Espías reinventados
Colombia expulsó a dos venezolanos, una agente británica en líos por perder una USB en Bogotá, crisis en la CIA, alerta por topos de la era cibernética.
Nelson Fredy Padilla
José Vicente Márquez y Diego José Palomino no tienen el aire distinguido e intrépido de James Bond y George Smiley, los más famosos espías de la historia creados por los ex espías Ian Fleming y John Le Carré, pero según el DAS recolectaban información en Colombia para el gobierno de Venezuela. Fueron detenidos en Valledupar y expulsados esta semana “por razones de seguridad nacional”.
Se habían infiltrado “de manera irregular” desde el 12 de enero por La Guajira, según Felipe Muñoz, director del Departamento Administrativo de Seguridad, y aunque todavía busca establecer para qué fines habían recolectado documentos y grabaciones, su perfil los delata: Márquez es asesor de la Secretaría de Seguridad del Estado fronterizo de Zulia y ex miembro de la Policía Técnica Judicial (PTJ) de Venezuela, con 32 años de experiencia en investigación criminal, y Palomino es oficial activo de la Policía de la misma región.
Podían ser procesados aquí por espionaje, contemplado en el artículo 463 de los delitos contra la seguridad del Estado, cuya pena fue agravada desde el 1° de enero de 2005 con prisión de 4 a 12 años. Sin embargo, teniendo en cuenta las crecientes tensiones binacionales, el Gobierno colombiano decidió entregarlos a las autoridades venezolanas. Otros casos están bajo investigación.
El 27 de octubre del año pasado fueron las autoridades del vecino país las que detuvieron a dos agentes del DAS a quienes “se les incautaron documentos relacionados con operaciones de espionaje y desestabilización en Venezuela, Ecuador y Cuba”. El ministro del Interior venezolano, Tarek el Aissami, acusó a la inteligencia colombiana y a la CIA de financiar estas operaciones contra el gobierno de Hugo Chávez.
Ojos sobre Colombia
“Veinte años después del fin de la Guerra Fría, Colombia, el único país en guerra de América, punta de lanza de la política de los Estados Unidos contra el terrorismo, es el epicentro perfecto para el tránsito de espías especializados en información política y bélica”, le explicó a El Espectador un experto en inteligencia electrónica que asesora operaciones en nuestro país. ¿Hay agentes de la CIA en Colombia? “Claro que sí. Los norteamericanos que secuestraron las Farc después de derribar un avión lo eran”. ¿Cuántos? “Más de los que se creen”. ¿Hay espías colombianos? “Debe haberlos”. (Desde 1887 un colombiano que entregue a otro país secretos de Estado incurre en traición a la Patria).
Otro caso reciente que evidencia el fenómeno es la investigación que abrió en Londres el MI6, encargado de la seguridad exterior de Gran Bretaña, luego de que el 28 de abril del año pasado la ‘agente T’ perdió en Bogotá, en una buseta que tomó cerca al aeropuerto Eldorado, una memoria USB con un informe titulado “Las joyas de la corona”, sobre operaciones antinarcóticos en la región Andina e, incluso, los nombres de agentes desplegados en Colombia. “No porque haya caído el Muro de Berlín el espionaje dejó de existir”, explica la fuente que cita el capítulo 13 del clásico Arte de la guerra: “Esta profesión 453 años antes de Cristo ya era trascendental porque según el general chino Sun Tzu ‘un ejército sin agentes secretos es exactamente como un hombre sin ojos ni oídos’”.
El nuevo modelo
¿Cómo es un espía del siglo XXI? El estereotipo del agente de gabardina y sombrero es historia con todas sus estratagemas reales y fantásticas: el veneno en la punta de un paraguas, las marcas de cinta y tiza en los buzones, las palomas mensajeras, los mensajes grabados en la cáscara de un huevo duro con tinta de alumbre y vinagre que horas después se lee con nitidez en la clara, el gran micrófono en el zapato del superagente 86 Maxwell Smart, la pistola Beretta de James Bond oculta en un envase de crema de afeitar, el escritorio del jefe del departamento extranjero del servicio secreto alemán en Berlín, Walter Schellemberg, que tenía incorporados dos revólveres automáticos que apuntaban al visitante.
