“El crimen organizado en México es bastante desorganizado”: Pablo Piccato

El profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Columbia, en Nueva York, asegura que es la primera vez que los periodistas se convierten en el blanco de la acción delincuencial de las bandas y del Estado, y que la lucha contra las drogas del gobierno del presidente Peña Nieto es ineficaz. Esto le contó a El Espectador.

Daniel Emilio Rojas / Especial para El Espectador
07 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.
Pablo Piccato, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Columbia, Nueva York.  / Cortesía
Pablo Piccato, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Columbia, Nueva York. / Cortesía
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Pablo Piccato, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y especialista de la historia del crimen y de la opinión pública, habla de la violencia, el narcotráfico y la política en México. Asegura que es la primera vez que los periodistas se convierten en el blanco de la acción delincuencial de las bandas y del Estado, y que el enfoque de lucha contra las drogas del gobierno del presidente Peña Nieto es ineficaz. Esto le contó a El Espectador.

El mundo se ha conmovido con los ataques recientes a varios periodistas mexicanos. ¿Es la primera vez que los periodistas se convierten en el blanco sistemático de ataques?

Con el nivel de violencia con el que se han perpetuado esos ataques recientemente, sí. Desde antes de la Revolución siempre hubo muchos periodistas que terminaban en la cárcel porque criticaban a la dictadura de Porfirio Díaz. Después de la Revolución el gobierno tuvo una suerte de entendimiento con la prensa al permitir que los grandes periódicos hicieran un buen negocio siempre y cuando no criticaran demasiado al gobierno. Obviamente había personas que publicaban cosas críticas y que eran censurados, revistas que eran cerradas o periódicos que tenían que lidiar con presiones. Pero no había tanta violencia. Las amenazas y los asesinatos que los periodistas están experimentando en México son algo nuevo y complejo, porque provienen del crimen organizado y de distintos niveles del gobierno. Esa violencia tiene que ver con la corrupción municipal, estatal y federal. En esa medida se trata de algo muy difícil de contrarrestar, salvo a través de la presión de la sociedad civil. El mismo gobierno ha establecido mecanismos para proteger a los periodistas, pero no son muy efectivos y muy pocos periodistas quieren usarlos porque significa que tienen que vivir escondidos. Además, el gobierno no ha hecho lo que debería hacer, que es investigar los asesinatos de los periodistas. Muy pocos de los crímenes han sido resueltos. Mientras eso continúe, la violencia contra los periodistas no se va a detener.

Todo eso es un signo de que lo que hacen los periodistas es importante, pero por otro lado es una muestra de la descomposición del Estado y de su incapacidad para controlar la violencia.

¿Usted cree que la posesión legal e ilegal de armas en México incentiva la violencia social?

La posesión legal de armas en México es complicada porque hay que tener un permiso del ejército. Hay muchas personas que tienen armas legalmente, pero el proceso para adquirirlas y conservarlas es complicado. Sin embargo, como ocurre con muchas cosas en México, hay un mercado negro paralelo de armas que probablemente es mucho más grande que el mercado legal.

Lo que sabemos sobre los arsenales de las bandas de narcotraficantes es que las armas son adquiridas en Estados Unidos y se transportan con facilidad a través de la frontera. Es obvio que la llegada de armas ilegales incrementa la violencia, sobre todo si se piensa en los tipos de enfrentamientos que hay día a día en México, en los cuales los grupos ilegales emplean granadas, rifles, ametralladoras calibre 50 y cuernos de chivos (AK 47). El dinero que producen los negocios ilegales y violentos vuelve a reinvertirse en compra de armas. El gobierno mexicano ha repetido que una de las formas de limitar el problema es controlando la venta de armas en EE. UU., pero es evidente que este país no lo va a hacer.

Como ocurrió durante muchos años en Colombia, en la sociedad mexicana hay una apología de la figura del narcotraficante. ¿De dónde surgió esa figura y por qué posee semejante difusión?

Hay una larga tradición de corridos y de música sobre bandidos y sobre narcos durante los siglos XIX y XX. Eso es mucho de lo que la gente interpreta hoy como el culto a los criminales en México, es decir, canciones que celebran la vida de un narco muy valiente y cosas de ese tipo. También hay personas que enfatizan desmedidamente la popularidad de los narcotraficantes, diciendo que el pueblo confía en los narcos porque proveen recursos. Pero no creo que nadie racional en México al que le den la opción de vivir en una sociedad pacífica o vivir bajo el control de un narco escoja esto último. En muchas circunstancias no hay más remedio que acogerse a esa protección en medio de la violencia que esos mismos narcos generan. Pero el problema más grave es que la primera opción no existe. El Estado no puede garantizar la seguridad, y eso hace que los criminales adquieran esa aura de poder y de protección patriarcal.

