Elecciones en Argentina: Todos pierden
Las elecciones en el país sudamericano están a la vuelta de la esquina y la sensación en las calles es de desesperanza. Ni el presidente Macri ni su contrincante Fernández convencen a los argentinos de que habrá un futuro prometedor en un país agobiado por la crisis económica.
Jesús Mesa / @JesusMesa
A solo dos días de que se celebren las elecciones generales en Argentina, la gente solo quiere que todo lo relacionado con la política termine. La campaña presidencial, que enfrenta al presidente Mauricio Macri y al izquierdista Alberto Fernández, los tiene agotados. La crisis económica los tiene agobiados, sin esperanzas y con la sensación de que, gane quien gane, todos van a perder.
No lo dicen los diarios ni los programas de radio, pero los argentinos están cansados de la política. Los debates tienen cada vez menos sintonía y la gente no se interesa por las noticias. Ya ni hay espacio para el fútbol, eterno placebo argentino, pues están más preocupados por reunir los pesos para reunir lo del diario. El dinero no alcanza y se esfuma al llegar a sus manos.
La crisis económica que ha golpeado a Argentina se ha intensificado con el pasar de los meses. Los argentinos votarán este domingo con una economía con inflación acumulada de 37,7 %, una de las más altas del mundo. El peso argentino, en consecuencia, se ha devaluado considerablemente y los precios están por las nubes. El Fondo Monetario Internacional tampoco da un parte de tranquilidad y vaticina que la situación se pondrá peor al finalizar el año.
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“Inflación más recesión han dado como resultado un fuerte incremento en los niveles de pobreza, que pasaron de un estimado de 29 % en 2015 hasta 35,4 % para el primer semestre de 2019”, indicó Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía.
Y es que todos, en mayor o menor medida, independientemente del sector de la clase social que integren, padecen la crisis económica argentina, sacudida por un constante y cíclico viacrucis económico. A los ricos se les impuso una restricción para comprar dólares y así evitar una fuga de capitales. La clase media, agobiada por los impuestos, vive con lo justo, y los más pobres, asfixiados, ven cómo los billetes con los que antes compraban el pan y la leche no alcanzan para unos chicles.
“Ser argentino es un eterno karma”, cuenta Jacobo, hincha de Boca y taxista de Buenos Aires al preguntarle sobre la campaña política. “El problema que tenemos los argentinos es que siempre pensamos que la alternativa es mejor y termina siendo igual o peor”, agrega decepcionado. También dice que si por él fuera no iría a votar, pero al ser obligatorio “le toca”.
Jacobo resume en una conversación de taxi el principal problema que ha padecido su país desde el regreso a la democracia, en 1983. En Argentina le llaman “el péndulo”, un eufemismo para explicar que, la mayoría de las veces, cuando cambia el gobierno en el país se impone un nuevo modelo productivo. No hay continuidad en la política económica y su resultado han sido constantes crisis.
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“La Argentina fabrica los mejores péndulos del mundo, porque somos expertos en oscilar, invariablemente, del todo a la nada. Una y otra vez pasamos de la expectativa al desencanto, de la depresión a la euforia, o de algo o alguien que nos salvará a que “eso no sirve para nada”, lo explica Diego Sehinkman, periodista y columnista del diario La Nación de ese país.
Cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia de su país lo hizo gracias al péndulo. El exalcalde de Buenos Aires representaba lo opuesto a su antecesora, Cristina Fernández de Kirchner, la popular líder izquierdista argentina. Libre mercado, libertad cambiaria e inversión extranjera fueron algunas de las banderas que le sirvieron para llegar a la Casa Rosada en 2015.
Pero cuatro años después esta estrategia se le devolvió como un bumerán. Los resultados de las primarias de agosto, en las que su partido perdió por escándalo, fueron la respuesta de los argentinos al deterioro de su calidad de vida y el aumento de la pobreza. Solo en el campo es donde el presidente tiene gran apoyo, pero en una elección son las grandes ciudades las que tienen la palabra.
