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¿Cómo modernizar a Colombia?

El coautor de ‘¿Por qué fracasan las naciones?’ plantea una vía controversial para el posconflicto de este país: en lugar de tratar de solucionar el problema de la tierra, mejor —y más realista— hacerlo con la educación y las oportunidades. Análisis.

James A. Robinson * Especial para El Espectador
14 de diciembre de 2014 - 02:00 a. m.
“Existen muchas sociedades exitosas hoy que resolvieron su problema rural ignorándolo y dejándolo marchitar”, dice el profesor de Harvard./  Presidencia
“Existen muchas sociedades exitosas hoy que resolvieron su problema rural ignorándolo y dejándolo marchitar”, dice el profesor de Harvard./ Presidencia
Foto: CESARCARRION
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Hoy, cuando escribo estas líneas, he podido observar dos lados de Colombia. Con frecuencia hablo de esa sociedad dual que existe en este país, pero hoy solo una de ellas fue parte de dicha dualidad: la de los campesinos y activistas en Apartadó. La segunda no fue la usual imagen opuesta a la de los campesinos, esa de las élites (tanto la del tuxedo como la del orangután). Esta vez eran jóvenes educados, creativos, nerds, emocionados con sus computadores, en competencia en Cartagena por el diseño de una aplicación (app) para la paz; jóvenes procedentes de ciudades como Manizales, que tienen más en común con jóvenes en los Estados Unidos que con cualquier persona en Apartadó.

¿Cómo es que Colombia se va a modernizar? Bueno, estos jóvenes que vi hoy ya son modernos. Lo que se requiere es que puedan transformar a la sociedad para que sea como ellos. Max Planck, el gran físico alemán, decía que “la ciencia avanza con cada funeral”. Quizá lo mismo sea cierto para las sociedades.

Pero, ¿cómo sería esa transformación posible? Ciertamente no luchando por la tierra o institucionalizando la pobreza en la periferia con la distribución de “40 acres y una mula”.

El Gobierno colombiano está todavía promoviendo la noción de que la solución del problema agrario pasa por la restitución de tierras y la redistribución de baldíos y de tierras mal habidas. De esta manera, crecen las esperanzas de la gente —cuando todos sabemos que esto es en realidad imposible de conseguir— y se aplaza la posibilidad de que la gente tome la decisión de rendirse y hacer algo distinto.

Al mismo tiempo, la redistribución de la tierra no puede ser la forma de resolver los conflictos en Colombia, porque por su naturaleza la reforma agraria es de suma-cero: o la tengo yo y tú no, o al contrario. Nada es más propenso al conflicto.

Colombia será moderna si esos jóvenes nerds superan al campesinado y hacen a la élite tradicional tan innecesaria y anacrónica como llegó a serlo la aristocracia británica. 

- Ejemplos de otras partes

Existen muchas sociedades exitosas hoy que resolvieron su problema rural ignorándolo y dejándolo marchitar. Las sociedades alrededor de las plantaciones de azúcar en las islas de Barbados y Mauricio lo hicieron. Las mismas familias blancas tradicionales siguen siendo dueñas de los cañaduzales, pero la gente entendió que su futuro estaba en otra parte; y lo estaba.

Inglaterra hizo lo propio. En el siglo XVIII, Inglaterra experimentó los cercamientos rurales y un gran desplazamiento de gente desde el campo, gente que obtenía su sustento del suelo que pisaba. El libro Paseos rurales, de William Cobbett, y El trabajador del campo, de John y Barbara Hammond, son reveladores.

La gente se mudaba a las ciudades y pueblos y durante ese siglo se vieron significativos incrementos en la concentración de la tierra. ¿Por qué no hubo una acción política hacia una reforma agraria o la redistribución de las tierras? Porque el futuro estaba en otra parte.

Podríamos pensar incluso en que los Estados Unidos nunca resolvieron el problema agrario en el sur, y el sur finalmente comenzó a equipararse con el resto del país cuando la mayoría de los afroamericanos comenzaron a emigrar en los años cuarenta del siglo pasado.

Alguna vez le pregunté a un político de la isla Mauricio ¿por qué, cuando toda la tierra era propiedad de “les grand blancs” (“los grandes blancos”), no hubo nunca una reforma de tierras? Me respondió: “¿qué futuro hay en cortar caña; usted querría que su hijo fuera un cortero de caña?”.

Si uno quiere hoy ver a “los grandes blancos” tiene que ir a las carreras de caballos en Port Louis una tarde de domingo. Como también sucede en Inglaterra en las carreras de Ascot, en donde la aristocracia observa los caballos y casa a sus hijos e hijas entre ellos mismos.

Una vez uno toma la ruta de pelear por la tierra, corre el riesgo de terminar como en Zimbabue, en conflicto y declive económico. 

- Contra toda lógica

Esto genera una pregunta importante para la situación en Colombia: ¿Por qué es que incluso quienes fueron brutalmente aterrorizados y desposeídos, como los pobladores de El Salado, quieren retornar y reconstruir sus comunidades, aun cuando su tierra ha sido robada? ¿Por qué ven un futuro en “cortar caña”?

Admiro profundamente su valentía, recursividad y la ayuda que obtienen de organizaciones como la Fundación Semana. Pero cuando visité El Salado vi mucha pobreza, un centro de salud cerrado porque los salarios de los empleados no habían sido pagados y estaban en paro. Las bodegas en donde anteriormente se compraba tabaco, el único producto agrícola comercial, se convirtieron en billares. Hay paz pero no hay empleos y hasta donde pude ver hay pocos prospectos, excepto en la tierra que fue robada y que es ahora usada por los ocupantes de “buena fe” (según la Ley de Víctimas), como Cemento Argos. ¿Qué es lo que atrapa a la gente en situaciones como esta?