Ya no parece recomendable seguir el Libro de cabecera del espía, compilación de Graham Greene, ex periodista, novelista y ex reclutador de espías para la Corona Británica en África durante la II Guerra Mundial, ni las memorias del ex profesor de espías de la KGB (Comité de Seguridad del Estado), Heinz Günther, donde analiza psicología, socialización, debilidades, gustos, traumas, aberraciones, lo que necesita un topo para una mente lúcida.
Adiós a personajes reales como el beisbolista de las grandes ligas Morris Berg, agente secreto estadounidense durante la II Guerra, gran catcher que hablaba siete idiomas y era psicólogo de la Sorbona; a obsesionados como el jefe de la KGB, Yuri Andropov, una de cuyas grandes misiones fue localizar el cráneo de Adolfo Hitler para incinerarlo; a Markus Wolf, el fallecido espía sin rostro —inmortalizado en la literatura por Le Carré como Karla—, jefe del espionaje de Alemania Oriental, formado en Rusia, hijo de dramaturgo, periodista radial en Berlín, creador de los agentes Romeo, expertos en seducir a las secretarias de los más altos funcionarios de la Alemania Occidental.
Adiós a las mujeres espías estilo Mata-hari, la holandesa Gertrud Margarete Zelle, esposa de diplomático que fingía estar con el gobierno francés pero en realidad trabajaba para Alemania y terminó fusilada; Lydia Stahl, políglota rusa, profesora de arte con máster en la Universidad de Columbia y que guardaba en el cajón de juguetes de su hijo el expediente de los secretos de defensa costera de Francia; Stella Rimington, la primera mujer que dirigió el MI5, inteligencia interior británica, entre 1992 y 1996 y el año pasado publicó la novela La invisible. Adiós a los mensajes en clave como el que descubrió Rodolfo Walsh, compañero de García Márquez en la agencia Prensa Latina que en un cable noticioso descifró mediante un manual de criptografía recreativa un mensaje de la CIA sobre Guatemala.
Este tipo de espionaje ha hecho crisis y ha generado crisis como la de Aldrich Ames, el norteamericano, jefe de contraespionaje de la CIA, casi 10 años filtrando documentos a la KGB bajo el nombre de ‘Rick’, a cambio de cuatro millones de dólares. Fue detenido en 1994 y procesado junto a su esposa, la colombiana María del Rosario Casas, quien luego quedó libre por desconocer buena parte de los secretos.
“El espionaje se transforma a partir de estas lecciones”. El pasado 30 de diciembre fueron asesinados en Afganistán siete altos agentes de la CIA, incluidas la jefe del grupo y Elizabeth Hanson, expertas en antiterrorismo. Fue un atentado suicida de Humam Khalil Abu-Mulal al-Balawi, un doble agente que trabajaba para ellos pero también para Al-Qaeda. Los citó a una reunión, adhirió una bomba a su cuerpo y la activó en el corazón de la inexpugnable base Chapman.
Ciberespías
Mientras en Washington se habla de la revisión y replanteamiento de las operaciones encubiertas, es un hecho que los espías se han “reinventado” para adaptarse a las nuevas circunstancias geopolíticas. Además del uso de micrófonos invisibles, cámaras microscópicas y redes satelitales, han encontrado refugio en el entramado cibernético: “Formándose como hackers y valiéndose de ellos y de redes sociales como Twitter o Facebook para informar, desinformar o reclutar”.
Una prueba es lo ocurrido en Bruselas, capital de Europa y sede de la OTAN, donde el español Javier Solana era coordinador de la política exterior de la Unión Europea en casos como Irán. El 10 de junio del año pasado reveló: “He sido sometido a espionaje durante varios meses, sin saberlo, por una potencia no europea”. Se sabe que penetraron desde el ciberespacio en su computador portátil, no se sabe qué documentos confidenciales fueron copiados.
