Las grandes oportunidades de América Latina, según Andrés Oppenheimer
Capítulo del nuevo libro del periodista argentino, “Cómo salir del pozo” (sello Debate), en el que viaja por el mundo para responder ¿por qué los niveles de infelicidad alcanzan récords preocupantes? ¿Cuáles son las últimas innovaciones de países, empresas, escuelas y la ciencia para revertir esta tendencia y aumentar la felicidad?
Andrés Oppenheimer * / Especial para El Espectador
Los motivos de optimismo
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Los motivos de optimismo
Con tantos datos deprimentes, ¿acaso no se justifica el pesimismo latinoamericano?, se estarán preguntando muchos. Bueno, a pesar de todas estas estadísticas desalentadoras, creo que también hay motivos de optimismo. En primer lugar, no hay países que estén condenados biológicamente al fracaso. Algunos de los países que actualmente son los más exitosos del mundo, como Singapur y Corea del Sur, eran más pobres que los latinoamericanos hace apenas siete décadas, que no es nada en la historia del mundo. (Recomendamos: Las honras fúnebres a Fernando Botero en Colombia).
Por más extraño que nos parezca hoy, en 1950 Venezuela —por entonces uno de los países más ricos del mundo— tenía un ingreso per cápita de 7.424 dólares anuales, ocho veces mayor que el de Corea del Sur, cuyo PBI per cápita era de 876 dólares por año. Hoy en día, Corea del Sur tiene un ingreso per cápita de 35.000 dólares anuales, mientras que el ingreso per cápita de Venezuela es de 1.800 dólares anuales. Las naciones, como las personas, pueden florecer mucho más rápido de lo que muchos piensan. La buena noticia es que las recetas para el progreso de los países ya no son ningún misterio. No hay que tener un doctorado en economía para saber por qué algunos países crecen más que otros. Es muy sencillo: los países que más crecen —de todos los colores políticos, desde Singapur, con gobiernos de derecha, hasta la China comunista— son los que se insertan en la economía global, atraen inversiones, le dan una educación de calidad a su gente, diversifican y aumentan sus exportaciones y ahorran en tiempos de abundancia para poder mantener subsidios sociales en épocas de vacas flacas.
Los países que han seguido esos pasos nos han sobrepasado como aviones en las últimas décadas. Asimismo, los países asiáticos que han crecido y reducido la pobreza miran para delante, mientras que muchos de nuestros países viven mirando hacia atrás. En uno de mis libros anteriores, ¡Basta de historias!, escribí extensamente sobre la obsesión latinoamericana con la historia, y señalaba cómo en mis viajes a China, Japón, Singapur, Corea del Sur e India me había llamado la atención el creciente interés de estos países en los temas del futuro, como la innovación y los trabajos del mañana.
Entre muchas otras cosas, me sorprendió ver que, mientras que muchos de los billetes en los países latinoamericanos llevan el rostro de próceres de la Independencia, en Singapur los billetes de dos dólares —los de más circulación, porque no hay billetes de un dólar— llevan la imagen de un profesor dando clase a sus alumnos, con una universidad en el fondo. Y en la parte de abajo del billete, debajo de esa imagen, se puede leer una palabra: “Educación”. Mientras nosotros miramos para atrás, ellos miran para delante.
Mi conclusión tras viajar por varios países asiáticos, tal como lo comenté en ese momento, fue que, mientras que los asiáticos están obsesionados con el futuro y viven guiados por el pragmatismo, en América Latina vivimos obsesionados con el pasado y guiados por la ideología. Y, a juzgar por mis más recientes viajes a Asia y Latinoamérica, eso no ha dejado de ser cierto.
Las grandes oportunidades de América Latina
La nueva coyuntura mundial, por más raro que parezca, es muy propicia para América Latina. En primer lugar, ante las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China, hay cada vez más compañías multinacionales que quieren diversificar sus fuentes de suministros para no depender tanto de China. Las grandes corporaciones buscan mudar parte de sus fábricas de China a otros lugares del planeta, lo más cerca posible del mercado estadounidense.
Desde que China se abrió al mundo a fines de la década de 1970, el gigante asiático se convirtió en la fábrica del mundo. Pero, debido a las crecientes tensiones comerciales entre Estados Unidos y China en 2018, la pandemia del covid-19 en 2020 y la invasión rusa a Ucrania en 2022, las grandes multinacionales están repensando sus estrategias de producción para protegerse de posibles nuevas interrupciones en sus cadenas de suministros.