Obviamente esto es excelente para las élites colombianas. Después de todo, ¿quién va a cortar los racimos de plátano en Apartadó y a trabajar en el baldío adquirido de forma dudosa en Vichada? Y de pronto esto es parte de la historia de la eterna promesa de la reforma agraria: prometerla hasta el cansancio pero nunca hacerla realidad y así la élite obtiene lo mejor de los dos mundos: nunca en realidad va a sacrificar la tierra, pero se mantiene la fuerza de trabajo en el lugar con la esperanza de que la reforma suceda en algún momento.

Mi madre nació en un barrio trabajador llamado South Bank, a orillas del río Tees, en el norte de Inglaterra, y su único objetivo en la vida era salir de allí para nunca más volver. ¿Cómo lo hizo? Entró a la escuela de gramática en Saltburn. ¿En dónde está esta opción en El Salado?

- Una vía alternativa

La educación es un juego de suma positiva: mi proceso educativo no impide el de los demás y la educación no amenaza los intereses directos de nadie. ¿Por qué entonces no hay una discusión sobre educación en La Habana?

Todo esto se basa en que la gente no sólo tenga acceso a educación, sino que también tenga oportunidades. Esta es, en mi opinión, una discusión mucho más provechosa. Sí, existen toneladas de barreras de entrada y de monopolistas en Colombia, pero dudo que esto sea más difícil de solucionar que el problema de la tierra. No subestimo los problemas de la zonas urbanas en Colombia, que ciertamente no son un paraíso. Sin embargo, la pobreza es menor, los servicios públicos y escuelas son mejores, la política es más progresiva y hay muchas más oportunidades. Esa es la real discusión sobre una Colombia moderna.

Un punto final. Bajo ese modelo, ¿cómo se pacifica el campo? Esto no fue un problema en Barbados, Mauricio o incluso Inglaterra. Creo que, como lo entendió Vicente Castaño, se debe usar a la élite para hacerlo. Castaño dijo: “...en Urabá tenemos cultivos de palma de aceite. Yo mismo he persuadido a empresarios para que inviertan en esos proyectos productivos de largo plazo. La idea es que los ricos inviertan en esos proyectos en diferentes zonas del país. Cuando los ricos lleguen allí, las instituciones del Estado vendrán detrás. Infortunadamente, las instituciones estatales solamente participan en estas aventuras cuando los ricos están metidos. Tenemos que llevarlos a todas las esquinas del país y esa es una de las misiones de nuestros comandantes”.

En algún sentido, esto fue lo que hizo Estados Unidos. Creó inmensos incentivos para que los capitalistas sin escrúpulos construyeran vías férreas e infraestructura y permitieran que las sociedades de frontera funcionaran (solamente harían dinero si la gente iba a esos lugares y eso solamente era posible si había paz y servicios).

Una hipótesis simple sobre el ímpetu de paz en Colombia es que de repente la periferia se ha vuelto un valioso recurso natural y la ruta paramilitar para la pacificación terminó teniendo muchos efectos colaterales. Así es que los intereses económicos quieren la paz, de esa manera pueden hacer dinero, para ello quieren aportes del Estado y tienen la influencia suficiente para que todo ello suceda (a lo Vicente Castaño).

- Élites y paz territorial

¿Hay modelos alternativos? Hay uno, ese del alto comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, cuando habla de la “paz territorial”. En este modelo, aún en desarrollo, habría un rebalance del poder político hacia la periferia y un proceso de movilidad social que obligaría a las instituciones del Estado a funcionar de una mejor forma: logrando que rinda cuentas y que cumpla con la reforma agraria y la provisión de bienes públicos y, finalmente, terminando los conflictos y el vacío de autoridad que ha creado tantos estragos en los últimos 50 años.

Es un muy buen plan, pero ¿es posible implementarlo? No tengo dudas de que la gente se pueda movilizar. Vi a muchas personas llenas de pasión y articuladas en Apartadó. Pero ¿pueden escapar de la sombra del clientelismo y la violencia? Sólo si el Gobierno realmente tiene la capacidad y el deseo de ayudarlos. ¿Y lo tiene?

En la década de 1960, la movilización de campesinos por una reforma agraria con la creación de la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos) fue increíblemente exitosa, pero fracasó porque asustó terriblemente a la élite política colombiana y no tuvo una forma efectiva de interactuar con el Estado para hacerlo funcionar de una mejor forma. Colapsó en una orgía de desilusión y de líderes asesinados. ¿Qué es diferente ahora?

Los colombianos deberían enfrentar la realidad que Vicente Castaño conocía cuando hablaba de la Colombia periférica. La lección de la historia de Inglaterra es que si bien el poder de las élites no puede ser negado, estas sí pueden ser domesticadas y sus energías canalizadas en direcciones socialmente útiles. Esto puede crear un tipo de paz territorial diferente, no tan deseable como la que concibe el comisionado Jaramillo, pero posiblemente más realista. Si el Gobierno quiere que este plan sea real, necesita comprender mejor los obstáculos que enfrenta e imaginar una reorientación dramática en la relación entre la Colombia central y la periférica.

¿Es esto justo y razonable? Probablemente no. Pero la historia no es justa. Miremos a Sudáfrica. Han apostado a poder retirar el estatus de los blancos, pero sin tratar de joder a los blancos para seguir la ruta de Zimbabue. Lo están haciendo con educación, acciones afirmativas y redistribución.

*Deseo agradecer a Tulio Róbinson-Ángel por su ayuda en el trabajo de campo en El Salado. También a la Fundación Semana por su hospitalidad durante nuestra visita a El Salado.

Por James A. Robinson * Especial para El Espectador

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