Con Ucrania y Medio Oriente, un Nobel de Paz que recuerda el horror nuclear
Este año el galardón se lo llevó una organización de sobrevivientes de las bombas atómicas estadounidenses usadas contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Con varios focos de conflictos y guerras en el mundo, surgen reflexiones sobre el riesgo de las armas nucleares.
María José Noriega Ramírez
Las lágrimas brotaron en Hiroshima y Nagasaki. Casi ocho décadas después de que Estados Unidos lanzara las bombas atómicas contra estas ciudades japonesas, los sobrevivientes se limpiaron el llanto con sus pañuelos. Su lucha, la de vivir en un mundo sin armas nucleares, en uno que parece estar cada vez más en riesgo de una catástrofe similar, se sintió hasta Oslo (Noruega), donde se decidió otorgarle el Premio Nobel de Paz al grupo Nihon Hidankyo. Toshiyuki Mimaki, líder en la organización, tenía apenas tres años cuando una de las bombas mató a 100.000 personas a su alrededor. Ahora, con 82, cuando dice que no cree que le quede mucho más tiempo, recibió el galardón con una misma plegaria: abolir las armas nucleares mientras aún vivan él y los demás testigos de ese horror, pues, según dijo, “es el deseo de 114.000 hibakushas [persona bombardeada, en japonés]”.
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Las lágrimas brotaron en Hiroshima y Nagasaki. Casi ocho décadas después de que Estados Unidos lanzara las bombas atómicas contra estas ciudades japonesas, los sobrevivientes se limpiaron el llanto con sus pañuelos. Su lucha, la de vivir en un mundo sin armas nucleares, en uno que parece estar cada vez más en riesgo de una catástrofe similar, se sintió hasta Oslo (Noruega), donde se decidió otorgarle el Premio Nobel de Paz al grupo Nihon Hidankyo. Toshiyuki Mimaki, líder en la organización, tenía apenas tres años cuando una de las bombas mató a 100.000 personas a su alrededor. Ahora, con 82, cuando dice que no cree que le quede mucho más tiempo, recibió el galardón con una misma plegaria: abolir las armas nucleares mientras aún vivan él y los demás testigos de ese horror, pues, según dijo, “es el deseo de 114.000 hibakushas [persona bombardeada, en japonés]”.
El reconocimiento —que en palabras de Jorgen Watne Frydnes, presidente del Comité Noruego del Nobel, responde a que personas como Mimaki “ayudan a describir lo indescriptible, pensar lo impensable y comprender, de alguna manera, el dolor y el sufrimiento incomprensibles causados por las armas nucleares”— llega cuando hay una preocupación latente por los horrores del pasado, y si existe la posibilidad de que se repitan, a la luz de los sucesos en Ucrania y Medio Oriente. Es algo simbólico, opina Manuel Camilo González, profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, para quien el Nobel obedece a los constantes ecos de lo nuclear como un factor de resolución de conflictos: “Las amenazas de Moscú hacia Kiev, las de Corea del Norte hacia su vecino y los rumores de ataques a instalaciones nucleares iraníes por parte de Israel son eventos que tienen un denominador común: el peligro nuclear en la política internacional”.
Esto sigue siendo un arma de disuasión. Que en 80 años no se haya repetido un ataque como el estadounidense contra Japón da muestras, tal vez, de que el mundo aprendió una lección. Sin embargo, la decisión de Rusia de retirarse del Acuerdo START (para la regulación de armas estratégicas defensivas), así como su coqueteo con la retórica nuclear, como también lo ha hecho el norcoreano Kim Jong-un, aumentan la incertidumbre en un mundo cada vez más convulsionado. Es poco probable que el Nobel de Paz haga que los Estados poseedores de armas nucleares las abandonen. “Están ocupados frente a cómo responder a la crisis de seguridad y las negociaciones sobre desarme nuclear seguirán siendo difíciles”, cree Nobumasa Akiyama, profesor de la Universidad de Hitotsubashi, quien la semana pasada estuvo en Colombia. Su llamado es a no parar: “No debemos darnos por vencidos frente a la idea de tener un mundo libre de lo nuclear. Aunque es complicada la situación global en la que vivimos, tenemos que continuar con el trabajo que ha hecho Nihon Hidankyo”.
En eso coinciden algunos descendientes de los sobrevivientes japoneses. “La misión de nuestra generación es sucederlos”, menciona Yuuka Ohara, de 17 años, una hibakusha de tercera generación de Nagasaki, citada por The New York Times. A medida que van envejeciendo y hay menos tiempo para escuchar sus voces, el Nobel, al menos, “llama la atención y le reafirma a la comunidad internacional que las armas nucleares no se deben usar”, agrega, por su parte, el profesor. También es muestra de que, a pesar de las muchas amenazas que existen, aún hay quienes son reflejo de la historia y de lo inhumano que hay detrás de este tipo de armas.
Y es que no son solo las bombas atómicas, sino también los estragos provocados por los incidentes ocurridos en Fukushima, Chernóbil y Three Mile Island, que, si bien han sido oportunidades para aprender a manejar la tecnología, también han mostrado que no hay suficiente preparación ni contramedidas para un desastre de esa magnitud. Esa es una de las preocupaciones que salen a flote con el más reciente Nobel de Paz: recordarle al mundo que la seguridad de las plantas nucleares, tanto en zonas de conflicto como pacíficas, es un asunto relevante de seguridad. Quizás hay una más: no limitar la energía nuclear a un mecanismo de disuasión estratégica, más si, en palabras de Akiyama, eso es una creencia: “Mientras creas en ella, funciona. Si los responsables de la toma de decisiones se equivocan al juzgar una situación o tienen percepciones erróneas, el desafío que enfrentamos es cómo vamos a salvar al mundo de una catástrofe nuclear”.
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