(Análisis) El G7 o la obstinación del poder
Como es de esperarse, en la cumbre de 2023, el G7 ratificará las sanciones contra Rusia. Pero, envuelto ese país en la guerra de desgaste en la que ha caído, la puja arreciará hacia un nuevo frente de batalla: “la coerción económica” y la expansión china.
Pío García*
En la rotación anual de las cumbres del G7, el gobierno de Fumio Kishida acoge en Hiroshima a los mandatarios de las grandes economías que buscan acordar medidas económicas planetarias, pero de igual modo agregarle presiones a la tensa escena política y estratégica mundial. De su papel pasivo y pacifista por el escarmiento al que fue sometido por la osadía de unirse a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, el anfitrión, ahora con su robusto brazo tecnológico y financiero, se empeña en afianzar el puesto entre los decidores de los asuntos militares globales. El giro militarista japonés es emblemático de la agenda cada día más delirante del G7.
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En la rotación anual de las cumbres del G7, el gobierno de Fumio Kishida acoge en Hiroshima a los mandatarios de las grandes economías que buscan acordar medidas económicas planetarias, pero de igual modo agregarle presiones a la tensa escena política y estratégica mundial. De su papel pasivo y pacifista por el escarmiento al que fue sometido por la osadía de unirse a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, el anfitrión, ahora con su robusto brazo tecnológico y financiero, se empeña en afianzar el puesto entre los decidores de los asuntos militares globales. El giro militarista japonés es emblemático de la agenda cada día más delirante del G7.
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Una vez derrotado en 1945, el imperio japonés quedó inmerso en el choque entre los bloques protagonistas de la Guerra Fría. Conscientes del riesgo de una fascinación popular por el comunismo, la nueva dirigencia actuó con prontitud en la aplicación de las reformas a la educación, los derechos laborales y la planificación y se enlistaron en la colaboración con Estados Unidos por medio del acuerdo de seguridad entre ambos, vigente desde 1951. Su rápida recuperación industrial le garantizó trocar el anterior afán expansionista en relacionamiento universal a través de la diplomacia económica. En 1964 inauguró el primer tren bala del mundo, realizó los Juegos Olímpicos de Tokio y se convirtió en actor de las grandes ligas económicas, deportivas y culturales.
Un gran revés para el boom comercial de la época lo constituyó la crisis petrolera de 1973. Los países productores acordaron elevar los precios del combustible y su medida puso en aprietos a las economías industriales, incluida la japonesa. La contramedida apareció enseguida para remediar la inflación galopante e impulsar la producción y el consumo en los países centrales. Y es ahí donde surge, precisamente, el G7.
El nuevo club tomó las riendas de las finanzas con soluciones consensuadas entre Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Inglaterra y Estados Unidos. También es socio permanente la Unión Europea, aunque no se lo cuenta entre los siete. En sus comienzos y frente sobre todo al consorcio petrolero árabe, el grupo tuvo atisbos de pluralidad e inclusividad al invitar a Rusia, convirtiéndose de hecho en G8, entre 1997 y 2014. A partir de entonces vinieron el divorcio, las recriminaciones mutuas y la confrontación abierta, como en los tiempos de la Guerra Fría.
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En efecto, a lo largo de 50 años es evidente el traslado paulatino de la misión del G7 de concertación financiera hacia el ejercicio de un poder político y estratégico ilegítimo, porque desconoce y se salta la institucionalidad multilateral convenida después de la Segunda Guerra Mundial, como lo es el sistema de las Naciones Unidas, en particular el papel que debe cumplir el Consejo de Seguridad. De manera unilateral, el G7 ahora se abroga el derecho de dictaminar cuáles son los enemigos de la humanidad y enfila a sus aliados para combatirlos. Desde la perspectiva del análisis tripolar o triádico de la cibernética social, se trata del ejercicio de un poder oficial negativo que en vez de reconocer y negociar con los poderes opositores, pretende a toda costa acorralarlos y aniquilarlos. En esas fuerzas contrarias sobresalen China y Rusia.
Como es fácil de advertir, frente al ascenso chino, Estados Unidos y sus aliados en el G7 insisten en preservar un dominio global, militar, político y tecnológico que se les orada cada día más. El Pentágono administra 800 bases militares en todo el globo y realiza ocupación de países con el apoyo de sus aliados en la OTAN, donde se hallan los otros socios del G7, menos Japón, que, por cierto, ya manifestó el interés de ingresar a la Alianza Atlántica.
La escalada de la tensión estratégica entre China y Estados Unidos, que se remonta a la administración Obama (2009-2017), permeó el G7 a tal punto de convertir la ofensiva contra el gobierno chino en una razón de ser del grupo. En junio de 2021, en la reunión en Carbis Bay, en Inglaterra, en medio de la lucha mundial contra el covid-19, China revivió todas las obsesiones represadas. No fue solo el objeto de las descalificaciones por la posible información oculta sobre el origen del virus, sino por su sistema político y sus prácticas comerciales.
Como es de esperarse, en la cumbre de 2023, el G7 ratificará las sanciones contra Rusia. Pero, envuelto ese país en la guerra de desgaste en la que ha caído, la puja arreciará hacia un nuevo frente de batalla: “la coerción económica” y la expansión china. De dueño de un orden económico y militar que pretenden seguir usufructuando, ahora el club de los países poderosos se alza en defensa del mundo desvalido al que salvaría de las garras del monstruo renacido. Por ese motivo, en Hiroshima el grupo alentará la alianza militar del Indo-Pacífico, un acuerdo en ciernes entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, cuyo objetivo es asfixiar a China.
No deja de ser paradójico el curso de la historia. La misma ciudad japonesa que sufrió la primera tragedia nuclear de la humanidad ahora testimonia la consagración de Japón como tercer país en gasto militar, por debajo solo de Estados Unidos y China. Su visión estratégica contempla dotarse de equipo ofensivo de bombarderos, misiles y hasta armamento atómico. Del otro lado, el gobierno chino juega el papel de antioficial positivo o constructivo. Mira con cautela las maniobras en su contra, mejora sus capacidades defensivas, evita una alianza militar con Rusia y llama a la sensatez, lo cual significa armonizar los conflictos globales en el escenario idóneo de las organizaciones multilaterales: Naciones Unidas, Consejo de Seguridad y Organización Mundial del Comercio, entre otros. Según su lema: “una comunidad con un futuro compartido para la humanidad”.
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