¿Ayudar o no ayudar? Ese es el dilema con la asistencia humanitaria en Afganistán
Los países del exterior condicionaron la ayuda a Afganistán desde el retorno del talibán al poder, pero su estrategia no funcionó.
La orden del talibán de impedir que las mujeres trabajaran en ONG locales e internacionales fue el punto de quiebre para Save the Children, el Consejo Noruego para los Refugiados y la Cooperativa de asistencia y socorro en todas partes (CARE). Tras dicho anuncio, estos tres enormes grupos de ayuda extranjera comunicaron que sus programas en Afganistán quedaban suspendidos.
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La orden del talibán de impedir que las mujeres trabajaran en ONG locales e internacionales fue el punto de quiebre para Save the Children, el Consejo Noruego para los Refugiados y la Cooperativa de asistencia y socorro en todas partes (CARE). Tras dicho anuncio, estos tres enormes grupos de ayuda extranjera comunicaron que sus programas en Afganistán quedaban suspendidos.
“Mientras obtenemos claridad sobre este anuncio, estamos suspendiendo nuestros programas, exigiendo que hombres y mujeres puedan continuar igualmente nuestra asistencia para salvar vidas en Afganistán”, dijeron las organizaciones en un comunicado conjunto.
Poco margen de maniobra les quedaba: si su personal femenino continuaba en actividad, el Ministerio de Economía afgano les iba a suspender la licencia de funcionamiento. Pero las tres ONG no solo reclaman que las mujeres continúen trabajando por lo que significa esto en la lucha por los derechos humanos en Afganistán, sino porque necesitan sus manos. El país corre una suerte de cuenta regresiva hacia la catástrofe absoluta. Se necesita fuerza laboral y recursos.
Solo en el campo de salud, la desnutrición aguda es una de las enfermedades que prometen acabar con el frágil sistema de salud en Afganistán. Brotes de diarrea, sarampión, dengue, malaria y covid-19 también han abrumado los hospitales al punto de sobrecargarlos. Uno de cada diez niños muere de desnutrición. Según Save the Children, una de las organizaciones que ayuda a evitar el colapso del sistema, el número de niños con desnutrición se ha duplicado desde agosto y el país cerrará el año con 4,7 millones de personas en estado de desnutrición, de acuerdo con Naciones Unidas.
En los próximos meses, el 90 % de las clínicas cerraría, según estimaciones de las organizaciones locales. Y sin la asistencia del extranjero, y sin el trabajo de las mujeres, el colapso será inevitable. Afganistán necesita que los recursos del exterior continúen fluyendo, pero estos no lo harán a menos de que el régimen detenga su represión contra las mujeres. Acá se cruzan todas las crisis. El país está atrapado en un ciclo que parece interminable.
Mientras el mundo se volcó a seguir con preocupación y detalle las desgracias salidas de la guerra en Ucrania, el talibán continuó empujando sistemáticamente a las mujeres afganas hacia la desaparición de la vida pública y política. Una semana atrás, el régimen suspendió la educación universitaria para todas las estudiantes. Ya las había excluido de las escuelas secundarias meses atrás y de lugares públicos, como parques y gimnasios. Tampoco pueden protagonizar programas de televisión o transportarse solas por carretera.
“Afganistán no es un país para las mujeres, sino una jaula”, reflexionó la activista afgana Humaira Qaderi.
Sacar a las mujeres de estos escenarios es una tragedia para todo Afganistán. Shabana, una afgana de 24 años consultada por France 24, manifestó ser el único sostén de una familia de 15, por lo que si perdía su trabajo, estas personas morirían de hambre. Como dice el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, “ningún país puede prosperar cuando la mitad de su población es reprimida”. Pero el rumbo que ha tomado el talibán no solo es preocupante por la desigualdad y la decadencia de los derechos humanos en el país. En el fondo de todo, está también la ayuda internacional y la economía afgana, así como el sistema de salud.
Los países del exterior han condicionado la ayuda a Afganistán desde el retorno del talibán al poder. Los recursos seguirían fluyendo siempre y cuando el régimen adoptara un enfoque que protegiera los derechos humanos, en especial para las mujeres. Sin embargo, y pese a las promesas del talibán, esto no se ha visto, por lo que la ayuda se ha congelado, así como los fondos del país en el exterior, y el grifo que mantenían las organizaciones y fondos de cooperación también se ha ido cerrando. Esta situación es alarmante por la extrema dependencia de Afganistán de este dinero.
