EE. UU. y la crisis que conocía sólo por películas de ficción
La gran misión del presidente de Estados Unidos era tranquilizar a un país ansioso por el coronavirus; no ha logrado hacerlo.
César A. Sabogal / Washington
La paradoja los tiene estupefactos. En cuestión de días, los estadounidenses pasaron de disfrutar uno de los mejores momentos de la economía de su país a observar incrédulos cómo un enemigo invisible, capaz de traspasar cualquier muro e inmune a los millones de dólares que aquí se destinan en armamento, entró sin permiso a sus hogares y a sus vidas, y comenzó a arruinarlas. En la costa Oeste ya se vislumbran los primeros despidos a causa de coronavirus en puertos, agencias de viaje y hasta en panaderías. Los economistas temen que se produzcan muchos más cuando las empresas comiencen a verse aún más afectadas.
Escenas de un país en guerra, asociado siempre al tercer mundo y que la mayoría de los ciudadanos conocen solo en las películas de ficción o en noticieros, ya comenzaron a aparecer, como un fantasma, en las principales ciudades de la primera potencia mundial: calles vacías, escenarios deportivos desocupados, escuelas y universidades sin estudiantes, bares cerrados, iglesias sin fieles y estantes de supermercados donde se restringe la venta de agua o papel higiénico. Todo ello por miedo al contagio. Aún así, hay quienes hacen caso omiso a las recomendaciones de las autoridades. Desde Bourbon Street hasta Miami Beach, cientos de jóvenes han ignorado las súplicas de distanciamiento social y han salido de fiesta. La Policía ha tenido que intervenir para controlar las multitudes.
El virus cambió la agenda mediática, política, económica y social de los estadounidenses. Hoy, según las encuestas, la preocupación de los ciudadanos de este país no se centra en la intensa puja política por la elección presidencial, que será en pocos meses. Las polémicas medidas migratorias adoptadas por la administración Trump pasaron a un tercer plano, como también los continuos y no siempre probados anuncios de logros económicos del actual mandatario. No. Hoy los estadounidenses sienten incertidumbre y preocupación sobre lo que será su nuevo estilo de vida, que, se prevé, estará marcado por el confinamiento en casa, mientras se anuncia la cura, un tiempo de cuarentena cuya duración nadie, ni en el gobierno ni la ciencia, ha sido capaz de pronosticar. Vea también: Miedo al coronavirus dispara venta de armas en EE. UU.
La declaración del coronavirus como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) preocupó aún más a los estadounidenses, pues Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, agregó que en este país el virus se propaga con mayor rapidez. Hasta el martes, la cifra de contagiados en este país supera los 4.632 casos en 49 de los 50 estados y ya han muerto 85 personas. Aunque al inicio, la administración Trump trató de minimizar (incluso frivolizar) los efectos del virus y restarle importancia a sus consecuencias, ahora el presidente intenta arreglar varios errores, como sus dictámenes sin ninguna base científica: dijo, por ejemplo, que el virus se iría con el calor y puso en duda los datos de la OMS; también señaló que extrañaba “tocarse la cara” y, finalmente, culpó a su antecesor, Barack Obama, de no haber hecho lo suficiente para que su país lograra la detección del virus y en la adopción de políticas eficaces para hacerle frente. “La administración de Obama tomó una decisión sobre las pruebas (médicas) que ha resultado muy en detrimento con lo que estamos haciendo”, afirmó. “Y nosotros deshicimos esa decisión hace unos días para que las pruebas médicas puedan hacerse de forma más rápida y precisa”.
A Trump se le olvidó un detalle: en 2018, bajo su gobierno, cerró la oficina que se encargaba de estudiar medidas para enfrentar crisis como la originada por el coronavirus. Y un dato aún más preocupante: hay 29 millones de personas sin seguro médico en el país, por eso muchos no pueden acudir al médico, aunque tengan los síntomas del Covid-19. Le recomendamos: La devaluación de la ciencia en la era Trump
Hoy es el vicepresidente, Mike Pence, quien está al frente del manejo de la crisis sanitaria. Pero el dúo presidencial luce errático y muy torpe en sus discursos, en los que Trump no solo comete errores gravísimos sino que no tranquilizan a nadie. El viernes declaró la emergencia nacional, una medida excepcional que en los últimos 60 años solo se ha aplicado dos veces debido a un brote infeccioso: Bill Clinton lo hizo en Nueva York y en Nueva Jersey en el año 2000 a raíz del virus del Nilo occidental.
Lo cierto es que los estadounidenses tienen sus vidas de cabeza: el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos recomendó a los estadounidenses que se queden en la casa si están enfermos. Sin embargo, en las empresas no pagan las incapacidades médicas y por eso nadie está dispuesto a irse a cuarentena. Actualmente, el 27 % de los trabajadores empleados en el sector privado no tienen derecho a baja médica en el país.
De momento, la mayoría de las medidas de contención a la emergencia adoptadas por los Estados Unidos se han fijado con fecha del 1° de abril, con la esperanza de que el mundo encuentre la manera de controlarlo. Lo cierto es que después de meses de invierno, los estadounidenses vislumbran que el verano que se avecina sea uno de los más amargos vividos en toda su existencia, debido a un enemigo invisible, sin ideología, poderoso, que irrumpió no se sabe por cuánto tiempo, para despertarles las pesadillas apocalípticas. Y no es Netflix.