Del software encriptador básico Pretty Good Privacy, de 1998, al actual A-Space, hay un abismo. Este último es un proyecto del FBI y la CIA, montado como una red social similar a Hi5 o MySpace pero que garantiza comunicación entre espías sin ser espiados. Opera desde el pasado 22 de septiembre y la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI) lideró el proyecto al que tienen acceso 18 servicios de inteligencia de los Estados Unidos.
También está siendo actualizado el Programa Nacional de Educación en Seguridad (NSEP) del Pentágono y el Programa Pat Roberts de becarios de inteligencia (Prisp). Alumnos de espionaje.
Hace un año fue detenido en Uruguay un ciberespía acusado de piratear a políticos, funcionarios y diplomáticos de Argentina, Chile, España y Uruguay. Iván Velázquez, ex miembro de la Secretaría de Inteligencia del Estado de Argentina (SIDE), experto en informática y en terrorismo islámico, se dedicaba a interceptar correos electrónicos.
Este mundo oculto también conjuga los verbos “traicionar” y “aniquilar”. Las balas dejan rastros inconvenientes, es mejor envenenar. Ya no con ricino ni arsénico sino con una diminuta explosión nuclear. Quedó demostrado en 2007 cuando el ex agente de la KGB, exiliado en Inglaterra, Alexander Litvinenko, ingirió una dosis de polonio 210 durante un almuerzo en un restaurante japonés en Londres. La radiactividad deshizo su organismo en una agonía de tres semanas. Se acusa a la nueva KGB, rebautizada SVR y a órdenes del ex agente e implacable primer ministro de la Federación Rusa, Vladimir Putin.
Son otros tiempos. Tal vez los espías del siglo XXI ya no reciban la Orden de Lenin en Moscú ni sean declarados caballeros en Londres pero, como escribió Graham Green, seguirán representando “el revés de la trama”.
¿Se acabó la literatura de espías?
La ficción les confirió un prestigio milenario a los espías desde ‘La odisea’, cuando Ulises se disfraza de mendigo para obtener información de una ciudad troyana. En el siglo de oro Quevedo y Cervantes espiaban y escribían una tentación cuyo apogeo inauguró en el siglo XX Joseph Conrad con la novela ‘El agente secreto’. Y luego vino la prolífica generación de Graham Greene (‘El americano impasible’) y John Le Carré, quien ha publicado 21 libros y es multimillonario. Pero la última novela del inglés, ‘El hombre más buscado’ (editada por Mondadori y ya en librerías colombianas), adaptada a los tiempos posteriores al 11 de septiembre, ya no genera el mismo impacto editorial que hasta los años 80. Y no es porque su prosa haya desmejorado, por el contrario, parece más depurada y consistente, sino que obras clásicas suyas como ‘El espía que surgió del frío’ se publicaron en el momento político ideal, cuando el mundo vivía entre dos superpotencias.
Le Carré, ex espía del MI5 británico, tiene 79 años y vive aislado en Inglaterra en una casa a orillas del mar. En realidad se llama David Cornwell y se resiste a que se hable de un género agotado. Publicó también ‘Amigos absolutos’, una saga crítica sobre la ofensiva de Estados Unidos en Irak. Tal vez el epílogo de Le Carré está cercano, pero los indicios muestran que está por descubrirse y escribirse el mundo secreto del siglo XXI, seguramente una renovada versión del Círculo de Cambridge, aquel grupo de espías rusos infiltrados durante medio siglo en la aristocracia británica con el objetivo de pasar secretos de Estado a Moscú, informaciones que resultaron definitivas para la derrota de Hitler y el nazismo. La nueva generación de novelistas de espías empezó a abrirse espacio en los años 90 con Tom Clancy (‘Juego de patriotas’) y Gordon Thomas (‘Semillas de odio’). Su caldo de cultivo son temas como las torturas de la CIA y la guerra contra el terrorismo.