Antes del regreso del talibán, el 80 % del presupuesto nacional afgano se sostenía por las donaciones y financiación extranjera, Así, el PIB nacional llegó a depender en una gran medida (40 %) de la ayuda internacional. Esto había creado una economía en extremo disfuncional. Según la Red de Analistas de Afganistán (AAN), una organización independiente de investigación, “los fondos del exterior desalentaron la producción nacional e incentivaron las importaciones”.
Los subsidios para cubrir el déficit comercial permitieron importar alimentos básicos y sostener los servicios de salud. Pero todos estos recursos se detuvieron de la noche a la mañana con la retirada del ejército estadounidense en agosto de 2021 y la llegada del nuevo régimen talibán. Cuando esto ocurrió, la economía se desplomó en un segundo. Occidente confió en que, ante la enorme crisis financiera, el hambre y la paralización del sistema de salud, el talibán haría concesiones frente a los derechos humanos a cambio de financiamiento para el país. Fue una visión en extremo optimista, pues como quedó demostrado en la última semana, el talibán demostró ser inflexible y despiadado.
“La naturaleza muy grave de las violaciones de los talibanes, combinada con los riesgos humanitarios, económicos y de seguridad igualmente serios de la situación, han creado un dilema político vicioso”, dijo la Dra. Erica Gaston, jefa del programa de Prevención de Conflictos y Sostenimiento de la Paz en la Universidad de las Naciones Unidas.
La falta de voluntad del talibán para negociar y hacer concesiones deja a los países donantes sumidos en un gran dilema: seguir proporcionando ayuda al país y comprometerse con los talibanes, a riesgo de que esto sea interpretado como un reconocimiento diplomático y que contribuya a perpetuar sus violaciones sistemáticas y estructuras totalitarias. La otra opción es cerrar el grifo de la asistencia humanitaria, que si bien no ha podido compensar los problemas de liquidez, su fin podría castigar aún más a la población y sumirla de inmediato en una emergencia más profunda.
Como explica la Dra. Gaston, al descongelar los fondos se corre el riesgo de entregarle al talibán “el palo y la zanahoria” que se usan para inducir a un mejor comportamiento. Si no lo hacen, el país igual sufrirá efectos económicos y de seguridad sustanciales. Y el talibán reconoce este dilema.
“Los talibanes parecen estar burlándose descaradamente del mundo entero de que no tienen más remedio que ayudarnos”, señaló Vinay Kaura de The Economic Times.
La gran pregunta que hoy se hacen los países occidentales es cómo ayudar al pueblo afgano sin convertirse en cómplice del totalitarismo del talibán. ¿Cómo hacer que el dinero entre desde el extranjero y circule sin que lo toquen los talibanes? Las opciones son limitadas: Estados Unidos estudia la privatización del Banco Central de Afganistán, cuyas funciones serían transferidas a un banco internacional por el que fluirían los activos congelados del gobierno afgano en el extranjero mediante pequeñas transferencias que se cortarían si el dinero es mal utilizado. Por otro lado, Human Rights Watch ha dicho que se pueden enviar declaraciones a bancos en las que se asegure que permitir las transferencias a Afganistán no los meterán en aprietos, pues este es otra barrera que dificulta el flujo de recursos.
“La idea de que Washington no puede hacer más es falsa. Hay muchas cosas que pueden hacer que no están haciendo ahora”, le dijo John Sifton, director de incidencia política en Asia de Human Rights Watch, a Anthony Faiola de The Washington Post.
De todas maneras, y como sugiere Sifton, hay acciones más amplias que se deben adoptar. “La respuesta humanitaria no puede llenar de manera sostenible los enormes vacíos que ha dejado la retirada más amplia del apoyo internacional”, dice Vicki Aken, del Comité Internacional de Rescate (IRC) en Afganistán. La ayuda por sí sola no resolverá la crisis humanitaria. Se necesita la creación de un sistema financiero estable que le permita al país acceder a alimentos básicos y medicinas. Los países occidentales necesitan reevaluar los costos de cortar la ayuda y de las sanciones que deprimen la actividad económica.
Casi un año y medio después del regreso del talibán al poder, la comunidad internacional sigue lejos de descubrir cómo ayudar económicamente a los afganos sin empoderar a los talibanes en el acto. La necesidad en el país, sin embargo, se prolongará hasta que la economía de Afganistán pueda funcionar en la comunidad global. Todo depende de los diplomáticos y de los mismos talibanes.
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