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En 1991, Luka Modric salió de su casa y condujo su ganado a la colina donde fue detenido por un grupo de rebeldes serbios. Desde allí lo llevaron al poblado de Jenesie, donde fue fusilado junto a otros civiles. Ese año, Croacia acababa de hacer su declaración de independencia y los nacionalistas serbios, con el respaldo de las tropas del Ejército Popular Yugoslavo, estaban dispuestos a hacer todo por impedir ese proceso.
Antes de morir, y durante seis años, el señor Modric estuvo a cargo de su nieto mientras su hijo, Stipe, y su nuera, Radojka, trabajaban en una fábrica de textiles. El pequeño tenía su nombre, pero en lugar de convertirse en pastor, como su abuelo, o en un soldado, como más tarde lo sería su padre, el segundo Luka Modric se convirtió en una estrella del fútbol europeo y en una de las fichas claves de la selección que representará a Croacia en el Mundial de Rusia 2018.
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Las amenazas y los campos minados hicieron que la familia de Modric buscara refugio en Zadar, una ciudad de 85.000 habitantes en la costa de Dalmacia. El viaje, de poco más de 40 kilómetros, terminó en el Hotel Kolovare, un edificio viejo que habían adaptado para recibir a refugiados de guerra.
Con todo, no fue suficiente para que los Modric dejaran el conflicto a sus espaldas. “En esos años las granadas eran lanzadas desde las montañas y caían en los campos de entrenamiento. Todo el tiempo estábamos corriendo para buscar refugio y el fútbol era una forma de escapar de la realidad”, le dijo a The Guardian Tomislav Basic, entrenador de las ligas menores del NK Zadar y quien se convirtió en el mentor del pequeño Modric después de que el Hajduk Split, el equipo del que Modric era hincha, lo rechazara por su aspecto pequeño y frágil.
Mientras la carrera de Modric crecía, también lo hacía el renombre de la recién creada selección croata. En 1994, la FIFA reconoció a la Federación Croata de Fútbol y, aunque quedaba un año para el fin de la guerra, y a pesar de que no llegó a las eliminatorias del Mundial de Estados Unidos, la selección croata no tardó mucho en ser noticia.
En 1996 vino la primera Eurocopa. Allí llegó a cuartos de final y fue eliminada por Alemania, que conquistó el título. Después vino el primer Mundial, en Francia 1998. Con él, la revancha de tres goles contra Alemania, la consagración de Davor Suker como el goleador del campeonato (con seis tantos) y un honroso tercer lugar en el certamen global.
Con los años Croacia se estabilizó, entró a formar parte de la Unión Europea y en 2016 ocupó el lugar 45 en el Índice de Desarrollo Humano que realiza la ONU, por encima de países como Rusia. Con todo, el fútbol croata sigue cargando el lastre de la guerra.
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En medio del conflicto de 1991, los aficionados radicales del Dinamo de Zagreb se enlistaron en el ejército para continuar las batallas campales que habían protagonizado con sus rivales serbios del Estrella Roja de Belgrado. En tiempos de paz, los fanáticos violentos siguen causando problemas.
En 2017, la selección croata cumplió la sanción de dos años por el uso de pólvora y cánticos racistas por parte de sus hinchas en un partido contra la República Checa. Por todo esto, Rusia 2018 no sólo será una prueba a nivel deportivo, también será un examen para los hinchas croatas, que tendrán la oportunidad de reunirse en paz alrededor de una de las selecciones más jóvenes y exitosas del planeta.