¿Cuándo deberíamos tomarnos en serio los movimientos separatistas?
La polarización ha llevado al resurgimiento de las ideas secesionistas en el continente. Estas reflejan la incapacidad de un grupo para conciliar y buscar políticas que estén en interés del bien común. También son usadas para desestabilizar un país, por lo que no deberían ser banalizadas.
Cada vez es más común escuchar antes de unas elecciones pensamientos de este tipo: “Si esa persona gana la presidencia, me voy del país”. Cuando llega la hora y ese hipotético escenario se cumple, los inconformistas reunidos en un lugar en específico salen con otra propuesta diferente: su capricho ya no consiste en irse, sino quedarse y separarse del territorio nacional y del gobierno central que les disgusta.
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Cada vez es más común escuchar antes de unas elecciones pensamientos de este tipo: “Si esa persona gana la presidencia, me voy del país”. Cuando llega la hora y ese hipotético escenario se cumple, los inconformistas reunidos en un lugar en específico salen con otra propuesta diferente: su capricho ya no consiste en irse, sino quedarse y separarse del territorio nacional y del gobierno central que les disgusta.
No tenemos que ir muy lejos para ver un ejemplo de esto. Tras la victoria de Gustavo Petro en las últimas presidenciales en Colombia, una pequeña movilización en Medellín pidió la separación de Antioquia y su conformación como Estado. Esta iniciativa fue tomada con burla en otros departamentos del país, en donde la gente se animó a lanzar propuestas de cómo sería la moneda local antioqueña: el MOR o el OME. Pero entre las bromas que surgieron tras este episodio, un usuario en redes advirtió que no era la primera vez que esto ocurría, y que era la semilla de un movimiento separatista, por lo que no debía banalizarse. Es correcto: no es la primera vez que esto se ve, ni en el país ni en el continente.
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Tampoco es la primera vez que se banaliza, y está sucediendo cada vez con más frecuencia en el mundo, por distintos factores. Cabe recordar los movimientos separatistas en las regiones de Donetsk y Lugansk en Ucrania, que guardan un componente más histórico y cultural. También la causa del independentismo escocés, que tiene una razón más económica y política. Los escoceses creen que Londres no les permite disfrutar de la riqueza del petróleo del mar del Norte, gobierna mal y están en contra de las armas nucleares en su territorio, entre otras razones.
En Estados Unidos, por ejemplo, las ideas de este tipo son tan antiguas como la fundación del país. Los casos son mucho más notables en períodos electorales, ante la muy marcada polarización que ha dividido a los estadounidenses. Hace tan solo unas semanas la plataforma del Partido Republicano en Texas, aferrada a la campaña que con mentiras sobre un supuesto fraude electoral sostiene que Joe Biden no ganó las elecciones de 2020, pidió que se apruebe un referéndum para el próximo año en el que “el pueblo de Texas determine si debe o no reafirmar su condición de nación independiente”, como informó The Texas Tribune.
Esta propuesta lleva más de una década tomando fuerza. En 2008, tras la victoria de Barack Obama en las elecciones, fue el gobernador de Texas, Rick Perry, quien habló vagamente sobre el derecho a abandonar la unión política. Pero esto no va solo de los republicanos. En 2016, con la llegada de Donald Trump al poder, fue en California en donde se impulsó esta conversación, motivada también por la salida de Reino Unido de la Unión Europea con el bréxit. Desde entonces, la discusión del movimiento “Calexit” se ha mantenido vigente, alimentada por los altos impuestos que paga el Estado al gobierno federal frente a lo poco que reciben de este, la desigualdad en la representación en el Congreso y por la inconformidad que genera la dirección del país en temas como el aborto o el control de armas.
En otros estados como Oregón, los ciudadanos republicanos en 14 condados están tan inconformes con las políticas demócratas, que quieren que varios condados sean anexados al estado de Idaho. La iniciativa ya fue votada en algunos condados y está en la boleta electoral de las elecciones de medio término del próximo noviembre. En Virginia ocurre lo mismo, así como en Maryland y West Virginia. ¿Qué hay del resto del continente?
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Así como en Estados Unidos, los movimientos separatistas en América Latina se dan en las regiones con una férrea oposición al gobierno central y con grandes recursos económicos, lo que los hace tener una posición importante del PIB nacional. Es el caso de Guayaquil en Ecuador o de São Paulo, el estado más rico de Brasil, cuyo movimiento separatista, São Paulo Livre, ya promovió una consulta pública para separarse del Estado en 2016 y en 2018, alentados por el efecto que tuvo el movimiento separatista de Cataluña y por la decepción que cargan con el gobierno federal.