José Vicente Márquez y Diego José Palomino no tienen el aire distinguido e intrépido de James Bond y George Smiley, los más famosos espías de la historia creados por los ex espías Ian Fleming y John Le Carré, pero según el DAS recolectaban información en Colombia para el gobierno de Venezuela. Fueron detenidos en Valledupar y expulsados esta semana “por razones de seguridad nacional”.
Se habían infiltrado “de manera irregular” desde el 12 de enero por La Guajira, según Felipe Muñoz, director del Departamento Administrativo de Seguridad, y aunque todavía busca establecer para qué fines habían recolectado documentos y grabaciones, su perfil los delata: Márquez es asesor de la Secretaría de Seguridad del Estado fronterizo de Zulia y ex miembro de la Policía Técnica Judicial (PTJ) de Venezuela, con 32 años de experiencia en investigación criminal, y Palomino es oficial activo de la Policía de la misma región.
Podían ser procesados aquí por espionaje, contemplado en el artículo 463 de los delitos contra la seguridad del Estado, cuya pena fue agravada desde el 1° de enero de 2005 con prisión de 4 a 12 años. Sin embargo, teniendo en cuenta las crecientes tensiones binacionales, el Gobierno colombiano decidió entregarlos a las autoridades venezolanas. Otros casos están bajo investigación.
El 27 de octubre del año pasado fueron las autoridades del vecino país las que detuvieron a dos agentes del DAS a quienes “se les incautaron documentos relacionados con operaciones de espionaje y desestabilización en Venezuela, Ecuador y Cuba”. El ministro del Interior venezolano, Tarek el Aissami, acusó a la inteligencia colombiana y a la CIA de financiar estas operaciones contra el gobierno de Hugo Chávez.
Ojos sobre Colombia
“Veinte años después del fin de la Guerra Fría, Colombia, el único país en guerra de América, punta de lanza de la política de los Estados Unidos contra el terrorismo, es el epicentro perfecto para el tránsito de espías especializados en información política y bélica”, le explicó a El Espectador un experto en inteligencia electrónica que asesora operaciones en nuestro país. ¿Hay agentes de la CIA en Colombia? “Claro que sí. Los norteamericanos que secuestraron las Farc después de derribar un avión lo eran”. ¿Cuántos? “Más de los que se creen”. ¿Hay espías colombianos? “Debe haberlos”. (Desde 1887 un colombiano que entregue a otro país secretos de Estado incurre en traición a la Patria).
Otro caso reciente que evidencia el fenómeno es la investigación que abrió en Londres el MI6, encargado de la seguridad exterior de Gran Bretaña, luego de que el 28 de abril del año pasado la ‘agente T’ perdió en Bogotá, en una buseta que tomó cerca al aeropuerto Eldorado, una memoria USB con un informe titulado “Las joyas de la corona”, sobre operaciones antinarcóticos en la región Andina e, incluso, los nombres de agentes desplegados en Colombia. “No porque haya caído el Muro de Berlín el espionaje dejó de existir”, explica la fuente que cita el capítulo 13 del clásico Arte de la guerra: “Esta profesión 453 años antes de Cristo ya era trascendental porque según el general chino Sun Tzu ‘un ejército sin agentes secretos es exactamente como un hombre sin ojos ni oídos’”.
El nuevo modelo
¿Cómo es un espía del siglo XXI? El estereotipo del agente de gabardina y sombrero es historia con todas sus estratagemas reales y fantásticas: el veneno en la punta de un paraguas, las marcas de cinta y tiza en los buzones, las palomas mensajeras, los mensajes grabados en la cáscara de un huevo duro con tinta de alumbre y vinagre que horas después se lee con nitidez en la clara, el gran micrófono en el zapato del superagente 86 Maxwell Smart, la pistola Beretta de James Bond oculta en un envase de crema de afeitar, el escritorio del jefe del departamento extranjero del servicio secreto alemán en Berlín, Walter Schellemberg, que tenía incorporados dos revólveres automáticos que apuntaban al visitante.
