“Acuerdo ya”: las voces contra el secuestro que remecen a Netanyahu
Las redes, las calles y hasta el Parlamento se han convertido en escenarios de manifestaciones por la liberación de los rehenes de Hamás. La presión sobre el primer ministro no solo es internacional por la arremetida en Gaza, sino doméstica, a causa de las demoras para sellar un acuerdo que los traiga de vuelta a casa.
María Alejandra Medina C. | Tel Aviv (Israel)
La despedida fue rápida y, en medio de todo, optimista. Ocurrió el día en que Clara, su hermana Gabriela y su sobrina Mia vieron por última vez a la pareja de Clara, que se llama Luis, y a su otro hermano, Fernando. “Nos vemos en dos o tres días”, dijeron. No querían romper en llanto ni desgastar las valiosas reservas de energía que quedaban.
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La despedida fue rápida y, en medio de todo, optimista. Ocurrió el día en que Clara, su hermana Gabriela y su sobrina Mia vieron por última vez a la pareja de Clara, que se llama Luis, y a su otro hermano, Fernando. “Nos vemos en dos o tres días”, dijeron. No querían romper en llanto ni desgastar las valiosas reservas de energía que quedaban.
Las tres mujeres formaron parte del grupo de más de 100 personas liberadas por Hamás durante la tregua de una semana con Israel, en noviembre pasado, a cambio de prisioneros palestinos.
Sus imágenes dieron la vuelta al mundo no solo por la importancia de la noticia, sino por un detalle imposible de ignorar: la imagen de Mia Leimberg, la más joven (17), abrazando a su perrita, Bella, que, fielmente y con una conducta impecable, permaneció con su familia los 53 días de secuestro.
Luis Har y Fernando Marman quedaron en cautiverio.
Nota de la editora: Luis y Fernando fueron rescatados por el Ejército de Israel en febrero de 2024. Lea la noticia aquí.
Tanto ellas como los varones fueron raptados por milicianos del movimiento que gobierna la Franja de Gaza desde 2007, responsable de los actos terroristas del pasado 7 de octubre, cuando desde las primeras horas de la mañana hombres armados irrumpieron violentamente en los kibutz (comunidades agrícolas con orígenes en principios socialistas en Israel), así como en un festival de música electrónica muy cerca de la frontera con Gaza, en el sur del país.
En total, según las cifras oficiales, ese fin de semana masacraron a unas 1.200 personas, violaron mujeres, saquearon y quemaron varias casas; todo, mientras se llevaban a 240 rehenes.
Buena parte de las atrocidades quedaron registradas en videos subidos a redes sociales por los mismos terroristas, así como por los primeros respondientes que llegaron a atender escenas dantescas como la del festival, en donde, en campo abierto, encontraron gran cantidad de los 360 cuerpos de jóvenes asesinados. Otros fueron hallados en carros, en los que trataban de huir, o en improvisados sitios de refugio. Algunos, como los colombianos Ivonne Rubio y Antonio Macías, solo pudieron ser reconocidos a través de pruebas de ADN de sus restos.
De 63 años, nacida en Argentina y radicada en Israel desde los 21, Clara Marman, sin saber por qué, salió con vida junto a su familia aquel 7 de octubre.
El día anterior se habían reunido en la casa de ella, cuatro años mayor que su hermana, Gabriela Leimberg, para pasar el fin de semana en que se celebra una de las fiestas más importantes para la comunidad judía: la de Simjat Torá o la Alegría de la Biblia. De ahí que el día 7 muchos miembros de las fuerzas militares estuvieran de descanso. Eso, junto a otras vulnerabilidades, errores y omisiones (como la vista gorda que al parecer se hizo de los reportes que las mujeres soldados que vigilaban el muro fronterizo venían dando desde hacía meses), que según el Gobierno se investigarán, dejó desprotegida a la población civil cerca del límite con Gaza.
