes que se exhale,
escapa de allí y sal. He aquí que la tierra, indiferente, sigue su curso,
y el sol, como anteriormente, inunda con su resplandor la tierra.
* Traducción de José M. Millas y Vallicrosa, Sociedad Hebraica Argentina, 1953.
Cadáveres anónimos
Mahmud Darwish (1941-2008), recordado como el poeta nacional de Palestina.
Cadáveres anónimos.
Ningún olvido los reúne,
Ningún recuerdo los separa...
Olvidados en la hierba invernal
Sobre la vía pública,
Entre dos largos relatos de bravura
Y sufrimiento.
“¡Yo soy la víctima!”. “¡No, yo soy
la única víctima!”. Ellos no replicaron:
“Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
Y una víctima”. Eran niños,
Recogían la nieve de los cipreses de Cristo
Y jugaban con los ángeles porque tenían
La misma edad... huían de la escuela
Para escapar de las matemáticas
Y la antigua poesía heroica. En las barreras,
Jugaban con los soldados
Al juego inocente de la muerte.
No les decían: dejad los fusiles
Y abrid las rutas para que la mariposa encuentre
A su madre cerca de la mañana,
Para que volemos con la mariposa
Fuera de los sueños, porque los sueños son estrechos
Para nuestras puertas. Eran niños,
Jugaban e inventaban un cuento para la rosa roja
Bajo la nieve, detrás de dos largos relatos
De bravura y sufrimiento.
Luego escapaban con los ángeles pequeños
Hacia un cielo límpido.
* Del poemario: La ta´tadhir ´ammâ fa´alta (No pidas perdón) (2004). Traducción del árabe: María Luisa Prieto.