La tendencia se disparó durante la pandemia, cuando Estados Unidos y Europa se dieron cuenta de que no tenían suficientes cubrebocas porque todos eran importados de China, y el gobierno chino los estaba reservando para su población. Ahora, los economistas estadounidenses y europeos hablan cada vez menos de la “globalización”, y cada vez más de una posible “regionalización” de la economía mundial. Dicen que hacen falta fuentes de suministros más seguras y, en lo posible, más cerca de casa.
La salida parcial de las multinacionales de China se intensificó tras la invasión rusa a Ucrania a principios de 2022, y los crecientes temores de una invasión de China a Taiwán. Tras la invasión rusa a Ucrania, 141 países de todo el mundo condenaron a Rusia en las Naciones Unidas, pero China se abstuvo.
La interpretación en Washington, Berlín, Londres y Tokio fue de que China no condenaba a Rusia porque estaba planeando su propia invasión a Taiwán. Y, si eso ocurría, era lógico pensar que Washington impondría durísimas sanciones comerciales a China, que podrían paralizar el comercio entre las dos potencias.
Cada vez más, los tomadores de decisiones en Washington se convencieron de que debían diversificar las importaciones de Estados Unidos hacia países “amigos”. En los círculos empresariales y diplomáticos de Estados Unidos que antes defendían el offshoring —o sea, la importación de suministros de China u otros lugares del mundo para abaratar los costos laborales— y después habían apoyado la idea del nearshoring, —producir más cerca de casa—, se pasó a hablar del friendshoring, o sea, traer las fábricas a países cercanos que sean “amigos”.
“Estamos ante el mayor realineamiento de las cadenas de suministros globales de nuestras vidas”, me dijo exultante de optimismo el entonces presidente del BID, Mauricio Claver-Carone, en 2022. “Esto brinda una oportunidad de oro para que los países de América Latina sean los mayores beneficiarios de este nuevo fenómeno de la economía mundial”, agregó. Lo suyo no era una expresión de deseos, sino un dato concreto. Según un estudio del BID, América Latina podría ganar 78.000 millones de dólares adicionales al año en exportaciones de bienes y servicios gracias al nearshoring si tan sólo lograra reemplazar 10% de las exportaciones de China a Estados Unidos.
Pero ¿América Latina tiene la capacidad de reemplazar los suministros que Estados Unidos está importando de China?, le pregunté con cierto escepticismo a Claver-Carone. “Podríamos hacerlo ya mismo, porque hay muchos productos que exporta China que ya se están produciendo y exportando de América Latina al mercado estadounidense”, como los repuestos automotrices de México a Estados Unidos, productos electrónicos, textiles, farmacéuticos y de energías renovables, me señaló.
Según el BID, México sería por mucho el mayor beneficiario del nearshoring, ya que podría recibir inversiones de 35.000 millones de dólares anuales; seguido de Brasil, que podría recibir 7.800 millones anuales; Argentina, 3.900 millones; y Colombia, 2.500 millones. Esta coyuntura internacional favorable para América Latina no será un fenómeno pasajero. China está pasando por un mal momento económico: su tasa de crecimiento cayó de 10% anual hace dos décadas a 3% en 2022, y 5,2% en 2023, según el Fondo Monetario Internacional.
Además, tiene un serio problema demográfico a largo plazo. Su tasa de crecimiento poblacional cayó por primera vez en seis décadas en 2022, y todo apunta a que seguirá reduciéndose, entre otras cosas, porque las mujeres chinas no quieren tener hijos por falta de seguridad económica y seguros de salud. La caída de la población laboral china va a significar que el país tendrá cada vez menos trabajadores para pagar las jubilaciones de su creciente población de ancianos, y que el consumo ya no será el de antes.
A todo esto hay que agregarle un creciente malestar social en China. Hacia el final de la pandemia del covid-19 se habían producido manifestaciones callejeras antigubernamentales en varias ciudades chinas por las estrictas medidas de confinamiento. Aunque relativamente pequeñas, fueron las mayores protestas desde los disturbios de la plaza de Tiananmén en 1989. Asimismo, el 20º Congreso del Partido Comunista de China, a fines de 2022, que otorgó poderes aún mayores a Xi Jinping, fortaleció a los burócratas del partido gobernante a expensas de los tecnócratas, lo que podría resultar en mayores controles estatales sobre la economía y una caída en la innovación y la productividad.
Finalmente, lo que no es un dato menor, los costos laborales de China se han más que triplicado durante la última década. Un trabajador manufacturero en China ganaba unos seis dólares por hora en 2020, lo que ya era un salario promedio mayor al de un trabajador en México, según un informe de Bank of America. Todo esto hace pensar que la tendencia de las multinacionales a buscar nuevos países donde colocar sus fábricas no se detendrá.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.