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Infierno vaticano

El largo enfrentamiento entre los grupos liderados por los cardenales Tarcisio Bertone y Angelo Sodano llevaron al papa a la renuncia, en un último intento de reconciliar y reunificar a la Iglesia católica.

Redacción Internacional Roma y Bogotá
16 de febrero de 2013 - 09:00 p. m.
El trono papal, captado esta semana luego de la renuncia de Joseph Ratzinger, el máximo poder sobre 1.100 millones de católicos del mundo: una novela de intriga.
El trono papal, captado esta semana luego de la renuncia de Joseph Ratzinger, el máximo poder sobre 1.100 millones de católicos del mundo: una novela de intriga.

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Ahora que el trono de Pedro está vacante y el saliente papa admitió las “rivalidades” por el poder de la Iglesia católica, Dante Alighieri es una fuente histórica más que autorizada para entender por qué Benedicto XVI renunció luego de seis siglos de que Gregorio XII lo hiciera para poner fin al cisma de Occidente, cuando hubo tres pontífices al tiempo.

Precisamente en la Edad Media el poeta italiano encontró en las pugnas de la curia romana el caldo de cultivo perfecto para las pretensiones terrenales de la Divina Comedia. Había tanta intriga que Dante conoció a 14 papas de los cuales incluyó a tres en los cantos del Infierno y citó a otros en el Purgatorio como ejemplos de avaricia, gula y pusilanimidad. Al único que nombró en el Paraíso fue a Juan XXII, para criticarlo por no cumplir con los preceptos de Pedro. Le sobraban argumentos para dedicarles el Discurso contra los papas simoníacos, capaces de vender su espíritu con tal de atesorar poder y bienes cuando tienen “las soberanas llaves en su poder”, merecedores del octavo círculo del infierno. El actual papa es ferviente lector de los tercetos de Dante y los ha citado varias veces, claro que no para referirse a sus antiguos colegas, muchos ligados a asesinatos, envenenamientos y complots.

A juzgar por las palabras de quien entre lunes y miércoles se declaró incapaz física y espiritualmente de superar los antagonismos, por lo que prefiere bajarse del pedestal para volver a ser Joseph Ratzinger, el mismo que hace dos años habló de “la suciedad de la Iglesia” y criticó a los líderes capaces de “morderse y devorarse mutuamente”, la cúpula del catolicismo parece no haber cambiado mucho desde entonces: “El rostro de la Iglesia aparece muchas veces desfigurado. Pienso en particular en las culpas contra la unidad, en las divisiones del cuerpo eclesial”.

La prensa en Roma dijo que su mensaje de despedida iba dirigido a los cardenales más influyentes: “Debemos atravesar el corazón y no los vestidos. En efecto, en nuestros días son muchos los que están dispuestos a rajarse las vestiduras ante escándalos e injusticias —naturalmente, las cometidas por otros—, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propia conciencia e intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. Y dos días después repitió que lo hizo “en plena libertad”, “por el bien de la Iglesia”, como si hubiera alguien capaz de impedírselo y persistiera el mal del que el Vaticano no ha podido librarse desde la época de Dante.

Para pasar de los versos y los discursos a los hechos, los italianos Tarcisio Bertone, actual secretario de Estado del propio Ratzinger, y Ángelo Sodano, exsecretario de Estado del actual papa y de Juan Pablo II, son los cardenales que representan los dos bandos principales en contienda por el trono. Puntos de divergencia sobran: aquellos que quisieran volver al Concilio de Trento y quienes, como el actualizado Ratzinger, reclaman que el Concilio Vaticano II no se ha consolidado y por el contrario propició “una lucha de poder entre diversas posiciones de la Iglesia”; los que todavía discuten la complicidad de la Iglesia y de papas como Pío XII en el Holocausto nazi y los que la reconocen; los que rechazan cualquier tipo de aborto y anticoncepción y quienes reclaman ajustarse a la necesidad de los tiempos. Pero la disputa más reciente viene desde el declive del papado de Juan Pablo II por desacuerdos frente a temas de alto calado como las finanzas de la Santa Sede, el escándalo por los casos de pederastia cometidos en todo el mundo por sacerdotes y obispos y el futuro de esta religión con 1.100 millones de fieles.

La situación se evidenció en 2010 en el libro La luz del mundo, en el que un Joseph Ratzinger ya agobiado le anunciaba al periodista alemán Peter Seewald la que sería la gran noticia de 2013: “Cuando un papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”. Angelo Sodano, actual decano del Colegio Cardenalicio y quien dirigirá el cónclave en el que en un mes se elegirá al nuevo papa, ha sido acusado en repetidas ocasiones de callar u obstaculizar las investigaciones de pederastia desde el mandato de Juan Pablo II, situación que lo puso en enfrentamiento con Benedicto XVI y Bertone, quienes optaron por asumir la culpabilidad en casos probados e hicieron un acto público en Roma donde oyeron a algunas víctimas y les pidieron perdón. Incluso destituyeron al sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los poderosos Legionarios de Cristo y quien murió sin ser procesado. Junto a Sodano, en la línea más radical, están aspirantes al mandato pietrino, como su tocayo Angelo Scola, expatriarca en Venecia y hoy arzobispo en Milán.

