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Donald Trump, hoy presidente de Estados Unidos, convirtió sus organizaciones benéficas en la clave de su marca personal a finales de la década de 1980. “No lo hago por dinero (la caridad). Tengo suficiente, más de lo que nunca necesitaré”, escribió en su libro El arte del trato, de 1987. Ese mismo año, el magnate neoyorquino creó la Fundación Donald J. Trump, cuya misión eran las “obras caritativas”. Esta semana, tras meses de combatir una investigación fiscal, el mandatario se vio obligado a cerrarla.
La Fiscalía General de Nueva York encontró que el dinero de la Fundación Trump, que bajo la ley se suponía era “exclusivamente para propósitos caritativos, religiosos, científicos, literarios o educacionales”, se usó para promover las propiedades del magnate, su campaña a la presidencia y otras obligaciones personales. En pocas palabras, “la Fundación funcionó como una chequera para servir a los intereses comerciales y políticos del presidente”, aseguró Barbara Underwood, fiscal general de Nueva York. Lea también: Las oscuras gestiones de la Fundación Trump
Por décadas, el presidente Trump no solo ha querido construir la imagen de un campeón con las mujeres, exitoso empresario y superestrella, sino también la de un filántropo generoso. “Él es el empresario arquetípico... un negociador sin igual y un ardiente filántropo”, dice una de sus biografías. Constantemente, Trump alardea de sus donaciones millonarias, aunque muchas de ellas, a propósito, no han podido ser corroboradas. Su continua promesa de dar dinero resulta ser, en gran medida, una fachada. Desde comienzos de la década de 1980 hasta 2016, se pudo comprobar que del bolsillo del mandatario han salido US$7,8 millones para donaciones y que el 70 % de ese monto lo ha destinado a su propia fundación. Esto es una cifra mínima de su fortuna. Además, desde el 2008 se comprobó que el magnate no realiza donaciones a su propia fundación, que a cambio sí recibe millonarias sumas de otros bolsillos. La Fundación Trump ha recibido US$9,3 millones de otros donantes. Así que en un gran porcentaje las donaciones que hace la organización —de las que se ufana Trump— son, en realidad, con dinero de otras personas. Pero el destino de los fondos es un interrogante mucho más grande y preocupante que el de su origen.
La ley prohíbe que los propietarios usen el dinero de las fundaciones para comprar cosas para sí mismos o para sus negocios. Sin embargo, en varias ocasiones, el mandatario ha usado los fondos de su fundación para satisfacer sus intereses comerciales personales, por lo que ha incurrido en el delito del auto-trato, negociando con él mismo. Del dinero de la fundación se han pagado, entre otras cosas, retratos al óleo del presidente de más de US$10.000. Uno de ellos, comprado en 2014, terminó colgado en el bar de uno de sus campos de golf en Doral. Según el abogado de la familia Trump, Alan Futerfas, la pintura fue comprada en una subasta en la que solo el presidente ofertó por el retrato. Trump gastó además US$258.000 para pagar asuntos legales de su propio negocio. También compró con el dinero de su caridad un casco de fútbol autografiado de los Broncos de Denver por US$12.000.
Hay también dos hechos curiosos. La donación más grande que le hizo Trump a su fundación, de US$264.631, se usó para pagar un impuesto que pedía el Central Park Conservancy para la restauración de la Fuente Pulitzer. Y aunque parecía que el dinero estaba destinado a la caridad no lo estuvo. El empresario se vio beneficiado de la restauración, pues la fuente queda afuera del Hotel Plaza, una de sus propiedades. Por otro lado está su donación más pequeña: Trump donó desde su fundación US$7 a la organización Boys Scouts, el monto necesario para el registro de un nuevo miembro. En el momento de esa transacción, el hijo mayor de Trump tenía 11 años. Aunque no ha respondido sobre las denuncias, los expertos fiscales creen que el presidente ha buscado sacar provecho para él y sus familiares de las donaciones de su fundación. Los detalles fueron revelados por David Farenthold, ganador del Pulitzer y periodista de The Washington Post.
Pero los delitos más graves tienen que ver con la financiación política, prohibida por la ley a las organizaciones benéficas. En 2013, Trump le dio una donación de US$25.000 a un comité de Pamela Bondi, fiscal general de Florida, quien era la persona encargada de investigar las denuncias por fraude contra la Universidad Trump. Después del hecho ella no continuó en el caso. También se denuncia a Trump por financiar, con dinero de su fundación, su propia campaña a la presidencia en 2016. Le puede interesar: Fiscal de Nueva York acusa a Trump de utilizar su fundación para beneficios personales
Trump no es el único en violar las leyes sobre fundaciones benéficas. Teresa Ghilarducci, profesora de economía, advierte que muchas fundaciones, grandes y pequeñas, no tienen regulación alguna y que frecuentemente se usan para evadir impuestos y operar con los fondos para fines económicos y políticos.
“Algunos consideran que las prácticas abusivas de las fundaciones erosionan la confianza en organizaciones benéficas y cuestan a los contribuyentes miles de dólares en los gastos inadecuados de las fundaciones”, dice Ghilarducci. Las organizaciones de caridad, como la de Trump, obtienen grandes recortes de impuestos a escala federal, estatal y local, lo que significa, al final de cuentas, una carga extra de impuestos para el resto de ciudadanos. En 2017, las organizaciones benéficas tuvieron un beneficio fiscal de US$64.000 millones.
El último cambio importante en la legislación sobre organizaciones benéficas fue en 2002, con la Ley Sarbanes-Oxley, dirigida a detener los abusos de estos fondos privados. Desde entonces, poco interés han mostrado los legisladores en cambiar las reglas para las organizaciones benéficas. “Si el gobierno federal no investiga, los estados tienen la responsabilidad de supervisar las fundaciones privadas, defender la confianza pública y atacar la evasión de impuestos y otros delitos que se protegen en las reglas de la caridad. Esperemos que el esfuerzo tenga éxito, aunque no debería limitarse a objetivos políticamente atractivos como la Fundación Trump”, concluye Ghilarducci. Por ahora, la organización del presidente deberá ser desmantelada con la vigilancia de las autoridades fiscales, y él y sus hijos quedarán vetados para volver a dirigir una fundación benéfica.