Birmania: una transición incompleta
El ejército birmano aprovechó que el mundo se encuentra enfrentando otras crisis para lanzar un golpe de Estado y perpetuarse en el poder. El cálculo fue acertado. Mientras los militares continúen con amplias ventajas, la democratización será frágil e incompleta.
Camilo Gómez Forero
No hay ninguna sorpresa en el golpe de Estado en Birmania. El martes de la semana pasada, el general Min Aung Hlaing, jefe del ejército birmano con claras ambiciones políticas, había señalado que no descartaba este escenario dadas las supuestas “irregularidades” en las elecciones del pasado noviembre. Apuntó a un “fraude electoral” contra el Partido Unión, Solidaridad y Desarrollo, una fuerza política aliada del ejército, y alimentó este discurso por semanas.
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No hay ninguna sorpresa en el golpe de Estado en Birmania. El martes de la semana pasada, el general Min Aung Hlaing, jefe del ejército birmano con claras ambiciones políticas, había señalado que no descartaba este escenario dadas las supuestas “irregularidades” en las elecciones del pasado noviembre. Apuntó a un “fraude electoral” contra el Partido Unión, Solidaridad y Desarrollo, una fuerza política aliada del ejército, y alimentó este discurso por semanas.
Hubo otra señal. En enero, Wang Yi, el consejero de Estado y ministro de Exteriores de China, hizo una visita a Birmania y se reunió con el general Hlaing. Tras el encuentro, Yi se rehusó a contestar las preguntas de los periodistas sobre si estaba gestándose un golpe en el país. Eso solo sembró más dudas sobre los planes de la cúpula militar. La Organización de Naciones Unidas, finalmente, encendió las alarmas el viernes sobre las declaraciones del alto mando militar birmano. Sus temores estaban justificados. El golpe estaba anunciado y resultó ser cierto.
Todo parecía ser, bajo las condiciones actuales, un plan perfecto para el ejército birmano. Los organismos internacionales y las potencias como Estados Unidos no reaccionaron a tiempo y con ímpetu porque se encuentran, como todo el mundo, lidiando con sus propias crisis.
“Los generales han calculado que pueden salirse con la suya: la nueva administración de Estados Unidos está preocupada por instalarse (aunque advirtió que Myanmar será castigada), China está ocupada con sus propias prioridades y la Unión Europea ha cambiado y se centra en combatir la pandemia”, apunta Salil Tripathi, asesor de políticas y escritor en Foreign Policy.
Ahora, las supuestas irregularidades de las elecciones que denuncia la cúpula militar sobre las elecciones no son más que una campaña fabricada de rumores para justificar su toma del poder a la fuerza. Los observadores internacionales y la Comisión Electoral Nacional rechazaron estas quejas. En dichos comicios, la Liga Nacional para la Democracia (LND), fuerza política de la lideresa civil y premio Nobel Aung San Suu Kyi, se había impuesto de manera aplastante en las urnas y esto representaba una amenaza para el ejército.
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Desde 2008, la LND ha intentado reducir el amplio poder del ejército en el país a través de una reforma a la Constitución que, redactada por los propios militares, retiene un control significativo del gobierno para el ejército, pues les reserva el 25 % de los escaños del Parlamento a los oficiales en servicio.
La LND ha propuesto continuamente la reducción de esos escaños reservados pero no ha tenido éxito, lo que ha dejado al país en medio de una transición incompleta de la dictadura militar a la democracia. Ahora que la LND se disponía a asumir el control del nuevo Parlamento este lunes y se preparaba para recortar los poderes del ejército, los militares, con Hlaing a la cabeza, se anticiparon y lanzaron su ofensiva.
Se han trazado paralelos entre el golpe del lunes y el que protagonizó el general Ne Win en 1962, con el que se instaló la hegemonía militar que ha sometido al pueblo y reprimido a la oposición por casi siete décadas, pero el panorama ahora es más preocupante.
En la década de 1960 los militares no poseían una institución tan poderosa como hoy: ahora tienen una Constitución redactada y supervisada por ellos, ostentan un poder de veto con amplias capacidades y se desempeñan en cargos ministeriales más allá de la cartera de Defensa, además de tener una alta influencia en el sector privado. Además, las fuerzas armadas se han modernizado, recibiendo equipamiento militar de su principal aliado: China. Por todo ello solo se puede esperar un campo de mayor represión contra la ciudadanía.
