Los orígenes humildes del exembajador de EE.UU. acusado de espiar para Cuba
La acusación formal en contra de Manuel Rocha, el exembajador de Estados Unidos acusado de trabajar para el servicio de espionaje cubano durante décadas, dejó a colegas de muchos años luchando por entender qué era real y qué era engaño en una vida que osciló entre la pobreza y el privilegio.
Ernesto Londoño, Frances Robles, David C. Adams
El camino que llevó a Manuel Rocha, de 73 años, a las altas esferas del Departamento de Estado comenzó en el barrio neoyorquino de Harlem en la década de 1960, después de que él y su madre, una viuda que trabajaba en un taller esclavista y dependía de los cupones de alimentos y la asistencia social, emigraron de Colombia, según el relato que hizo años después.
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Su vida cambió en 1965, cuando Rocha obtuvo una beca para asistir a la Taft School, un internado de élite en Connecticut que le abrió un abanico de oportunidades académicas y profesionales, incluido educarse en una escuela perteneciente a la Liga de la Hiedra y ocupar influyentes puestos gubernamentales en el extranjero.
En ocasiones, la transición lo hizo sentirse como un extraño. Por ejemplo, según cuenta a la revista de antiguos alumnos del colegio, el mejor amigo de Rocha se negó a ser su compañero de habitación por su origen étnico.
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“Me sentía devastado y contemplé el suicidio”, relató Rocha a la revista en 2004, poco después de retirarse del Departamento de Estado.
Desde su arresto hace una semana, amigos y antiguos colegas manifestaron su asombro mientras digerían los cargos de la acusación federal que, según el fiscal general Merrick Garland, detalla una de las violaciones de la seguridad nacional “de mayor alcance y duración” en generaciones.
Según los fiscales federales, la agresiva agencia de inteligencia cubana reclutó a Rocha en Chile a principios de la década de 1970, en plena Guerra Fría, y dependió de él conforme ascendía en las filas del Departamento de Estado y durante poco tiempo ocupó un alto cargo en la Casa Blanca durante el gobierno de Clinton.
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Cuba, que mantiene relaciones hostiles con Estados Unidos desde la década de 1960, se ha infiltrado con mucho éxito en el sistema de seguridad nacional estadounidense al detectar a jóvenes de ideología afín y dirigirlos hacia carreras delicadas en el gobierno.
Dinero, ideología o algo más
Los investigadores no han precisado si creen que la presunta traición de Rocha estuvo motivada por el dinero, la ideología o algo más. La acusación formal no especifica la naturaleza de los acuerdos de Rocha con los cubanos ni lo acusa de compartir secretos específicos.
Rocha fue acusado de actuar como agente ilegal de un gobierno extranjero, de fraude electrónico y de mentir en los formularios de solicitud de pasaporte, pero, en particular, no se le imputan cargos de espionaje. Es probable que el gobierno presente cargos de espionaje si descubre pruebas suficientes de que Rocha reveló información clasificada a los cubanos, dijo Brandon Van Grack, antiguo fiscal federal que trabajó en casos de seguridad nacional.
“Tratar de identificar qué podría haberse visto comprometido” en 40 años será “bastante abrumador”, comentó. En otros casos de espionaje relacionados con Cuba, señaló, el gobierno ha ofrecido acuerdos de culpabilidad a cambio de un recuento completo de cómo Cuba reclutó y manejó a sus espías estadounidenses.
La abogada de Rocha, Jacqueline Arango, no respondió a las solicitudes de comentarios. Rocha aún no se ha declarado culpable.
Lo que está claro es que los 21 años de Rocha en el gobierno le dieron la capacidad de moldear la política exterior de manera engañosa, así como el acceso a una gran cantidad de información clasificada que habría sido de gran valor para Cuba y sus aliados. Los expertos afirman que la evaluación de los estragos podría durar años.
“Me siento tan traicionada que no lo puedo tolerar”, comentó Liliana Ayalde, exdiplomática estadounidense que fue su subordinada en Bolivia cuando Rocha era embajador. “Estoy agotada pensando en todas las incógnitas”.
