Así es Haifa, el mayor hospital subterráneo del mundo; la guerra lo pone en alerta
Israel se prepara para una posible conflagración en el norte, donde hubo varios incidentes en los últimos días con el grupo Hezbolá. Allí se ubica el Rambam de Haifa, el hospital subterráneo más grande del mundo.
En el primer sótano del hospital Rambam de Haifa, en Israel, decenas de autos esperan el regreso de sus propietarios, pero en las dos plantas inferiores, los coches han desaparecido: fueron sustituidos por más de mil camas en previsión de ataques al norte del país, desde Líbano.
En los niveles -2 y -3 de este gran hospital universitario, unos 40.000 m² de plazas de estacionamiento fueron convertidas en lugar de cuidados. Grandes envolturas de tela recorren el techo difundiendo el aire acondicionado a todo el espacio.
Los monitores están conectados y las duchas, lavabos e inodoros ligados a la red de agua y alcantarillado. Entre los cubículos hay conexiones para el oxígeno y para la evacuación de secreciones humanas por parte del personal sanitario.
En “el mayor hospital subterráneo del mundo”, toda la infraestructura bajo tierra se diseñó antes de la construcción de los estacionamientos, concluido en 2014, según su dirección.
Enchufes, tuberías e instalaciones de todo tipo, que normalmente permanecen ocultos, pasan a ser accesibles casi al instante cuando se produce una crisis. Así, esta semana se instalaron en el tercer sótano 1.300 camas y todo el equipamiento sanitario y médico necesario en solo 30 horas. El jueves, cuando la AFP visitó el lugar, se estaban instalando unas 700 camas adicionales en el piso superior.
Israel, que lanzó una ofensiva militar contra la Franja de Gaza en respuesta a los ataques perpetrados el sábado por el movimiento palestino Hamás, se prepara para una posible conflagración en el norte, donde hubo varios incidentes en los últimos días con el grupo Hezbolá.
En el hospital Rambam han aprendido lecciones de la ofensiva israelí contra el Líbano en 2006, que estuvo acompañada de una gran cantidad de disparos contra Haifa, una ciudad portuaria a unos 50 km de la frontera libanesa que hasta entonces había estado fuera del alcance de los proyectiles.
En esa ocasión, unos 400 cohetes cayeron alrededor del hospital y alcanzaron su estacionamiento, recuerda Philippe Abecassis, un anestesista de 62 años. Todos los pacientes habían bajado a los sótanos donde el suelo estaba cubierto de arena y no había instalaciones, comentó una enfermera.
La excavación de un estacionamiento, que ya estaba decidida, se replanteó “con la idea de que si había otra guerra —y lamentablemente en los 75 años de existencia de Israel sabemos que las guerras vuelven— podríamos utilizar el parqueo como hospital subterráneo”, explicó Abecassis.
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“Los hospitales deberían ser santuarios”
“Nunca pensé ver esto en mi carrera, pero aquí estamos”, suspira el médico, para el cual esta medida es “filosóficamente muy difícil de entender”, porque “los hospitales deberían ser santuarios”.
El miércoles un cohete alcanzó un hospital en Ascalón, en el sur de Israel, sin dejar víctimas.
“No podemos confiar en la suerte”, expresó Michael Halberthal, director del hospital. “Tenemos que ofrecerle (a los pacientes) un lugar fortificado donde estén seguros”.
En el hospital de Rambam, el primer sótano se utilizará como esclusa de descontaminación y zona de triaje de pacientes en caso de ataque químico. Están previstos cuatro quirófanos subterráneos además de los 14 de las plantas superiores, cuya construcción fue reforzada en caso de eventuales bombardeos.
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Se almacenaron alimentos, combustible, oxígeno en cantidades suficientes para que el sitio sea autosuficiente durante tres días, destaca Halberthal, quien espera que prevalezca la paz y que el hospital subterráneo “no tenga que ser utilizado”.
El sitio se empleó durante la crisis del covid-19, cuando el personal se dio cuenta de lo “difícil que es para los pacientes ser tratados en un estacionamiento, sin separación”, sobre todo auditiva, “para aislarlos de los gritos de otros internos”, observó Abecassis.
“Quizás este sitio no sea el más bonito, pero es el más seguro del hospital”, señala Einat Perez, jefa adjunta de enfermería.
El miércoles, cuando sonaban las sirenas en el norte del país debido a “una sospecha de infiltración aérea”, luego descartada por Israel, un centenar de pacientes fueron bajados al sótano, para ser devueltos a sus habitaciones unas horas más tarde, según Dan Kammoun, un reservista israelí.
