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Una ventana de oportunidad de cinco días apenas: cinco días para intentar remediar más de 60 años de ausencias e incertidumbres, para enterarse quién murió, quién sigue vivo. Abrazos y sonrisas y lamentos.
Entre el 20 y el 25 de febrero, 200 coreanos podrán reunirse con sus familiares en ambos lados de la frontera, la línea que en 1953 dividió la península en Norte y Sur y que separó, mediante la cruda tijera de la guerra, las vidas de cientos de miles de familias que un día estuvieron juntas para el otro amanecer divididas por un cambio imborrable en el mapa.
La posibilidad existe, aunque, claro, no es una certeza. No lo fue el año pasado, en septiembre, cuando ambos gobiernos acordaron permitir a 100 ciudadanos de cada lado encontrarse para reconciliar sus propios pasados y dolores. A tan sólo cuatro días del histórico reencuentro (el primero que habría de celebrarse en tres años, después de la cancelación del programa en 2010), el gobierno de Corea del Norte decidió dar marcha atrás, argumentando que el clima no era el mejor para éste; no las condiciones climáticas, sino el ambiente de las relaciones entre dos países que llevan más de 60 años conviviendo con la perpetua amenaza de una guerra que se frenó en el papel, pero que sigue bien armada en la vida real.
Esta semana, representantes de ambos países anunciaron que bajo el nuevo acuerdo, la reunión será posible durante cinco días en el balneario del Monte Kumgang, ubicado en el bando Norte de esta historia.
En 1985, los dos gobiernos acordaron realizar el primero de estos encuentros. Casi 130 mil personas aplicaron para éste, sólo en Corea del Sur. El experimento no se repitió hasta 2000, año en el que arrancó una serie de reuniones que duraron hasta 2010 (con una interrupción en 2007); en total, se lograron organizar 18 rondas entre familias separadas por la guerra y la frontera.
Apenas 22 mil personas lograron reunirse con sus familias después de varias décadas de aislamiento total, pues la comunicación entre los dos países es virtualmente inexistente vía telefónica, postal o, en años más recientes, digital.
La lista de espera para estos encuentros suma más de 70 mil coreanos, esto sólo en el lado Sur. La cifra es escalofriante, pero lo es aún más que, en promedio, dos mil de éstos mueren cada año esperando volver a reencontrarse con una parte de sus vidas que quedó atrapada en 1953 (se calcula que más de la mitad de las personas que están en la lista tiene más de 80 años).
La crueldad de una guerra es enterarse, 58 años después, que la esposa de uno ha muerto, como le sucedió a Kim Ki-sung, quien a sus 82 años, en 2009, logró volver a ver a sus dos hijos: ambos con más de 60 años de edad lo recibieron, arrodillados, con una reverencia; después lágrimas y abrazos y la noticia de la muerte de su madre. “Siento mucho no haberlos traído conmigo cuando fui hacia el Sur. No sé qué más decir”, fueron las palabras de Ki-sung en ese entonces. Durante los casi 60 años de separación, los hijos nunca supieron si el padre aún vivía.
Los encuentros, además de ayudar a sanar heridas (o al menos a hacerlas algo más llevables), son uno de los pocos puntos en los que ambos gobiernos, Norte y Sur, encuentran un terreno común en tiempos mediados por el programa nuclear de Corea del Norte y los ejercicios militares que Corea del Sur emprenderá a finales de este mes con Estados Unidos; maniobras que se realizan cada año y que, anualmente, son denunciadas por el Norte como un proyecto para alistar una invasión a este país.