De hecho, pasados dos meses de ese examen, las encuestas vaticinan una contundente derrota del actual mandatario a manos de Alberto Fernández, candidato de izquierda y ficha de la expresidenta Fernández de Kirchner, quien ahora figura como su fórmula vicepresidencial. Las últimas plantean diferencias de 16,29 a 22,5 puntos a favor de los Fernández, que en las primarias quedaron 16,56 arriba: 49,49 % contra 32,93 % del presidente.
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Alberto Fernández, un hombre sereno, tranquilo, ha intentado zafarse de la imagen de Cristina. Viejo conocido de la política argentina, pero con poca experiencia en elecciones, en las últimas semanas ha evitado posar al lado de la expresidenta para mostrar su supuesta independencia. Su oposición al último gobierno de Cristina Fernández le da un cierto aval frente a los electores escépticos, pero que haya aceptado ser la fórmula presidencial de la peronista elevó de nuevo dudas sobre su figura.
Porque lo cierto es que hoy la política argentina gira alrededor de la figura de Cristina Fernández de Kirchner. A pesar de los intentos del candidato, muchos en Argentina se preguntan quién gobernará realmente si el kirchnerismo vuelve al poder. Alberto Fernández se molesta cuando es consultado al respecto. “El presidente voy a ser yo”, repite hasta la saciedad.
También ha asegurado que en caso de ganar las elecciones no volverá a implementar las medidas polémicas como el control cambiario, ni las formas de estilo autoritario —como el enfrentamiento con la prensa— que caracterizaron al gobierno de su actual vice, quien al tiempo que hace campaña enfrenta dos juicios por corrupción.
El problema para Alberto y Cristina es que muchos que quieren de vuelta su modelo no lo hacen porque crean en él, sino porque con Macri las cosas se pusieron peor. “No tenemos opción más que sacar al inepto de presidente que tenemos”, opina Gustavo, vendedor de periódicos en un kiosco cerca de la Plaza de Mayo.
“No es que con los Kirchner estuviéramos mejor, pero no es lo de ahora”, explica. El “robaron, pero vivíamos mejor” que se escucha de los labios de varios en las calles es un fiel reflejo del voto emocional de los argentinos, que se hará efectivo el próximo domingo.
A solo dos días de que se celebren las elecciones generales en Argentina, la gente solo quiere que todo lo relacionado con la política termine. La campaña presidencial, que enfrenta al presidente Mauricio Macri y al izquierdista Alberto Fernández, los tiene agotados. La crisis económica los tiene agobiados, sin esperanzas y con la sensación de que, gane quien gane, todos van a perder.
No lo dicen los diarios ni los programas de radio, pero los argentinos están cansados de la política. Los debates tienen cada vez menos sintonía y la gente no se interesa por las noticias. Ya ni hay espacio para el fútbol, eterno placebo argentino, pues están más preocupados por reunir los pesos para reunir lo del diario. El dinero no alcanza y se esfuma al llegar a sus manos.
La crisis económica que ha golpeado a Argentina se ha intensificado con el pasar de los meses. Los argentinos votarán este domingo con una economía con inflación acumulada de 37,7 %, una de las más altas del mundo. El peso argentino, en consecuencia, se ha devaluado considerablemente y los precios están por las nubes. El Fondo Monetario Internacional tampoco da un parte de tranquilidad y vaticina que la situación se pondrá peor al finalizar el año.
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“Inflación más recesión han dado como resultado un fuerte incremento en los niveles de pobreza, que pasaron de un estimado de 29 % en 2015 hasta 35,4 % para el primer semestre de 2019”, indicó Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía.
Y es que todos, en mayor o menor medida, independientemente del sector de la clase social que integren, padecen la crisis económica argentina, sacudida por un constante y cíclico viacrucis económico. A los ricos se les impuso una restricción para comprar dólares y así evitar una fuga de capitales. La clase media, agobiada por los impuestos, vive con lo justo, y los más pobres, asfixiados, ven cómo los billetes con los que antes compraban el pan y la leche no alcanzan para unos chicles.
