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Colombianos que pelean por Muamar Gadafi

Diez supuestos mercenarios de Colombia habrían sido asesinados por rebeldes libios en Misrata. La embajada en Egipto busca confirmar los datos de los nacionales muertos.

Angélica Lagos Camargo
13 de septiembre de 2011 - 09:59 p. m.
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El 30 de junio de 2011, en entrevista con El Espectador, Mahmoud Shammam, ministro de medios del Consejo Nacional de Transición (órgano político de la rebelión libia) lo advirtió: “Hay paramilitares que han estado apoyando por dinero a Gadafi, pero no sólo vienen del África negra, hay árabes, europeos, pilotos serbios y francotiradores colombianos”.

El periódico croata Vecernji List publicó en su edición del martes lo que parece ser la confirmación de esa denuncia. Rebeldes libios habrían matado a 85 mercenarios extranjeros tras arrebatarle el control de la ciudad de Misrata a las fuerzas de Muamar Gadafi. Abdelaziz Madini, un guerrillero libio citado por el diario, aseguró: “Entre los ejecutados había nueve croatas, doce serbios, once ucranianos y diez colombianos. Los que no murieron en la batalla, fueron condenados de inmediato: una bala en la cabeza y adiós. Eran asesinos, carniceros, no un grupo de soldados; eran hombres sin alma que mataban por dinero”.

Desde febrero, cuando comenzaron las revueltas libias, se denunció la presencia de mercenarios internacionales. El historiador egipcio Jalil Safi explicó que la presencia de africanos defendiendo al dictador no sorprendió a nadie: “Gadafi solía contratar paramilitares africanos para su seguridad personal, especialmente de Chad, Mali y Níger, por cuestión de lealtad, pero no de países europeos y menos latinoamericanos”.

Aunque no hay datos específicos de cuántos colombianos han sido reclutados por estas empresas de seguridad, desde 2004 Naciones Unidas estudia cerca de 50 casos de exmilitares colombianos que se fueron a trabajar con empresas de seguridad privadas y que no reciben el pago prometido.

En 2006 se supo de un grupo de aproximadamente 200 nacionales que fueron contratados por la empresa de seguridad privada estadounidense Blackwater para trabajar en Irak y Afganistán.

El último caso lo reveló el periódico The New York Times. Según el diario, desde noviembre de 2010 docenas de colombianos se entrenan en Zayed Military City, una base de los Emiratos Árabes Unidos, situada en el desierto, a 20 kilómetros del aeropuerto de Abu Dabi, para prestarle servicios de seguridad a la familia real.

La Corporación Nuevo Arco Iris de Colombia está realizando una investigación en donde se estudia este fenómeno y que revela cómo exmiembros de grupos armados y exmilitares trabajan en el Medio Oriente y en México. El profesor de la UNAM Luis Astorga dice sobre el tema de los mercenarios en su país: “No conviene que se sepa que México está recibiendo servicios militares del extranjero, y menos de empresas privadas”.

José Luis Gómez del Prado, del Comité sobre Mercenarios de Naciones Unidas, denunció que más del 70% u 80% de las multinacionales privadas de seguridad son de Estados Unidos y Reino Unido y están reclutando gente en todo el mundo. “Aunque inicialmente buscaban muchos africanos, la participación de estas empresas de seguridad en golpes de Estado (como el fallido de 2004 en Guinea Ecuatorial) hizo que exploraran otros países”, explicó Norman Lambo, experto en seguridad africana.

Exmilitares colombianos que han trabajado para estas empresas en Irak y Afganistán, “cuidando campos petroleros u otras instalaciones”, dicen que reciben entre US$4.500 y US$6.000 mensuales. Naciones Unidas estima que el negocio mueve US$100 billones al año.

Mario Iguarán, embajador colombiano en Egipto y concurrente en Libia, informó que ya pidió a la representación libia en El Cairo informes sobre la identidad de los colombianos muertos a manos de los rebeldes en la ciudad de Misrata. La Cancillería también está haciendo las respectivas investigaciones. En Colombia no es un delito la preparación de mercenarios. El país no ha suscrito la convención de Naciones Unidas contra su reclutamiento, utilización, financiación y entrenamiento.

Por Angélica Lagos Camargo

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