Ya no parece recomendable seguir el Libro de cabecera del espía, compilación de Graham Greene, ex periodista, novelista y ex reclutador de espías para la Corona Británica en África durante la II Guerra Mundial, ni las memorias del ex profesor de espías de la KGB (Comité de Seguridad del Estado), Heinz Günther, donde analiza psicología, socialización, debilidades, gustos, traumas, aberraciones, lo que necesita un topo para una mente lúcida.
Adiós a personajes reales como el beisbolista de las grandes ligas Morris Berg, agente secreto estadounidense durante la II Guerra, gran catcher que hablaba siete idiomas y era psicólogo de la Sorbona; a obsesionados como el jefe de la KGB, Yuri Andropov, una de cuyas grandes misiones fue localizar el cráneo de Adolfo Hitler para incinerarlo; a Markus Wolf, el fallecido espía sin rostro —inmortalizado en la literatura por Le Carré como Karla—, jefe del espionaje de Alemania Oriental, formado en Rusia, hijo de dramaturgo, periodista radial en Berlín, creador de los agentes Romeo, expertos en seducir a las secretarias de los más altos funcionarios de la Alemania Occidental.
Adiós a las mujeres espías estilo Mata-hari, la holandesa Gertrud Margarete Zelle, esposa de diplomático que fingía estar con el gobierno francés pero en realidad trabajaba para Alemania y terminó fusilada; Lydia Stahl, políglota rusa, profesora de arte con máster en la Universidad de Columbia y que guardaba en el cajón de juguetes de su hijo el expediente de los secretos de defensa costera de Francia; Stella Rimington, la primera mujer que dirigió el MI5, inteligencia interior británica, entre 1992 y 1996 y el año pasado publicó la novela La invisible. Adiós a los mensajes en clave como el que descubrió Rodolfo Walsh, compañero de García Márquez en la agencia Prensa Latina que en un cable noticioso descifró mediante un manual de criptografía recreativa un mensaje de la CIA sobre Guatemala.
Este tipo de espionaje ha hecho crisis y ha generado crisis como la de Aldrich Ames, el norteamericano, jefe de contraespionaje de la CIA, casi 10 años filtrando documentos a la KGB bajo el nombre de ‘Rick’, a cambio de cuatro millones de dólares. Fue detenido en 1994 y procesado junto a su esposa, la colombiana María del Rosario Casas, quien luego quedó libre por desconocer buena parte de los secretos.
“El espionaje se transforma a partir de estas lecciones”. El pasado 30 de diciembre fueron asesinados en Afganistán siete altos agentes de la CIA, incluidas la jefe del grupo y Elizabeth Hanson, expertas en antiterrorismo. Fue un atentado suicida de Humam Khalil Abu-Mulal al-Balawi, un doble agente que trabajaba para ellos pero también para Al-Qaeda. Los citó a una reunión, adhirió una bomba a su cuerpo y la activó en el corazón de la inexpugnable base Chapman.
Ciberespías
Mientras en Washington se habla de la revisión y replanteamiento de las operaciones encubiertas, es un hecho que los espías se han “reinventado” para adaptarse a las nuevas circunstancias geopolíticas. Además del uso de micrófonos invisibles, cámaras microscópicas y redes satelitales, han encontrado refugio en el entramado cibernético: “Formándose como hackers y valiéndose de ellos y de redes sociales como Twitter o Facebook para informar, desinformar o reclutar”.
Una prueba es lo ocurrido en Bruselas, capital de Europa y sede de la OTAN, donde el español Javier Solana era coordinador de la política exterior de la Unión Europea en casos como Irán. El 10 de junio del año pasado reveló: “He sido sometido a espionaje durante varios meses, sin saberlo, por una potencia no europea”. Se sabe que penetraron desde el ciberespacio en su computador portátil, no se sabe qué documentos confidenciales fueron copiados.
