Afganistán: ¿santuario para terroristas? Es más complicado que eso
Es verdad: con la salida de EE. UU. de suelo afgano, pactada para este martes, quedan menos mecanismos de control para evitar el fortalecimiento territorial de células que busquen atentar contra Occidente. Sin embargo, el gran problema es que la expansión de los grupos terroristas ya estaba ocurriendo.
Camilo Gómez Forero
Para los fanáticos de la saga de James Bond, es decir, para aquellos que hemos visto las 24 películas, ha resultado entretenido ver cómo es el entorno sociopolítico de Londres el que marca la trama de nuestro espía favorito.
Pasamos de la tensión de la Guerra Fría a la lucha contra magnates rusos, a la carta de amor al Reino Unido en medio del temor a un referendo independentista de Escocia hasta aterrizar finalmente en la “guerra contra el terrorismo”. Ahí es donde estamos ahora. ¿No creen que el entorno sea el que marca el camino de la franquicia? Rami Malek, el antagonista de la próxima “Bond 25”, exigió que su personaje no fuera un “terrorista religioso o fundamentalista”. Es decir, era una idea que quizá rondaba por el guion, y esto es porque en ese problema se ha concentrado el mundo durante los últimos veinte años.
Un dato: de los 156 nombres que aparecen enlistados por las Naciones Unidas como “organizaciones terroristas”, cerca de 150 tienen lazos con el islam. Esto no por decir que el islam es un problema para el mundo —el fundamentalismo lo es, el islam no y desconocemos mucho en Occidente sobre la práctica de esa religión—, sino para mostrar cómo ha sido priorizado por las organizaciones multilaterales y, por ende, por las expresiones en el cine.
Pero la saga del 007 no es el único espacio en el que hemos podido ver una representación de esa “guerra contra el terrorismo” que libraron los gobiernos occidentales en las últimas dos décadas. Estas películas se han convertido casi que en un subgénero en el cine actual. El problema es que todas fallan en el mismo punto: el espejismo de esa “guarida” donde se refugian los terroristas, que por las últimas películas hasta del mismo Bond hemos podido relacionar con Medio Oriente y Asia central. Y esto es un problema para la práctica en nuestra realidad: que creamos que para el terrorismo se necesitan refugios, escondites secretos o, como sugirió el presidente de Francia, Emmanuel Macron, hace un rato sobre Afganistán, “un santuario para terroristas”.
Le recomendamos: Guía para entender lo que está pasando en Afganistán
Ahora que Afganistán es de nuevo señalado como el próximo teatro de operaciones de organizaciones como el Estado Islámico, es momento de hacer algunas precisiones sobre el terrorismo en el mundo. Al país lo invadieron en 2001 por negarse a entregar a Osama bin Laden, cabeza de Al Qaeda y responsable de los ataques del 11 de septiembre de ese año. Además, había una intención de librar una guerra global contra el terrorismo. Y esa ha sido, como podemos ver, una de las peores decisiones de Estados Unidos en su historia.
La intervención en Afganistán, la invasión a Irak ni el asesinato de bin Laden lograron erradicar a Al Qaeda. Al contrario, este grupo terrorista evolucionó gracias al cambio de estrategia del sucesor de bin Laden, Ayman al Zawahiri, quien descentralizó la organización y la llevó a distintos frentes en la región. Así, las distintas ramas de Al Qaeda podrían librar una guerra local en otros territorios porque el objetivo ya no era el terrorismo transnacional —aunque no se dejó de hacer—, sino luchar contra los regímenes que consideraba que habían traicionado a su yihad, su lucha. Comenzó, en resumen, a operar como una franquicia que se instaló en África, Oriente Medio y Asia.
El conflicto estadounidense, además, se hizo eterno, costoso y dramático para la población local; la gran perdedora de las ambiciones imperialistas de Washington. Ha sido un total fracaso por donde se le mire.