De cualquier modo, creo que frente al tema del culto al narco hay mucha exageración. En Michoacán o Guerrero hay verdaderos movimientos de la sociedad civil para organizarse en contra de los grupos de narcotraficantes. En el caso de Michoacán, hay incluso grupos civiles que se han organizado para oponerse a grupos criminales que alardean con proteger a la población como la Familia o los Caballeros Templarios.

La otra razón por la cual los criminales pueden convertirse en héroes en la cultura mexicana es porque el sistema judicial y policial tienen poco prestigio y casi nadie que sea acusado de un crimen, juzgado y sentenciado es completamente culpable. La percepción en México es que el que tiene dinero puede evitar la justicia o que la justicia está al servicio del gobierno. No existe esta idea de que la justicia es un actor neutral que va a castigar a los que cometen crímenes. El resultado de esto es que hay una especie de cinismo hacia las instituciones de justicia del Estado mexicano, que permite que los actores criminales tengan un mayor prestigio, pues se piensa que ellos sí cumplen su palabra y no son corruptos como los servidores del Estado. Por supuesto se trata de un discurso totalmente tramposo, pero que se adecua bien con el escepticismo hacia las instituciones.

En esa medida, ¿el poder de los narcotraficantes se basaría en la debilidad del Estado para garantizar la seguridad interna?

Creo que sí. Los narcotraficantes no quieren reemplazar al Estado, simplemente quieren poder hacer sus negocios con la complicidad y la protección de algunos actores del Estado. Lo que ocurre, como lo hemos visto en los últimos años, es que el Estado es muy poroso y no es capaz de tener claras sus líneas de autoridad. Además, no tiene un sistema judicial realmente independiente. Es un Estado que en teoría otorga protección, pero en lugares y en casos específicos es prácticamente inexistente. Y es precisamente esa porosidad la que permite que surjan en algunos municipios y regiones hombres poderosos que están por encima de la ley.

El presidente Peña Nieto mencionó la necesidad de darle un nuevo enfoque a la lucha antidrogas en México, basado en el tratamiento del consumo como un problema de salud pública y en una aproximación militar que privilegie el respeto de los derechos humanos. Paradójicamente, los proyectos de legalización de la marihuana medicinal y recreativa son sistemáticamente rechazados por la sociedad mexicana. ¿Están los mexicanos realmente preparados para cambiar el enfoque de lucha contra las drogas que empezó el presidente Felipe Calderón?

Cuando entró el gobierno de Peña Nieto se habló mucho de un nuevo enfoque, pero no se hizo nada. Se dijo que el gobierno se iba a enfocar más en la violencia que en el narcotráfico, y que iban a verlo como un problema de salud pública. Se dijo que se iban a enfatizar los intereses de la sociedad mexicana sobre las exigencias del gobierno de EE. UU. en términos de lucha contra las drogas.

Pero pasaron los meses y se hizo sentir la presión de Estados Unidos, y la estrategia que ha seguido el gobierno de Peña Nieto no ha sido muy distinta de la del gobierno de Calderón en los hechos. Eso quiere decir capturar a los jefes y destruir plantíos, tal como lo hicieron Calderón y Fox. Esa estrategia no funciona, porque cuando se decapita una organización, no desaparece, sino que se empieza a dividir y a subdividir, y eso produce más violencia. En otros casos, como en el del cartel de Sinaloa, se mantiene bastante coherencia y unidad. En esa medida, si se trata de evaluar el éxito de la estrategia mexicana de lucha contra las drogas es evidente que no es exitosa, puesto que la producción y la venta de drogas continúan.

Dicho esto, creo que es importante no olvidar que el cambio de la política en la lucha contra las drogas no se va a originar simplemente en la presión de la opinión pública. El problema principal es que Estados Unidos quieren que México continúe empleando la estrategia que ha venido empleando. La colaboración que hay entre los sectores de la inteligencia, de las FF. AA. y la Policía de ambos países sigue ahí, sin ninguna alteración importante. En este terreno nada ha cambiado. Es una parte de la relación bilateral que es muy resistente al cambio y que posee muchos recursos financieros. Mientras esa lógica se mantenga, la política del gobierno mexicano no va a cambiar.

