Las memorias de Magda Hellinger, prisionera en Auschwitz-Birkenau hace 80 años
Fragmento del libro “Los nazis sabían mi nombre”, sello editorial Aguilar, a propósito de que se cumplen ocho décadas de la llamada “solución final”, la orden definitiva de exterminio nazi contra los judíos en ese campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial.
Maya Lee * / Especial para El Espectador
Muy pocos pueden entender lo que significó ser prisionero en Auschwitz-Birkenau. En realidad, solo quienes estuvieron ahí. Incluso menos personas pueden comprender lo que significaba que lo forzaran a uno a asumir el puesto de “prisionero funcionario” dentro de un campo de concentración. Ser funcionario era encontrarse en una posición en la que, si se era valiente y astuto, era posible salvar algunas vidas. Al mismo tiempo, sin embargo… uno se sentía siempre impotente, incapaz de evitar el asesinato sin tregua de quienes lo rodeaban. Ser funcionario significaba vivir con la conciencia permanente de que, en cualquier momento, podrías perder tu propia vida a manos de un guardia aburrido o contrariado, si este notaba que estabas siendo demasiado amable con un compañero prisionero, aunque lo único que trataras de hacer fuera conservar tu humanidad.
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Muy pocos pueden entender lo que significó ser prisionero en Auschwitz-Birkenau. En realidad, solo quienes estuvieron ahí. Incluso menos personas pueden comprender lo que significaba que lo forzaran a uno a asumir el puesto de “prisionero funcionario” dentro de un campo de concentración. Ser funcionario era encontrarse en una posición en la que, si se era valiente y astuto, era posible salvar algunas vidas. Al mismo tiempo, sin embargo… uno se sentía siempre impotente, incapaz de evitar el asesinato sin tregua de quienes lo rodeaban. Ser funcionario significaba vivir con la conciencia permanente de que, en cualquier momento, podrías perder tu propia vida a manos de un guardia aburrido o contrariado, si este notaba que estabas siendo demasiado amable con un compañero prisionero, aunque lo único que trataras de hacer fuera conservar tu humanidad.
Aunque incluso dentro de su familia muy pocos conocían su historia, Magda Hellinger Blau, mi madre, fue ese tipo de prisionera. Magda siempre fue un enigma. A pesar de todo lo que vivió, no era como muchos otros de los supervivientes del Holocausto que continuaron mostrando las cicatrices emocionales de su experiencia el resto de su vida. Ella siempre miraba hacia delante, era positiva y trabajadora. Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, de vez en cuando nos llegó a contar algunas historias de los campos de concentración y del peculiar puesto que ocupó ahí, pero siempre lo hizo de una manera mesurada y reservada, como cualquier madre contaría historias de su infancia y juventud en la granja en que vivió. No teníamos idea de lo que se ocultaba en sus narraciones. Tarde o temprano solo poníamos los ojos en blanco y decíamos: “Ay, ya, mamá, olvídalo”.
Al final, escribió y reescribió su historia a mano sin decirle a nadie, ni a nosotras. En algún momento contrató a un joven para que transcribiera sus palabras y mecanografiara el manuscrito, y fue entonces cuando tuve la oportunidad de leer la historia. Sin embargo, para ese momento ya no le interesaba que le hicieran comentarios o pidieran explicaciones. En 2003, cuando tenía ochenta y siete años, llevó el archivo a una imprenta y ahí fabricaron un librito, luego organizó una presentación para apoyar a una asociación caritativa con la que colaboraba y vendió cierta cantidad de copias. Eso fue todo.
En los últimos años de su vida no habló para nada de su historia ni sobre el tema del Holocausto. Así fue hasta que murió, poco antes de cumplir noventa. A pesar de que todavía quedaba más por contar, estaba cansada del asunto y quería dejar atrás la pesadilla que significaba reunir sus recuerdos. Era como si el acto de escribirlos hubiera despejado su mente de las memorias y de cualquier resentimiento o trauma profundo. Volvió a ser la madre que conocíamos, la que solo pensaba en el futuro y tenía un propósito y planes.
No fue sino hasta que falleció que empecé a apreciar la complejidad de su historia. A finales de los ochenta y principios de los noventa proveyó testimonios en audio y video para el Monumento Conmemorativo del Holocausto Yad Vashem, en Israel, el Museo Conmemorativo del Holocausto en Estados Unidos, el Centro Judío del Holocausto en Melbourne y, algunos años después, la Fundación Shoah de Steven Spielberg. Pasaron horas entrevistándola para estos proyectos, pero a nosotros no nos mencionó nada. Cuando vi y escuché las grabaciones, me di cuenta de que, debido a la prisa que tenía por imprimir su historia, omitió muchos detalles. Magda también omitió una gran cantidad de fuentes primarias que amplificaban su relato, entre ellas, los testimonios de las muchas mujeres cuyas vidas salvó manipulando con delicadeza a los nazis. A medida que ahondé en la historia me fui percatando de que en su libro solo había contado un fragmento.