Entonces ahora vemos que no solo la guerra en Afganistán se perdió, como se perdió la guerra con Vietnam, sino que la amenaza de los grupos terroristas se hizo más latente que antes, pues hay muchas más filiales y ramas que nunca. Atacar el “santuario” para terroristas era una mala idea. ¿Por qué? Porque el terrorismo no necesita un refugio para expandirse. Como señala Rafael Piñeros, profesor de la Universidad Externado de Colombia, “es una guerra sin cuartel”. El terrorismo puede surgir en cualquier lugar del mundo, porque se aprovecha de la debilidad institucional de los Estados para prosperar en cualquier zona; a veces, de una institucionalidad casi nula.
Le recomendamos: Cronología de una tragedia llamada Afganistán
En el sur de Asia, donde hay tantos países convalecientes de orden, había por lo menos 180 grupos terroristas funcionando durante los últimos veinte años; es decir, mientras las tropas estadounidenses permanecían en Afganistán. Esto nos sirve para hacernos una idea de que señalar a ese país de nuevo como un “santuario para terroristas” quizá sea un poco torpe en la práctica. El terrorismo está regado por el mundo y no necesitó de Afganistán para operar, y no necesitará de él para hacerlo, aunque existan factores para preocuparse de todas maneras.Hace solo unos meses, cuando se cumplió el décimo aniversario de la muerte de bin Laden, escribimos en un artículo que la guerra contra el terrorismo que se libró en Medio Oriente para encontrar al líder de al-Qaeda era como cortar la cabeza de la hidra.
“Lo que se dio fue un efecto desintegrador de este movimiento (Al Qaeda) y otros, que hizo que hoy sea muy difícil abordar esta amenaza. Con la muerte de bin Laden, incluso antes, lo que se hizo fue cortar una cabeza de la hidra de la que salen dos cabezas más, y luego cuatro y ocho, hasta que una se convierte en una amenaza mayor. El auge del Estado Islámico se conecta con la desintegración de Al Qaeda, por ejemplo. Y esa aparición del EI va a llevar a que, en algún momento, 1.200 personas del sudeste asiático se vayan a Irak y Siria para unirse a este grupo terrorista. Luego, con la degradación del EI, los que quedan de estos 1.200 regresan al sudeste asiático para constituirse en una amenaza latente en la región”, nos explicó David Mauricio Castrillón, profesor de la Universidad Externado, quien también contaba cómo se expanden los grupos: crean colegios, institutos educativos o religiosos y actúan desde la sociedad civil para radicalizar personas mientras ofrecen servicios reales. Jemaah Islamiyyah, responsable de los atentados con bombas en Indonesia, es un ejemplo; pero hay docenas de filiales que operan en el continente asiático y en África.
Otro buen ejemplo para mostrar que los grupos terroristas no necesitan un santuario, además de Al Qaeda, es el Estado Islámico. En 2019, luego de la batalla de Baghuz Fawqani, en Siria, el califato fue declarado como “derrotado” tras una enorme pérdida de control territorial. Sin embargo, la ideología del EI no se extinguió, sino que se asentó en Siria e Irak. Sobrevivió mediante el reclutamiento en línea y con las reservas de fondos que lograba mover por paraísos fiscales. ¿Qué permitió su reasentamiento? De nuevo: la frágil institucionalidad.
Le recomendamos: La guerra contra el terrorismo, o cortar la cabeza de la hidra
“El mundo ahora está tan desordenado que (incluso) los talibanes tienen un problema de terrorismo (que enfrentar)”, señaló el jueves Ragip Soylu, jefe de la oficina del medio independiente Middle East Eye, en Turquía.
El ataque del jueves en Kabul mostró cuán incontrolables e impredecibles se han vuelto los tentáculos de los grupos terroristas en la región en las últimas dos décadas. La serie de atentados suicidas fue perpetrada por el ISIS-K, una facción del Estado Islámico fundada en 2015 en zonas rurales en el norte de Afganistán en su frontera con Pakistán. Son enemigos jurados del talibán, lo que evidencia las complejas características de estos grupos. Con frecuencia, ni siquiera entre ellos se toleran.