Entrar a Taft transportó a Rocha desde Harlem, convulsionado por los disturbios raciales de 1964, a un bucólico campus en Watertown, Connecticut, donde destacó como estudiante y atleta.
Glenn Tucker, de 72 años, compañero de escuela, recordó que Rocha era un futbolista dotado, amigable y bastante disciplinado y ambicioso.
“Estaba centrado en trabajar duro y seguir las reglas, quizá sabiendo que, por su origen, podía ser expulsado con facilidad de este mundo de privilegios en el que se había colado con tanta eficacia”, comentó Tucker.
El anuario de Taft del año 1969 incluye una referencia jocosa a Rocha, que dice “nos recuerda a un donjuán de la beneficencia”, y señala su apodo, un insulto racial contra los latinos. En la escuela, Rocha propuso una vez crear un sistema para sumergir a un solo estudiante blanco en grupos de compañeros negros, “un medio para que la mayoría entienda cómo se sentiría ser la minoría”, dijo a la revista de antiguos alumnos. La idea se desechó.
Después del bachillerato, Rocha se trasladó a unos 50 kilómetros, a la Universidad de Yale, donde se desarrollaba la agitación de las décadas de 1960 y 1970, en particular las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam y el apoyo al Partido de las Panteras Negras, un grupo marxista de poder negro. Se graduó con honores en 1973.
Después de la universidad, Rocha viajó a Chile, que pasaba por un momento de agitación social y política. El año en que se graduó, los militares depusieron por la fuerza a Salvador Allende, presidente socialista del país, dando paso a una brutal dictadura respaldada por Estados Unidos.
Según la acusación, el año del golpe, el servicio de espionaje cubano, conocido como Dirección de Inteligencia, reclutó a Rocha en Chile. El documento no da muchos detalles sobre cómo comenzó esa relación, además de decir que Rocha se convirtió en un “gran amigo” de la agencia.
A finales de esa década, Rocha realizó estudios de posgrado en las universidades de Harvard y Georgetown e hizo una maestría en Administración Pública y Relaciones Exteriores. En 1978, Rocha adquirió la nacionalidad estadounidense, requisito indispensable para incorporarse al servicio exterior y recibir una autorización de seguridad.
Sobre aquella época, Rocha, quien trabajaba en una pequeña agencia gubernamental que financiaba proyectos de desarrollo en Latinoamérica, entabló relación con Brian Latell, analista de la CIA especializado en Cuba y América Latina. En una entrevista, Latell dijo que daba clases en la Universidad de Georgetown cuando Rocha visitó su casa en Virginia varias veces entre 1980 y 1981, a menudo con amigos de Latinoamérica. Latell dijo que no percibió nada extraño.
“Nunca lo pareció, pero estoy seguro de que me estaba sacando información”, comentó Latell. “Lo hizo de manera tan discreta”.
En 1981, Rocha se incorporó al Departamento de Estado. Al año siguiente, fue enviado a la República Dominicana, la primera escala de una carrera que incluyó destinos en Honduras, Italia, México, Cuba, Argentina y un codiciado puesto en la Casa Blanca en 1994.
Tras retirarse, Rocha se mudó a Miami y emprendió en varios sectores, incluida una mina de oro en la República Dominicana, un fabricante de automóviles chino que intentaba abrirse camino en Latinoamérica, un bufete de abogados y una empresa de relaciones públicas.
En todo momento, se apoyó en los años de relaciones que había forjado en toda Latinoamérica. “Tengo acceso a casi todos los países de la región o sé cómo conseguirlo”, declaró al Miami Herald en 2006.
En fechas más recientes, Rocha sorprendió a sus amigos y excolegas al manifestar su ferviente apoyo al expresidente Donald Trump. El documento de acusación cita a Rocha diciéndole a un funcionario encubierto del FBI que se hizo pasar por un espía cubano que su política de derecha era parte de una coartada.
Aunque el Departamento de Estado se embarcó en una extensa evaluación interna de daños, han pasado décadas desde el servicio gubernamental de Rocha.
La acusación formal no menciona cómo inició la investigación ni tampoco sugiere que Rocha permaneció hasta hace poco en contacto con el servicio de espionaje cubano. Pero cuando el agente encubierto del FBI le preguntó si Rocha seguía siendo leal a Cuba, fue inequívoco. La pregunta caló, Rocha fue grabado diciendo.