Con la esperanza de que haciendo caso a lo que los hombres armados ordenaban lograrían salir del refugio de la casa en el que se habían escondido, sobrevivir y ser rescatados por la Policía o el Ejército, Clara intentó tranquilizar a su familia. Todo eso era lo más probable: ella destaca por su serenidad, como la maestra jardinera que es, mientras que las autoridades militares, ante cualquier situación de riesgo, siempre llegaban con rapidez. Pero eso último no ocurrió sino varias horas más tarde, luego de que los cinco miembros de la familia fueron montados en camionetas y llevados hasta las entrañas de la Franja, a unas tres horas de camino desde la frontera, calcula Clara.
Como dijo el capitán Roni Kaplan, vocero de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en entrevista con este diario, se trató de “la peor falla de inteligencia y defensa de la historia del Estado moderno de Israel”, de la que la cúpula militar ya ha tomado responsabilidad.
De su secuestro Clara no da muchos detalles, para salvaguardar la seguridad de sus seres queridos que siguen cautivos. Pero, mientras atiende con calidez a quienes la visitan en una casa que rentó en el norte del país, está segura de algo: aunque regresó físicamente, y físicamente está en un proceso de recuperación, la mente intranquila de Clara continúa junto a su pareja y su hermano.
Le preocupan el ánimo y la salud de Luis, de 70 años, y Fernando, que fue raptado de 60, pero cumplió 61 en algún lugar de Gaza, que Clara no sabe si es el mismo en el que ella estuvo; ni siquiera, si los dos hombres siguen juntos. Lo único que sabe es que estar en familia fue lo único que hizo llevadero el cautiverio y que ninguno de los que quedan puede estar un día más privado de la libertad.
En total, según las autoridades, unas 132 personas permanecen en cautiverio, entre ellos, Elkana Bohbot, esposo de la colombiana Rebeca González, con quien no fue posible comunicarnos para este artículo.
Decenas de familias que aguardan por la liberación de sus seres queridos comparten la opinión de Clara: el tiempo no da espera; por eso exigen al gobierno de Netanyahu que selle un acuerdo inmediato para tal fin.
Así se lo han hecho saber en las calles, las redes sociales y hasta el Parlamento. El Espectador acompañó una de las manifestaciones, el pasado 21 de enero, frente a la residencia del primer ministro, en Jerusalén. Al ritmo de arengas y tambores, mientras se difundía la noticia de que Netanyahu había rechazado las condiciones que pone Hamás para soltar a los rehenes, decenas de familiares exigían un acuerdo sin más dilaciones.
“Ellos son el gobierno, esperamos que arregle el desastre que no pudo evitar”, dijo a este diario Jon Polin, padre de Hersh Goldberg-Polin, uno de los seis israelíes-estadounidenses que siguen en poder de Hamás. Prefiere no opinar sobre la estrategia militar de Israel en Gaza, aunque está seguro de que ningún país se habría quedado de brazos cruzados ante ataques como el del 7 de octubre. Insiste en que como ciudadanos confiaron en un Estado que hasta el momento no ha hecho sino defraudarlos.
“Es el día 106, y no tenemos pruebas de vida. Pedimos que lo traigan vivo a casa antes de que sea demasiado tarde”, exclamó Sagiv, un familiar de Omri Miran, uno de los secuestrados, padre de dos niños pequeños y esposo.
Sagiv y su familia también salieron desplazados de uno de los kibutz que fueron atacados. “Agarramos nuestras cosas y no hemos vuelto. Pedimos poder volver a vivir una vida segura, sin tener que temer por nuevos bombardeos y ataques terroristas”, contó durante la protesta en Jerusalén.
Esa ciudad, que en otro tiempo veía fluir ríos de peregrinos, hoy se ve medio vacía. Los importantes templos y monumentos que alberga para tres de las fes con más fieles del mundo parecen exclusivos para el que los visita, mientras que los pocos comerciantes que todavía se aventuran a abrir sus negocios bendicen más que nunca las pocas ventas del día. En hoteles como en el que Sagiv y su familia viven desde hace cerca de dos meses no es raro encontrar huéspedes con historias similares a la suya.
