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De dos a cuatro centímetros de piel. Esa era la diferencia entre pasar desapercibida y ser sometida a una paliza en público en Afganistán. Bajo el primer régimen talibán, que gobernó el país entre 1996 y 2001, los talibanes instalaron un aparato represivo que obligó a las mujeres a cubrirse por completo, a esconderse del mundo, a guardar silencio mientras eran violentadas, a dejar de existir. Luego ellos fueron retirados del poder a la fuerza, y una generación de afganas se aproximó a la libertad como nunca antes: estudiaron, trabajaron, votaron, fueron votadas y, sobre todo, ayudaron a levantar la nación que fue hasta el domingo.
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Pero ahora esos mismos milicianos misóginos han retomado el control, tras una serie de fatales errores cometidos por gobiernos extranjeros, y ellas temen haber perdido todo lo que consiguieron en las últimas dos décadas. Y peor aún: se espantan de la idea de que haya venganza por haber vivido durante este tiempo con autonomía.
A las afueras del Taj Beauty Salon en Kabul, que se ha anunciado como “el mejor salón de belleza municipal de todo Afganistán”, los vecinos del sector se aproximaron a cubrir con pintura blanca las fotografías de mujeres con vestidos coloridos que aparecían en la fachada del negocio el pasado domingo. Los talibanes aún no se habían tomado la capital, pero el vecindario eligió ser cauto y prevenir represalias en caso de que llegaran. Exhibir a las mujeres de esta manera habría sido considerado como un insulto y traído consigo un duro castigo.
Aunque los talibanes no han entregado detalles sobre cómo su nuevo régimen tratará a las mujeres, los testimonios que han recogido organizaciones de protección de las afganas señalan que los milicianos no han cambiado en nada su ideología, y que a las mujeres y niñas les espera una nueva era de sometimiento. A medida que avanzaba la insurgencia por las provincias, los combatientes talibanes entraron a las oficinas, principalmente de bancos, y les ordenaron a las mujeres que trabajaban allí que se fueran a sus casas. Ahora las afganas se enfrentan a la incertidumbre de saber si con el nuevo -viejo- régimen podrán trabajar como en los últimos años, o serán condenadas a sobrevivir de la mendicidad como en el pasado.
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La pintura blanca escondió entonces lo que fue un símbolo de la libertad de las mujeres afganas en las últimas dos décadas. Los salones de belleza fueron considerados como la alegoría de las mujeres con espíritu libre que querían emanciparse, y lucir y vestir como les plazca. Pero ahora estos negocios han comenzado a cerrar. No hay posibilidades de que los talibanes los permitan, dicen sus propietarios. Pero, como siempre, en la desdicha de algunos se encuentra la fortuna de otros. Y mientras esta industria entra en declive, otro comercio vive su auge: las tiendas de burkas reabren en todas las provincias, ofreciendo velos a precios muy altos. Pasaron de costar US $3 a US $42. El símbolo del régimen ha vuelto a los mercados, exhibiéndose como la principal armadura para defenderse en esta nueva guerra contra la misoginia del viejo-nuevo régimen.
“Con el colapso de cada ciudad, el colapso de los cuerpos humanos, el colapso de los sueños, el colapso de la historia y el futuro, el colapso del arte y la cultura, el colapso de la vida y la belleza, nuestro mundo colapsa”, escribió la artista afgana Rada Akbar.
Los salones de clase también fueron escenario de una despedida dolorosa. El domingo, al escuchar las noticias de los talibanes, los profesores reunieron a sus estudiantes para decir adiós. “No nos volveremos a ver”, les dijeron a cientos de jóvenes conmocionadas, según Bloomberg. Esas palabras fueron la antesala de la evacuación, del cierre de las escuelas y del posterior encierro de las jóvenes en sus casas.
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Como si no hubiera suficientes muestras del desespero que están viviendo las mujeres, se ha reportado que algunas estarían abasteciéndose de veneno para suicidarse antes de ser sometidas otra vez por los talibanes a una vida de abusos y violaciones. No sería descabellado que esto ocurriera. Desde la aparición de los milicianos, las mujeres han visto el suicidio como una ruta de escape. Según la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC), aproximadamente 3.000 afganos intentan quitarse la vida cada año, y el 80 % son mujeres que sufren de al menos una forma de violencia física o psicológica.