“Es como si estuvieras cuestionando mi hombría”, se dice que dijo.
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El camino que llevó a Manuel Rocha, de 73 años, a las altas esferas del Departamento de Estado comenzó en el barrio neoyorquino de Harlem en la década de 1960, después de que él y su madre, una viuda que trabajaba en un taller esclavista y dependía de los cupones de alimentos y la asistencia social, emigraron de Colombia, según el relato que hizo años después.
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Su vida cambió en 1965, cuando Rocha obtuvo una beca para asistir a la Taft School, un internado de élite en Connecticut que le abrió un abanico de oportunidades académicas y profesionales, incluido educarse en una escuela perteneciente a la Liga de la Hiedra y ocupar influyentes puestos gubernamentales en el extranjero.
En ocasiones, la transición lo hizo sentirse como un extraño. Por ejemplo, según cuenta a la revista de antiguos alumnos del colegio, el mejor amigo de Rocha se negó a ser su compañero de habitación por su origen étnico.
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“Me sentía devastado y contemplé el suicidio”, relató Rocha a la revista en 2004, poco después de retirarse del Departamento de Estado.
Desde su arresto hace una semana, amigos y antiguos colegas manifestaron su asombro mientras digerían los cargos de la acusación federal que, según el fiscal general Merrick Garland, detalla una de las violaciones de la seguridad nacional “de mayor alcance y duración” en generaciones.
Según los fiscales federales, la agresiva agencia de inteligencia cubana reclutó a Rocha en Chile a principios de la década de 1970, en plena Guerra Fría, y dependió de él conforme ascendía en las filas del Departamento de Estado y durante poco tiempo ocupó un alto cargo en la Casa Blanca durante el gobierno de Clinton.
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Cuba, que mantiene relaciones hostiles con Estados Unidos desde la década de 1960, se ha infiltrado con mucho éxito en el sistema de seguridad nacional estadounidense al detectar a jóvenes de ideología afín y dirigirlos hacia carreras delicadas en el gobierno.
Dinero, ideología o algo más
Los investigadores no han precisado si creen que la presunta traición de Rocha estuvo motivada por el dinero, la ideología o algo más. La acusación formal no especifica la naturaleza de los acuerdos de Rocha con los cubanos ni lo acusa de compartir secretos específicos.
Rocha fue acusado de actuar como agente ilegal de un gobierno extranjero, de fraude electrónico y de mentir en los formularios de solicitud de pasaporte, pero, en particular, no se le imputan cargos de espionaje. Es probable que el gobierno presente cargos de espionaje si descubre pruebas suficientes de que Rocha reveló información clasificada a los cubanos, dijo Brandon Van Grack, antiguo fiscal federal que trabajó en casos de seguridad nacional.
“Tratar de identificar qué podría haberse visto comprometido” en 40 años será “bastante abrumador”, comentó. En otros casos de espionaje relacionados con Cuba, señaló, el gobierno ha ofrecido acuerdos de culpabilidad a cambio de un recuento completo de cómo Cuba reclutó y manejó a sus espías estadounidenses.
La abogada de Rocha, Jacqueline Arango, no respondió a las solicitudes de comentarios. Rocha aún no se ha declarado culpable.
Lo que está claro es que los 21 años de Rocha en el gobierno le dieron la capacidad de moldear la política exterior de manera engañosa, así como el acceso a una gran cantidad de información clasificada que habría sido de gran valor para Cuba y sus aliados. Los expertos afirman que la evaluación de los estragos podría durar años.
“Me siento tan traicionada que no lo puedo tolerar”, comentó Liliana Ayalde, exdiplomática estadounidense que fue su subordinada en Bolivia cuando Rocha era embajador. “Estoy agotada pensando en todas las incógnitas”.
Entrar a Taft transportó a Rocha desde Harlem, convulsionado por los disturbios raciales de 1964, a un bucólico campus en Watertown, Connecticut, donde destacó como estudiante y atleta.
Glenn Tucker, de 72 años, compañero de escuela, recordó que Rocha era un futbolista dotado, amigable y bastante disciplinado y ambicioso.