También está el caso de la región de Media Luna en Bolivia, poseedora de las principales fuentes de ingreso para el país, donde crece el espíritu separatista desde la victoria de Evo Morales en 2005, quien se vio obligado a pactar con los empresarios para reducir las tensiones. Sobre este se recuerda la polémica con el exembajador estadounidense Philip Goldberg.
Morales acusó a Goldberg de reunirse con los movimientos separatistas y de avivar las divisiones en el país. Aunque este no sea el caso, cabe recordar que históricamente los movimientos separatistas se han visto alimentados por actores extranjeros que buscan beneficiarse de las divisiones, principalmente a nivel económico. El presidente venezolano Hugo Chávez también acusó a Estados Unidos de promover las intenciones separatistas en el estado Zulia, con el objetivo de apoderarse de los recursos en el lago Maracaibo, en el límite con los estados Trujillo y Mérida.
Hay otros movimientos en México y Chile que, al igual que el resto, resurgen cuando se discute una separación en otro país, como fue el caso de São Paulo o Texas tras el bréxit y el 1-O en Cataluña. Ahora que el sentimiento separatista vuelve a visitar Europa con los recientes pedidos de una nueva votación sobre la independencia de Escocia para 2023, cabe preguntarse: ¿cuándo se deben tomar estos movimientos en serio?
Es muy claro que a lo largo de la historia el secesionismo ha sido usado como una herramienta para la desestabilización, como señalaron Morales y Chávez, y esto no ha cambiado. De hecho, se encontró que tanto los líderes del movimiento separatista en California como en Texas recibieron apoyo de Rusia, país que financió en 2015 una conferencia mundial para que los movimientos separatistas hablaran libremente del “derecho a la autodeterminación”. Entre los invitados también estuvieron el Sinn Féin, el Partido Solidaridad Catalana por la Independencia y el Partido Comunitario Europea Millenium de Italia. Esto sucedió en Moscú, mientras el Kremlin hacía lo posible por asfixiar los movimientos disidentes que hay en casa.
Que esta sea también una herramienta para que agentes extranjeros busquen desestabilizar un país es motivo suficiente para prestar seria atención a los movimientos separatistas desde que se conciben, especialmente cuando, como en el caso de Texas, se empiezan a usar tácticas dañinas para promover las causas independentistas como la difusión de noticias falsas. Pero, sobre todo, es clave prestarles atención a estas ideas, porque son el reflejo de que algo marcha muy mal con la democracia, especialmente con sus participantes.
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“(Cuando un grupo de personas quiere separarse) está diciendo, básicamente, ‘no puedo llevarme bien con ustedes. No podemos encontrar una manera de conciliar nuestros intereses o hacer políticas que estén en el interés del bien público más amplio de nuestro estado. Así que nos convertiremos en nuestra propia entidad’. Eso básicamente es admitir que no hay forma de que nos curemos, lo cual es muy triste”, señaló la politóloga Katherine J. Cramer a la revista U.S. News.
Cramer dice que las condiciones actuales están haciendo que esta sea una opción considerada por más regiones porque los líderes políticos la alimentan al dibujar a quienes están del otro lado como el enemigo. La polarización está fortaleciendo la desconfianza hacia el otro, al punto de considerar opciones que antes se pensaban imposibles. Para William Gale y Darrell West, expertos del Instituto Brookings, “hablar de soluciones radicales indica un profundo descontento con el statu quo y la voluntad de considerar acciones fuera de la caja. Las acciones extremas se están convirtiendo en la corriente principal de maneras que son bastante arriesgadas. Durante una época de megacambio no debemos ignorar este tipo de ideas radicales”.
En especial cuando, si llegan a ejecutarse, estas ideas podrían conducir a más conflictos, según la experta Tanisha Fazal. “Encontrar mejores formas de lidiar con el secesionismo es un problema tanto para los principales países y organizaciones internacionales como para los propios secesionistas”, dice en la revista Foreign Affairs.
Cada caso es diferente y no podemos meter a todos los grupos secesionistas en la misma bolsa. Sin embargo, hay características que comparten, como el disgusto con el gobierno central y el desagrado por pagar más impuestos que otras regiones sin tener mayor representación o beneficios a cambio. Para Tanh Hengjun, quien se desempeñó como miembro principal del Consejo Atlántico en Washington, D. C., la cura a estas ideas es la democracia y los valores políticos. Como él, expertos concluyen que el criterio para determinar si un movimiento separatista en particular se desarrollará pacíficamente, o se convertirá en un conflicto sangriento de larga data, es el nivel de democracia. En consecuencia, como pide Hengjun, hay que trabajar por los principios democráticos para la interacción con estos grupos y recordarles que, si no les gustan las condiciones actuales del país, pueden cambiarlas en democracia.