Colombiano retrata los días más duros de la guerra en Altos de Karabaj
La semana pasada llegó una buena noticia para los habitantes de Armenia y Azerbaiyán, enfrentados desde el 27 de septiembre por el enclave de Nagorno Karabaj. Así se vivió la guerra, que al parecer, este intento de paz podría detener.
Mauricio Morales Duarte / Desde Altos de Karabaj
El cuerpo le temblaba, la mirada iba de lado y lado, los ojos vidriosos y cansados comenzaban a llenarse de lágrimas. Contaba cómo un ataque de cohetes “smerch” cayeron a pocos metros de su casa, destruyendo en gran parte el colegio donde solo unos días antes iban a clase niñas y niños de Stepanakert, la capital del enclave armenio dentro del territorio reconocido como parte Azerbaiyán.
Está mujer lleva más de 15 días bajo tierra, solo la idea de subir unas escaleras a su piso, la quiebra; se llena de miedo, su cuerpo se estremece.
La guerra que empezó el 27 de septiembre, en la zona conocida por los armenios como Artsakh, es una continuación de la contienda bélica que terminó en 1994 y dejó más de 30.000 muertos de lado y lado, y miles de desplazados azeriés. En 2016, durante cuatro días combatieron de nuevo. Los azeriés lo ven como una ocupación mientras los armenios lo ven como su tierra histórica.
Como dice Benik, de 78 años, “la guerra de trincheras y kalashnikovs, en parte ha cambiado a una guerra de drones y de artillería: no ves a tu enemigo”.
Fuma cigarrillos con otros cuatro vecinos. A unos metros, un cohete sin estallar incrustado en el pavimento. La tecnología y las redes sociales son un nuevo jugador importante en los esfuerzos de guerra de ambos países. Las imágenes de drones atacando posiciones, semejantes a un videojuego son compartidas por las redes sociales como victorias y derrotas de unos y otros.
Mujeres y hombres mayores son acompañados por algunas familias con niñas y niños. Los últimos que quedaron en los refugios de Stepanakert, como muchos en Armenia, tienen a algún hijo, hermano, padre o amigo peleando en el frente. Son los soldados que mueren.
Según fuentes oficiales, más de 1.000 soldados han muerto en Armenia, un país de poco más de 3 millones de habitantes; del lado de Azerbaiyán el número aún no es público, pero se dice que el número de fallecidos ronda la misma fatal cifra armenia.
“Les digo a las madres de los soldados azeríes que les digan a sus hijos que se vayan , que no quiero que mueran, porque ganaremos”, decía una mujer que llevava mas 3 semanas en un refugio, y que repetía como muchos armenios el eslogan de la propaganda oficial: “Ganaremos”. Pero la “victoria” Armenia parecía cada vez mas lejana.
En Martakert, Rasheed de 60 años, está convencido de que ganarán. Su hijo está en el frente y los recuerdos de la guerra que él mismo peleó años atrás hace que esa aparente fortaleza se quiere por instantes; no puede contener las lágrimas, pero rápidamente se limpia. La guerra tiene un costo alto, y el lo sabe. Solo queda él en esa parte del pueblo, los sonidos de la artillería son continuos, unos que salen y otros que entran.
Cerca de Martakert, dentro de un tubo de desagüe se resguardan soldados armenios, no pasan de los 20 años; cerca una posición de artillería destruida, el humo aun sale.
Los soldados, como es costumbre en las guerras, siempre son jóvenes, aunque aquí se ven hombres en sus treintas y cuarentas. Han venido de diferentes partes del mundo, hijos y nietos de la diáspora que escaparon del genocidio armenio. Con Turquía apoyando a Azerbaiyán, el fantasma del genocidio y la aniquilación de su pueblo se cierne sobre las mentes de los ciudadanos de este país en el Cáucaso.
