Humillación rusa, victoria turca: la caída de Asad, un terremoto geopolítico
Cuando los diplomáticos rusos e iraníes se fueron a dormir en Doha, Damasco aún era de Asad. Al despertar, la capital había caído, y con ella, una década de influencia geopolítica.
Camilo Gómez Forero
Pocas veces en la historia se ha visto a tantos diplomáticos quedar tan relegados a la irrelevancia y superados por los hechos como ocurrió el fin de semana con los representantes rusos e iraníes, según reportó Patrick Wintour, corresponsal de The Guardian en Catar.
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Pocas veces en la historia se ha visto a tantos diplomáticos quedar tan relegados a la irrelevancia y superados por los hechos como ocurrió el fin de semana con los representantes rusos e iraníes, según reportó Patrick Wintour, corresponsal de The Guardian en Catar.
Mientras los rebeldes siros avanzaban hacia Damasco y el presidente Bashar al-Asad alistaba sus maletas para huir de la capital, las fichas de Moscú y Teherán lanzaron un último intento diplomático para una “solución política” a la crisis. En una reunión en Doha, plantearon la celebración de una consulta con la oposición para determinar si Asad debería continuar.
“Fue un último intento por mantener una apariencia de control sobre los acontecimientos”, reportó Wintour.
Luego de varias horas de diálogo, los diplomáticos se fueron a dormir, solo para despertarse seis horas después con la noticia de que Damasco, y por ende el régimen de Asad, había caído. Según Wintour, los cancilleres de Irán, Abbas Araghchi, y de Rusia, Sergei Lavrov, estaban afligidos e irritados. No era para menos: la derrota de Asad también es una derrota para Irán y Rusia, que veían cómo el bastión que tenían en el mapa y alimentaron por más de una década se desmoronaba en menos de dos semanas. Estaban sorprendidos. ¿Cómo ocurrió?
El medio siglo de la familia Asad en el poder se vio doblegado por 12 días de revolución. Para entender la sorprendente velocidad del avance de los rebeldes sirios hay que devolverse a marzo de 2020, cuando un alto el fuego parcial ralentizó las líneas del combate civil que empezó en 2011. Las fuerzas de Asad controlaban para entonces las zonas más pobladas y los rebeldes se quedaron acorralados en Idlib. Tras un asedio del régimen a esa ciudad, Turquía intervino de nuevo con su operación “Escudo de Primavera”, lo que encendió los temores de una guerra abierta. Sin embargo, a los pocos días y tras una reunión a puerta cerrada el Kremlin, aliado de Asad, accedió a un acuerdo para detener las hostilidades.
Así empezó un período de relativa estabilidad con el que expertos aseguraron que se había congelado la guerra. Tras bambalinas, el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que ya se había desligado de Al Qaeda, se reorganizaba y entrenaba un ejército más especializado en incursiones nocturnas con equipos más modernos que las facciones islamistas que luchaban hasta entonces. Asad, por otro lado, veía cómo se ahondaba la crisis económica. El gobierno empezaba a depender cada vez más del contrabando y el tráfico de drogas. Según el periodista Steven Ganot de The Media Line, esto erosionó la confianza en sus filas. Al coctel explosivo solo le faltaba solo un ingrediente.
Rusia e Irán, los principales aliados de Irán, tuvieron sus propias distracciones. Moscú atrapado en Ucrania y Teherán con sus proxis debilitados en el conflicto contra Israel ya no podían ofrecer la misma capacidad de defensa para Asad que antes. Para el HTS, era el momento perfecto para atacar. El 27 de noviembre, los rebeldes islamistas lanzaron la operación “Disuasión de la agresión” en respuesta a los bombardeos de Asad a Idlib, donde seguían atrincherados. En pocas horas se tomaron una docena de pueblos y en cuestión de un día capturaron los suburbios de Alepo. Las fuerzas de Asad, desgastadas por el combate, cedieron sin resistencia.
“El destino cambiante y rápido de Bashar al-Assad no se forjó realmente en Siria, sino en el sur de Beirut y Donetsk. Sin las muletas físicas de la fuerza aérea de Rusia y el músculo aliado de Irán, Hezbolá, se derrumbó cuando finalmente fue empujado hasta las cuerdas”, apuntó el periodista Nick Paton Walsh en CNN.
Otras facciones rebeldes se sumaron a la ofensiva. En menos de tres días cayó Alepo, un punto de inflexión por ser el centro comercial de Siria que cayó en manos de Asad en 2016, lo que simbólicamente fue un golpe enorme para la rebelión. Se usaron coches bomba para abrir las defensas y los milicianos se infiltraron en los barrios para atacar de noche. Con esto, Asad había perdido su mayor bastión en el norte del país.
El expresidente intentó aumentar el salario de sus fuerzas para levantar la moral, pero no funcionó. Cinco días más tarde cayó Hama, otro importante centro económico por sus reservas de gas y por sus puertos, donde la resistencia fue todavía más mínima. Allí, el HTS liberó a los prisioneros de las cárceles de tortura de Asad. Algunos de ellos vieron la luz por primera vez en casi cuatro décadas.
Este fue otro punto de inflexión importante, pues hubo una división importante: algunos milicianos se fueron al norte, con dirección a Damasco, y otros se fueron al sur, con dirección a Jordania. El Ejército Libre Sirio (SFA), respaldado por Estados Unidos, aprovechó el caos para entrar en Suwayda y Daraa. Ahora, con Hama en su poder el 5 de diciembre, los rebeldes decidieron ir hacia Homs, la cual los conectaría con Damasco. Un día después se habían tomado casi toda la ciudad, dejando a la capital aislada de las costas. El colapso era inminente.