“Estaba centrado en trabajar duro y seguir las reglas, quizá sabiendo que, por su origen, podía ser expulsado con facilidad de este mundo de privilegios en el que se había colado con tanta eficacia”, comentó Tucker.
El anuario de Taft del año 1969 incluye una referencia jocosa a Rocha, que dice “nos recuerda a un donjuán de la beneficencia”, y señala su apodo, un insulto racial contra los latinos. En la escuela, Rocha propuso una vez crear un sistema para sumergir a un solo estudiante blanco en grupos de compañeros negros, “un medio para que la mayoría entienda cómo se sentiría ser la minoría”, dijo a la revista de antiguos alumnos. La idea se desechó.
Después del bachillerato, Rocha se trasladó a unos 50 kilómetros, a la Universidad de Yale, donde se desarrollaba la agitación de las décadas de 1960 y 1970, en particular las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam y el apoyo al Partido de las Panteras Negras, un grupo marxista de poder negro. Se graduó con honores en 1973.
Después de la universidad, Rocha viajó a Chile, que pasaba por un momento de agitación social y política. El año en que se graduó, los militares depusieron por la fuerza a Salvador Allende, presidente socialista del país, dando paso a una brutal dictadura respaldada por Estados Unidos.
Según la acusación, el año del golpe, el servicio de espionaje cubano, conocido como Dirección de Inteligencia, reclutó a Rocha en Chile. El documento no da muchos detalles sobre cómo comenzó esa relación, además de decir que Rocha se convirtió en un “gran amigo” de la agencia.
A finales de esa década, Rocha realizó estudios de posgrado en las universidades de Harvard y Georgetown e hizo una maestría en Administración Pública y Relaciones Exteriores. En 1978, Rocha adquirió la nacionalidad estadounidense, requisito indispensable para incorporarse al servicio exterior y recibir una autorización de seguridad.
Sobre aquella época, Rocha, quien trabajaba en una pequeña agencia gubernamental que financiaba proyectos de desarrollo en Latinoamérica, entabló relación con Brian Latell, analista de la CIA especializado en Cuba y América Latina. En una entrevista, Latell dijo que daba clases en la Universidad de Georgetown cuando Rocha visitó su casa en Virginia varias veces entre 1980 y 1981, a menudo con amigos de Latinoamérica. Latell dijo que no percibió nada extraño.
“Nunca lo pareció, pero estoy seguro de que me estaba sacando información”, comentó Latell. “Lo hizo de manera tan discreta”.
En 1981, Rocha se incorporó al Departamento de Estado. Al año siguiente, fue enviado a la República Dominicana, la primera escala de una carrera que incluyó destinos en Honduras, Italia, México, Cuba, Argentina y un codiciado puesto en la Casa Blanca en 1994.
Tras retirarse, Rocha se mudó a Miami y emprendió en varios sectores, incluida una mina de oro en la República Dominicana, un fabricante de automóviles chino que intentaba abrirse camino en Latinoamérica, un bufete de abogados y una empresa de relaciones públicas.
En todo momento, se apoyó en los años de relaciones que había forjado en toda Latinoamérica. “Tengo acceso a casi todos los países de la región o sé cómo conseguirlo”, declaró al Miami Herald en 2006.
En fechas más recientes, Rocha sorprendió a sus amigos y excolegas al manifestar su ferviente apoyo al expresidente Donald Trump. El documento de acusación cita a Rocha diciéndole a un funcionario encubierto del FBI que se hizo pasar por un espía cubano que su política de derecha era parte de una coartada.
Aunque el Departamento de Estado se embarcó en una extensa evaluación interna de daños, han pasado décadas desde el servicio gubernamental de Rocha.
La acusación formal no menciona cómo inició la investigación ni tampoco sugiere que Rocha permaneció hasta hace poco en contacto con el servicio de espionaje cubano. Pero cuando el agente encubierto del FBI le preguntó si Rocha seguía siendo leal a Cuba, fue inequívoco. La pregunta caló, Rocha fue grabado diciendo.
“Es como si estuvieras cuestionando mi hombría”, se dice que dijo.
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