Sin embargo, haber alejado a Sodano y su séquito de las decisiones mayores no garantizó la tranquilidad que Benedicto XVI buscaba porque hace un año los males internos hicieron metástasis con el caso de los vatileaks, las filtraciones de documentos personales del papa y de su gestión, publicados en el libro Su Santidad, del italiano Gianluigi Luzzi.

En principio Benedicto XVI intentó no darle importancia pública al asunto, pero cuando se supo que quien sustrajo los papeles fue Paolo Gabrielle, Paoletto, su mayordomo y hombre de confianza, luego procesado, condenado e indultado, entendió que había otros interesados en boicotear su papado. De nada le sirvió contratar al periodista estadounidense Greg Burke para mejorar la imagen de este ardiente pequeño Estado.

El jueves la revista italiana Panorama ratificó este preámbulo y reveló que Ratzinger sí venía pensando en renunciar, pero que tomó la decisión definitiva luego de que tres cardenales a los que encargara de investigar las intrigas le confirmaron, con ayuda del grupo de Sodano, que las divisiones de la curia romana son profundas. Su propio secretario de Estado, Bertone, estaría detrás de los vatileaks y fue quien propició la destitución del presidente del banco vaticano IOR, Ettore Gotti Tedeschi, quien fracasó en su intento de limpiar las finanzas del pequeño Estado sobre el que hay investigaciones penales abiertas por malas prácticas y lavado de dinero de la mafia italiana. El banquero, amigo personal de Ratzinger, admitió que vivió temiendo que le dieran un balazo cuando investigaba, por ejemplo, las cuentas cifradas abiertas allí para evadir controles de la autoridades.

En medio de tanta confabulación hay que reconocer la actitud de los llamados cardenales “buenos”, como Crescenzio Sepe, de 69 años, arzobispo de Nápoles que ordenó a sus sacerdotes no darles juego a los mafiosos ni recibiendo donaciones, ni permitiéndoles oficiar de padrinos en bautizos o matrimonios, ni oficiándoles funerales, ni sepultándolos en cementerios católicos. En este grupo se incluye en Roma a obispos que se han mantenido al margen y que son papables, como el italiano Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura; el canadiense Marc Ouellet, el superior de todos los obispos, con pasado en Colombia y perfilado el viernes por El Espectador, y el hondureño arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, uno de los papables más votados en el anterior cónclave, llamado “el cardenal de los pobres” por sus propuestas de destinar las riquezas de los poderosos y de la Iglesia a garantizar la justicia social. Todos ellos seguían a Carlo María Martini, fallecido el año pasado y quien era el real candidato al papado de la “Iglesia progresista”.

Los analistas romanos ven lejana esa posibilidad, y mientras manda la hipocresía evidente en las frases de Bertone, el cardenal camarlengo que ejercerá funciones papales hasta que elijan a un pontífice en propiedad, luego de la renuncia de Benedicto XVI: “No seríamos sinceros, Santidad, si no le dijéramos que hoy hay un velo de tristeza en nuestros corazones”, y de Sodano: “Santidad, amado y venerado sucesor de Pedro, su mensaje ha caído entre nosotros como un rayo en cielo sereno”. El miércoles el diario Corriere della Sera habló de “las dos iglesias de Sodano y Bertone” y L’Osservatore Romano de “un pastor rodeado por lobos”. Tan grave será la situación que el propio pontífice había dicho que “un pastor nunca huye de los lobos y deja el rebaño solo”.

No mintió el escritor español Juan José Millás cuando el año pasado dio el título “Una situación infernal” a su análisis en el diario El País de España sobre lo que pasaba en el Vaticano. Perfiló a Benedicto XVI y a Bertone como “dos partidarios de la Inquisición” enfrentados porque “Bertone manda más que el papa” y es “el presunto victimario”. Y no se cita más porque es tan fuerte y tan comprobable como algunas opiniones del escritor colombiano Fernando Vallejo, autor de La puta de Babilonia, sobre papas y purpurados.

Queda por ver cuál de las dos tendencias se habrá impuesto cuando salga el humo blanco de la Capilla Sixtina o si esta división propiciará la elección de candidatos sorpresa de América o de África. Un factor a tener en cuenta es que de los 117 cardenales que votarán en el cónclave, 67 fueron nombrados por el papa saliente y 50 por Juan Pablo II.

¿Cuán influyente será el expapa? Según El País no se “esconderá del mundo” a rezar, como aseguró, sino será “un dolor de cabeza”. El especialista de ese diario, Pablo Ordaz, dijo desde Roma que el Vaticano que abandona Joseph Ratzinger es “una estructura de poder tan anticuada, tan protegida de los cientos de millones de verdaderos católicos por altísimos muros de soberbia”. Por eso Benedicto XVI le pidió al Colegio Cardenalicio “vivir la Cuaresma de una manera intensa, en comunión eclesial, superando individualismo y rivalidades”, en busca de “una verdadera renovación de la Iglesia”.

En la época de Dante un papa era peor que el otro, y a pesar de las bajezas de la condición humana el poeta optó por un final feliz para la Divina Comedia, porque “el amor hace mover el sol y las estrellas”. El problema es que los papas simoníacos descendían al infierno en primavera.

Por Redacción Internacional Roma y Bogotá

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