¿Están enfermas las democracias latinoamericanas?

Las graves protestas en Chile y Ecuador, la sombra de fraude en Bolivia, el cierre del congreso en Perú, etc., reflejan que la región está en crisis por una suma de factores: debilidad institucional, frustración económica y una corrupción endémica.

Marta Domínguez
27 de octubre de 2019 - 02:00 a. m.
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“Un discurso político sin saliva”, reza la canción Latinoamérica de los puertorriqueños Calle 13. Esa es una de las causas, sin duda, de las intensas movilizaciones que vive el continente en los últimos meses y semanas. América Latina ante su particular ‘primavera’, una oleada de protestas nacidas de la imposición de medidas de austeridad, la ineficacia política y una corrupción que sigue empañando buena parte de la región.

La crisis política que obligó al presidente peruano Martín Vizcarra a cerrar el Congreso, la sombra de fraude electoral en Bolivia, la insostenible situación de Venezuela, la oposición indígena ecuatoriana haciendo retroceder las medidas económicas de Lenín Moreno, el hartazgo de Haití frente a su presidente, las movilizaciones de Uruguay por el plebiscito referente a la seguridad del país o las protestas en Argentina o Brasil contra los recortes en servicios públicos durante los últimos meses. “Las protestas que vemos en la región van más allá de los matices políticos de izquierda y derecha, se refieren más al descontento de los pueblos”, comenta el analista geopolítico Amir Richani. La situación del continente se refleja, no obstante, en la imagen de Chile: considerada la “Suiza de América Latina”, enfrenta más de una semana de protestas contra las políticas de Sebastián Piñera. Un escenario que se ha complicado en los últimos días desde que el presidente impusiera el estado de emergencia y sucesivos toques de queda en ciudades importantes del país. Además, su “estamos en guerra” no ha hecho sino caldear aún más el ánimo de los manifestantes. La movilización social, que empezó con la subida de las tarifas del metro, solo fue la gota que colmó el vaso. En este punto, la ofensiva de los militares contra los manifestantes deja casi una veintena de muertos y una fuerte represión de las libertades.

“Chile tiene la desigualdad de ingresos más pronunciada entre los países industrializados y, según el Banco Mundial, es sustancialmente más desigual que todos sus vecinos. La paradoja es que el mismo modelo que le permitió a Chile aumentar su riqueza y reducir dramáticamente la pobreza, ha traído una profunda desigualdad, que se traduce en una sensación de precariedad para amplios sectores de la clase media emergente”, comenta Noam Titelman, investigador de la London School of Economics and Political Science.

El presidente Piñera, que quiso calmar la tensión anunciando una serie de medidas económicas para paliar la desigualdad, no obtuvo el beneplácito de la calle, donde las masivas manifestaciones no paran. El preocupante escenario que afronta el país tiene su precedente más cercano en las movilizaciones estudiantiles de 2011 — durante el mandato pasado de Piñera—, aunque con notables diferencias. “Quizá la más notoria es la forma de movilización. Mientras que las movilizaciones del 2011 eran convocadas por las organizaciones estudiantiles y, en general, se trataban de marchas o concentraciones pacíficas, las protestas actuales surgen sin liderazgo o vocería conocida y se han visto marcadas por un nivel de violencia mucho mayor. El problema estructural parece ser el mismo en ambas, pero la forma de expresar el malestar ha cambiado”, sostiene Titelman.

"En Chile los militares otra vez están matando gente de nuevo"

Piñera curiosamente resultó electo con el proyecto de desechar algunas de las reformas de su antecesora, Michelle Bachelet. “Por ejemplo, uno de sus proyectos estrella era una reforma tributaria que disminuyera en US$800 millones el pago de impuestos de, principalmente, las empresas más grandes del país. Quizás por eso no supo cómo reaccionar ante el levantamiento de la agitación social en un primer momento”, añade el analista.

Sin embargo, la realidad chilena no es ajena al resto del continente. Según el último Latinobarómetro, las sociedades latinas muestran gran insatisfacción sobre la salud de sus democracias. El respaldo cayó en 2018 hasta el 48 %, el índice más bajo desde que se iniciara esta medición.

“Las protestas atienden a un agotamiento del ciclo político histórico, sintiendo definitivamente el fin del boom del esplendor económico que vivió la región desde el año 2000 hasta 2013, cuando comenzó la desaceleración. Desde el punto de vista político, se basa en el agotamiento del modelo neoliberal como paradigma de la crisis de comienzos del siglo XXI, cuya respuesta fueron gobiernos bolivarianos, que también afrontan profundas crisis, lo que lleva a la región a una situación de orfandad”, apunta Aníbal Pérez-Liñán, Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame sobre las causas del estado actual del continente.

