El segundo tiempo de Sebastián Piñera

El expresidente es el candidato más opcionado para ganar la Presidencia chilena, con el 44 % del respaldo. De salir como está planeado, América Latina recibirá a un nuevo mandatario de derecha. La historia del político que primero fue empresario.

Mariangela Urbina Castilla
19 de noviembre de 2017 - 05:27 p. m.
Sebastián Piñera ya fue presidente de Chile en 2010. Quiere repetir.  / EFE
Sebastián Piñera ya fue presidente de Chile en 2010. Quiere repetir. / EFE
Foto: EFE - ESTEBAN GARAY
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Después de votar en las elecciones presidenciales en las que era candidato, Sebastián Piñera quiso jugar tenis en el club. Se tomó fotos sonriendo con su conjunto blanco y su raqueta, mientras esperaba por los resultados. Perdió, no sabemos si en el juego, pero sí en la política.

Era el año 2005. La ganadora de esa oportunidad, Michelle Bachelet, no jugaba al tenis, un deporte que en América Latina está tradicionalmente asociado con las clases altas. Se trataba de una mujer que, a pesar del famoso conservatismo chileno (Chile fue uno de los países más demorados del mundo en despenalizar el aborto, por ejemplo), logró ganarles a los prejuicios que la precedían por su género. Y lo hizo porque Chile aún le temía a la derecha. Ella, de la mano del Partido Socialista chileno, hizo la tarea.

La idea de la derecha como vehículo de la dictadura todavía estaba fresca. Augusto Pinochet se había encargado de dejar al país saturado. Su dictadura heredó unas cifras impresionantes de crecimiento económico —las dictaduras tienen la particularidad de ser eficientes en lo administrativo—, pero con costos altísimos para la democracia y los derechos humanos. Cuando llegó la democracia, los chilenos, en masa, no querían más de eso y Piñera simpatizó, en su juventud, con los militares.

Suele pasar con el extremismo, con los regímenes totalitarios. Una vez se despierta, todos los símbolos relacionados con el pasado son el diablo. Lo mismo les pasó a los alemanes, después de Hitler.

Sin embargo, cuatro años después, en 2009, Chile eligió por primera vez a Piñera, porque Bachelet, en su afán por reducir la desigualdad entre ricos y pobres, una de las más elevadas del continente, terminó descuidando el crecimiento económico.

Ahora la historia se repite. Todas las encuestas indican que Piñera ganará cómodamente las elecciones presidenciales de este año, por encima del candidato del oficialismo y de una fracturada izquierda que perdió el norte, al son de lo que está pasando en el resto del continente. De nuevo, Piñera le recibiría el puesto a Bachelet, eso sí, en medio de un abstencionismo que los pronósticos vaticinan como histórico y que hacen prever que el exmandatario tendrá que esperar hasta el 17 de diciembre, cuando se realice la segunda vuelta. Si los sondeos son acertados (algo que cada vez es menos usual) su rival será el periodista Alejandro Guillier, la esperanza del oficialismo chileno para seguir con el legado de la presidenta Bachelet.

Patricio Fernández escribió para The New York Times que Piñera tiene en sus manos la posibilidad de resignificar la derecha. “Desde el fin de la dictadura a nuestros días ha muerto y nacido mucha gente, el capitalismo se naturalizó y la estructura de clases sociales, hija de la hacienda, terminó de desaparecer. La derecha ya no tiene por qué encarnar el autoritarismo y los valores retrógrados y “cavernarios” que Mario Vargas Llosa le enrostró durante su última visita a Chile”.

Según el más reciente estudio de opinión pública del CEP (Centro de Estudios Públicos), en 2013 un 14 % de los chilenos simpatizaban con la derecha. Para este año la cifra aumentó. Además, quienes se identifican con la izquierda han bajado de 25 a 16 %, y con el centro, del 35 al 28%.

