Crisis del agua: una advertencia de la Ciudad del Cabo
Entre enero y junio de 2018, la Ciudad del Cabo se encontraba al borde de una catástrofe: se acababa el agua. Un año después, lo que ocurrió en esta ciudad Sudafricana sirve como advertencia sobre los conflictos políticos que formarán una parte integral de esa crisis.
Dustin Kramer*
La historia empieza algunos años antes de 2018, cuando comenzó una de las peores sequías registradas en la historia del país y la gente de la ciudad empezaba a acostumbrase a las restricciones en el uso del agua. Pero el verdadero momento de pánico comenzó un día de enero de 2018, cuando la alcaldesa emitió un comunicado diciendo que en abril la ciudad se quedaría sin agua por completo. Lo llamaron “día cero”: el día en que desconectarían el suministro de agua municipal.
Aunque otras ciudades del mundo han estado cerca de ese mismo destino en los últimos años (en particular, São Paulo y Barcelona), este habría sido el primer colapso total de un sistema de agua urbano en la historia moderna.
(Le puede inetersar: Los grandes desafíos del próximo presidente de Sudáfrica)
Los comunicados de la alcaldía pintaban un cuadro apocalíptico: puntos de agua manejados por el ejército, enfermedades epidémicas y disturbios incontrolables. Asimismo impusieron restricciones sobre el uso del agua más estrictas y de repente todo el mundo entendió la magnitud de la crisis.
Mucha gente construyó sus propios tanques de agua, cavó pozos y acaparó el mayor número de botellas de agua potable de los supermercados. No era raro ver carros llenos de esas botellas, hasta que los estantes en las tiendas se vaciaron por completo.
En los barrios marginados, la falta de agua no era cosa nueva y las luchas por el derecho y el acceso al agua llevaban muchos años. En otras palabras, la crisis ya llevaba mucho tiempo, pero la situación en la que quedarían estos barrios si el agua se hubiera agotado en la ciudad era devastadora.
(En contexto: ¿Quién es y a qué se enfrenta el nuevo presidente de Sudáfrica?)
Sin embargo, para junio, debido a varios factores, incluyendo el ahorro visible y significativo de agua por parte de la población y la llegada de las lluvias de invierno, la crisis aparentemente se había evitado. Pero nada sería lo mismo, sobre todo para las dinámicas políticas de la ciudad y la concientización de lo que podía ser una crisis ambiental y sus consecuencias.
Durante y después de la crisis se dieron muchas discusiones respecto a quién tuvo la culpa. ¿Fue la alcaldía la que no tomó medidas a tiempo? ¿Fue el gobierno nacional el que no construyó suficientes represas? ¿Fue la población de la ciudad la que no ahorró suficiente agua?
No hay consenso en las respuestas y quizá nunca se resuelvan, pero queda claro que las consecuencias políticas, económicas y sociales se sentirán durante muchos años en el futuro.
Dentro de la Alianza Demócrata, el partido político en el poder en la Ciudad del Cabo, existían grandes conflictos que solo se agravaron con el pánico durante las crisis. El caos que resultó a ese nivel —de quienes en teoría tenían la responsabilidad de manejar la respuesta a semejante calamidad— no inspiraba esperanza, mucho menos confianza en que lo pudieran resolver.
Lea también: Sudáfrica: el presidente Zuma dimite tras meses de presión)
El partido enfrentó una disminución electoral significativa en las elecciones de este año, la alcaldesa renunció como resultado del conflicto interno en el gobierno, el cual sin duda empeoró por la crisis del agua, y la economía de la ciudad se vio severamente afectada.
Según las Naciones Unidas, los efectos causados por el cambio climático se sentirán con más dureza en los países del sur global, como los que se encuentran en África, y seguramente serán más extremos gracias tanto a su geografía como a los desafíos socioeconómicos que ya enfrentan. El propio gobierno sudafricano publicó en mayo de este año un informe que reconoce que “es probable que el cambio climático aumente la frecuencia y la magnitud de muchos eventos extremos y sin duda aumentará el riesgo de eventos de procesos muy peligrosos, como el aumento del nivel del mar y la sequía extrema”. Solo este año, dos ciclones anómalos, que causaron inundaciones y devastación masivas, azotaron a Mozambique, otro país del sur de África.
Con la misma velocidad con que se había convertido en una gran historia internacional, la sequía de Ciudad del Cabo desapareció de los diarios y las redes sociales. Pero quienes vivimos la experiencia hace un año vimos de primera mano lo que la crisis climática global podría ser en la vida cotidiana, y entendemos que lo que ocurrió es una advertencia seria del comienzo de la historia moderna del cambio climático.
Sobre todo, la crisis reveló las fallas y fisuras políticas existentes, que por sí mismas empeoraron la crisis. Y quizá este sea el problema central y más peligroso. Los eventos climáticos extremos y las tensiones políticas en donde ocurren dichos eventos resultan en una combinación venenosa.