La paradoja los tiene estupefactos. En cuestión de días, los estadounidenses pasaron de disfrutar uno de los mejores momentos de la economía de su país a observar incrédulos cómo un enemigo invisible, capaz de traspasar cualquier muro e inmune a los millones de dólares que aquí se destinan en armamento, entró sin permiso a sus hogares y a sus vidas, y comenzó a arruinarlas. En la costa Oeste ya se vislumbran los primeros despidos a causa de coronavirus en puertos, agencias de viaje y hasta en panaderías. Los economistas temen que se produzcan muchos más cuando las empresas comiencen a verse aún más afectadas.
Escenas de un país en guerra, asociado siempre al tercer mundo y que la mayoría de los ciudadanos conocen solo en las películas de ficción o en noticieros, ya comenzaron a aparecer, como un fantasma, en las principales ciudades de la primera potencia mundial: calles vacías, escenarios deportivos desocupados, escuelas y universidades sin estudiantes, bares cerrados, iglesias sin fieles y estantes de supermercados donde se restringe la venta de agua o papel higiénico. Todo ello por miedo al contagio. Aún así, hay quienes hacen caso omiso a las recomendaciones de las autoridades. Desde Bourbon Street hasta Miami Beach, cientos de jóvenes han ignorado las súplicas de distanciamiento social y han salido de fiesta. La Policía ha tenido que intervenir para controlar las multitudes.
El virus cambió la agenda mediática, política, económica y social de los estadounidenses. Hoy, según las encuestas, la preocupación de los ciudadanos de este país no se centra en la intensa puja política por la elección presidencial, que será en pocos meses. Las polémicas medidas migratorias adoptadas por la administración Trump pasaron a un tercer plano, como también los continuos y no siempre probados anuncios de logros económicos del actual mandatario. No. Hoy los estadounidenses sienten incertidumbre y preocupación sobre lo que será su nuevo estilo de vida, que, se prevé, estará marcado por el confinamiento en casa, mientras se anuncia la cura, un tiempo de cuarentena cuya duración nadie, ni en el gobierno ni la ciencia, ha sido capaz de pronosticar. Vea también: Miedo al coronavirus dispara venta de armas en EE. UU.
La declaración del coronavirus como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) preocupó aún más a los estadounidenses, pues Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, agregó que en este país el virus se propaga con mayor rapidez. Hasta el martes, la cifra de contagiados en este país supera los 4.632 casos en 49 de los 50 estados y ya han muerto 85 personas. Aunque al inicio, la administración Trump trató de minimizar (incluso frivolizar) los efectos del virus y restarle importancia a sus consecuencias, ahora el presidente intenta arreglar varios errores, como sus dictámenes sin ninguna base científica: dijo, por ejemplo, que el virus se iría con el calor y puso en duda los datos de la OMS; también señaló que extrañaba “tocarse la cara” y, finalmente, culpó a su antecesor, Barack Obama, de no haber hecho lo suficiente para que su país lograra la detección del virus y en la adopción de políticas eficaces para hacerle frente. “La administración de Obama tomó una decisión sobre las pruebas (médicas) que ha resultado muy en detrimento con lo que estamos haciendo”, afirmó. “Y nosotros deshicimos esa decisión hace unos días para que las pruebas médicas puedan hacerse de forma más rápida y precisa”.
A Trump se le olvidó un detalle: en 2018, bajo su gobierno, cerró la oficina que se encargaba de estudiar medidas para enfrentar crisis como la originada por el coronavirus. Y un dato aún más preocupante: hay 29 millones de personas sin seguro médico en el país, por eso muchos no pueden acudir al médico, aunque tengan los síntomas del Covid-19. Le recomendamos: La devaluación de la ciencia en la era Trump
Hoy es el vicepresidente, Mike Pence, quien está al frente del manejo de la crisis sanitaria. Pero el dúo presidencial luce errático y muy torpe en sus discursos, en los que Trump no solo comete errores gravísimos sino que no tranquilizan a nadie. El viernes declaró la emergencia nacional, una medida excepcional que en los últimos 60 años solo se ha aplicado dos veces debido a un brote infeccioso: Bill Clinton lo hizo en Nueva York y en Nueva Jersey en el año 2000 a raíz del virus del Nilo occidental.
Lo cierto es que los estadounidenses tienen sus vidas de cabeza: el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos recomendó a los estadounidenses que se queden en la casa si están enfermos. Sin embargo, en las empresas no pagan las incapacidades médicas y por eso nadie está dispuesto a irse a cuarentena. Actualmente, el 27 % de los trabajadores empleados en el sector privado no tienen derecho a baja médica en el país.
De momento, la mayoría de las medidas de contención a la emergencia adoptadas por los Estados Unidos se han fijado con fecha del 1° de abril, con la esperanza de que el mundo encuentre la manera de controlarlo. Lo cierto es que después de meses de invierno, los estadounidenses vislumbran que el verano que se avecina sea uno de los más amargos vividos en toda su existencia, debido a un enemigo invisible, sin ideología, poderoso, que irrumpió no se sabe por cuánto tiempo, para despertarles las pesadillas apocalípticas. Y no es Netflix.