El mensaje político de los tapabocas
Donald Trump se niega a ponérsela, Emmanuel Macron añade a la suya un ribete tricolor con la bandera francesa, y la presidenta eslovaca se esmera en que haga juego con su vestido: no todos los dirigentes usan la mascarilla protectora ante la COVID-19. ¿Deben o no usarla?
Agencia Afp
Muchos se opusieron a su uso al inicio de la pandemia, en especial en Occidente, antes de que los expertos dieran sus opiniones. Entonces ¿los políticos deben o no lucir mascarilla? Donald Trump se niega a ponérsela, la presidenta eslovaca, Zuzana Caputova, se esmera en que haga juego con su vestido.
¿Por qué algunos dirigentes políticos se niegan a usar la mascarilla? "La decisión depende del mensaje que el dirigente quiera dar", estima Jacqueline Gollan, experta en comportamiento de la Northwestern University en Illinois (Estados Unidos).
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"Puede llevarlo si quiere promover la salud pública. Renuncia a hacerlo si quiere expresar que el riesgo de transmisión es débil y que las cosas se normalizan", explica.
Sea cual fuere su primera motivación, su actitud "constituye un ejemplo que mucha gente va a seguir", confirma Claudia Pagliari, investigadora de la Universidad de Edimburgo.
Medio centenar de países defienden ahora el uso de mascarilla como instrumento de protección esencial ante la pandemia. Pero las reservas no siempre son suficientes y se destinan antes al personal sanitario o de seguridad.
"Mentira"
Algunas opiniones públicas -- por ejemplo,más del 75% de los franceses, según un sondeo-- sospechan que sus gobiernos mintieron sobre la eficacia de la mascarilla para disimular su penuria."Los responsables se equivocaron al pensar que el público es estúpido e incapaz de comprender un mensaje complejo", se lamenta Matthew Lesh, experto en política pública del Instituto Adam Smith de Londres.
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"Entonces simplifican el mensaje. En lugar de decir que es necesario dejar las mascarillas para ciertas profesiones expuestas (...), privilegian un mensaje simple según el cual las mascarillas no sirven realmente", agregó.
De hecho, la cultura mundial es muy diversa respecto al uso de mascarilla. Los asiáticos la usan masivamente, primero contra la contaminación y luego tras haber padecido varias epidemias, desde el SRAS de 2003.
KK Cheng, director del Instituto de investigación aplicada de la universidad de Birmingham, no comprende la reticencia de los dirigentes occidentales. "Es simplemente física", asegura. "Si no funcionara ¿por qué pediríamos entonces a la gente que se cubra la boca cuando tose?", cuestionó.
Ahora, la mascarilla suscita unanimidad, que sea de tejido o de papel, blanca o de color, lavable o desechable.
El presidente francés, Emmanuel Macron, llevaba una el martes al visitar un colegio, y debió admitir que aún no estaba acostumbrado.
"Voy a lavarme las manos pues, como ves, acabo tocando siempre mi mascarilla", le dijo a un niño, antes de limpiarse con un gel hidroalcohólico.
Ver más: Por qué el mundo desconfía de China (y China del mundo)?
El mes pasado, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, quiso dar ejemplo al ponerse una mascarilla durante una reunión con la prensa. Pero las cosas no le salieron bien y acabó con una coloreada mascarilla cubriéndole los ojos, antes de poder ajustarla finalmente al nivel de la boca y la nariz.
"Voy a abrir una cadena de televisión donde enseñaré cómo se pone una mascarilla", bromeó al día siguiente el presidente sudafricano para desactivar las burlas.
La presidenta eslovaca, Zuzana Caputova, exhibió, por su lado, su capacidad para cuidar los detalles al llevar, durante una foto oficial de su nuevo gobierno en marzo, una mascarilla fucsia perfectamente a juego con su vestido.
Pero otros se niegan decididamente a llevarla, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro o el estadounidense Donald Trump. "No lo sé... No me veo con eso", declaró Trump en abril, sin mayor justificación. Y el martes visitó una fábrica de mascarillas --sin llevar una-- pese a que un cartel recomendaba su uso en cualquier circunstancia.