* Politólogo sudafricano con maestría de la Universidad de Oxford.
Becario de Social Change Initiative, una fundación con sede en Irlanda del Norte.
La historia empieza algunos años antes de 2018, cuando comenzó una de las peores sequías registradas en la historia del país y la gente de la ciudad empezaba a acostumbrase a las restricciones en el uso del agua. Pero el verdadero momento de pánico comenzó un día de enero de 2018, cuando la alcaldesa emitió un comunicado diciendo que en abril la ciudad se quedaría sin agua por completo. Lo llamaron “día cero”: el día en que desconectarían el suministro de agua municipal.
Aunque otras ciudades del mundo han estado cerca de ese mismo destino en los últimos años (en particular, São Paulo y Barcelona), este habría sido el primer colapso total de un sistema de agua urbano en la historia moderna.
(Le puede inetersar: Los grandes desafíos del próximo presidente de Sudáfrica)
Los comunicados de la alcaldía pintaban un cuadro apocalíptico: puntos de agua manejados por el ejército, enfermedades epidémicas y disturbios incontrolables. Asimismo impusieron restricciones sobre el uso del agua más estrictas y de repente todo el mundo entendió la magnitud de la crisis.
Mucha gente construyó sus propios tanques de agua, cavó pozos y acaparó el mayor número de botellas de agua potable de los supermercados. No era raro ver carros llenos de esas botellas, hasta que los estantes en las tiendas se vaciaron por completo.
En los barrios marginados, la falta de agua no era cosa nueva y las luchas por el derecho y el acceso al agua llevaban muchos años. En otras palabras, la crisis ya llevaba mucho tiempo, pero la situación en la que quedarían estos barrios si el agua se hubiera agotado en la ciudad era devastadora.
(En contexto: ¿Quién es y a qué se enfrenta el nuevo presidente de Sudáfrica?)
Sin embargo, para junio, debido a varios factores, incluyendo el ahorro visible y significativo de agua por parte de la población y la llegada de las lluvias de invierno, la crisis aparentemente se había evitado. Pero nada sería lo mismo, sobre todo para las dinámicas políticas de la ciudad y la concientización de lo que podía ser una crisis ambiental y sus consecuencias.
Durante y después de la crisis se dieron muchas discusiones respecto a quién tuvo la culpa. ¿Fue la alcaldía la que no tomó medidas a tiempo? ¿Fue el gobierno nacional el que no construyó suficientes represas? ¿Fue la población de la ciudad la que no ahorró suficiente agua?
No hay consenso en las respuestas y quizá nunca se resuelvan, pero queda claro que las consecuencias políticas, económicas y sociales se sentirán durante muchos años en el futuro.
Dentro de la Alianza Demócrata, el partido político en el poder en la Ciudad del Cabo, existían grandes conflictos que solo se agravaron con el pánico durante las crisis. El caos que resultó a ese nivel —de quienes en teoría tenían la responsabilidad de manejar la respuesta a semejante calamidad— no inspiraba esperanza, mucho menos confianza en que lo pudieran resolver.
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El partido enfrentó una disminución electoral significativa en las elecciones de este año, la alcaldesa renunció como resultado del conflicto interno en el gobierno, el cual sin duda empeoró por la crisis del agua, y la economía de la ciudad se vio severamente afectada.
Según las Naciones Unidas, los efectos causados por el cambio climático se sentirán con más dureza en los países del sur global, como los que se encuentran en África, y seguramente serán más extremos gracias tanto a su geografía como a los desafíos socioeconómicos que ya enfrentan. El propio gobierno sudafricano publicó en mayo de este año un informe que reconoce que “es probable que el cambio climático aumente la frecuencia y la magnitud de muchos eventos extremos y sin duda aumentará el riesgo de eventos de procesos muy peligrosos, como el aumento del nivel del mar y la sequía extrema”. Solo este año, dos ciclones anómalos, que causaron inundaciones y devastación masivas, azotaron a Mozambique, otro país del sur de África.
Con la misma velocidad con que se había convertido en una gran historia internacional, la sequía de Ciudad del Cabo desapareció de los diarios y las redes sociales. Pero quienes vivimos la experiencia hace un año vimos de primera mano lo que la crisis climática global podría ser en la vida cotidiana, y entendemos que lo que ocurrió es una advertencia seria del comienzo de la historia moderna del cambio climático.
Sobre todo, la crisis reveló las fallas y fisuras políticas existentes, que por sí mismas empeoraron la crisis. Y quizá este sea el problema central y más peligroso. Los eventos climáticos extremos y las tensiones políticas en donde ocurren dichos eventos resultan en una combinación venenosa.
* Politólogo sudafricano con maestría de la Universidad de Oxford.
Becario de Social Change Initiative, una fundación con sede en Irlanda del Norte.