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La historia se repite. En el año 2007, cuando apenas llevaba un año en el poder, Shinzo Abe tuvo que renunciar debido a una enfermedad inflamatoria intestinal crónica, colitis hemorrágica o colitis ulcerosa, de la que decía que se había curado. Muchos pensaron que había sido su condena política, pero renació en 2012 y se propuso hacer su propia historia: permanecer más tiempo en el poder. Lo logró. Hace apenas cinco días batió el récord de longevidad en el cargo que ostentaba Nobusuke Kishi, su abuelo -en Japón solo tres ministros desde la democracia no vienen de una familia con parientes en altos cargos políticos-. Shinzo Abe, de 65 años, completaba ocho años consecutivos en el cargo, una hazaña en un país en el que los altos cargos no duran demasiado.
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El primer ministro nipón logró levantar a Japón de las tres catástrofes ocurridas en 2011 (terremoto, tsunami y el desastre nuclear de Fukushima), también superó varios escándalos de corrupción y amiguismo, y logró ser reelegido en 2014 y 2017. Bautizado como “Teflón Abe”, ese año su partido logró una arrolladora victoria parlamentaria, logrando junto a sus socios de coalición dos tercios de los asientos del Parlamento.
Un éxito que se debió no solo a su habilidad política con la que logró modificar los estatutos de su partido para quedarse en el cargo hasta 2021. De acuerdo con Oriel Farrés y Xavier Peytivi, del Centro de Estudios Internacionales de Barcelona (Cidob), el terreno lo abonó “la audacia de su primer predecesor y mentor, Junichiro Koizumi (2001-2006), quien sentó las bases para reforzar la figura del primer ministro”. Eso sin hablar de la habilidad para formar un equipo de colaboradores fieles, encabezado por su jefe de gabinete Yoshihide Suga. Shinzo Abe ha mantenido por mucho tiempo a sus ministros, puso a gente de confianza en los ministerio más importantes y también ha dado más poder a sus hombres clave.
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“Abe creó también una pléyade de consejos asesores a su alrededor, dando lugar a lo que algunos denominaron el nuevo triángulo de hierro, formado por el gabinete, las grandes empresas y un selecto grupo de expertos de alto nivel, un modelo clave para el desarrollo de su Abenomics.
Pero de nuevo apareció la enfermedad. Desde hacía varios días en Japón se comentaba que algo le pasaba al primer ministro. El lunes se sometió a pruebas médicas en el hospital Keio de Tokio, por segunda vez en ocho días, y este viernes comunicó el resultado: está enfermo y no puede continuar en el cargo. No dio detalles.
Shinzo Abe hizo historia: impulsó la economía de la mano de su programa “Abenomics”, que combina estímulos monetarios masivos, aumento del gasto público y reformas económicas significativas. Se supo mover a nivel doméstico e internacional. En su segundo mandato visitó 66 países, algo que ningún otro primer ministro había conseguido. Presentó a Japón como baluarte de la apertura económica y de la democracia en Asia; a punta de juegos de golf se ganó el favor del impredecible presidente de EE. UU., Donald Trump, y también tuvo 16 encuentros con Vladimir Putin. “Con mayor impacto que sus predecesores, Shinzo Abe puso a Japón de nuevo en el mapa con su visibilidad pública”, explican Farrés y Peytivi, del Cidob.
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Considerado un halcón de la derecha japonesa por su afán militarista, el mandatario no logró completar la reforma de la Constitución pacifista del país para dar más competencias a sus fuerzas armadas ni logró el regreso de los japoneses secuestrados por Corea del Norte entre los años 70 y 80 del siglo XX.
Según una encuesta de la agencia estatal Kyodo del pasado domingo, el índice de aprobación de su gabinete es de tan solo el 36 %, el segundo más bajo desde que comenzó su segundo mandato en 2012. En parte por cuenta de la pandemia de COVID-19, cuya gestión fue calificada de tardía y sin contundencia. Tokio no ha logrado recuperar la normalidad de otras grandes ciudades y su economía está muy resentida por la crisis sanitaria global.
Pero ante la adversidad, Shinzo Abe repite la popular Fábula de las tres flechas, que relata cómo Mori Motonari, líder de un clan de guerreros, entregó una flecha a cada uno de sus hijos y les pidió que la rompieran. Estos lo hicieron fácilmente, pero cuando les pidió romper las tres flechas a la vez, ninguno pudo hacerlo. Y entonces Motonari les explicó: “Tres flechas pueden quebrarse fácilmente si están separadas, juntas, no”.