Quizás ajeno a los juegos geopolíticos de las grandes naciones involucradas en el conflicto, un soldado armenio limpiaba la sangre de lo forros de la silla del coche donde su compañero murió, cuando un ataque de artillería los alcanzó. Él y otro compañero sobrevivieron. Hace una llamada y se quiebra; a todos les pasa. Llora sobre el carro en donde murió su amigo.
Al frente de la casa un hombre mayor metía unos patos al baúl de su vehículo. Son de su hija huyó de Armenia con sus nietos. Como otros miles, principalmente mujeres y niños con miradas largas y ojerosas, que se agolparon en Ereván, escapando de la muerte y las explosiones.
En las calles de Ereván, todavía se ven las fotografías y videos de los soldados armenios con sonrisas y fortaleza: “Ganaremos”. Un ataque que niega Armenia, a la ciudad de Ganja en Azerbaiyán dejo al menos 21 muertos entre ellos 3 niños; el presidente azerí ha prometido venganza.
El pasado 10 de noviembre, fuerzas azeríes tomaban el control de la ciudad de Shushi, como la llamaban los armenios, ahora vuelve a ser Shusha, en azerí, a tan solo 20 km de la autoproclamada capital de Artsakh, Stepanakert.
Los pocos civiles que permanecían ahí trataban de huir por los pocos caminos que quedaban hacia Armenia. Los armenios perdían una de las ciudades mas importantes, al igual que varias regiones y poblados que pudieron retomar los azeríes.
Después de tres ceses el fuego fallidos, este último anunciado el pasado martes parece definitivo, por ahora.
El gobierno ruso, los armenios y los azeríes han acordado un cese completo de hostilidades; cerca de 2.000 efectivos rusos se desplegarán como una fuerza de paz sobre la línea de contacto, durante los próximos cinco años. Las protestas no se hacían esperar en Ereván, miles de personas se tomaban el parlamento, y exigían al gobierno no pactar con Azerbaiyán, querían continuar luchando por lo que consideran su tierra.
Las tumbas aun nuevas en el cementerio de Stepankert recuerdan lo que escribió George Santayana: “Solo los muertos han visto el final de la guerra”, en esta zona del Cáucaso el conflicto y la tensión por la tierra de los altos de Karabaj continua.
El cuerpo le temblaba, la mirada iba de lado y lado, los ojos vidriosos y cansados comenzaban a llenarse de lágrimas. Contaba cómo un ataque de cohetes “smerch” cayeron a pocos metros de su casa, destruyendo en gran parte el colegio donde solo unos días antes iban a clase niñas y niños de Stepanakert, la capital del enclave armenio dentro del territorio reconocido como parte Azerbaiyán.
Está mujer lleva más de 15 días bajo tierra, solo la idea de subir unas escaleras a su piso, la quiebra; se llena de miedo, su cuerpo se estremece.
La guerra que empezó el 27 de septiembre, en la zona conocida por los armenios como Artsakh, es una continuación de la contienda bélica que terminó en 1994 y dejó más de 30.000 muertos de lado y lado, y miles de desplazados azeriés. En 2016, durante cuatro días combatieron de nuevo. Los azeriés lo ven como una ocupación mientras los armenios lo ven como su tierra histórica.
Como dice Benik, de 78 años, “la guerra de trincheras y kalashnikovs, en parte ha cambiado a una guerra de drones y de artillería: no ves a tu enemigo”.
Fuma cigarrillos con otros cuatro vecinos. A unos metros, un cohete sin estallar incrustado en el pavimento. La tecnología y las redes sociales son un nuevo jugador importante en los esfuerzos de guerra de ambos países. Las imágenes de drones atacando posiciones, semejantes a un videojuego son compartidas por las redes sociales como victorias y derrotas de unos y otros.
Mujeres y hombres mayores son acompañados por algunas familias con niñas y niños. Los últimos que quedaron en los refugios de Stepanakert, como muchos en Armenia, tienen a algún hijo, hermano, padre o amigo peleando en el frente. Son los soldados que mueren.