En la ciudad de México se despenalizó el consumo de la marihuana y hoy, mucho más que antes, hay más personas que están a favor de la legalización completa. Pero creo que para una persona común en México el problema es saber qué tanto afectaría una eventual legalización al impacto del crimen en la vida cotidiana. Si se piensa, por ejemplo, en legalizar la distribución de la marihuana se debe recordar también que quienes controlan el negocio hoy también violan, roban, extorsionan y secuestran. Se entiende que haya oposición a la legalización porque podría beneficiar a esos actores. Si las cosas se hicieran como en Uruguay, donde el gobierno se encarga de distribuir, es posible que las cosas fueran distintas, pero que sepa nadie ha propuesto algo semejante en México y sería muy difícil imaginar que el gobierno mexicano creara una institución de ese tipo que no se contaminara inmediatamente con problemas de corrupción.

No creo que la sociedad civil sea el principal obstáculo a la legalización. Es más bien la inercia de las instituciones y la relación con EE. UU. lo que impiden que haya un verdadero proyecto de legalización.

Durante su período como asesor de seguridad del presidente Peña Nieto, el general colombiano Óscar Naranjo propuso que se crearan pasarelas entre las FF. AA. mexicanas para construir cuerpos élite dedicados a la lucha contra el narcotráfico. Esas pasarelas suponían transformar las fuentes de financiamiento de las FF. AA. y hoy se rumora que el ejército mexicano presionó la salida de Naranjo del gobierno después de la propuesta. ¿Qué información tiene al respecto?

En realidad muy poca, pero es evidente que una lucha eficaz contra el narco supondría la readecuación del financiamiento de muchos de los cuerpos de las FF. AA. Un ejemplo interesante es el de la policía mexicana, a la cual es mucho más fácil subdividir que transformar. El resultado es que ahora hay un montón de policías que tienen jurisdicciones que se superponen —e incluyo en el problema de la fragmentación a las FF. AA. desde del periodo de Calderón. La lógica que hay tras esto es que en vez de reformar las instituciones se crean nuevas instituciones para contrabalancear el poder de las que ya existen, y obviamente esto es muy difícil de manejar en términos políticos.

Hace pocas semanas Estados Unidos y México convocaron la conferencia para la seguridad y la prosperidad en Miami, cuyo objetivo más visible fue promocionar la lucha contra el tráfico y el crimen organizado en los países centroamericanos. ¿Cree Ud. que la cooperación México/EE. UU. en materia de lucha contra el tráfico de drogas está avanzando en la dirección correcta?

Obviamente no. No hay indicadores de que los objetivos generales de esa cooperación estén cambiando, es decir, el prohibicionismo, la captura de los jefes y el ataque a la oferta mucho más que a la demanda se mantienen intactos. Además el gobierno de Donald Trump está regresando a un paradigma penal mucho más agresivo para castigar a los pequeños infractores y a los traficantes. Pero esa estrategia no funciona, a pesar de la gran coordinación que hay entre los dos gobiernos y a pesar de que ambos piensen que van por el buen camino.

Se ha hablado mucho de las relaciones entre México y los EE.UU. desde la llegada del presidente Trump al poder. Inicialmente hubo declaraciones acaloradas de parte y parte, pero pareciera que hay una tendencia a matizar los pronunciamientos negativos. El equipo del canciller Videgaray viaja regularmente a EE. UU. y el tema del muro en la frontera ya no se aborda de manera pública. ¿Está mejorando la relación entre los dos países?

Es difícil decirlo. El gobierno actual de EE. UU. es muy errático en su política exterior como se ha comprobado con la OTAN, con China, con Taiwán y con Corea del norte. Es muy difícil saber lo que Washington quiere y sobre todo es muy difícil saber cuándo habrá un nuevo cambio de dirección. Otro factor es que el Departamento de Estado no tiene poder en el gabinete Trump. Rex Tillerson está en disputa permanente con los demás miembros del gabinete para moderar o acentuar lo que dice Trump. Además, dentro del gabinete también está Jared Kushner, el yerno de Trump, que hace su propia política exterior. Por lo que sé, Kushner y Videgaray tienen una buena relación y eso ha hecho que las cosas se suavicen, pero no estoy seguro de que se trate de una política del Departamento de Estado. El fiscal general y el Department of Homeland Security siguen arrestando mexicanos para tratar de expulsarlos de EE. UU.

El secretario de comercio Wilbur Ross también es muy agresivo. A mí no me sorprendería que en poco tiempo haya un ataque mucho más frontal contra el NAFTA para que EE. UU. se salga y trate de renegociar la relación con México de una forma antagónica más que colaborativa. La verdad es que el gobierno actual de México ha sido muy cauto en la relación porque se encuentra contra la pared: los precios del petróleo están bajos y tiene muy poco margen de maniobra.