Sobre lo que sucede al otro lado de la frontera, las FDI sostienen sus acciones diciendo que ordenan evacuar antes de cualquier ataque y que se ha permitido el ingreso de miles de toneladas de ayuda humanitaria.
Aun así, en Gaza se habla de más de 25.000 personas muertas (12.000 niños), más de 60.000 heridas y otros millares más desaparecidos bajo los escombros, cifras a las que Israel no da crédito, pues la fuente son las autoridades sanitarias controladas por Hamás.
Israel tampoco da número de civiles víctimas de su arremetida. Se limita a informar que en combate han caído más de 9.000 terroristas.
Entidades como Naciones Unidas hablan de dos millones de personas desplazadas en Gaza (un área de apenas 360 kilómetros cuadrados), cuyas casas probablemente han sido destruidas por los bombardeos, seres humanos con poco o ningún acceso a agua, comida ni atención médica.
Las organizaciones humanitarias en terreno piden un alto al fuego inmediato, mientras la presión internacional sobre Israel aumenta en medio de acusaciones como la que hizo Sudáfrica, por genocidio, ante la Corte Internacional de Justicia, denuncia respaldada por países como Colombia. Israel, por supuesto, la califica de absolutamente distorsionada.
El viernes el alto tribunal tomó una primera decisión en el caso, al exigirle a Israel que de forma inmediata se asegure de que sus militares “no cometan ningún acto” prohibido por la Convención sobre Genocidio. Asimismo, “castigar” cualquier incitación al genocidio de civiles palestinos y “adoptar medidas inmediatas y efectivas” para permitir el acceso de la asistencia humanitaria a Gaza. Pero no instó a un alto al fuego.
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El gobierno de Bibi —como le dicen a Netanyahu— ha dicho que no se detendrá hasta eliminar a Hamás. Evitar que desde Gaza se vuelva a fraguar hasta la más mínima amenaza para la seguridad de Israel y devolver a los rehenes son los otros dos objetivos, dijo Lior Haiat, portavoz de la Cancillería de Israel, en diálogo con este y otros medios de habla hispana durante un encuentro organizado por Fuente Latina, entidad que se declara sin ánimo de lucro y no partidista, financiada principalmente con donaciones de miembros de la comunidad judía.
Durante la semana pasada, se supo que Israel, por medio de Estados Unidos y Catar (los terceros que llevan a cabo las negociaciones), propuso una tregua de dos meses a cambio de la liberación de todos los secuestrados, según informaron fuentes con conocimiento del tema a Axios. La propuesta fue rechazada por Hamás, que pide el fin de la guerra y la liberación de prisioneros palestinos.
Israel se niega a un cese definitivo de los combates, mientras cada vez son más las voces que admiten que seguir disparando y tener a los secuestrados de regreso son dos situaciones que estratégicamente no pueden ir de la mano. En relación con la segunda, también esta semana, se conoció una carta dirigida al presidente Gustavo Petro en la que el primer ministro Netanyahu le pide interceder por los secuestrados en poder de Hamás. La misiva tiene fecha del 11 de enero, un día después de que el Gobierno colombiano “saludara” oficialmente la presentación de la demanda de Sudáfrica.
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Para Alberto Spektorowski, politólogo de la Universidad de Tel Aviv, la situación, en pocas palabras, está atascada por una falta de confianza. El analista explica que, en el plan del 7 de octubre, que estuvo fríamente calculado, Yahya Sinwar, líder de Hamás, contempló la captura de rehenes porque esa sería la garantía para tener el “control” de la situación y lograr que Israel acepte sus condiciones.
“Todavía no han dicho qué es lo que exigen, pero más o menos se entiende: la retirada de Israel, la entrega de 7.000 a 8.000 prisioneros, garantías internacionales…”, dice el experto. Agrega, no obstante, que en su “mente criminal” Sinwar con seguridad se pregunta si una vez entregue a los rehenes le incumplirán lo que le prometieron. En cualquier caso, según Spektorowski, el consejo a Israel sería que negocie, para al menos cumplir con su parte ante los ojos de la comunidad internacional.
