Las contradicciones internacionales de Colombia
Aunque la visita de la vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, a Washington fue un paso positivo, las decisiones y reacciones del Gobierno colombiano frente a organismos multilaterales y otros entes plantean varias dudas. Expertos analizan el momento del país ante el mundo.
Que una imagen vale más que mil palabras, dice el dicho popular. Y precisamente fueron las pruebas gráficas (videos y fotos) del comportamiento brutal de las fuerzas del Estado las que reventaron la narrativa de “Colombia, un ejemplo de éxito”, según explican expertos consultados por este diario. Analistas en Londres, Washington, Boston y New Jersey hablan del momento que vive Colombia a nivel internacional y de cómo la imagen del país, que venía en recuperación desde hace algunos años, hoy está en el centro de la polémica.
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Y mucho más después de que la vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, negara en Washington la solicitud de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA de visitar a Colombia. Una negativa, que el jueves fue rectificada en dos cartas de invitación, pero que dejó mal parado al Gobierno, que en su momento criticó a Nicolás Maduro, en Venezuela, y a Daniel Ortega, en Nicaragua, por no permitir el ingreso de la CIDH ante los graves abusos que se cometían en e sa naciones. Lecturas de la crisis colombiana desde el extranjero.
Óscar Guardiola-Rivera. Profesor de filosofía política, estudios latinoamericanos y política y derecho internacional en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres.
La visión de Colombia en el exterior se debe leer en dos niveles. El primero, en la calle, una protesta que no solo ha sido asumida por la diáspora colombiana (cuando menos un sector mayoritario de ella), sino también por otros movimientos de protesta, como Black Lives Matter en Estados Unidos y Reino Unido. Una proyección que este último no tenía antes. El cubrimiento de lo sucedido no solo ha sido más alto de lo usual, sino que también ha sido cualitativamente diferente: medios corrientes –centrados y hasta centristas– como The Guardian o The New York Times han optado por publicar fotos, videos y recoger la evidencia que llega desde las calles antes de hacer análisis.
El resultado es que buena parte de los análisis periodísticos en el exterior ha sido una combinación de corresponsalía extranjera en el terreno (como en el caso de El País o France 24) junto a análisis más estrictos de la evidencia enviada por y desde las calles. Ello explica que The Washington Post, por ejemplo, haya analizado en detalle los videos y concluido que en efecto hubo abuso por parte de la Fuerza Pública. El otro ejemplo es The Guardian/The Observer que habilitaron un enlace en su plataforma digital para que las evidencias pudieran ser enviadas en tiempo real desde las calles colombianas.
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De otro lado, ha puesto a la diplomacia colombiana en la posición de tener que comenzar desde atrás, pues el ‘relato oficial’ es, por lo menos, incompleto, si es que no falso. Al segundo nivel podríamos llamarle “las instituciones”. Aquí, el giro más importante y que de seguro preocupa más al Gobierno y la diplomacia colombiana es el que estaría teniendo lugar en EE. UU. Antes era usual contar con uno o dos apoyos en el ala más liberal del Partido Demócrata (Patrick Leahy, a veces Moynahan) pero sus expresiones de apoyo solían ser aisladas. Lo que hemos visto en esta ocasión es una acción más contundente, formal y mayoritaria iniciada desde la Cámara Baja del Congreso estadounidense. Y algo que parece haber pasado inadvertido a los analistas colombianos es el hecho de que siendo Cali y el Pacífico el epicentro de la protesta colombiana, Black Lives Matter y otros movimientos provenientes de esa alter-política en los EE. UU. están prestando mayor atención. En Europa la presión es menor, porque la burocracia de la Unión Europea es más lenta y hay gobiernos conservadores a los que el tema les interesa menos.
La imagen del país se ha dañado no por “los violentos”. Colombia siempre se ha visto como un país violento. Para decirlo en una frase: antes, Duque y el gobierno colombiano eran percibidos como más o menos centrista, tecnócrata, relativamente neutro; ahora se lo comienza a percibir como del mismo lado de Jair Bolsonaro, de Brasil. Habrá consecuencias a nivel diplomático. Ya lo hemos visto tras la visita de la vicepresidenta, que hay que calificar como un rotundo fracaso. Cuando el Gobierno colombiano le niega entrada inmediata a la CIDH, que es parte de la OEA (y todo el mundo sabe que Almagro no es ni mucho menos un simpatizante de Petro o las izquierdas latinoamericanas), su percepción, desde el punto de vista de la diplomacia internacional, no es muy diferente de la que merecería el gobierno de Maduro en Venezuela. Así después hayan rectificado.