En las primeras horas del 7 de diciembre, los rebeldes ya habían alcanzado los suburbios, a menos de 20 kilómetros del centro de la ciudad. Al finalizar la noche, ya estaban en los barrios centrales. Entrado el 8 de diciembre, un avión de transporte Il-76 de la compañía siria Air Ilyushin despegó de Damasco llevando a bordo a Asad y su familia con destino hacia Moscú. El vuelo fue seguido por casi 50.000 personas en Internet, mientras en la capital siria empezaban los festejos.
De vuelta en Doha, Lavrov y Araghchi se despertaban con la noticia. Damasco había caído, lo que representaba grandes problemas para ambos. Siria, como explicó Nick Paton Walsh es un punto clave para la región: “conecta el petróleo de Irak con el Mediterráneo y a los chiítas de Irán con el Líbano”. Allí también se ubica la base naval rusa en Tartus (la única rusa en el Mediterráneo) y su base área en Hmneimim. Es por eso que cuando a Lavrov le preguntaron qué iba a pasar con los equipos allí no pudo ocultar su irritación. “No me dedico a adivinar”, contestó. Siria, por último, conecta a Turquía con Jordania.
¿Qué viene ahora?
Es, tal vez, en lo único que Lavrov acierta. Nadie puede adivinar lo que viene enseguida. Tampoco se conocen todos los detalles, lo que da lugar a cualquier hipótesis por muy loca que parezca. El historiador Lucio Martínez Pereda dijo, por ejemplo, que habría un “intercambio de cromos” pactado por debajo de la mesa entre Donald Trump y su homólogo ruso, Vladimir Putin. Este consistiría en que el primero habría recibido la cabeza de Asad a cambio de otra: la del ucraniano Volidimir Zelenski.
Aunque solo el tiempo determinará si es así, en este momento solo podemos aferrarnos a los hechos y tal teoría parece subestimar las condiciones planteadas antes que llevaron a la caída acelerada de Damasco: la crisis interna en el gobierno de Asad, el ascenso de HTS y el mal momento de Rusia e Irán. Además, una retirada en Siria no deja de ser una gran bofetada para Putin.
“La aventura militar de Putin en Siria tenía como objetivo demostrar que Rusia es una gran potencia y que puede proyectar su influencia en el exterior”, afirmó Phillip Smyth, experto en Oriente Medio, el a Rafio Free Europe.
Por otro lado, un pacto no sería conveniente para Putin. Siria era, como señalan expertos, su activo más importante en el mapa, pues le permitía ampliar su alcance hasta África. Tartus “es el único puerto de aguas cálidas que Rusia puede utilizar para sus actividades navales y su proyección de poder. Perderlo significaría, en esencia, dejar a Rusia fuera del núcleo de Oriente Medio”, señaló Aaron Zelin, investigador principal del Washington Institute.
La inteligencia militar ucraniana (GUR) aseguró que tras la caída de Damasco en manos de los insurgentes al régimen de Bashar al Asad, Moscú ha retirado sus barcos de guerra de su base marítima en Tartus y está trasladando los equipos militares que quedan en la base aérea de Hmeimim, lo que refleja la ansiedad rusa por no perder sus equipos.
“El 8 de diciembre de 2024, la fragata Almirante Grigoróvich de la flota rusa del mar Negro y el carguero Ingeniero Trubin de la flota norte rusa abandonaron Tartus a través del Mediterráneo”, afirmaron los servicios secretos ucranianos en un comunicado.
El influyente bloguero de guerra ruso “Rybar”, cercano al Ministerio de Defensa ruso, dijo que la situación en torno a las bases era un serio motivo de preocupación independientemente de la línea oficial de Moscú.
“La presencia militar de Rusia en la región del Medio Oriente pende de un hilo. Lo que decidan los altos cargos es absolutamente irrelevante en el terreno”, añadió, sugiriendo que las fuerzas rusas en las bases no habían tomado la iniciativa de defender sus posiciones en ausencia de órdenes de Moscú”, manifestó.
Es, en definitiva, un sismo geopolítico que mantiene alerta a todas las potencias globales. Irán, por otro lado, vio diluida su influencia en la región. Desde Yemen, Moammar al-Eryani, ministro de Información, Cultura y Turismo de Yemen, dijo que el abandonó de Teherán a Asad muestra “la fragilidad” de sus alianzas y les advirtió a los hutíes que también podría abandonar a su líder, Abdul-Malik al-Houthi.
Estados Unidos, que tiene unos 900 soldados en Siria, incluidas fuerzas estadounidenses que trabajan con aliados kurdos en el noreste controlado por la oposición para evitar cualquier resurgimiento del grupo Estado Islámico, según la agencia The Associated Press.
El general Bryan Fenton, jefe del Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, dijo que es “demasiado pronto” para decir cómo afectará la salida de Asad a Washington, pero que lo único que no cambiará es el enfoque de lucha contra el Estado Islámico en la zona. Con la reconfiguración del mapa, también está el miedo a un aumento del extremismo.
“Los actores internacionales ya han advertido que atacarán a los líderes yihadistas si utilizan Siria como base para sus ataques en el extranjero. Los rebeldes, muy conscientes del riesgo de aislamiento internacional, pueden tratar de marginar a las facciones extremistas para ganar legitimidad”, señaló Ganot.
Y finalmente Turquía, quien parece ser el gran ganador con la caída de Asad, puede buscar vínculos con las nuevas autoridades para frenar la autonomía kurda y mejorar los flujos de refugiados, según Ganot. En Doha, el canciller turco, Hakan Fidan, parecían los únicos satisfechos con el cambio de poder. “Pero el poder conlleva responsabilidad. Más que cualquier otro país de la región, tiene el poder de ayudar a los sirios a formar el gobierno de consenso independiente que merece su larga lucha por la liberación”, remató Wintour.
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