El panorama tampoco es el mismo en las calles. A diferencia de lo que ocurrió en 1962, cuando las manifestaciones tardaron meses, esta vez la población podría reaccionar de inmediato ante un resultado electoral tan evidente.
“El plan de juego a largo plazo de los militares es difícil de comprender. Habrá ira pública por un golpe tan pronto después de una elección en la que el 70 % de los votantes desafiaron la pandemia del COVID-19 para votar de manera tan abrumadora por Aung San Suu Kyi. Por el momento, la acción de los militares parece imprudente y pone a Myanmar en un camino peligroso”, explica Jonathan Head, corresponsal de la BBC en el sudeste asiático.
Y aunque el desarrollo de su plan no es claro, el objetivo de los militares sí lo es: perpetuarse de nuevo en el poder. Tras el golpe, la junta militar anunció que retendrían el control hasta celebrar nuevas elecciones dentro de un año. Entretanto, dejaron al vicepresidente Myint Swe, una de sus fichas en el gobierno, como presidente interino. Lo que se presume ahora es que el ejército promueva a Swe en las futuras elecciones para reafirmar su poder.
Con esto Birmania ha mostrado ser un espejismo, una historia que Occidente no supo leer con atención. Aunque había un proceso de transición, este no podía ser más frágil. El país estaba a merced de los militares que han acumulado cada vez más poder durante décadas, redactando la Constitución y afianzándose en el poder. Ante cualquier amenaza de perder su estatus, era de esperarse que simplemente decidieran retenerlo por la fuerza.
El golpe no pudo llegar en peor momento. Como se señalaba antes, el mundo está enfocado en enfrentar los problemas derivados por la pandemia de coronavirus. Pero a esto también se suma que la figura de Suu Kyi ya no tiene el mismo peso en el exterior como antes. Esta lideresa civil, alabada hace tres décadas por su oposición al régimen, vio su reputación completamente despedazada en 2019 tras rechazar categóricamente las acusaciones de genocidio de los rohingyás a manos del ejército birmano en la Corte Internacional de Justicia en La Haya.
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Esta desconcertante defensa de quien fue considerada alguna vez un ícono de la democracia tiene varias explicaciones. O Suu Kyi bien puede ser una nacionalista extrema o presentó esa posición con objetivos electorales, pues los comicios se avecinaban y si quería conservar su papel como consejera de Estado le convenía mantener a los generales de su lado.
“Incluso cuando era presa de conciencia y venerada por la comunidad internacional como un ícono democrático, Suu Kyi siempre insistió en que era una política. Esto ha sido confirmado por sus acciones (o falta de acción) desde que asumió el poder en 2016. Si su aparición en la CIJ es una prueba más de las demandas de la realpolitik, surge de un sentido del deber hacia su país o se deriva de sentimientos personales, es difícil de decir”, dijo Andre Selth, profesor adjunto del Instituto Gritffith de Asia, en The Interpreter.
Lo que sí queda claro es que su apoyo internacional se ha visto disminuido y que una democracia en estas circunstancias es imposible, pues evidencia el efecto corrosivo del poder de los militares en la política. La lección que deja Birmania es que la democracia tarda en consolidarse. Ahora el ejercicio vuelve a empezar desde cero. Ha sido un duro golpe para la población, pero también para la comunidad internacional que, luego de aislar a Birmania, la abrazó con entusiasmo por su proceso de democratización.
Estados Unidos y la Unión Europa pueden desatender este conflicto de momento, dadas las condiciones actuales con la pandemia, pero es seguro que pronto volverán a atender el llamado urgente del pueblo birmano, sobre todo entendiendo que esta es una zona que pronto llamará el interés geopolítico. China, que decidió solo “anotar” el incidente del golpe, tiene amplios intereses de inversión en Birmania, por lo que es entendible que busque mantener buenas relaciones a nivel militar y diplomático con el gobierno interino y el que le reemplace. E incluso influir en sus decisiones, dado que ambos gobiernos comparten una persecución contra las minorías.
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