Andrés Rengifo. Profesor titular Rutgers University
La respuesta de la comunidad internacional no ha sido clara. Por un lado, hay declaraciones de preocupación y condena de congresistas de EE. UU. sobre los hechos de violencia y represión, que han sido documentados por medios independientes, ONG y ciudadanos. El esfuerzo liderado por el congresista Jim McGovern es el más claro: 55 representantes firmaron una carta dirigida a la administración de Joe Biden con una serie de solicitudes concretas. Pero ha habido manifestaciones similares en otros lados, en España, por ejemplo, aunque menos organizadas y visibles. Desde el Ejecutivo ha habido más cautela, tanto en EE. UU. como en Europa.
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Unidos y en otros lados como un nuevo país, fruto de las negociaciones de paz y del crecimiento económico de los últimos años, pero al mismo tiempo, había razones para no bajar la guardia: el asesinato de líderes sociales, la corrupción, el drama de los venezolanos, etc. Esa otra “cara” de Colombia ha sido menos popular en los medios extranjeros, que había estado dominada por las “buenas noticias” del país. Va a costar retomar la confianza, pero más que trabajar en imagen, hay que entender que, si hay un problema de fondo y no nos escuchamos, vendrán más estallidos.
Adam Isacson. Director del Programa de Veeduría de Defensa de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA)
No creo que el paro en sí haya hecho mucho daño a la imagen internacional de Colombia. No es de extrañar que la población de un país esté angustiada después de 14 meses de COVID-19. Es más sorprendente que no hayan estallado más países latinoamericanos. Sin embargo, el paro sí ha llamado la atención sobre la grave desigualdad económica de Colombia, una cuestión que se ignoró durante el apogeo del Consenso de Washington.
La respuesta de la policía –los videos, las estadísticas, los relatos de las víctimas publicados en los principales periódicos estadounidenses– ha perjudicado mucho la imagen de Colombia. Eso ha causado más daño que el que hicieron los “falsos positivos”, porque estos nunca fueron capturados en video. Estas pruebas gráficas del comportamiento brutal de las fuerzas del Estado han hecho reventar la narrativa de “Colombia es un ejemplo del éxito”. Golpea especialmente porque nuestro país ha sido sacudido por videos frecuentes de nuestra propia policía comportándose brutalmente con los afrodescendientes estadounidenses.
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Y aunque la visita de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez le puso un rostro humano a la posición del Gobierno, y su tono fue más conciliador que desafiante, no creo que haya convencido a los demócratas progresistas; sin embargo, su discurso sobre las instituciones democráticas, la impunidad cero y el daño causado por los bloqueos podría haber tranquilizado a algunos demócratas moderados.
César Abadía. Profesor de antropología y del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Connecticut en Boston
La imagen de Colombia en el exterior nunca ha sido buena. La “democracia” colombiana ha sido cuestionada históricamente, no solo por ser uno de los países más desiguales del mundo, sino por la falta de garantías a partidos opositores y el asesinato sistemático de periodistas, líderes sociales y ambientalistas. Una vez firmada la paz, las distintas protestas y el paro actual validaron que el “estallido social” es una consecuencia lógica de décadas de desigualdad socioeconómica y crímenes de Estado. La imagen que se dañó fue la del Gobierno, no sólo por aparecer como torpe y violento, sino incapaz de escuchar a su ciudadanía.
Pareciera que a pesar de las denuncias y evidencias de lo que podría constituir crímenes de Estado, el gobierno de EE. UU. estaría dispuesto a seguir apoyando a Colombia, le daría un nuevo espaldarazo a su “aliado estratégico”, lo cual es consistente con su histórico de influencia, que hace caso omiso a violaciones de derechos si le sirve a sus intereses.
Pareciera que la diplomacia colombiana se dio cuenta de que cuando todo el mundo tiene los ojos puestos en las acciones del Gobierno, le queda muy mal negar o minimizar lo que está pasando, manifestar su malestar frente a pronunciamientos de organismos o gobiernos internacionales, negar y luego autorizar la visita de la CIDH o acusar de “terroristas, infiltrados o vándalos” a quienes protestan. Al Gobierno y a su diplomacia les va a quedar muy difícil seguir con su práctica sistemática de impunidad y burla de acuerdos con la ciudadanía.