Del software encriptador básico Pretty Good Privacy, de 1998, al actual A-Space, hay un abismo. Este último es un proyecto del FBI y la CIA, montado como una red social similar a Hi5 o MySpace pero que garantiza comunicación entre espías sin ser espiados. Opera desde el pasado 22 de septiembre y la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI) lideró el proyecto al que tienen acceso 18 servicios de inteligencia de los Estados Unidos.
También está siendo actualizado el Programa Nacional de Educación en Seguridad (NSEP) del Pentágono y el Programa Pat Roberts de becarios de inteligencia (Prisp). Alumnos de espionaje.
Hace un año fue detenido en Uruguay un ciberespía acusado de piratear a políticos, funcionarios y diplomáticos de Argentina, Chile, España y Uruguay. Iván Velázquez, ex miembro de la Secretaría de Inteligencia del Estado de Argentina (SIDE), experto en informática y en terrorismo islámico, se dedicaba a interceptar correos electrónicos.
Este mundo oculto también conjuga los verbos “traicionar” y “aniquilar”. Las balas dejan rastros inconvenientes, es mejor envenenar. Ya no con ricino ni arsénico sino con una diminuta explosión nuclear. Quedó demostrado en 2007 cuando el ex agente de la KGB, exiliado en Inglaterra, Alexander Litvinenko, ingirió una dosis de polonio 210 durante un almuerzo en un restaurante japonés en Londres. La radiactividad deshizo su organismo en una agonía de tres semanas. Se acusa a la nueva KGB, rebautizada SVR y a órdenes del ex agente e implacable primer ministro de la Federación Rusa, Vladimir Putin.
Son otros tiempos. Tal vez los espías del siglo XXI ya no reciban la Orden de Lenin en Moscú ni sean declarados caballeros en Londres pero, como escribió Graham Green, seguirán representando “el revés de la trama”.
¿Se acabó la literatura de espías?
La ficción les confirió un prestigio milenario a los espías desde ‘La odisea’, cuando Ulises se disfraza de mendigo para obtener información de una ciudad troyana. En el siglo de oro Quevedo y Cervantes espiaban y escribían una tentación cuyo apogeo inauguró en el siglo XX Joseph Conrad con la novela ‘El agente secreto’. Y luego vino la prolífica generación de Graham Greene (‘El americano impasible’) y John Le Carré, quien ha publicado 21 libros y es multimillonario. Pero la última novela del inglés, ‘El hombre más buscado’ (editada por Mondadori y ya en librerías colombianas), adaptada a los tiempos posteriores al 11 de septiembre, ya no genera el mismo impacto editorial que hasta los años 80. Y no es porque su prosa haya desmejorado, por el contrario, parece más depurada y consistente, sino que obras clásicas suyas como ‘El espía que surgió del frío’ se publicaron en el momento político ideal, cuando el mundo vivía entre dos superpotencias.
Le Carré, ex espía del MI5 británico, tiene 79 años y vive aislado en Inglaterra en una casa a orillas del mar. En realidad se llama David Cornwell y se resiste a que se hable de un género agotado. Publicó también ‘Amigos absolutos’, una saga crítica sobre la ofensiva de Estados Unidos en Irak. Tal vez el epílogo de Le Carré está cercano, pero los indicios muestran que está por descubrirse y escribirse el mundo secreto del siglo XXI, seguramente una renovada versión del Círculo de Cambridge, aquel grupo de espías rusos infiltrados durante medio siglo en la aristocracia británica con el objetivo de pasar secretos de Estado a Moscú, informaciones que resultaron definitivas para la derrota de Hitler y el nazismo. La nueva generación de novelistas de espías empezó a abrirse espacio en los años 90 con Tom Clancy (‘Juego de patriotas’) y Gordon Thomas (‘Semillas de odio’). Su caldo de cultivo son temas como las torturas de la CIA y la guerra contra el terrorismo.