Es por eso que el talibán llegó a un acuerdo con Estados Unidos para asediar al ISIS-K de manera clandestina, como reportó The Washington Post hace dos años. Este grupo, así como el Estado Islámico, lo único que buscaba era un efecto desestabilizador en la región contra sus dos enemigos, interrumpir la cooperación entre ellos y mostrarle al mundo que el califato no ha desaparecido del todo.
Recapitulando: si el terrorismo puede surgir en cualquier lugar, ¿por qué hay tanta preocupación de que Afganistán se convierta en un refugio para estos grupos? El ataque del jueves también sugiere que, tras la retirada estadounidense, Afganistán será un entorno permisivo para los grupos terroristas. Y no es tanto porque el talibán busque ser refugio para ellos. De hecho, el talibán sostiene una operación propagandística para mostrarse moderado ante el mundo, creyendo que dicho enfoque le traerá legitimidad. La razón por la que el territorio será permisivo con esos grupos, y por la que es objeto de preocupación, es porque ni siquiera el talibán puede controlar lo que pasa, como quedó demostrado. La milicia que se tomó el poder hace solo unas semanas hasta ahora está asentándose y tardará en tomar las riendas, o quizá nunca lo logre por completo.
“El principal objetivo de ISIS-K en este momento es mantenerse políticamente relevante, interrumpir los esfuerzos para estabilizar el país y socavar la credibilidad de los talibanes afganos. Sin el apoyo de Estados Unidos o de las fuerzas de seguridad afganas, no creo que podamos esperar de manera realista que los talibanes limiten a ISIS-K por su cuenta”, le dijo Amira Jadoon, experta en la región de Asia central, a The Washington Post.
Vea también: Masacre en Kabul: entre la propaganda y la incompetencia
La preocupación, entonces, reside en el poco control que hay en el territorio y la falta de mecanismos de contrainteligencia que en un Estado de derecho se pueden adoptar para enfrentar el terrorismo en un lugar como este.
“Ante el resurgimiento del terrorismo, usted tiene instrumentos con los cuales puede combatirlo. En Afganistán no. La concentración de energía en Afganistán radica en que no tiene garantías que permitan enfrentar de una manera más decidida el terrorismo, como un Estado de derecho —en términos occidentales, pues el talibán ejerce un orden estable para sus intereses— y condiciones socioeconómicas que permitan estabilidad. Cuando tiene señores de la guerra que se sostienen de actividades ilícitas y además una debilidad del Estado de derecho se produce una gran atención. Además, la ubicación geopolítica de Afganistán juega un rol especial para que Estados Unidos y otros países occidentales presten más atención a este territorio”, concluye Piñeros.
En resumen, hay una preocupación razonable por la situación en Afganistán, puesto que no existen mecanismos para enfrentar el resurgimiento del terrorismo. El territorio era un punto clave para vigilar su expansión. Sin embargo, hay que entender que el terrorismo no tiene refugio, y que la expansión de estos grupos es notable y alarmante con o sin tropas estadounidenses en Afganistán.
“Listo, ¿y qué hacemos? Analizando la cronología en Afganistán, vemos que Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) lo intentaron todo: hubo una intervención militar, una coalición de estabilización, un gobierno transitorio, se trató de hacer unas elecciones que fueran más o menos legítimas, se eligió un parlamento, pero no se pudo establecer un orden que fuera legitimado por las conductas sociales de la población. Ahí está el punto. La población legitima un orden basado en tradiciones, que un grupo les vende la idea de volver a un pasado que no es, como el talibán. Y es muy difícil cambiar eso cuando tiene una población acostumbrada a estar en pie de lucha por las intervenciones extranjeras, más corrupción extendida, incapacidad para establecer un ejército, desinterés por construir y porque las instituciones no lograron permear al grueso de la población. Ese es el desafío. Es difícil. No hay respuestas claras de cómo enfrentar la situación”, reflexiona Piñeros.
