El complejo dilema de Estados Unidos: la bolsa o la vida
Estados Unidos superó a China en número de contagios de coronavirus (más de 100.000), con una media de 5.000 nuevos casos diarios. El virus se ceba con el país de Donald Trump, quien desde el comienzo de la crisis sanitaria se ha mostrado errático: ¿Economía o salud?
César A. Sabogal / Washington
El silencio es lo más impactante al recorrer por estos días las calles de la capital estadounidense. Washington, una ciudad acostumbrada a vitorear a sus héroes, protestar por las decisiones de sus gobernantes, discutir de política y de religión las 24 horas, cantar victorias deportivas, celebrar más eventos académicos y diplomáticos que en ningún otro sitio del planeta, festejar cualquier ocasión en sus muelles sobre el río Potomac y recibir en los monumentos y museos gratuitos a millones de bulliciosos turistas, hoy está muda. De los pocos vehículos que circulan por las calles, la mayoría son de uso oficial. En especial, aquellos que llevan a funcionarios y congresistas presurosos por encontrar la manera de contener la crisis.
Cientos de radiopatrullas permanecen apostadas en lugares estratégicos de la ciudad mientras que camiones militares custodian día y noche las sedes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se percibe mucha tensión. Esporádicamente, el paso de algún joven que trota o la presencia de uno que otro habitante de calle altera el desolador panorama. A su paso, los policías se alertan y se activan algunas de los miles de videocámaras de seguridad instaladas por la ciudad. “Estamos en guerra y la estamos perdiendo”, comenta Damaris, una joven salvadoreña que trabaja en uno de los restaurantes McDonalds cercanos a la Casa Blanca. El restaurante es uno de los pocos que permanece abierto al público (aunque solo ofrece comida para llevar). Hoy sus compradores son policías y miembros de los equipos de seguridad de las edificaciones cercanas. Ya no hay turistas. Vea también: Estados Unidos ya es el país con el mayor número de casos de coronavirus
“Normalmente trabajábamos aquí 40 personas. Hoy solo somos tres. Los demás están en sus casas sin recibir un solo dólar por culpa del virus”, lamentó la mujer. En Washington y los antiguos estados de Maryland y Virginia, las autoridades decidieron suspender las clases en colegios y universidades y ordenaron el cierre de todos los establecimientos comerciales “no esenciales”. Es decir, tan solo farmacias, centros médicos y tiendas de comida tienen permiso para operar, pero con severas restricciones de horario y de operación.
Aún ningún estado ha declarado un confinamiento obligatorio. La situación es dramática en Nueva York, la ciudad más poblada del país y la más afectada en número de víctimas, donde en menos de 24 horas murió un centenar de personas debido al virus. Al estado de Nueva York y sus más de 45.000 positivos (datos del viernes), le siguen de lejos el vecino Nueva Jersey (6.900), California (4.000), el estado de Washington (3.200), Michigan (2.850) e Illinois (2.500).
“Lo frustrante de todo esto es que realmente es demasiado tarde porque se sabía lo que estaba viniendo”, lamentó la médica Colleen Smith del Elmhurst Hospital que atiene la tragedia. “Todo está empezando a empeorar. Tenemos un camión refrigerante en el hospital en el que tenemos que almacenar los cuerpos de los pacientes que han muerto”, señaló Smith en un video difundido por The New York Times. “Los líderes en sus oficinas, desde el presidente hasta el jefe de Salud y Hospitales diciendo cosas como: ‘Estaremos bien’, todo está bien, pero desde nuestra perspectiva no todo está bien: no tengo el apoyo que necesito, ni siquiera los materiales que necesito para poder cuidar a mis pacientes”, enfatizó la médica tras advertir que “muchas” víctimas mortales eran jóvenes que no fuman y que hasta recibir el virus estaban sanos, sin patologías previas. “La gente se está muriendo. Que la gente sepa que esto es malo y que no tenemos las herramientas que necesitamos”, concluyó.
El viernes, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, reconoció que su Estado padece un déficit de ventiladores respiratorios en los hospitales para atender a los contagiados. “Al momento solo contamos con 4.000 aparatos. El Gobierno Federal dispuso el envío de 4.000 más, y 7.000 que ya fueron adquiridos por el Estado, están en camino. Son 15.000 en total, cuando lo que necesitamos para atender esta emergencia son más de 30.000”, lamentó. Según las más recientes estadísticas, la opinión pública estadounidense está dividida entre los que consideran que el presidente Donald Trump no ha dado un manejo apropiado a la crisis y, peor, que se ha quedado corto en tomar medidas radicales para hacerle frente a la pandemia, y entre aquellos que celebran los anuncios “tranquilizadores” del mandatario, pues los ven como una estrategia acertada que busca preservar la fortaleza del buen momento económico que vivía el país hasta antes de la aparición del virus.
Con la proclama de que Estados Unidos “no es una nación que fue construida para cerrar”, Trump prometió esta semana poner de nuevo a andar a su país en un lapso de dos o tres semanas. Este anuncio fue calificado de “irresponsable” por sus detractores y ni siquiera sus subalternos previeron la llegada de una solución tan pronto. Con todo, hoy los estadounidenses corrieron despavoridos a encerrarse en sus casas seguros de que, contrario a lo que anuncia Trump en las ya rutinarias ruedas de prensa, su país va perdiendo la guerra contra el COVID-19, el enemigo invisible, hasta ahora, invencible. “Soy un presidente en tiempo de guerra. Esto es una guerra, con un enemigo invisible”, dijo.