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Elecciones y conflicto social

Con ese panorama social de fondo, este domingo Argentina y Uruguay van a las urnas para decidir su futuro político (Colombia lo hace también, pero a escala regional). El viraje conservador experimentado en el continente en los últimos años podría verse contravenido por el regreso de postulados izquierdistas.

La derecha argentina de Mauricio Macri se ha demostrado capaz de formar un gobierno de coalición en el espectro liberal-conservador de un país marcado por la fuerte presencia peronista. Sin embargo, los resultados económicos resultantes de su gestión no han sido positivos, lo que ha dado aliento a Alberto Fernández (peronista) y a su fórmula vicepresidencial, la expresidenta Cristina Fernández, a recuperar posiciones, tanto en las primarias del pasado agosto como presumiblemente este domingo, en el que las encuestas aseguran prácticamente su victoria.

En Uruguay, por su parte, el Frente Amplio, la coalición de izquierdas que está en el poder desde hace 15 años, vive en estos comicios una situación más complicada, ya que, según las encuestas, aunque logre mantener la presidencia podría llegar a perder la mayoría de la que ha gozado durante la última década y media.

“Es natural que la izquierda retome el poder si la derecha no ha sabido hacer una buena gestión. Sin embargo, parte de la izquierda no consigue ser creíble en cuanto a sus credenciales democráticas”, apunta el experto Pérez-Liñán. Una situación presente que afecta, por ejemplo, a los gobiernos de Bolivia, Venezuela o Nicaragua.

“La izquierda Latinoamericana sabe revivir en momentos de crisis. Cuando pierden el poder se convierten en una oposición férrea que logra movilizar a cantidades importantes de personas ante la inoperancia política de los gobiernos que, ocupados en la administración, pierden el control y la percepción social de sus ciudadanos”, destaca el jurista Jorge Talavera. Una postura que se podría relacionar con los últimos episodios de crisis política en Ecuador, donde el ahora opositor ¬y fugado¬ Rafael Correa, ha sabido canalizar las protestas indígenas contra Lenín Moreno asumiéndolas como propias.

Pasado y redes sociales

La historia del continente siempre ha estado vinculada a episodios de protesta y malestar con sus dirigentes. “La protesta es parte esencial de nuestros pueblos”, señala Jorge Talavera, licenciado en Derecho de la Universidad de Quetzalcóatl (México). “Todo aquel que pretenda hacer política en la región debe saber que ‘sentimiento mata dato’, y que se debe llegar primero al corazón antes que a la cabeza para poder triunfar políticamente en nuestros pueblos. La desesperanza y la violencia, son parte fundamental de nuestra historia. Los grandes movimientos sociales y políticos de la región se construyen con estos dos elementos: la desesperanza de un presente absurdo, caótico y poco prometedor; y la violencia, un elemento que permite generar poderes fácticos que se adueñan de una causa, un territorio o incluso un grupo de personas”, añade Talavera en referencia a lo importante de lo visceral en la política latinoamericana.

En la actualidad, la movilización ha mutado hacia otros escenarios y tiene otros referentes, como las redes sociales, un elemento dinamizador de las protestas capaz de congregar a miles de personas en unos minutos.

“Las redes sociales son un factor muy importante, sobre todo a partir de las revueltas callejeras de Brasil en 2013. Lo son en dos sentidos: primero, porque permiten conexiones entre actores sociales que generan una movilización rápida y no necesariamente organizada; y segundo, porque crean comunidades de personas que piensan parecido, lo que genera cámaras de eco y favorece la polarización social”, analiza Pérez-Liñán.

Es por eso que las protestas parecen formar parte hoy de un escenario global. Las redes sociales actúan como espacio de expresión de las frustraciones y la indignación, ambos elementos fundamentales en las manifestaciones políticas de los últimos meses en los países latinoamericanos. “Las redes han servido como un megáfono no solo para la movilización, sino también para alzar la voz sobre los problemas socio-políticos y económicos de la región”, destaca Amir Richani.

La actual oleada de protestas en el continente nace de la inoperancia de unos gobiernos para canalizar la situación económica, principalmente. Ello, sumado a la corrupción endémica y la fragilidad democrática, hace que el escenario en la región se complique por momentos.

Según el analista Aníbal Pérez-Liñán, Latinoamérica “no ha sabido desarrollar su economía al tiempo de los ciclos económicos internacionales para así proteger a su ciudadanía”, lo que hizo que sus gobiernos gastaran en época de bonanza y recortan tras la recesión, lo que ha agudizado una crisis que ha cristalizado a todos los niveles de la sociedad.

Entre los muchos retos que tiene que afrontar la región, se encuentran, como apunta el experto Amir Richani, “la protección de la democracia, la mejora de parámetros socio-económicos y el saneamiento de la ola de corrupción”, medidas sin las que el continente no podrá reconciliar a sus sociedades con su clase política.

Por Marta Domínguez

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