Lo que sí es claro es que la guerra contra el terrorismo ha fracasado estrepitosamente y que las estrategias para combatir a los fundamentalistas —del EI, Al Qaeda, Boko Haram o el que sea— necesitan ser reformuladas de inmediato.
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Para los fanáticos de la saga de James Bond, es decir, para aquellos que hemos visto las 24 películas, ha resultado entretenido ver cómo es el entorno sociopolítico de Londres el que marca la trama de nuestro espía favorito.
Pasamos de la tensión de la Guerra Fría a la lucha contra magnates rusos, a la carta de amor al Reino Unido en medio del temor a un referendo independentista de Escocia hasta aterrizar finalmente en la “guerra contra el terrorismo”. Ahí es donde estamos ahora. ¿No creen que el entorno sea el que marca el camino de la franquicia? Rami Malek, el antagonista de la próxima “Bond 25”, exigió que su personaje no fuera un “terrorista religioso o fundamentalista”. Es decir, era una idea que quizá rondaba por el guion, y esto es porque en ese problema se ha concentrado el mundo durante los últimos veinte años.
Un dato: de los 156 nombres que aparecen enlistados por las Naciones Unidas como “organizaciones terroristas”, cerca de 150 tienen lazos con el islam. Esto no por decir que el islam es un problema para el mundo —el fundamentalismo lo es, el islam no y desconocemos mucho en Occidente sobre la práctica de esa religión—, sino para mostrar cómo ha sido priorizado por las organizaciones multilaterales y, por ende, por las expresiones en el cine.
Pero la saga del 007 no es el único espacio en el que hemos podido ver una representación de esa “guerra contra el terrorismo” que libraron los gobiernos occidentales en las últimas dos décadas. Estas películas se han convertido casi que en un subgénero en el cine actual. El problema es que todas fallan en el mismo punto: el espejismo de esa “guarida” donde se refugian los terroristas, que por las últimas películas hasta del mismo Bond hemos podido relacionar con Medio Oriente y Asia central. Y esto es un problema para la práctica en nuestra realidad: que creamos que para el terrorismo se necesitan refugios, escondites secretos o, como sugirió el presidente de Francia, Emmanuel Macron, hace un rato sobre Afganistán, “un santuario para terroristas”.
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Ahora que Afganistán es de nuevo señalado como el próximo teatro de operaciones de organizaciones como el Estado Islámico, es momento de hacer algunas precisiones sobre el terrorismo en el mundo. Al país lo invadieron en 2001 por negarse a entregar a Osama bin Laden, cabeza de Al Qaeda y responsable de los ataques del 11 de septiembre de ese año. Además, había una intención de librar una guerra global contra el terrorismo. Y esa ha sido, como podemos ver, una de las peores decisiones de Estados Unidos en su historia.
La intervención en Afganistán, la invasión a Irak ni el asesinato de bin Laden lograron erradicar a Al Qaeda. Al contrario, este grupo terrorista evolucionó gracias al cambio de estrategia del sucesor de bin Laden, Ayman al Zawahiri, quien descentralizó la organización y la llevó a distintos frentes en la región. Así, las distintas ramas de Al Qaeda podrían librar una guerra local en otros territorios porque el objetivo ya no era el terrorismo transnacional —aunque no se dejó de hacer—, sino luchar contra los regímenes que consideraba que habían traicionado a su yihad, su lucha. Comenzó, en resumen, a operar como una franquicia que se instaló en África, Oriente Medio y Asia.
El conflicto estadounidense, además, se hizo eterno, costoso y dramático para la población local; la gran perdedora de las ambiciones imperialistas de Washington. Ha sido un total fracaso por donde se le mire.
