Análisis: Saldando cuentas con Al Qaeda
El abatimiento de Ayman al Zawahiri es una buena noticia, pese a que Al Qaeda ha perdido mucho de su “encanto” e influencia en el concurrido mercado del terrorismo internacional.
Alan Cathey, especial para El Espectador
Por estas fechas, hace 21 años, seguramente se estaban ultimando detalles en Afganistán para uno de los más espectaculares ataques terroristas de la historia. Tras la retirada de la Unión Soviética, las fuerzas del Talibán y sus grupos afines lograron hacerse con el poder en Afganistán, a excepción de algunas áreas del norte, que lograron mantener unas precarias posiciones en el valle de Panshir.
Con el Talibán en el poder, desde su visión fundamentalista e integrista, el país se convirtió en un santuario y campo de entrenamiento para los guerreros sagrados de la Yihad contra los infieles y los herejes. Entre los grupos afines, Al Qaeda, una suerte de legión extranjera islámica que reunía a combatientes provenientes desde África del Norte hasta el Golfo Pérsico, y de este hasta Chechenia, tenía destacada presencia.
Un mes más tarde, el 11 de septiembre de 2001, esta organización extremista, muy organizada, con una preparación y entrenamiento detallado, realizó un devastador ataque contra el corazón financiero y militar de los Estados Unidos, destruyendo las Torres Gemelas en Nueva York e impactando el edificio del Pentágono en Washington, fallando por poco en su atentado contra el corazón político de la primera potencia mundial.
Quienes estaban al mando de Al Qaeda en ese momento, eran dos personajes que formaban una dupla efectiva que se complementaba muy bien. Por una parte, su líder máximo, el carismático Osama Bin Laden, miembro de una de las más ricas familias sauditas, el cerebro financiero, logístico y organizativo; y por otra, Ayman al Zawahiri, el segundo al mando del movimiento, el ideólogo a cargo de las definiciones doctrinales de Al Qaeda, proveniente de una familia egipcia de clase media, con un título en cirugía ocular.
Sería al Zawahiri quien establecería objetivos y prioridades ideológicos, definiendo como el principal enemigo del Islam a los Estados Unidos, al que denomina “el enemigo lejano”. La lucha contra los “enemigos cercanos”, los gobernantes islámicos que operaban bajo la dependencia y protección norteamericana, se debía dejar en un segundo plano, dedicando todos los esfuerzos contra el enemigo principal.
Al Zawahiri tenía una dilatada trayectoria en el fundamentalismo islámico, habiendo sido parte, tempranamente, de la Hermandad Musulmana egipcia. Participó en el complot para el asesinato de Anwar al Sadat, icónico presidente de Egipto, pasando varios años en prisión, donde sufrió tortura. Al parecer, estuvo detrás de los atentados en Tanzania y Kenia contra las embajadas de los Estados Unidos en esos países, con cientos de muertos y miles de heridos. Igualmente, fue el artífice del ataque al US Cole, un barco de la armada norteamericana, con un saldo de 17 marinos muertos.
Poco carismático, al quedarse solo, a cargo de una organización con profundas necesidades anímicas, perdió mucho del contacto humano de Bin Laden, y el resultado fue un aletargamiento, una suerte de recesión espiritual del grupo.
Este personaje acaba de ser abatido, al decir de la noticia internacional, por medio de un ataque de precisión, en un balcón de su casa en Kabul, propiedad de un ministro del nuevo gobierno Talibán, impactado por dos misiles disparados por un dron.
El presidente Biden ha informado a su país acerca de la muerte del terrorista, acción que puede ser de mucha ayuda para las alicaídas candidaturas demócratas para las elecciones legislativas del próximo noviembre, si logra contener la inflación y otros problemas económicos que se manifiestan ya como una recesión.
Resulta interesante que la eliminación de los dos líderes más destacados de Al Qaeda, se produzcan, el primero en Pakistán, hace 10 años, por una operación militar clandestina, ante la evidente protección de autoridades pakistaníes a Bin Laden, y el segundo, en un Afganistán otra vez en manos del Talibán, igualmente protegiendo a un terrorista conocido.
Se trata de una buena noticia, pese a que Al Qaeda ha perdido mucho de su “encanto” e influencia en el concurrido mercado del terrorismo internacional. Con un Osama y un Zawahiri escondidos para evitar su captura, prácticamente silenciados, más allá de proclamas en CD, incomunicados por el riesgo de detección, inevitablemente Al Quaeda fue perdiendo cualquier posibilidad de ejecutar operaciones unificadas. El último golpe efectivo fue el atentado en Londres en 2005. Cada una de sus “franquicias” empezó a actuar por su lado, cayendo cada vez más en delincuencia común.