Otro factor que puede contribuir a que la relación se deteriore más son las elecciones presidenciales mexicanas del próximo año. En México es muy fácil explotar el nacionalismo y no me extrañaría que los candidatos empiecen a hacerlo pidiendo mano dura contra EE. UU. Pero lo que mantiene viva esta relación es la parte económica. Por más ignorante o impredecible que sea el gobierno en EE. UU. y por más cautos que sea el de México, ambos saben que hay tantas interacciones y tantos recursos que cruzan la frontera, que si se cierra habrían repercusiones muy negativas para las dos economías. Con eso no se puede jugar.

Ahora que pasamos a hablar de temas políticos, déjeme preguntarle algo: ¿cómo se transformó la política y la democracia mexicana con la llegada del presidente Fox al poder? o dicho de otro modo, ¿cómo se transformó la política mexicana la llegada de un candidato que no pertenecía al secular Partido Revolucionario Institucional (PRI)?

En realidad fue un proceso que empezó en los años ochenta y en el que empezaron a emerger a nivel estatal y regional áreas donde la oposición subía al gobierno. Lo que sucedió con Fox es que por primera vez la oposición llegó a la presidencia. Fox, y después Calderón, acentuaron una ideología neoliberal que consistía en reducir el tamaño del Estado, abandonar ciertas responsabilidades y delegarlas a los municipios y a los gobiernos estatales. Con el Partido de acción nacional (PAN) en la presidencia se consolidó la idea de que no era benéfico tener un Estado federal demasiado poderoso, que era la ideología que había presidido el gobierno en las siete décadas precedentes.

No estoy seguro de que pueda sostenerse que la llegada del PAN al poder transformó radicalmente los procesos electorales. Las instituciones que lo hicieron ya existían desde la época del presidente Zedillo en 1994. La mayor competitividad electoral ya existía. En esa medida, creo que son procesos que empezaron en el siglo pasado, que se aceleraron con Fox, pero que se volvieron más visibles con el PAN porque era un partido que no tenía una ideología estatista ni nacionalista. Pero el Estado en sí ya se venía debilitando desde hacía varias décadas y las ideas neoliberales las encontramos vigentes en el gobierno desde los años ochenta.

Las candidaturas independientes parecen ser una novedad en la política mexicana. Se dice que Jaime el “Bronco” Rodríguez, gobernador de Nuevo León, es una figura clave de este nuevo fenómeno. ¿Qué oportunidades reales tienen los candidatos independientes frente a las demás formaciones políticas para acceder a la administración pública?

Cuando se trata de elecciones para el congreso o la presidencia, cualquier candidato requiere de un aparato partidista para proteger sus votos. Sin eso es muy difícil ganar las elecciones. Si no hay personas que defiendan los triunfos electorales en los municipios o en los tribunales electorales, hay un margen amplio para inclinar las elecciones en una dirección o en otra. La elección del 2006 fue una indicación de eso: el resultado fue muy parejo y López Obrador, que fue el perdedor, dijo que había sido una elección arreglada pero no logró que los tribunales electorales estuvieran de acuerdo con él. En la elección de este año en el Estado de México ocurrió algo similar, pues fue muy cerrada y hubo una impugnación. Pero hasta ahora el intento por revertir el resultado no ha tenido ningún efecto concreto. Sin la capacidad institucional de un partido, un candidato tendría que ganar con una mayoría abrumadora de votos para no perder a la hora del conteo. Creo que quien no tenga capacidad institucional para mantener el triunfo a través del aparato de un partido perderá inevitablemente cualquier elección.

El próximo año los mexicanos van a elegir senadores, diputados federales y presidente. ¿Qué temas van a dominar el debate presidencial en 2018?

Por ahora es difícil predecirlo porque no sabemos quienes van a ser los candidatos del PRI y del PAN y me sorprendería mucho que posibles candidatos independientes tuvieran éxito.

Pero es seguro que López Obrador hará una campaña centrada en la denuncia de la corrupción y en un discurso de justicia social como solución a todos los problemas. Todo eso se cubrirá de un discurso muy caudillista y muy personal que los mexicanos conocemos bien. Pero no sé si el tema de la corrupción vaya a permear a toda la campaña. En realidad no creo que haya una plataforma ideológica en ninguno de los partidos que vaya a dominar enteramente la campaña. Los candidatos van a tocar los temas que les permitan ganar votos, como sucedió con Peña Nieto, que tuvo una campaña muy disciplinada, con mucho acceso a los medios y creo que el PRI hará lo misma otra vez. Pero aún es pronto para adivinar qué va a suceder.

Por Daniel Emilio Rojas / Especial para El Espectador

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