El silencio es lo más impactante al recorrer por estos días las calles de la capital estadounidense. Washington, una ciudad acostumbrada a vitorear a sus héroes, protestar por las decisiones de sus gobernantes, discutir de política y de religión las 24 horas, cantar victorias deportivas, celebrar más eventos académicos y diplomáticos que en ningún otro sitio del planeta, festejar cualquier ocasión en sus muelles sobre el río Potomac y recibir en los monumentos y museos gratuitos a millones de bulliciosos turistas, hoy está muda. De los pocos vehículos que circulan por las calles, la mayoría son de uso oficial. En especial, aquellos que llevan a funcionarios y congresistas presurosos por encontrar la manera de contener la crisis.
Cientos de radiopatrullas permanecen apostadas en lugares estratégicos de la ciudad mientras que camiones militares custodian día y noche las sedes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se percibe mucha tensión. Esporádicamente, el paso de algún joven que trota o la presencia de uno que otro habitante de calle altera el desolador panorama. A su paso, los policías se alertan y se activan algunas de los miles de videocámaras de seguridad instaladas por la ciudad. “Estamos en guerra y la estamos perdiendo”, comenta Damaris, una joven salvadoreña que trabaja en uno de los restaurantes McDonalds cercanos a la Casa Blanca. El restaurante es uno de los pocos que permanece abierto al público (aunque solo ofrece comida para llevar). Hoy sus compradores son policías y miembros de los equipos de seguridad de las edificaciones cercanas. Ya no hay turistas. Vea también: Estados Unidos ya es el país con el mayor número de casos de coronavirus
“Normalmente trabajábamos aquí 40 personas. Hoy solo somos tres. Los demás están en sus casas sin recibir un solo dólar por culpa del virus”, lamentó la mujer. En Washington y los antiguos estados de Maryland y Virginia, las autoridades decidieron suspender las clases en colegios y universidades y ordenaron el cierre de todos los establecimientos comerciales “no esenciales”. Es decir, tan solo farmacias, centros médicos y tiendas de comida tienen permiso para operar, pero con severas restricciones de horario y de operación.
Aún ningún estado ha declarado un confinamiento obligatorio. La situación es dramática en Nueva York, la ciudad más poblada del país y la más afectada en número de víctimas, donde en menos de 24 horas murió un centenar de personas debido al virus. Al estado de Nueva York y sus más de 45.000 positivos (datos del viernes), le siguen de lejos el vecino Nueva Jersey (6.900), California (4.000), el estado de Washington (3.200), Michigan (2.850) e Illinois (2.500).
“Lo frustrante de todo esto es que realmente es demasiado tarde porque se sabía lo que estaba viniendo”, lamentó la médica Colleen Smith del Elmhurst Hospital que atiene la tragedia. “Todo está empezando a empeorar. Tenemos un camión refrigerante en el hospital en el que tenemos que almacenar los cuerpos de los pacientes que han muerto”, señaló Smith en un video difundido por The New York Times. “Los líderes en sus oficinas, desde el presidente hasta el jefe de Salud y Hospitales diciendo cosas como: ‘Estaremos bien’, todo está bien, pero desde nuestra perspectiva no todo está bien: no tengo el apoyo que necesito, ni siquiera los materiales que necesito para poder cuidar a mis pacientes”, enfatizó la médica tras advertir que “muchas” víctimas mortales eran jóvenes que no fuman y que hasta recibir el virus estaban sanos, sin patologías previas. “La gente se está muriendo. Que la gente sepa que esto es malo y que no tenemos las herramientas que necesitamos”, concluyó.
El viernes, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, reconoció que su Estado padece un déficit de ventiladores respiratorios en los hospitales para atender a los contagiados. “Al momento solo contamos con 4.000 aparatos. El Gobierno Federal dispuso el envío de 4.000 más, y 7.000 que ya fueron adquiridos por el Estado, están en camino. Son 15.000 en total, cuando lo que necesitamos para atender esta emergencia son más de 30.000”, lamentó. Según las más recientes estadísticas, la opinión pública estadounidense está dividida entre los que consideran que el presidente Donald Trump no ha dado un manejo apropiado a la crisis y, peor, que se ha quedado corto en tomar medidas radicales para hacerle frente a la pandemia, y entre aquellos que celebran los anuncios “tranquilizadores” del mandatario, pues los ven como una estrategia acertada que busca preservar la fortaleza del buen momento económico que vivía el país hasta antes de la aparición del virus.
Con la proclama de que Estados Unidos “no es una nación que fue construida para cerrar”, Trump prometió esta semana poner de nuevo a andar a su país en un lapso de dos o tres semanas. Este anuncio fue calificado de “irresponsable” por sus detractores y ni siquiera sus subalternos previeron la llegada de una solución tan pronto. Con todo, hoy los estadounidenses corrieron despavoridos a encerrarse en sus casas seguros de que, contrario a lo que anuncia Trump en las ya rutinarias ruedas de prensa, su país va perdiendo la guerra contra el COVID-19, el enemigo invisible, hasta ahora, invencible. “Soy un presidente en tiempo de guerra. Esto es una guerra, con un enemigo invisible”, dijo.