"La pandemia surge al mismo tiempo que un movimiento populista planetario", lamenta Pagliari. "Tristemente, las mascarillas se han convertido en el último tótem de este movimiento, como cuando en la gripe española de 1919-20 las mascarillas eran vistas por los manifestantes como el símbolo de un feroz control del Estado", añadió.
Muchos se opusieron a su uso al inicio de la pandemia, en especial en Occidente, antes de que los expertos dieran sus opiniones. Entonces ¿los políticos deben o no lucir mascarilla? Donald Trump se niega a ponérsela, la presidenta eslovaca, Zuzana Caputova, se esmera en que haga juego con su vestido.
¿Por qué algunos dirigentes políticos se niegan a usar la mascarilla? "La decisión depende del mensaje que el dirigente quiera dar", estima Jacqueline Gollan, experta en comportamiento de la Northwestern University en Illinois (Estados Unidos).
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"Puede llevarlo si quiere promover la salud pública. Renuncia a hacerlo si quiere expresar que el riesgo de transmisión es débil y que las cosas se normalizan", explica.
Sea cual fuere su primera motivación, su actitud "constituye un ejemplo que mucha gente va a seguir", confirma Claudia Pagliari, investigadora de la Universidad de Edimburgo.
Medio centenar de países defienden ahora el uso de mascarilla como instrumento de protección esencial ante la pandemia. Pero las reservas no siempre son suficientes y se destinan antes al personal sanitario o de seguridad.
"Mentira"
Algunas opiniones públicas -- por ejemplo,más del 75% de los franceses, según un sondeo-- sospechan que sus gobiernos mintieron sobre la eficacia de la mascarilla para disimular su penuria."Los responsables se equivocaron al pensar que el público es estúpido e incapaz de comprender un mensaje complejo", se lamenta Matthew Lesh, experto en política pública del Instituto Adam Smith de Londres.
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"Entonces simplifican el mensaje. En lugar de decir que es necesario dejar las mascarillas para ciertas profesiones expuestas (...), privilegian un mensaje simple según el cual las mascarillas no sirven realmente", agregó.
De hecho, la cultura mundial es muy diversa respecto al uso de mascarilla. Los asiáticos la usan masivamente, primero contra la contaminación y luego tras haber padecido varias epidemias, desde el SRAS de 2003.
KK Cheng, director del Instituto de investigación aplicada de la universidad de Birmingham, no comprende la reticencia de los dirigentes occidentales. "Es simplemente física", asegura. "Si no funcionara ¿por qué pediríamos entonces a la gente que se cubra la boca cuando tose?", cuestionó.
Ahora, la mascarilla suscita unanimidad, que sea de tejido o de papel, blanca o de color, lavable o desechable.
El presidente francés, Emmanuel Macron, llevaba una el martes al visitar un colegio, y debió admitir que aún no estaba acostumbrado.
"Voy a lavarme las manos pues, como ves, acabo tocando siempre mi mascarilla", le dijo a un niño, antes de limpiarse con un gel hidroalcohólico.
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El mes pasado, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, quiso dar ejemplo al ponerse una mascarilla durante una reunión con la prensa. Pero las cosas no le salieron bien y acabó con una coloreada mascarilla cubriéndole los ojos, antes de poder ajustarla finalmente al nivel de la boca y la nariz.
"Voy a abrir una cadena de televisión donde enseñaré cómo se pone una mascarilla", bromeó al día siguiente el presidente sudafricano para desactivar las burlas.
La presidenta eslovaca, Zuzana Caputova, exhibió, por su lado, su capacidad para cuidar los detalles al llevar, durante una foto oficial de su nuevo gobierno en marzo, una mascarilla fucsia perfectamente a juego con su vestido.
Pero otros se niegan decididamente a llevarla, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro o el estadounidense Donald Trump. "No lo sé... No me veo con eso", declaró Trump en abril, sin mayor justificación. Y el martes visitó una fábrica de mascarillas --sin llevar una-- pese a que un cartel recomendaba su uso en cualquier circunstancia.
"La pandemia surge al mismo tiempo que un movimiento populista planetario", lamenta Pagliari. "Tristemente, las mascarillas se han convertido en el último tótem de este movimiento, como cuando en la gripe española de 1919-20 las mascarillas eran vistas por los manifestantes como el símbolo de un feroz control del Estado", añadió.