Por esto es imposible no hacer paralelos con la Caída de Saigón, en donde cientos de personas también se armaron de veneno para suicidarse en caso de ser capturadas. Tampoco se puede evitar la palabra traición. Ante el desespero de las afganas, algunos líderes han hecho lo que siempre hacen: observar detenidamente, “muy preocupados por la situación”, en silencio y sin acciones.
Hay mujeres en Afganistán que ni siquiera conocen los horrores de vivir bajo el mando de los talibanes. Esa generación que creció con más libertades -aunque no totales, pues la misoginia prevalecía en las regiones del país por connotaciones culturales-, es la que hoy lleva la peor parte. Han perdido su identidad. Esperan en sus casas, en silencio, ante el colapso total del mundo en el que se desarrollaron, viendo como se vuelven realidad de a poco las historias que les contaban sus madres de un tiempo que fue una pesadilla, valorando aún más el paso efímero de la palabra libertad.
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Los sueños están rotos. Las mujeres sacrificaron mucho por la poca libertad que les dieron en este tiempo. Ahora lloran al saber que pueden ser esclavas. Que sus vidas pronto podrían valer tan poco como el pasaje de un taxi a Kabul, como contó una afgana al diario The Guardian. “Es como si mi identidad estuviera a punto de ser borrada”, dijo una de ellas a The Guardian.
El plazo para evitar que lo peor sucediera se agotó. La invasión llegó sin mayores planes de contingencia, como quedó demostrado el domingo. Las escenas de civiles y extranjeros tratando de huir por el aeropuerto de Kabul fácilmente podrán ser catalogadas como las imágenes del año. Ad portas de una nueva crisis migratoria, tal como sucedió en 2001 con la invasión estadounidense, los gobiernos de la OTAN exploran cómo enfrentar el problema, mientras organizaciones defensoras de los derechos de la mujer van ejecutando sus primeras acciones.
La organización Women for Women International está recolectando donaciones para ayudar a las activistas afganas que organizan a grupos de mujeres a escapar a lugares seguros y a mantenerse conectadas. El Instituto de Mujeres, Paz y Seguridad de Georgetown está haciendo lo mismo y su directora, Melanne Verveer, le planteó al gobierno estadounidense cuatro acciones para afrontar este nuevo reto: enviar vuelos chárter directos para la evacuación de las mujeres más amenazadas en Afganistán (Canadá es un país que ya lo está haciendo); destinar recursos para que las mujeres activistas continúen con sus labores en el campo; establecer un programa de libertad condicional que le permita a las activistas afganas entrar a Estados Unidos de manera ágil y, finalmente, crear un grupo de coordinación para la reubicación de refugiados, enfocándose especialmente en las mujeres.
El presidente Joe Biden falló estrepitosamente en su manejo de la situación en Afganistán, pero responsabilizarlo a él de todo el problema resulta irresponsable y desconectado con la realidad. Trump, Obama y Bush padre e hijo tienen tanta responsabilidad como el actual mandatario.
La crisis actual es producto de 20 años de errores y desconexión entre el gobierno estadounidense y la realidad en el campo. Como señala Verveer, “los esfuerzos actuales no solo carecen de capacidad de procesamiento, sino también de una comunicación clara sobre lo que significan en la práctica las nuevas políticas estadounidenses”. Siguiendo esta hoja de ruta no se solucionará el problema de raíz, pero es la manera más efectiva de ayudar a cientos de miles de mujeres que hoy están sumidas en la angustia. Y a Biden, quien ha sido un promotor de la igualdad de género y los derechos de las mujeres, le corresponde poner en marcha este plan -y otros- para solucionar lo que él y sus antecesores crearon. La culpa no es de una administración, sino de toda la estructura política de Estados Unidos.
Si está buscando maneras de ayudar a las mujeres afganas, puede considerar apoyar los esfuerzos de las siguientes organizaciones que están trabajando en el terreno: el Comité Internacional de la Cruz Roja (atiende a 4.000 personas heridas por armas en Afganistán desde Agosto), Women for Women International, Save the Children, Afghanaid y el Comité Internacional de Rescate.