La principal razón del ocaso de Al Qaeda, al margen de las ya señaladas ausencias de liderazgo, y posiblemente a causa de ellas, fue el surgimiento de otro grupo, más radical, extremista y fanático, con unas capacidades operativas superiores, por las dotes profesionales de sus adherentes, en buena parte exsoldados del ejército iraquí, expulsados del mismo por ser musulmanes sunitas, a contrapelo del chiismo dominante. El llamado Estado Islámico les presentó la oportunidad de retomar las armas y ejercer su antiguo oficio, primero contra quienes los habían castigado por su fe, al convertirlos en personas de segunda, para luego asumir el imaginario del retorno a un Islam puro, que resurgiría de su postración al recuperar, por las malas si fuera necesario, el respeto por el Corán, la Sharia y el Profeta.
La conquista relámpago de vastas zonas en el norte de Irak y de Siria por parte de ISIS pareció confirmar los mensajes mesiánicos de al Baghdadi, y su proclamación como califa, alrededor de quien los fieles debían alinearse para llevar la Yihad. En realidad, que haya sido posible, en un territorio equivalente al de la Gran Bretaña, en la segunda década del siglo XXI, retroceder 1.400 años en el tiempo es un acontecimiento aterrador e incomprensible.
Por fortuna se logró contener este descenso a la barbarie, pero los mitos están profundamente instalados en el inconsciente colectivo, a la espera para reaparecer y manifestarse en torno a profetas o ideales mesiánicos.
Tras la expulsión de ISIS del norte iraquí, y la caída de Mosul, la capital del proclamado califato, se produjo la desbandada de sus combatientes, que siguen realizando acciones aisladas de bandidaje por toda la región. Al igual que Al Qaeda, Isis sobrevive, sobre todo en el África Subsahariana y en Libia, en la forma de franquicias autorizadas para usar el nombre. Aún no se conoce de un heredero que pueda relanzar a Al Qaeda, si eso es posible. La eliminación de Zawahiri es una refutación del dicho “no hay muerto malo”. Las vidas de individuos como Zawahiri contradicen esa máxima.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Le invitamos a verlas en El Espectador.
Por estas fechas, hace 21 años, seguramente se estaban ultimando detalles en Afganistán para uno de los más espectaculares ataques terroristas de la historia. Tras la retirada de la Unión Soviética, las fuerzas del Talibán y sus grupos afines lograron hacerse con el poder en Afganistán, a excepción de algunas áreas del norte, que lograron mantener unas precarias posiciones en el valle de Panshir.
Con el Talibán en el poder, desde su visión fundamentalista e integrista, el país se convirtió en un santuario y campo de entrenamiento para los guerreros sagrados de la Yihad contra los infieles y los herejes. Entre los grupos afines, Al Qaeda, una suerte de legión extranjera islámica que reunía a combatientes provenientes desde África del Norte hasta el Golfo Pérsico, y de este hasta Chechenia, tenía destacada presencia.
Un mes más tarde, el 11 de septiembre de 2001, esta organización extremista, muy organizada, con una preparación y entrenamiento detallado, realizó un devastador ataque contra el corazón financiero y militar de los Estados Unidos, destruyendo las Torres Gemelas en Nueva York e impactando el edificio del Pentágono en Washington, fallando por poco en su atentado contra el corazón político de la primera potencia mundial.
Quienes estaban al mando de Al Qaeda en ese momento, eran dos personajes que formaban una dupla efectiva que se complementaba muy bien. Por una parte, su líder máximo, el carismático Osama Bin Laden, miembro de una de las más ricas familias sauditas, el cerebro financiero, logístico y organizativo; y por otra, Ayman al Zawahiri, el segundo al mando del movimiento, el ideólogo a cargo de las definiciones doctrinales de Al Qaeda, proveniente de una familia egipcia de clase media, con un título en cirugía ocular.
Sería al Zawahiri quien establecería objetivos y prioridades ideológicos, definiendo como el principal enemigo del Islam a los Estados Unidos, al que denomina “el enemigo lejano”. La lucha contra los “enemigos cercanos”, los gobernantes islámicos que operaban bajo la dependencia y protección norteamericana, se debía dejar en un segundo plano, dedicando todos los esfuerzos contra el enemigo principal.
