El genocidio en el Congo y el silencio de la comunidad internacional (opinión)
Estamos ante un nuevo genocidio en el Congo a causa de sus riquezas. Esta vez se trata del este del país donde unas 10 millones de personas han sido asesinadas, 7 millones han sido desplazadas y un millón de mujeres han sido violadas durante los últimos años.
Edna Liliana Valencia
Conviene aclarar que en el continente africano existen dos países llamados “Congo”. La República del Congo, capital Brazzaville, conocido como “Congo Francés” debido a su pasado colonial. Y la “República Democrática del Congo”, otrora denominado Zaire o “Congo Belga”. Su capital es Kinshaza y hoy se le apoda también como el país “maldito por su riqueza”.
La República Democrática del Congo es uno de los países más ricos del planeta en recursos minerales. Para muchos, el más rico. Allí fue encontrado un enorme suministro de caucho en épocas de la colonia, lo cual llevó al entonces rey de Bélgica, Leopoldo II, a emprender una devastadora campaña de explotación que terminó en el primer genocidio entre 1885 y 1908. Se estima que, durante esos años, la población congoleña se redujo de 40 a 20 millones de personas.
Pero el caucho no es el producto más valioso que se esconde en las entrañas de aquella tierra próspera en demasía. En RD Congo se encuentran reservas de oro, cobre, diamantes, plomo, petróleo, carbón, caserita, manganeso, zink y estaño que han despertado, desde siempre, la ambición explotadora de Occidente.
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Además, el país concentra los principales yacimientos de los minerales necesarios para el desarrollo de las industrias tecnológica, aeroespacial y automotriz. Estamos hablando del 80 % de las reservas mundiales de coltán, mineral a base del cual de fabrican los teléfonos celulares y computadores que todos usamos. Así también, el 70 % de las reservas mundiales de cobalto, necesario para la producción de baterías tanto de carros como de equipos electrónicos. Sumado a enormes cantidades de uranio y una de las reservas de litio más grandes del globo.
Paradójico que el 70 % de la población actual de RD Congo (96 millones de personas) viva bajo el umbral de la pobreza. Ocurre que son las multinacionales extractivistas de Europa y Estados Unidos las que saquean estos minerales, reproduciendo el mismo modelo económico basado en la explotación de los recursos africanos para el enriquecimiento de las potencias del norte global.
Esto, en connivencia con milicias locales que se prestan para sembrar terror, esclavizar a los congoleños en su propia tierra u obligarlos a desplazarse si quieren sobrevivir. Estamos ante un nuevo genocidio en el Congo a causa de sus riquezas. Esta vez se trata del este del país donde unas 10 millones de personas han sido asesinadas, 7 millones han sido desplazadas y un millón de mujeres han sido violadas durante los últimos años.
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Esto a manos de la milicia M23, un grupo armado originario de Ruanda el cual, según fuentes locales, contaría con el apoyo de varias potencias mundiales. Durante las últimas semanas se han registrado bombardeos y decapitaciones mientras la comunidad internacional y los medios de comunicación del planeta se hacen los de la vista gorda.
¿Por qué nadie dice nada? Porque las vidas negras a nadie le importan. Si fueron capaces de extraer el capital humano de África durante más de 400 años en la más abominable gesta esclavista y normalizar tal atrocidad por medio de narrativas racistas que aún siguen vigentes en el consciente de la especie humana, mucho menos les va a doler sacar los minerales para satisfacer el consumismo voraz de la sociedad contemporánea.
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Conviene aclarar que en el continente africano existen dos países llamados “Congo”. La República del Congo, capital Brazzaville, conocido como “Congo Francés” debido a su pasado colonial. Y la “República Democrática del Congo”, otrora denominado Zaire o “Congo Belga”. Su capital es Kinshaza y hoy se le apoda también como el país “maldito por su riqueza”.
La República Democrática del Congo es uno de los países más ricos del planeta en recursos minerales. Para muchos, el más rico. Allí fue encontrado un enorme suministro de caucho en épocas de la colonia, lo cual llevó al entonces rey de Bélgica, Leopoldo II, a emprender una devastadora campaña de explotación que terminó en el primer genocidio entre 1885 y 1908. Se estima que, durante esos años, la población congoleña se redujo de 40 a 20 millones de personas.
Pero el caucho no es el producto más valioso que se esconde en las entrañas de aquella tierra próspera en demasía. En RD Congo se encuentran reservas de oro, cobre, diamantes, plomo, petróleo, carbón, caserita, manganeso, zink y estaño que han despertado, desde siempre, la ambición explotadora de Occidente.
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Paradójico que el 70 % de la población actual de RD Congo (96 millones de personas) viva bajo el umbral de la pobreza. Ocurre que son las multinacionales extractivistas de Europa y Estados Unidos las que saquean estos minerales, reproduciendo el mismo modelo económico basado en la explotación de los recursos africanos para el enriquecimiento de las potencias del norte global.
Esto, en connivencia con milicias locales que se prestan para sembrar terror, esclavizar a los congoleños en su propia tierra u obligarlos a desplazarse si quieren sobrevivir. Estamos ante un nuevo genocidio en el Congo a causa de sus riquezas. Esta vez se trata del este del país donde unas 10 millones de personas han sido asesinadas, 7 millones han sido desplazadas y un millón de mujeres han sido violadas durante los últimos años.
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Esto a manos de la milicia M23, un grupo armado originario de Ruanda el cual, según fuentes locales, contaría con el apoyo de varias potencias mundiales. Durante las últimas semanas se han registrado bombardeos y decapitaciones mientras la comunidad internacional y los medios de comunicación del planeta se hacen los de la vista gorda.
¿Por qué nadie dice nada? Porque las vidas negras a nadie le importan. Si fueron capaces de extraer el capital humano de África durante más de 400 años en la más abominable gesta esclavista y normalizar tal atrocidad por medio de narrativas racistas que aún siguen vigentes en el consciente de la especie humana, mucho menos les va a doler sacar los minerales para satisfacer el consumismo voraz de la sociedad contemporánea.
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