“Ser argentino es un eterno karma”, cuenta Jacobo, hincha de Boca y taxista de Buenos Aires al preguntarle sobre la campaña política. “El problema que tenemos los argentinos es que siempre pensamos que la alternativa es mejor y termina siendo igual o peor”, agrega decepcionado. También dice que si por él fuera no iría a votar, pero al ser obligatorio “le toca”.
Jacobo resume en una conversación de taxi el principal problema que ha padecido su país desde el regreso a la democracia, en 1983. En Argentina le llaman “el péndulo”, un eufemismo para explicar que, la mayoría de las veces, cuando cambia el gobierno en el país se impone un nuevo modelo productivo. No hay continuidad en la política económica y su resultado han sido constantes crisis.
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“La Argentina fabrica los mejores péndulos del mundo, porque somos expertos en oscilar, invariablemente, del todo a la nada. Una y otra vez pasamos de la expectativa al desencanto, de la depresión a la euforia, o de algo o alguien que nos salvará a que “eso no sirve para nada”, lo explica Diego Sehinkman, periodista y columnista del diario La Nación de ese país.
Cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia de su país lo hizo gracias al péndulo. El exalcalde de Buenos Aires representaba lo opuesto a su antecesora, Cristina Fernández de Kirchner, la popular líder izquierdista argentina. Libre mercado, libertad cambiaria e inversión extranjera fueron algunas de las banderas que le sirvieron para llegar a la Casa Rosada en 2015.
Pero cuatro años después esta estrategia se le devolvió como un bumerán. Los resultados de las primarias de agosto, en las que su partido perdió por escándalo, fueron la respuesta de los argentinos al deterioro de su calidad de vida y el aumento de la pobreza. Solo en el campo es donde el presidente tiene gran apoyo, pero en una elección son las grandes ciudades las que tienen la palabra.
De hecho, pasados dos meses de ese examen, las encuestas vaticinan una contundente derrota del actual mandatario a manos de Alberto Fernández, candidato de izquierda y ficha de la expresidenta Fernández de Kirchner, quien ahora figura como su fórmula vicepresidencial. Las últimas plantean diferencias de 16,29 a 22,5 puntos a favor de los Fernández, que en las primarias quedaron 16,56 arriba: 49,49 % contra 32,93 % del presidente.
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Alberto Fernández, un hombre sereno, tranquilo, ha intentado zafarse de la imagen de Cristina. Viejo conocido de la política argentina, pero con poca experiencia en elecciones, en las últimas semanas ha evitado posar al lado de la expresidenta para mostrar su supuesta independencia. Su oposición al último gobierno de Cristina Fernández le da un cierto aval frente a los electores escépticos, pero que haya aceptado ser la fórmula presidencial de la peronista elevó de nuevo dudas sobre su figura.
Porque lo cierto es que hoy la política argentina gira alrededor de la figura de Cristina Fernández de Kirchner. A pesar de los intentos del candidato, muchos en Argentina se preguntan quién gobernará realmente si el kirchnerismo vuelve al poder. Alberto Fernández se molesta cuando es consultado al respecto. “El presidente voy a ser yo”, repite hasta la saciedad.
También ha asegurado que en caso de ganar las elecciones no volverá a implementar las medidas polémicas como el control cambiario, ni las formas de estilo autoritario —como el enfrentamiento con la prensa— que caracterizaron al gobierno de su actual vice, quien al tiempo que hace campaña enfrenta dos juicios por corrupción.
El problema para Alberto y Cristina es que muchos que quieren de vuelta su modelo no lo hacen porque crean en él, sino porque con Macri las cosas se pusieron peor. “No tenemos opción más que sacar al inepto de presidente que tenemos”, opina Gustavo, vendedor de periódicos en un kiosco cerca de la Plaza de Mayo.
“No es que con los Kirchner estuviéramos mejor, pero no es lo de ahora”, explica. El “robaron, pero vivíamos mejor” que se escucha de los labios de varios en las calles es un fiel reflejo del voto emocional de los argentinos, que se hará efectivo el próximo domingo.