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Con los cuadernos en la mano, un grupo de niños corre por un olivar hacia el colorido autobús que llega. Transformado en un aula, para los desplazados del noroeste de Siria es la única oportunidad de obtener un mínimo de formación.
Los niños viven con sus familias en un campo informal cerca de Hazano, una aldea de la provincia de Idlib cercana a la frontera turca. Allí, ni rastro de escuela.
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A finales de abril, el régimen sirio y su aliado ruso intensificaron sus bombardeos contra la provincia de Idlib y otros sectores en manos de los yihadistas, en las provincias vecinas de Hama, Alepo y Latakia. Decenas de escuelas se vieron afectadas.
Las más de 400.000 personas desplazadas por la violencia, según la ONU, se refugiaron en sectores en los que el acceso a la educación es complicado.
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Cerca de Hazano, cada mañana, niñas y niños se precipitan hacia el autobús. Delante del vehículo, hacen fila educadamente, mientras se descalzan para entrar en esa clase improvisada.
Se retiraron los asientos del autocar para ganar espacio. Chicos y chicas se sientan en una espesa alfombra, donde se encuentran varios pupitres. Al fondo del vehículo, un profesor da clase delante de una pizarra blanca.
"Algo permanente"
"Estos niños no pueden ir a las escuelas porque están demasiado alejadas", indica a la AFP Farid Bakir, responsable de educación para la oenegé británica Syria Relief, que ideó la iniciativa.Según su nivel, los escolares, de entre 5 y 12 años, cursan clases de matemáticas, lectura y escritura, y, en algunos casos, de inglés y ciencias. Lo justo para garantizar su alfabetización. También se imparten clases de música, canto y dibujo.
"Si no estuviera este autobús, no tendríamos educación alguna", explica Husein Alí Azkur, un alumno de 11 años vestido con una vieja camiseta de fútbol.
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Para él, este autobús es una bendición. "Además, está climatizado, ¡es mil veces mejor que el colegio!", comenta.
Desde el lanzamiento del proyecto en mayo, un millar de niños se han beneficiado de los servicios de dos autobuses, que se quedan varios meses en un campo antes de ir a otro, según Bakir.
Una cifra ínfima si se tiene en cuenta que las escuelas que quedan abiertas en el noroeste de Siria pueden acoger a apenas la mitad de los 650.000 niños en edad de estudiar, según la oenegé británica Save The Children.
En esta región, 87 centros escolares resultaron dañados a causa de los combates, y más de 200 escuelas están siendo utilizadas para dar refugio a los desplazados, señala la oenegé.
Ragheb Hasun, padre de tres hijos, no esconde su alivio ante la posibilidad de contar con el autobús, pero lamenta tener que vivir en unas condiciones tan precarias.
"Queremos algo permanente, una escuela en la tierra en la que vivimos", recalca el joven, de 28 años, que tuvo que trasladarse varias veces con su familia, a medida que avanzaban los combates.
En la actualidad, reclama que sus hijos puedan asistir a clase en alguna carpa.
"Escuelas más grandes"
Es lo que tienen en otro campo de desplazados del norte de Idlib, a unos kilómetros al norte de Hazano, donde se imparte clase a los niños en unas grandes tiendas blancas.Pero, aunque éstas solo tengan capacidad para unos 50 escolares, las utilizan 375, según el director del campo, Hamud Al Sayah.
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Con una mochila azul a la espalda, los niños se hacinan tras unos pupitres negros. Quienes no encontraron sitio, se sentaron por el suelo, apretados.
Ahmed Ibrahim, un habitante del campo, explica que no tuvo más opción que enviar a su hijo de cinco años a una escuela situada a 5 km del campo (la más cercana).
"Los niños de 12 y de 15 años están mezclados con los de 7 y 8 años", lamenta. "Hacen falta escuelas más grandes para reorganizar las clases".
Abdel Razaq, de 11 años, sueña con una verdadera escuela "para que haya menos alumnos por clase".
"Y que podamos sentarnos cómodamente tras los pupitres y escuchar bien a los maestros", agrega el chico, enclenque y de pelo negro.