“Una derecha que se deje permear y sea atenta a los valores democráticos y liberales —ni plutocrática ni aristocrática— implicaría un salto civilizatorio para la política nacional y latinoamericana”, agregó Fernández.

¿Podrá Piñera encarnar a una nueva derecha democrática en un país que recibe inmigrantes como nunca antes, sobre todo haitianos, y en el que el conflicto social con los indígenas mapuches está en uno de sus momentos más agudos de la historia? La pregunta importante es si le interesa hacerlo.

Un muchacho de mundo

Piñera, quien cumplirá 68 años el 1° de diciembre, es el tercero de los seis hijos del matrimonio cristiano entre José Piñera y Magdalena Echenique. Su papá, que siempre ocupó puestos de relevancia nacional en los sectores privado y público, tuvo que trasladarse a Estados Unidos porque fue nombrado como el primer representante en el extranjero de la Corporación Fomento.

Él mismo cuenta que quedó enamorado de Estados Unidos y su democracia liberal y su apertura de mercados desde muy pequeño. Regresó a Chile, completó sus estudios y luego viajó con su padre por Europa, porque lo nombraron como embajador en Bruselas. Luego regresó al sueño americano, para hacer un doctorado en economía en la Universidad de Harvard.

Un hombre de negocios

A Sebastián Piñera le gusta formar empresa. Antes que la política, lo suyo son los negocios. Empezó trabajando en el sector inmobiliario, en la constructora Coltén y después saltó a la banca. Fue Piñera quien consiguió la representación de las tarjetas Visa y Mastercard para Chile y luego creó Bancard S. A., para que los chilenos pudieran conocer el nuevo servicio de endeudamiento.

Después siguió poniendo a andar inmobiliarias e invirtiendo acciones en empresas como Chilevisión y Lan, fue el representante de Apple Chile, en fin. Una larga carrera en el sector privado que lo llevó a tener hoy una fortuna valorada en US$2.700 millones, según Forbes.

Y esta hoja de vida tan activa en los negocios le trajo algunos escándalos relacionados con conflictos de intereses una vez decidió que lo suyo era el sector público. Uno de los casos más sonados es el de la Pesquera Exalmar de Perú, donde Piñera habría invertido a través de su empresa, Bancard. Un correo electrónico fue presentado ante los tribunales como prueba de malos manejos y le imputaron cargos por “negociación incompatible, apropiación indebida y uso de información privilegiada”. El diputado comunista Hugo Gutiérrez presentó la querella. Piñera tuvo que reconocer la inversión, pero negó haber estado enterado de la operación financiera.

Piñera y Pinochet se escriben con “P”

En un gesto que incomodó a varios sectores de la derecha, Piñera acabó con la famosísima prisión llamada “Penal Cordillera”, en donde antiguos militares, juzgados por crímenes de derechos humanos, tenían todos los lujos posibles para pasar sus días de encierro. Fue su intento por desmarcarse de la dictadura. El problema es que los trasladó a otro centro penitenciario, el de Punta Peuco, menos lujoso. Pero los chilenos no están conformes. Dicen que algunos reclusos todavía cuentan con privilegios. Sectores sociales, como los que interrumpieron a Bachelet durante el lanzamiento de la Feria del Libro de este año, exigen su cierre.

“El hecho de haber participado en el gobierno militar no es ningún pecado”, dijo Piñera para defenderse de los otros candidatos, quienes lo atacaban por su antigua cercanía con el régimen.

Sus opositores no dejan de recordarle aquella frase desafortunada que soltó alguna vez en Alemania. En octubre de 2010, mientras desayunaba con el presidente Christian Wulff, escribió en el libro de visitas: Deutschland über alles (“Alemania sobre todas las cosas”), una línea eliminada del himno nacional, por su referencia al régimen nazi. Pidió disculpas, pero todavía, muchos no se lo perdonan.

Por Mariangela Urbina Castilla

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