Que una imagen vale más que mil palabras, dice el dicho popular. Y precisamente fueron las pruebas gráficas (videos y fotos) del comportamiento brutal de las fuerzas del Estado las que reventaron la narrativa de “Colombia, un ejemplo de éxito”, según explican expertos consultados por este diario. Analistas en Londres, Washington, Boston y New Jersey hablan del momento que vive Colombia a nivel internacional y de cómo la imagen del país, que venía en recuperación desde hace algunos años, hoy está en el centro de la polémica.
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Y mucho más después de que la vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, negara en Washington la solicitud de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA de visitar a Colombia. Una negativa, que el jueves fue rectificada en dos cartas de invitación, pero que dejó mal parado al Gobierno, que en su momento criticó a Nicolás Maduro, en Venezuela, y a Daniel Ortega, en Nicaragua, por no permitir el ingreso de la CIDH ante los graves abusos que se cometían en e sa naciones. Lecturas de la crisis colombiana desde el extranjero.
Óscar Guardiola-Rivera. Profesor de filosofía política, estudios latinoamericanos y política y derecho internacional en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres.
La visión de Colombia en el exterior se debe leer en dos niveles. El primero, en la calle, una protesta que no solo ha sido asumida por la diáspora colombiana (cuando menos un sector mayoritario de ella), sino también por otros movimientos de protesta, como Black Lives Matter en Estados Unidos y Reino Unido. Una proyección que este último no tenía antes. El cubrimiento de lo sucedido no solo ha sido más alto de lo usual, sino que también ha sido cualitativamente diferente: medios corrientes –centrados y hasta centristas– como The Guardian o The New York Times han optado por publicar fotos, videos y recoger la evidencia que llega desde las calles antes de hacer análisis.
El resultado es que buena parte de los análisis periodísticos en el exterior ha sido una combinación de corresponsalía extranjera en el terreno (como en el caso de El País o France 24) junto a análisis más estrictos de la evidencia enviada por y desde las calles. Ello explica que The Washington Post, por ejemplo, haya analizado en detalle los videos y concluido que en efecto hubo abuso por parte de la Fuerza Pública. El otro ejemplo es The Guardian/The Observer que habilitaron un enlace en su plataforma digital para que las evidencias pudieran ser enviadas en tiempo real desde las calles colombianas.
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De otro lado, ha puesto a la diplomacia colombiana en la posición de tener que comenzar desde atrás, pues el ‘relato oficial’ es, por lo menos, incompleto, si es que no falso. Al segundo nivel podríamos llamarle “las instituciones”. Aquí, el giro más importante y que de seguro preocupa más al Gobierno y la diplomacia colombiana es el que estaría teniendo lugar en EE. UU. Antes era usual contar con uno o dos apoyos en el ala más liberal del Partido Demócrata (Patrick Leahy, a veces Moynahan) pero sus expresiones de apoyo solían ser aisladas. Lo que hemos visto en esta ocasión es una acción más contundente, formal y mayoritaria iniciada desde la Cámara Baja del Congreso estadounidense. Y algo que parece haber pasado inadvertido a los analistas colombianos es el hecho de que siendo Cali y el Pacífico el epicentro de la protesta colombiana, Black Lives Matter y otros movimientos provenientes de esa alter-política en los EE. UU. están prestando mayor atención. En Europa la presión es menor, porque la burocracia de la Unión Europea es más lenta y hay gobiernos conservadores a los que el tema les interesa menos.
La imagen del país se ha dañado no por “los violentos”. Colombia siempre se ha visto como un país violento. Para decirlo en una frase: antes, Duque y el gobierno colombiano eran percibidos como más o menos centrista, tecnócrata, relativamente neutro; ahora se lo comienza a percibir como del mismo lado de Jair Bolsonaro, de Brasil. Habrá consecuencias a nivel diplomático. Ya lo hemos visto tras la visita de la vicepresidenta, que hay que calificar como un rotundo fracaso. Cuando el Gobierno colombiano le niega entrada inmediata a la CIDH, que es parte de la OEA (y todo el mundo sabe que Almagro no es ni mucho menos un simpatizante de Petro o las izquierdas latinoamericanas), su percepción, desde el punto de vista de la diplomacia internacional, no es muy diferente de la que merecería el gobierno de Maduro en Venezuela. Así después hayan rectificado.