Entonces ahora vemos que no solo la guerra en Afganistán se perdió, como se perdió la guerra con Vietnam, sino que la amenaza de los grupos terroristas se hizo más latente que antes, pues hay muchas más filiales y ramas que nunca. Atacar el “santuario” para terroristas era una mala idea. ¿Por qué? Porque el terrorismo no necesita un refugio para expandirse. Como señala Rafael Piñeros, profesor de la Universidad Externado de Colombia, “es una guerra sin cuartel”. El terrorismo puede surgir en cualquier lugar del mundo, porque se aprovecha de la debilidad institucional de los Estados para prosperar en cualquier zona; a veces, de una institucionalidad casi nula.
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En el sur de Asia, donde hay tantos países convalecientes de orden, había por lo menos 180 grupos terroristas funcionando durante los últimos veinte años; es decir, mientras las tropas estadounidenses permanecían en Afganistán. Esto nos sirve para hacernos una idea de que señalar a ese país de nuevo como un “santuario para terroristas” quizá sea un poco torpe en la práctica. El terrorismo está regado por el mundo y no necesitó de Afganistán para operar, y no necesitará de él para hacerlo, aunque existan factores para preocuparse de todas maneras.Hace solo unos meses, cuando se cumplió el décimo aniversario de la muerte de bin Laden, escribimos en un artículo que la guerra contra el terrorismo que se libró en Medio Oriente para encontrar al líder de al-Qaeda era como cortar la cabeza de la hidra.
“Lo que se dio fue un efecto desintegrador de este movimiento (Al Qaeda) y otros, que hizo que hoy sea muy difícil abordar esta amenaza. Con la muerte de bin Laden, incluso antes, lo que se hizo fue cortar una cabeza de la hidra de la que salen dos cabezas más, y luego cuatro y ocho, hasta que una se convierte en una amenaza mayor. El auge del Estado Islámico se conecta con la desintegración de Al Qaeda, por ejemplo. Y esa aparición del EI va a llevar a que, en algún momento, 1.200 personas del sudeste asiático se vayan a Irak y Siria para unirse a este grupo terrorista. Luego, con la degradación del EI, los que quedan de estos 1.200 regresan al sudeste asiático para constituirse en una amenaza latente en la región”, nos explicó David Mauricio Castrillón, profesor de la Universidad Externado, quien también contaba cómo se expanden los grupos: crean colegios, institutos educativos o religiosos y actúan desde la sociedad civil para radicalizar personas mientras ofrecen servicios reales. Jemaah Islamiyyah, responsable de los atentados con bombas en Indonesia, es un ejemplo; pero hay docenas de filiales que operan en el continente asiático y en África.
Otro buen ejemplo para mostrar que los grupos terroristas no necesitan un santuario, además de Al Qaeda, es el Estado Islámico. En 2019, luego de la batalla de Baghuz Fawqani, en Siria, el califato fue declarado como “derrotado” tras una enorme pérdida de control territorial. Sin embargo, la ideología del EI no se extinguió, sino que se asentó en Siria e Irak. Sobrevivió mediante el reclutamiento en línea y con las reservas de fondos que lograba mover por paraísos fiscales. ¿Qué permitió su reasentamiento? De nuevo: la frágil institucionalidad.
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“El mundo ahora está tan desordenado que (incluso) los talibanes tienen un problema de terrorismo (que enfrentar)”, señaló el jueves Ragip Soylu, jefe de la oficina del medio independiente Middle East Eye, en Turquía.
El ataque del jueves en Kabul mostró cuán incontrolables e impredecibles se han vuelto los tentáculos de los grupos terroristas en la región en las últimas dos décadas. La serie de atentados suicidas fue perpetrada por el ISIS-K, una facción del Estado Islámico fundada en 2015 en zonas rurales en el norte de Afganistán en su frontera con Pakistán. Son enemigos jurados del talibán, lo que evidencia las complejas características de estos grupos. Con frecuencia, ni siquiera entre ellos se toleran.
Es por eso que el talibán llegó a un acuerdo con Estados Unidos para asediar al ISIS-K de manera clandestina, como reportó The Washington Post hace dos años. Este grupo, así como el Estado Islámico, lo único que buscaba era un efecto desestabilizador en la región contra sus dos enemigos, interrumpir la cooperación entre ellos y mostrarle al mundo que el califato no ha desaparecido del todo.