Desde que murió me he comprometido con la tarea de entender mejor lo que vivieron Magda y las personas que la rodearon. Así descubrí la historia única y notable de una mujer que tuvo una perspectiva cercana y peculiar de las SS y de sus asesinatos, sus mentiras y sus engañosos trucos, pero que, de alguna manera, encontró la fuerza interior necesaria para ponerse por encima de la crueldad y el horror del campo de concentración más importante de los nazis, y salvarse a sí misma y a cientos de otras personas en un periodo infernal de tres años y medio.
Se ha escrito muy poco sobre la gente como Magda, es decir, sobre quienes fueron prisioneros, pero también ocuparon algunos puestos por orden de las SS, y estuvieron a cargo de otros: los llamados “prisioneros funcionarios” de los campos de concentración. Lo que se ha escrito suele enfocarse en los Kapos: personas con una responsabilidad específica sobre los grupos de trabajo o Kommandos que desarrollaban una labor esclavizante para las SS. La mayoría de los Kapos eran prisioneros alemanes: criminales más insensibles de lo común, conocidos por su enorme crueldad. Por desgracia, esta reputación provocó que la gente estigmatizara a otros prisioneros funcionarios y los considerara iguales a los Kapos. A lo largo de los años algunos sobrevivientes han descrito a Magda de manera equivocada y la han juzgado injustamente solo porque ocupó el puesto de funcionaria. La mayoría de las acusaciones se han basado en rumores para denunciarla y condenarla. En los primeros años tras el Holocausto, los judíos trataron de cuestionar a quienes ocuparon puestos como el de Magda, porque necesitaban alguien a quien culpar. Ella y muchos más fueron acusados de colaborar con los nazis. Esta cultura del señalamiento ha provocado que la mayoría de quienes fueron prisioneros funcionarios se mantengan en silencio para evitar que haya más acusaciones.
Sin embargo, juzgar a Magda o a cualquiera de los otros funcionarios es ignorar el hecho de que, cada vez que actuaron para salvar a alguien más, pusieron en riesgo su propia vida. Es necesario que contemos sus historias. Magda nunca esperó el agradecimiento de las personas a las que les salvó la vida, solo quería que reconocieran que hizo todo lo que pudo en medio de una situación aterradora. Lo que sí quería, como muchos otros sobrevivientes, era responsabilizar a quienes negaban el Holocausto. Según sus propias palabras: “A menudo he deseado tener la oportunidad de preguntarle a esa gente por qué niega mi sufrimiento, por qué nos desacreditan, a mí y a millones más. ¿Acaso no sufrimos lo suficiente para, ahora, tener que escuchar sus negaciones?”. Y, al igual que muchos otros, también quería asegurarse de que el Holocausto nunca se repitiera.
Me dirijo a ustedes, lectores, padres, maestros, profesores, científicos, sacerdotes, rabinos. Eduquen a los niños y al público en general respecto a los horrores perpetrados a todas las naciones bajo el régimen nazi, no solo al pueblo judío… No puedo deshacer lo que me hicieron a mí y a un sinnúmero de personas más. Todas las noches, al cerrar los ojos, me despiertan el tormento y las pesadillas. Quiero contar mi historia para que ustedes y otros se fijen como propósito garantizar que las raíces de ese mal no vuelvan a llegar a campos fértiles donde puedan extenderse.
En un principio, Magda escribió su historia según la recordaba. En su mente tenía claros los sucesos y la manera en que lidió con los monstruos de las SS y con sus compañeros prisioneros. Ahora que yo vuelvo a relatarla e intento llenar los huecos del panorama de lo que fue vivir en Auschwitz-Birkenau durante los años que ella estuvo encarcelada, he tratado de ser lo más fiel posible a sus recuerdos y, al mismo tiempo, añadir los detalles necesarios para ofrecer un recuento honesto y legítimo. Además de los escritos y los testimonios que grabó Magda, he tomado información de las crónicas de algunos supervivientes que la conocieron, de otros que ocuparon puestos similares como funcionarios y del trabajo de varios académicos. En los instantes en que la verdad no es del todo clara, como los que suelen surgir con frecuencia en relatos como este, he permitido que Magda cuente su versión de la manera que siempre lo hizo, a partir de su recuerdo. Esto sucede en particular con las interacciones personales: los diálogos recreados en este libro aparecen tal como Magda los escribió o los narró en sus propios testimonios, y solo fueron editados para esclarecerlos cuando era necesario.
Para finalizar esta introducción, me gustaría compartir un extracto de una carta abierta escrita por la doctora Gisella Perl, sobreviviente de Auschwitz. Este documento fue publicado en Tel Aviv el 28 de julio de 1953 bajo el título “Magda, la Lagerälteste del C Lager”. Apareció en el periódico Új Kelet, en lengua húngara. La doctora Perl era una ginecóloga rumana judía cuya familia fue separada y deportada a varios campos de concentración en 1944. Tiempo después publicaría su propia crónica de lo que sucedió en los campos bajo el título I Was a Doctor in Auschwitz (Fui médica en Auschwitz).