Andrés Rengifo. Profesor titular Rutgers University
La respuesta de la comunidad internacional no ha sido clara. Por un lado, hay declaraciones de preocupación y condena de congresistas de EE. UU. sobre los hechos de violencia y represión, que han sido documentados por medios independientes, ONG y ciudadanos. El esfuerzo liderado por el congresista Jim McGovern es el más claro: 55 representantes firmaron una carta dirigida a la administración de Joe Biden con una serie de solicitudes concretas. Pero ha habido manifestaciones similares en otros lados, en España, por ejemplo, aunque menos organizadas y visibles. Desde el Ejecutivo ha habido más cautela, tanto en EE. UU. como en Europa.
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Unidos y en otros lados como un nuevo país, fruto de las negociaciones de paz y del crecimiento económico de los últimos años, pero al mismo tiempo, había razones para no bajar la guardia: el asesinato de líderes sociales, la corrupción, el drama de los venezolanos, etc. Esa otra “cara” de Colombia ha sido menos popular en los medios extranjeros, que había estado dominada por las “buenas noticias” del país. Va a costar retomar la confianza, pero más que trabajar en imagen, hay que entender que, si hay un problema de fondo y no nos escuchamos, vendrán más estallidos.
Adam Isacson. Director del Programa de Veeduría de Defensa de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA)
No creo que el paro en sí haya hecho mucho daño a la imagen internacional de Colombia. No es de extrañar que la población de un país esté angustiada después de 14 meses de COVID-19. Es más sorprendente que no hayan estallado más países latinoamericanos. Sin embargo, el paro sí ha llamado la atención sobre la grave desigualdad económica de Colombia, una cuestión que se ignoró durante el apogeo del Consenso de Washington.
La respuesta de la policía –los videos, las estadísticas, los relatos de las víctimas publicados en los principales periódicos estadounidenses– ha perjudicado mucho la imagen de Colombia. Eso ha causado más daño que el que hicieron los “falsos positivos”, porque estos nunca fueron capturados en video. Estas pruebas gráficas del comportamiento brutal de las fuerzas del Estado han hecho reventar la narrativa de “Colombia es un ejemplo del éxito”. Golpea especialmente porque nuestro país ha sido sacudido por videos frecuentes de nuestra propia policía comportándose brutalmente con los afrodescendientes estadounidenses.
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Y aunque la visita de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez le puso un rostro humano a la posición del Gobierno, y su tono fue más conciliador que desafiante, no creo que haya convencido a los demócratas progresistas; sin embargo, su discurso sobre las instituciones democráticas, la impunidad cero y el daño causado por los bloqueos podría haber tranquilizado a algunos demócratas moderados.
César Abadía. Profesor de antropología y del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Connecticut en Boston
La imagen de Colombia en el exterior nunca ha sido buena. La “democracia” colombiana ha sido cuestionada históricamente, no solo por ser uno de los países más desiguales del mundo, sino por la falta de garantías a partidos opositores y el asesinato sistemático de periodistas, líderes sociales y ambientalistas. Una vez firmada la paz, las distintas protestas y el paro actual validaron que el “estallido social” es una consecuencia lógica de décadas de desigualdad socioeconómica y crímenes de Estado. La imagen que se dañó fue la del Gobierno, no sólo por aparecer como torpe y violento, sino incapaz de escuchar a su ciudadanía.
Pareciera que a pesar de las denuncias y evidencias de lo que podría constituir crímenes de Estado, el gobierno de EE. UU. estaría dispuesto a seguir apoyando a Colombia, le daría un nuevo espaldarazo a su “aliado estratégico”, lo cual es consistente con su histórico de influencia, que hace caso omiso a violaciones de derechos si le sirve a sus intereses.
Pareciera que la diplomacia colombiana se dio cuenta de que cuando todo el mundo tiene los ojos puestos en las acciones del Gobierno, le queda muy mal negar o minimizar lo que está pasando, manifestar su malestar frente a pronunciamientos de organismos o gobiernos internacionales, negar y luego autorizar la visita de la CIDH o acusar de “terroristas, infiltrados o vándalos” a quienes protestan. Al Gobierno y a su diplomacia les va a quedar muy difícil seguir con su práctica sistemática de impunidad y burla de acuerdos con la ciudadanía.