Según fuentes oficiales, más de 1.000 soldados han muerto en Armenia, un país de poco más de 3 millones de habitantes; del lado de Azerbaiyán el número aún no es público, pero se dice que el número de fallecidos ronda la misma fatal cifra armenia.
“Les digo a las madres de los soldados azeríes que les digan a sus hijos que se vayan , que no quiero que mueran, porque ganaremos”, decía una mujer que llevava mas 3 semanas en un refugio, y que repetía como muchos armenios el eslogan de la propaganda oficial: “Ganaremos”. Pero la “victoria” Armenia parecía cada vez mas lejana.
En Martakert, Rasheed de 60 años, está convencido de que ganarán. Su hijo está en el frente y los recuerdos de la guerra que él mismo peleó años atrás hace que esa aparente fortaleza se quiere por instantes; no puede contener las lágrimas, pero rápidamente se limpia. La guerra tiene un costo alto, y el lo sabe. Solo queda él en esa parte del pueblo, los sonidos de la artillería son continuos, unos que salen y otros que entran.
Cerca de Martakert, dentro de un tubo de desagüe se resguardan soldados armenios, no pasan de los 20 años; cerca una posición de artillería destruida, el humo aun sale.
Los soldados, como es costumbre en las guerras, siempre son jóvenes, aunque aquí se ven hombres en sus treintas y cuarentas. Han venido de diferentes partes del mundo, hijos y nietos de la diáspora que escaparon del genocidio armenio. Con Turquía apoyando a Azerbaiyán, el fantasma del genocidio y la aniquilación de su pueblo se cierne sobre las mentes de los ciudadanos de este país en el Cáucaso.
Quizás ajeno a los juegos geopolíticos de las grandes naciones involucradas en el conflicto, un soldado armenio limpiaba la sangre de lo forros de la silla del coche donde su compañero murió, cuando un ataque de artillería los alcanzó. Él y otro compañero sobrevivieron. Hace una llamada y se quiebra; a todos les pasa. Llora sobre el carro en donde murió su amigo.
Al frente de la casa un hombre mayor metía unos patos al baúl de su vehículo. Son de su hija huyó de Armenia con sus nietos. Como otros miles, principalmente mujeres y niños con miradas largas y ojerosas, que se agolparon en Ereván, escapando de la muerte y las explosiones.
En las calles de Ereván, todavía se ven las fotografías y videos de los soldados armenios con sonrisas y fortaleza: “Ganaremos”. Un ataque que niega Armenia, a la ciudad de Ganja en Azerbaiyán dejo al menos 21 muertos entre ellos 3 niños; el presidente azerí ha prometido venganza.
El pasado 10 de noviembre, fuerzas azeríes tomaban el control de la ciudad de Shushi, como la llamaban los armenios, ahora vuelve a ser Shusha, en azerí, a tan solo 20 km de la autoproclamada capital de Artsakh, Stepanakert.
Los pocos civiles que permanecían ahí trataban de huir por los pocos caminos que quedaban hacia Armenia. Los armenios perdían una de las ciudades mas importantes, al igual que varias regiones y poblados que pudieron retomar los azeríes.
Después de tres ceses el fuego fallidos, este último anunciado el pasado martes parece definitivo, por ahora.
El gobierno ruso, los armenios y los azeríes han acordado un cese completo de hostilidades; cerca de 2.000 efectivos rusos se desplegarán como una fuerza de paz sobre la línea de contacto, durante los próximos cinco años. Las protestas no se hacían esperar en Ereván, miles de personas se tomaban el parlamento, y exigían al gobierno no pactar con Azerbaiyán, querían continuar luchando por lo que consideran su tierra.
Las tumbas aun nuevas en el cementerio de Stepankert recuerdan lo que escribió George Santayana: “Solo los muertos han visto el final de la guerra”, en esta zona del Cáucaso el conflicto y la tensión por la tierra de los altos de Karabaj continua.