La carta fue escrita poco después de que la doctora se reuniera con Magda Hellinger en Israel por casualidad. “Solo llevamos algunas semanas en Auschwitz-Birkenau. En aquel entonces solo lo intuí, pero ahora estoy segura. Nosotros, numerados o no, nosotros, seres degradados, bestias humanas, no teníamos idea, no comprendíamos lo que sucedía a nuestro alrededor. ¿Qué era cierto? ¿Qué era falso? ¿A quién creerle? ¿Quién dirige este infierno? ¿Qué reglas y normas gobiernan el destino a cada minuto, a cada hora Sencillamente no lo sabemos. Yo no lo sabía. He sido prisionera durante seis semanas. Estuve de pie, vestida en andrajos cuando pasaron lista, y observé. Miré y observé.
En el campo había algunos prisioneros a cargo, y había una a la que llamaban Lagerälteste. Comencé a observarla. La vi a través de mi mirada clínica, es decir, como si fuera psicóloga. Debajo de los rasgos endurecidos, de ese rostro rígido que se imponía a sí misma, vi el miedo en sus ojos, el tremor de sus dedos y el pulso aterrado de las venas en su cuello cada vez que los prisioneros pasaban frente a una o un oficial de las SS.
—¿Quién es ella? —pregunté.
Una noche fui a ver a la Lagerälteste, su nombre era Magda.
—¿Quién es usted? —me preguntó—. ¿Y qué quiere?
—Soy médica. Quisiera conseguir un par de zapatos y hablar con usted —dije agitada y mirando en otra dirección.
—Vamos, siéntese. Le daré los zapatos, pero primero hablaremos porque veo que es usted una persona inteligente.
Cuando Magda habló, me reveló las complejas y enrevesadas leyes del infierno de Auschwitz-Birkenau. Me contó los horrores de las cámaras de gas, los crematorios, el Bloque 10 de experimentos, los horrores del comando de “castigo” y otras instituciones. Han pasado diez años y no creo que la gente pueda imaginar que todo eso existió, a pesar de que no sucedió hace tanto tiempo. No podrían imaginar que cientos de polacos y millones de judíos fueron asesinados de esa manera tan sádica.
Magda habló y susurró, su expresión fue cambiando minuto a minuto. A los rígidos gestos de su rostro los sustituyeron surcos desbordantes de lágrimas.
—Siempre eligen a algunas personas de nuestro grupo, muy a capricho, sin alguna razón en particular. Luego los colocan en los mal llamados “puestos de liderazgo” para que sean el vínculo entre los asesinos y las víctimas. ¿Por qué? ¿Para qué? No tenemos idea. Lo único que sabemos es que somos responsables. Somos responsables de todo lo que no le agrada a las SS. Créame, es muy difícil.
Continuó hablando con la cabeza agachada.
—Usted es médica. ¡Tenga cuidado! No lo olvide, tenga cuidado y no lo olvide. Todo lo que le digan los alemanes será mentira. Siempre hay algo maligno detrás. Aquí tiene los zapatos. Venga cuando pueda y hablaremos de varias cosas. Usted y yo podemos ayudar mucho.
Esa fue mi primera reunión con Magda. Así fue como me reveló el horror. La observé un año y sentí pena por ella todo ese tiempo. Cada vez que yo tenía problemas la visitaba, y ella siempre me ayudaba.
Lo supe entonces y lo sé ahora: ser Lagerälteste era un destino amargo, mantener juntos a entre treinta mil y cuarenta mil seres humanos degradados al nivel de bestias para asegurarse de que prevaleciera el orden y, al mismo tiempo, obedecer las diabólicas órdenes de los supervisores de las SS…
[…] nuestra Lagerälteste, nuestra Magda, era una persona recta. Luchó como una mujer honrada. Agradezco a la providencia que fuera así, que creyera y tuviera fe en que algún día volveríamos a ser humanos. Que nos ayudara en todo lugar y momento con su amabilidad, que nos defendiera y nos salvara, a veces con rudeza, a veces sonriendo, a veces frunciendo el ceño.
Siento que con este testimonio estoy pagando una deuda de gratitud en nombre de muchísimos prisioneros —y, sin duda, a título personal— con quienes Magda, la Lagerälteste de Auschwitz-Birkenau, fue siempre amable.
Espero que la historia de Magda sea una inspiración en un mundo en el que, a pesar de las condiciones más horrorosas, desafiantes e inhumanas, lo mejor del espíritu humano triunfe y sobreviva”.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Maya Lee es hija de Magda Hellinger. Es una empresaria consumada y recaudadora de fondos para varias organizaciones sin fines de lucro. Después de ser coautora de la autobiografía de su esposo, también sobreviviente del Holocausto, animó a su madre a documentar su propia historia. Posteriormente, Maya realizó una amplia investigación para completar la historia de su madre. Los nazis sabían mi nombre es el resultado de tan extenso trabajo.