Al Zawahiri tenía una dilatada trayectoria en el fundamentalismo islámico, habiendo sido parte, tempranamente, de la Hermandad Musulmana egipcia. Participó en el complot para el asesinato de Anwar al Sadat, icónico presidente de Egipto, pasando varios años en prisión, donde sufrió tortura. Al parecer, estuvo detrás de los atentados en Tanzania y Kenia contra las embajadas de los Estados Unidos en esos países, con cientos de muertos y miles de heridos. Igualmente, fue el artífice del ataque al US Cole, un barco de la armada norteamericana, con un saldo de 17 marinos muertos.
Poco carismático, al quedarse solo, a cargo de una organización con profundas necesidades anímicas, perdió mucho del contacto humano de Bin Laden, y el resultado fue un aletargamiento, una suerte de recesión espiritual del grupo.
Este personaje acaba de ser abatido, al decir de la noticia internacional, por medio de un ataque de precisión, en un balcón de su casa en Kabul, propiedad de un ministro del nuevo gobierno Talibán, impactado por dos misiles disparados por un dron.
El presidente Biden ha informado a su país acerca de la muerte del terrorista, acción que puede ser de mucha ayuda para las alicaídas candidaturas demócratas para las elecciones legislativas del próximo noviembre, si logra contener la inflación y otros problemas económicos que se manifiestan ya como una recesión.
Resulta interesante que la eliminación de los dos líderes más destacados de Al Qaeda, se produzcan, el primero en Pakistán, hace 10 años, por una operación militar clandestina, ante la evidente protección de autoridades pakistaníes a Bin Laden, y el segundo, en un Afganistán otra vez en manos del Talibán, igualmente protegiendo a un terrorista conocido.
Se trata de una buena noticia, pese a que Al Qaeda ha perdido mucho de su “encanto” e influencia en el concurrido mercado del terrorismo internacional. Con un Osama y un Zawahiri escondidos para evitar su captura, prácticamente silenciados, más allá de proclamas en CD, incomunicados por el riesgo de detección, inevitablemente Al Quaeda fue perdiendo cualquier posibilidad de ejecutar operaciones unificadas. El último golpe efectivo fue el atentado en Londres en 2005. Cada una de sus “franquicias” empezó a actuar por su lado, cayendo cada vez más en delincuencia común.
La principal razón del ocaso de Al Qaeda, al margen de las ya señaladas ausencias de liderazgo, y posiblemente a causa de ellas, fue el surgimiento de otro grupo, más radical, extremista y fanático, con unas capacidades operativas superiores, por las dotes profesionales de sus adherentes, en buena parte exsoldados del ejército iraquí, expulsados del mismo por ser musulmanes sunitas, a contrapelo del chiismo dominante. El llamado Estado Islámico les presentó la oportunidad de retomar las armas y ejercer su antiguo oficio, primero contra quienes los habían castigado por su fe, al convertirlos en personas de segunda, para luego asumir el imaginario del retorno a un Islam puro, que resurgiría de su postración al recuperar, por las malas si fuera necesario, el respeto por el Corán, la Sharia y el Profeta.
La conquista relámpago de vastas zonas en el norte de Irak y de Siria por parte de ISIS pareció confirmar los mensajes mesiánicos de al Baghdadi, y su proclamación como califa, alrededor de quien los fieles debían alinearse para llevar la Yihad. En realidad, que haya sido posible, en un territorio equivalente al de la Gran Bretaña, en la segunda década del siglo XXI, retroceder 1.400 años en el tiempo es un acontecimiento aterrador e incomprensible.
Por fortuna se logró contener este descenso a la barbarie, pero los mitos están profundamente instalados en el inconsciente colectivo, a la espera para reaparecer y manifestarse en torno a profetas o ideales mesiánicos.
Tras la expulsión de ISIS del norte iraquí, y la caída de Mosul, la capital del proclamado califato, se produjo la desbandada de sus combatientes, que siguen realizando acciones aisladas de bandidaje por toda la región. Al igual que Al Qaeda, Isis sobrevive, sobre todo en el África Subsahariana y en Libia, en la forma de franquicias autorizadas para usar el nombre. Aún no se conoce de un heredero que pueda relanzar a Al Qaeda, si eso es posible. La eliminación de Zawahiri es una refutación del dicho “no hay muerto malo”. Las vidas de individuos como Zawahiri contradicen esa máxima.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Le invitamos a verlas en El Espectador.