“Este lugar es increíble”, sostiene la enfermera Perez. “Es un hospital, no un estacionamiento”.
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En el primer sótano del hospital Rambam de Haifa, en Israel, decenas de autos esperan el regreso de sus propietarios, pero en las dos plantas inferiores, los coches han desaparecido: fueron sustituidos por más de mil camas en previsión de ataques al norte del país, desde Líbano.
En los niveles -2 y -3 de este gran hospital universitario, unos 40.000 m² de plazas de estacionamiento fueron convertidas en lugar de cuidados. Grandes envolturas de tela recorren el techo difundiendo el aire acondicionado a todo el espacio.
Los monitores están conectados y las duchas, lavabos e inodoros ligados a la red de agua y alcantarillado. Entre los cubículos hay conexiones para el oxígeno y para la evacuación de secreciones humanas por parte del personal sanitario.
En “el mayor hospital subterráneo del mundo”, toda la infraestructura bajo tierra se diseñó antes de la construcción de los estacionamientos, concluido en 2014, según su dirección.
Enchufes, tuberías e instalaciones de todo tipo, que normalmente permanecen ocultos, pasan a ser accesibles casi al instante cuando se produce una crisis. Así, esta semana se instalaron en el tercer sótano 1.300 camas y todo el equipamiento sanitario y médico necesario en solo 30 horas. El jueves, cuando la AFP visitó el lugar, se estaban instalando unas 700 camas adicionales en el piso superior.
Israel, que lanzó una ofensiva militar contra la Franja de Gaza en respuesta a los ataques perpetrados el sábado por el movimiento palestino Hamás, se prepara para una posible conflagración en el norte, donde hubo varios incidentes en los últimos días con el grupo Hezbolá.
En el hospital Rambam han aprendido lecciones de la ofensiva israelí contra el Líbano en 2006, que estuvo acompañada de una gran cantidad de disparos contra Haifa, una ciudad portuaria a unos 50 km de la frontera libanesa que hasta entonces había estado fuera del alcance de los proyectiles.
En esa ocasión, unos 400 cohetes cayeron alrededor del hospital y alcanzaron su estacionamiento, recuerda Philippe Abecassis, un anestesista de 62 años. Todos los pacientes habían bajado a los sótanos donde el suelo estaba cubierto de arena y no había instalaciones, comentó una enfermera.
La excavación de un estacionamiento, que ya estaba decidida, se replanteó “con la idea de que si había otra guerra —y lamentablemente en los 75 años de existencia de Israel sabemos que las guerras vuelven— podríamos utilizar el parqueo como hospital subterráneo”, explicó Abecassis.
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“Los hospitales deberían ser santuarios”
“Nunca pensé ver esto en mi carrera, pero aquí estamos”, suspira el médico, para el cual esta medida es “filosóficamente muy difícil de entender”, porque “los hospitales deberían ser santuarios”.
El miércoles un cohete alcanzó un hospital en Ascalón, en el sur de Israel, sin dejar víctimas.
“No podemos confiar en la suerte”, expresó Michael Halberthal, director del hospital. “Tenemos que ofrecerle (a los pacientes) un lugar fortificado donde estén seguros”.
En el hospital de Rambam, el primer sótano se utilizará como esclusa de descontaminación y zona de triaje de pacientes en caso de ataque químico. Están previstos cuatro quirófanos subterráneos además de los 14 de las plantas superiores, cuya construcción fue reforzada en caso de eventuales bombardeos.
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Se almacenaron alimentos, combustible, oxígeno en cantidades suficientes para que el sitio sea autosuficiente durante tres días, destaca Halberthal, quien espera que prevalezca la paz y que el hospital subterráneo “no tenga que ser utilizado”.
El sitio se empleó durante la crisis del covid-19, cuando el personal se dio cuenta de lo “difícil que es para los pacientes ser tratados en un estacionamiento, sin separación”, sobre todo auditiva, “para aislarlos de los gritos de otros internos”, observó Abecassis.
“Quizás este sitio no sea el más bonito, pero es el más seguro del hospital”, señala Einat Perez, jefa adjunta de enfermería.
El miércoles, cuando sonaban las sirenas en el norte del país debido a “una sospecha de infiltración aérea”, luego descartada por Israel, un centenar de pacientes fueron bajados al sótano, para ser devueltos a sus habitaciones unas horas más tarde, según Dan Kammoun, un reservista israelí.
“Este lugar es increíble”, sostiene la enfermera Perez. “Es un hospital, no un estacionamiento”.
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