Recapitulando: si el terrorismo puede surgir en cualquier lugar, ¿por qué hay tanta preocupación de que Afganistán se convierta en un refugio para estos grupos? El ataque del jueves también sugiere que, tras la retirada estadounidense, Afganistán será un entorno permisivo para los grupos terroristas. Y no es tanto porque el talibán busque ser refugio para ellos. De hecho, el talibán sostiene una operación propagandística para mostrarse moderado ante el mundo, creyendo que dicho enfoque le traerá legitimidad. La razón por la que el territorio será permisivo con esos grupos, y por la que es objeto de preocupación, es porque ni siquiera el talibán puede controlar lo que pasa, como quedó demostrado. La milicia que se tomó el poder hace solo unas semanas hasta ahora está asentándose y tardará en tomar las riendas, o quizá nunca lo logre por completo.
“El principal objetivo de ISIS-K en este momento es mantenerse políticamente relevante, interrumpir los esfuerzos para estabilizar el país y socavar la credibilidad de los talibanes afganos. Sin el apoyo de Estados Unidos o de las fuerzas de seguridad afganas, no creo que podamos esperar de manera realista que los talibanes limiten a ISIS-K por su cuenta”, le dijo Amira Jadoon, experta en la región de Asia central, a The Washington Post.
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La preocupación, entonces, reside en el poco control que hay en el territorio y la falta de mecanismos de contrainteligencia que en un Estado de derecho se pueden adoptar para enfrentar el terrorismo en un lugar como este.
“Ante el resurgimiento del terrorismo, usted tiene instrumentos con los cuales puede combatirlo. En Afganistán no. La concentración de energía en Afganistán radica en que no tiene garantías que permitan enfrentar de una manera más decidida el terrorismo, como un Estado de derecho —en términos occidentales, pues el talibán ejerce un orden estable para sus intereses— y condiciones socioeconómicas que permitan estabilidad. Cuando tiene señores de la guerra que se sostienen de actividades ilícitas y además una debilidad del Estado de derecho se produce una gran atención. Además, la ubicación geopolítica de Afganistán juega un rol especial para que Estados Unidos y otros países occidentales presten más atención a este territorio”, concluye Piñeros.
En resumen, hay una preocupación razonable por la situación en Afganistán, puesto que no existen mecanismos para enfrentar el resurgimiento del terrorismo. El territorio era un punto clave para vigilar su expansión. Sin embargo, hay que entender que el terrorismo no tiene refugio, y que la expansión de estos grupos es notable y alarmante con o sin tropas estadounidenses en Afganistán.
“Listo, ¿y qué hacemos? Analizando la cronología en Afganistán, vemos que Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) lo intentaron todo: hubo una intervención militar, una coalición de estabilización, un gobierno transitorio, se trató de hacer unas elecciones que fueran más o menos legítimas, se eligió un parlamento, pero no se pudo establecer un orden que fuera legitimado por las conductas sociales de la población. Ahí está el punto. La población legitima un orden basado en tradiciones, que un grupo les vende la idea de volver a un pasado que no es, como el talibán. Y es muy difícil cambiar eso cuando tiene una población acostumbrada a estar en pie de lucha por las intervenciones extranjeras, más corrupción extendida, incapacidad para establecer un ejército, desinterés por construir y porque las instituciones no lograron permear al grueso de la población. Ese es el desafío. Es difícil. No hay respuestas claras de cómo enfrentar la situación”, reflexiona Piñeros.
Lo que sí es claro es que la guerra contra el terrorismo ha fracasado estrepitosamente y que las estrategias para combatir a los fundamentalistas —del EI, Al Qaeda, Boko Haram o el que sea— necesitan ser reformuladas de inmediato.
¿Ya está enterado de las últimas noticias en el mundo? Lo invitamos a ver las últimas noticias internacionales en El Espectador.