“Acuerdo ya”
Shai Wenker no es un experto en política; tampoco un militar. Aunque es un comerciante del sector de bebidas, hoy se define sencillamente como un padre. Vive en función de lograr la liberación de Omer, su hijo de 22 años, administrador de un restaurante y una de las víctimas secuestradas por Hamás en el festival Supernova, cerca del kibutz Be’eri, a escasos kilómetros de la frontera con Gaza.
En medio de la confusión del 7 de octubre, al menos pudo saber por un video que circuló en redes sociales, en el que Omer se veía esposado y apenas en ropa interior, que a su hijo se lo llevaron con vida. Hoy lo que más le preocupa es su estado de salud, pues sufre de la enfermedad de Crohn, que afecta el colon. Por lo tanto, no solo debe tomar medicinas que no está recibiendo, sino llevar una dieta especial. A partir de testimonios de personas que han sido liberadas, creen que a los rehenes les dan poca comida, media pita al día.
“No importa el acuerdo, acéptenlo, y tráiganlos a todos”, dijo, refiriéndose al Gobierno, pero recordando que Hamás es un grupo terrorista. Habló con los medios frente a la foto de Omer, levantada como parte de un memorial que se erigió en el campo donde fue la fiesta, a pocos metros de la imagen de Kim, amiga de infancia con la que Omer fue al concierto. Ella fue asesinada.
El dolor de una tragedia impensada, de proporciones sin precedentes en el Estado de Israel, a personas como Shai, Clara, Sagiv y decenas más las ha unido a una “familia” a la que, en palabras de Jon Polin, padre de Hersh (también asistente al festival), “desearía nunca haber pertenecido”.
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Se comunican por WhatsApp. Organizan actos aquí y allá; han empapelado ciudades como Tel Aviv con carteles exigiendo que todos los secuestrados regresen a casa, mientras peluches gigantes reposan sobre bancas en las aceras, en alusión a niños como Kfir, el rehén más joven, quien cumplió su primer año de vida en el cautiverio al que fue llevado junto a su hermano Ariel, de cuatro, y sus papás.
Son varias personas las que comentan que el trauma por el 7 de octubre ha vuelto a unir a una ciudadanía que estaba fracturada en medio del descontento social por proyectos como la reforma judicial. Esta rompería con el equilibrio entre los poderes del Estado y es impulsada por el gobierno de Netanyahu, mientras este afronta un juicio por fraude, soborno y abuso de confianza.
La sensación de esa fraternidad tomó por sorpresa a Clara tras su regreso del cautiverio, al igual que el afecto de montones de desconocidos que hoy la saludan y la abrazan por la calle. Durante su liberación, llegó a preocuparse por cómo, despojada de todo, pagaría el taxi que, pensó, tendría que tomar hasta el hospital para hacerse un chequeo médico. Hoy la hace sonrojar que ni siquiera le quieran cobrar lo que consume en un día cualquiera, si es que tal cosa puede existir en medio de la zozobra.
Al igual que las familias de los secuestrados, Clara se ha reunido con Netanyahu. Pero Bibi, según ella, dice una cosa y hace otra, pues mientras afirma que el Gobierno hace su mejor esfuerzo para liberar a los raptados, sigue con la arremetida. De hecho, durante un encuentro que tuvo con él fue dado de baja Saleh al Arouri, alto cargo de Hamás, en Beirut.
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La premura no es solo por el estado mental y físico de los rehenes, sino porque ya ha habido errores. El propio Ejército reconoció que en diciembre mató a tres rehenes, que fueron baleados mientras ondeaban banderas blancas y pedían ayuda en hebreo.
Además de las familias, altos mandos militares también parecen estar de acuerdo con una salida diplomática, como reportó The New York Times. “Según tres de los comandantes entrevistados, la vía diplomática sería el modo más rápido de devolver a los israelíes que permanecen cautivos”, dice el informe que, a partir de cuatro entrevistas a militares bajo reserva de identidad, muestra por qué “el doble objetivo de liberar a los rehenes y destruir a Hamás es ahora mutuamente incompatible”.
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