Así era mi casa: voces del antes y el después del 7 de octubre
Alrededor del mundo miles de personas han salido a manifestar para que la guerra en Gaza acabe. Piden un cese el fuego, que, además de darles un respiro a los palestinos, también permita la liberación de los rehenes israelíes en manos de Hamás. Un gazatí e israelíes del norte y el sur relatan el cansancio que tienen todas las partes tras un año de guerra.
Juliana Castellanos Guevara
Un gazatí “con el corazón muy roto” y sin hogar tras un año de guerra
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Un gazatí “con el corazón muy roto” y sin hogar tras un año de guerra
Palestino con nacionalidad boliviana, Refaat Alathamna se radicó hace 12 años en Gaza, cuando quedó atrapado en el enclave por los bloqueos israelíes a las fronteras tras una corta visita a su familia. Estudió Medicina, luego se especializó en Anestesiología, se casó en la Franja, tuvo cinco hijos (Elin, Ameer, Ayham, Silin y Merra) y vivía una vida “sin problemas” antes del 7 de octubre.
“Vivíamos tranquilamente. Mis hijos iban al colegio, a su kínder, a hacer su ejercicio, andaban en bicicleta, hacían sus tareas, y yo iba al hospital a trabajar”, contó. Dice que todo el tiempo pensaba en cómo regresar a América Latina, pero no tenía el dinero suficiente para trasladar a su familia de siete personas, ya que, incluso antes de la guerra actual, no le pagaban más del 40 % del salario en el hospital europeo, el centro público más grande de Jan Junis, en el centro de la Franja.
Los fines de semana salía a pasear, visitar amigos o familiares y, “aunque había conflictos que duraban días o algunas semanas, nunca habíamos visto algo como esto”, mencionó. Desde el 7 de octubre les avisaron que vendrían enfrentamientos con Israel y, un par de días después, el edificio donde vivía fue bombardeado.
“Parecía un gran terremoto, se quebraron todas las ventanas, se movían las puertas y tuvimos que huir. Fue el peor ataque que he vivido con mis niños”, dijo.
Escaparon por una semana adonde su hermana, más hacia al sur de la ciudad, pero también fueron desplazados de allí y terminaron en Rafah, el lugar al sur del enclave que recibió a casi 1,8 millones de refugiados de todo el territorio.
Tuvo que separar a su familia: él se quedó junto a un hijo al este y su esposa con los otros cuatro niños se quedaron al oeste en la casa de unos parientes, por cuatro meses. “Los podía ver cada dos semanas y yo solo me preocupaba por los ataques que había cada noche. Las líneas telefónicas estaban cortadas y sentía terror”.
Debido al hacinamiento que había en Rafah y con permiso de las autoridades israelíes, regresaron en julio a su barrio en Jan Yunis.
“A donde vamos hay ataques cada día, tarde y noche. Estamos 200 años atrás. Cada uno arreglándoselas como pueda en una carpa, bajo la lluvia, el calor, buscando agua y electricidad”, relató. Mientras hablamos, se escuchan unos disparos de fondo. Dice que a menos de 500 metros de donde está hay un enfrentamiento, “acá no existen zonas seguras”.
A finales de agosto fueron desplazados de nuevo y se están quedando al sur de Jan Yunis donde unos conocidos, pero “todo está destruido, estamos en peores condiciones”. Respecto a la alimentación, mientras estuvieron en Rafah cada par de días recibían dos o tres latas de comida como carne, frijoles o sopa que repartían oenegés. “Eso alcanza para una persona, no para mi familia”, recordó.
Entonces, utilizando sus contactos en el exterior, ha creado un crowdfunding (un tipo de financiación colectiva online), para conseguir dinero y pagar por alimentos, comida y electricidad. Ahora, un kilo de tomate cuesta US$10, “todo ha subido de precio 10 o 20 veces”.
Hace 11 meses no cobra su salario en ningún hospital, porque también ayudó en el hospital Nasser; perdió su casa, auto y todas sus propiedades materiales. “Lo que estamos viviendo parece una pesadilla. Estar en la calle de un día para otro bajo estas condiciones, en un país muy destruido, con un Gobierno que no puede prestar ningún servicio y con dos o tres ataques cada noche es un desastre total. No sé cómo mostrarlo o explicarlo”, indicó. Además, ha perdido a siete miembros de su familia extendida, entre tíos, primos y sobrinos. Amigos del área de la salud también han muerto con su familia. “Estamos con el corazón muy roto”, dijo.
Desde hace siete meses solicitó a la Embajada de Bolivia en Egipto ayuda para ser evacuado, pero “solo nos han hecho promesas, no han hecho nada”, contó. Cada uno se las arregla como puede y por eso utiliza sus redes sociales, que suman casi 13.000 seguidores, para dar a conocer su historia y conseguir donaciones sabiendo que, según él, la tregua parece un fraude.
Solo una de las muchas familias en la zozobra del secuestro
Iair y Eitan Horn, de 46 y 38 años respectivamente, fueron secuestrados por Hamás del kibutz Nir Oz, muy cerca de la frontera con la Franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023. Desde entonces, su padre, Itzik Horn, representa la lucha familiar de los cerca de 100 rehenes que, se estima, siguen en cautiverio.
El 7 de octubre del año pasado, Eitan, su hijo menor, que vivía en Kfar Saba, fue a pasar el fin de semana con su hermano mayor, Iair, en el kibutz Nir Oz, una de las comunidades más golpeadas por el ataque terrorista, donde uno de cada cuatro “ya no está con nosotros sea porque está muerto o fue secuestrado”, detalló Itzik, que hasta unos meses antes del 7 de octubre trabajaba como terapeuta en un centro de atención psiquiátrica, pero ahora pasa los días entre su tratamiento de diálisis y las reuniones o manifestaciones del Foro de Familias de Rehenes y Desaparecidos de Israel.
