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Desde finales de 2018 Sudán es escenario de un estallido social que puso fin a los 31 años de gobierno del general Omar al-Bashir. El 30 de junio es una fecha importante en este proceso de cambio. Para Samia al-Gallabi, activista y escritora sudanesa que participa del movimiento de protesta, este día “representa la unidad de millones de personas y la constante lucha por exigir un gobierno civil y no militar. Saldremos a las calles, a pesar de las amenazas represivas, para rectificar el rumbo de la revolución.”
Ahora, ¿cómo es que Sudán llegó a este punto? Poco escuchamos en la prensa colombiana, siendo para muchos el genocidio de Darfur (2003) la referencia más reciente. Hoy el país vive una crisis humanitaria en la cual 9.3 millones de personas requieren ayuda urgente, hay 1.9 millones de desplazados y múltiples casos de enfermedades graves, malnutrición e inseguridad alimentaria (UNICEF, 2020). Sudán no está lejos de realidades como la nuestra y de catástrofes humanitarias como las de Siria, Yemen y Libia.
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El área geográfica de Sudán presenta hoy dos Estados, la República de Sudán y Sudán del Sur (creado en 2011). Ambos territorios se ubican en el oriente del continente africano, lugar de antiguas rutas estratégicas/comerciales entre Asia- África que integran el rio Nilo, el acceso al mar Rojo y recursos como petróleo, oro, metales y otros minerales.
La crisis en Sudán tiene raíces en la historia contemporánea del país. Antes de convertirse en un “Estado nación”, fue escenario de una pluralidad de sultanatos que al igual que otros casos en África y Medio Oriente, cayeron bajo el dominio del colonialismo europeo en el siglo XIX (diversos sucesos involucraron a británicos, franceses, italianos, belgas, entre otros). Su población siempre mostró resistencia e inconformismo a la dominación extranjera, como ocurrió con el movimiento de Mohammed Ahmed (el Mahdi) en 1881 y la independencia del país en 1956.
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Años más tarde, Omar al-Bashir llegó al poder en 1989 cuando derrocó en un golpe militar a Sadiq al-Mahdi (primer ministro). Su administración se caracterizó, entre otros elementos, por el fortalecimiento de las fuerzas armadas; la polémica alianza con sectores integristas islámicos como Hassan al-Turabi (líder sudanés muerto en 2016) y con China; una profunda crisis política y económica, marcada por regiones marginadas del poder central y las atrocidades cometidas en Darfur. Las protestas del 18 de diciembre de 2018 en contra del incremento al precio del pan fueron la antesala del fin del gobierno que fue oficial el 11 de abril de 2019.
La icónica fotografía de la sudanesa Alaa Salah liderando las protestas en Jartum, integró a Sudán al escenario de las revueltas de 2011 en la región. Allí fue importante el trabajo de la Asociación de Profesionales, sindicatos, campesinos, comunidades étnicas, tribus, los imazighen (mal llamados beréberes), pero sobre todo de las mujeres. Samia enfatiza que “el papel de la mujer fue crucial, incluso durante la dictadura de al-Bashir. Fueron décadas de políticas represivas hacia las mujeres y ahora estamos siendo protagonistas. Muchas mujeres utilizan la expresión Kandakas o guerreras nubias para expresar el nuevo papel de la mujer en la sociedad “.
La era Al-Bashir, arrestado y a la espera de comparecer ante la Corte Penal Internacional, dio paso a una transición aunque dominada por la junta militar, escenario similar a Egipto pos2011 y Argelia 2019. La presión de diferentes comités de resistencia y sectores de la sociedad civil, especialmente a raíz de la masacre el 3 de junio de 2019 donde las fuerzas de seguridad mataron a más de 100 personas, hizo que se acordara un gobierno de transición conjunto (militar-civil) con el objetivo de celebrar elecciones en 2022, pero rechazado nuevamente por una pluralidad de sectores políticos y sociales del país. La violencia permaneció, como sucedió con la masacre de El-Geneina en diciembre de 2019 por lo que la agenda revolucionaria continua.
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Es importante considerar tres elementos adicionales. Primero, los rezagos del genocidio de Darfur, aquella dolorosa destrucción sistemática de una población por parte de las milicias yanyauid. Se trata de un conflicto que al día de hoy sigue sin resolverse y que involucra el drama de los campos de refugiados, generaciones que solo conocen el exilio y la presencia de grupos armados. Recientemente Ali Kushaib, uno de los comandantes más importantes de este suceso, compareció ante la CPI y está por verse qué sucede con los demás involucrados.
Segundo, esta desestabilización también afecta a Sudán del Sur debido al acuerdo de paz y la comunidad de intereses. Desde los tiempos de las ocupaciones británica y egipcia, tanto el norte como el sur de Sudán fueron tratados como regiones separadas. Sin embargo en 1946 decidieron unirlas en una entidad administrativa. Hasta el año del referéndum (2011) ambos territorios estuvieron en constante conflicto (primera y segunda guerra civil) y se esperaba que la solución fuera conformar un Estado independiente en el sur. Sin embargo, dos años más tarde la joven nación estaría en pugna nuevamente. Si bien en 2015 se logró un acuerdo de paz y recientemente un pacto para un gobierno de unidad, es evidente que subsisten profundos problemas estructurales. Finalmente, en los últimos días vuelve a estar en la mesa de discusión el proyecto de Etiopía de construir una represa en el Nilo Azul, que afecta los intereses de Sudán y Egipto.
Mucho de lo que sucede en Sudán tiene que ver con exclusión política, crisis económica, injusticia social y no siempre con religión o etnia (sumemos el COVID-19). Como bien apunta Samia, “a pesar de la distancia geográfica y de procesos políticos diferentes, Colombia y Sudán encuentran un punto en común. En Jartum tenemos una zona que lleva el nombre de Colombia y en las protestas se convirtió en un referente de insatisfacción popular. Por ello la conocemos como el “alma de la revolución” (roh al-Thawra)”. *
Las protestas continúan, ambos pueblos luchan por un mejor futuro y poder dejar la guerra en el pasado.
*Fragmentos de la entrevista realizada por el autor, junio de 2020.
**Felipe Medina Gutiérrez es docente de la Universidad Externado de Colombia