“Nuestra lucha es, por un lado, para que el mundo presione a Hamás y al Gobierno para que lleguen a un acuerdo y podamos recuperar a nuestros seres queridos, tanto a los que siguen vivos como a los que ya murieron”. Se cree que 250 personas fueron secuestradas el 7 de octubre, de las cuales 35 podrían haber sido asesinadas en el ataque inicial y sus cadáveres trasladados a Gaza.
“Por otro lado, para que el Gobierno de Israel haga todo lo posible para firmar un acuerdo, que el mismo primer ministro presentó como una opción para liberar a los secuestrados”, agregó. Dice que quiere que termine la guerra porque no quiere recibir dos ataúdes y porque los kibutz de la frontera con Gaza están en constante ataque, “después, Israel puede hacer lo que quiera con la Franja de Gaza”, apuntó.
Hasta el momento, las partes en conflicto no han logrado llegar a un acuerdo para poner fin a la guerra, y en cambio se culpan mutuamente por introducir nuevas demandas que han impedido un consenso. La propuesta original presentada por el presidente estadounidense, Joe Biden, en mayo, establecía un alto el fuego en tres fases que incluiría la liberación de rehenes israelíes y extranjeros.
“Mis hijos no son combatientes, ni soldados, fueron secuestrados de sus camas, en piyama”, mencionó. La única prueba de supervivencia que tuvo fue la palabra de 12 de los rehenes liberados a mitad de noviembre de 2023 que pertenecían al kibutz de sus hijos. “Me dijeron que fueron vistos en los túneles y no estaban heridos, pero esta es información de noviembre y ya estamos a casi un año”, lamentó.
El 20 de agosto seis rehenes fueron recuperados sin vida por el ejército israelí en un túnel en Jan Yunis, al sur de Gaza, todos con herida de bala, según las autopsias. Itzik siente temor todos los días de que sus hijos “corran con la misma suerte”.
No ha recibido ningún acompañamiento por parte del Gobierno ni tiene claro de qué se trata el acuerdo que están negociando, solo tiene el Foro que, para él, es un refugio. Prefiere no hablar de sus hijos en pasado, porque confía en que siguen vivos y regresarán a casa. Solo le pide a Benjamin Netanyahu que “los libere del infierno del cautiverio, algo que debió pasar hace mucho tiempo”, expresó. Tampoco le interesa demandar al Gobierno por los fallos de seguridad del 7 de octubre.
Evacuados del norte de Israel no han vuelto desde hace un año
“La guerra nos tomó por sorpresa a todos”, dijo Sergio Helman, un argentino de 60 años con ascendencia judía radicado en la Alta Galilea, una región al norte de Israel, hace 25 años. Desde el 8 de octubre, los kibutz que colindan con Líbano fueron evacuados por posibles enfrentamientos con Hezbolá, un grupo chií libanés rival de Israel; sin embargo, él decidió quedarse.
Como cualquier día se levantó temprano para abrir su restaurante, prendió el televisor y vio las imágenes de lo que ocurría en sur. Cientos de militantes de grupos armados palestinos, principalmente de Hamás y de la Yihad Islámica Palestina, lanzaron desde la Franja de Gaza la denominada “Operación Inundación de Al-Aqsa” contra Israel.
Al día siguiente ordenaron la evacuación de unas 28 comunidades que comprendían entre 60 a 80 mil personas situadas a menos de dos kilómetros de la frontera con Líbano y se militarizó la zona.
Sus cinco hijos, los que visita cada fin de semana, viajaron al centro del país, pero “yo me quedé acá, seguí abriendo mi negocio y salí a repartir todo el hummus que tenía a los soldados”, contó. Durante los primeros tres meses de guerra, creó una campaña en internet para recoger dinero y seguir cocinando para los soldados y otras personas que se habían quedado en el norte, pero perdió la financiación y no pudo seguir apoyando de la misma forma.
Después de un año sigue siendo el único restaurante abierto en la zona, ya que los servicios como agua, luz y gas se los subsidia el gobierno para que siga funcionando y ofreciendo comida a los soldados.
“Yo no quería ser un desplazado, no quería dejar mi propio negocio, dije no me puedo ir y me quedo para quién esté acá”. Entre risas dice que ha sido la época en su vida que menos ha trabajado. Ahora tiene más tiempo para su familia, se dedica a estudiar temas espirituales, creó un jardín de flores, pintó con sus manos toda la casa y dos veces por semana hace la tradicional parrillada argentina.
Aunque ese ha sido el saldo positivo en el último año, dice que la vida le cambió por completo. “Estamos en una época triste, estamos agotados y no sabemos cuándo vaya a terminar”, mencionó. Sabe que la paz en la región será demorada, pero cree que es posible. Confía en la fortaleza del pueblo de Israel, sin embargo, se siente “huérfano” del gobierno y espera que, para “hacer florecer” el norte, haya un fuerte apoyo económico de su parte.
La frontera entre Líbano e Israel ha sido escenario de intercambio de fuego casi diario con Hezbolá desde hace un año. Pero las hostilidades aumentaron a mediados de septiembre, cuando Israel incluyó al frente libanés en sus objetivos de guerra. El embajador israelí ante la ONU, Danny Danon, aseguró que su país “no desea” invadir Líbano y que su intención es permitir un regreso seguro de las decenas de miles de evacuados israelíes al norte del país. Pero en la ofensiva, al menos 2.000 personas han muerto en Líbano y más de un millón han sido desplazadas.
Finalmente, Helman recuerda lo importante que es llegar a una tregua para liberar a todos los rehenes israelíes en manos de Hamás.
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