Israel e Irán, décadas de una enemistad que tiene en alerta máxima a Oriente Medio
Desde la Revolución Islámica, Irán rompió las relaciones con Israel, que en un momento fueron de amistad y cercanía. La causa palestina y la injerencia de Estados Unidos en la región están en el fondo de unas tensiones que están alcanzando un clímax preocupante en Oriente Medio.
Hubo un tiempo en el que Israel e Irán eran cercanos. Incluso Teherán, aunque en un principio se mostró reacio a la partición de Palestina, reconoció la creación del Estado judío, como lo hicieron Turquía y Egipto. Sin embargo, todo cambió en 1979, tras la llamada Revolución Islámica. Desde entonces, permanece vigente una enemistad que ahora tiene en alerta máxima a Oriente Medio, luego de que se reportara el lanzamiento de drones y misiles, que se presupone impactarían los Altos del Golán y una base de la Fuerza Aérea israelí en el desierto de Negev.
Este clímax de tensión se alcanzó días después de que se le atribuyera a Israel el ataque al Consulado iraní en Damasco, Siria, en el que murieron siete miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica, entre ellos dos generales, y tras seis meses del ataque de Hamás contra Israel y de la contraofensiva en la Franja de Gaza. De hecho, esta semana, ambos gobiernos intercambiaron amenazas, dando a entender que estaban listos en caso de ataque.
Años de rivalidad, que han provocado inestabilidad en la región, han desembocado en acusaciones de lado y lado: para Teherán, Israel no tiene derecho a existir. Sus gobernantes lo consideran el “pequeño Satán”, aliado de Estados Unidos, denominado el “gran Satán”. Por su parte, el Estado judío acusa a Irán de financiar a grupos “terroristas” y de perpetrar ataques contra sus intereses, movido por el antisemitismo de los ayatolás. Ambos se piensan como “archienemigos”.
La ruptura entre Israel e Irán
En el momento de la partición de Palestina, que dio paso al surgimiento del Estado judío y a años de ocupación de territorios, con colonos viviendo en Cisjordania y reclamando a Jerusalén como capital, Teherán era una monarquía en la que reinaban los shas de la dinastía Pahlaví, aliados de Washington en Oriente Medio. Debido a esto, David Ben-Gurion, quien fue el primero en ocupar el cargo de primer ministro israelí, buscó cercanía con ese régimen. Para entonces, Irán albergaba la mayor comunidad judía de Oriente Medio e Israel importaba de ese país el 40 % de sus necesidades de petróleo, a cambio de armas, tecnología y productos agrícolas.
Con la revolución del 79, liderada por Ruhollah Jomeini, surgió la República Islámica, que se definió como la defensora de los oprimidos. En consecuencia, se formó bajo una premisa antiimperialista y de rechazo a Estados Unidos y, por ende, a su aliado, Israel. Las relaciones entre ambos se rompieron, las autoridades iraníes le dieron a la Organización para la Liberación de Palestina la sede de la Embajada israelí y se dejaron de reconocer la validez de los pasaportes.
Algunos estudiosos han dicho que Jomeini quiso transformar la causa palestina, más allá de una causa nacionalista árabe, en una causa islámica, no solo con una visión de defenderla, sino de liderarla. De hecho, Trita Parsi, vicepresidente del Quincy Institute for Responsible Statecraft, le dijo a Al Jazeera que “para superar tanto la división árabe-persa como la división entre suníes y chiítas, Irán adoptó una posición mucho más agresiva sobre la cuestión palestina, para blandir sus credenciales de liderazgo en el mundo islámico y poner a la defensiva a los regímenes árabes aliados de Estados Unidos”.
Por su parte, Alí Vaez, director del Programa para Irán del International Crisis Group, le comentó a la BBC que “el nuevo Irán quería proyectarse como una potencia panislámica y enarboló la causa palestina frente a Israel, que los países musulmanes árabes abandonaron”. Consciente de su aislamiento, de que tenía de frente a Arabia Saudita y de que Teherán era persa y chiita, en un mundo islámico mayoritariamente sunita y árabe, “el régimen iraní empezó a desarrollar una estrategia encaminada a prevenir que sus enemigos pudieran algún día atacarle en su propio territorio”, agregó el analista. De ahí que alentara la proliferación de organizaciones alineadas con sus intereses, llamadas proxies, entre ellas Hezbolá, en el Líbano.
Entre Israel e Irán se ha dado una guerra “a la sombra”, una en la que el gobierno con sede en Jerusalén ha cruzado e intercambiado con Teherán y sus aliados ataques y otras acciones hostiles. De hecho, el Estado judío, junto con sus aliados occidentales, acusa a Irán de estar detrás de los ataques con drones y cohetes que ha sufrido su territorio, así como de haber perpetrado varios ciberataques. A esto se suma el factor Siria, que, tras la guerra civil de 2011, Israel cree que es usada como un medio para que Irán envíe armamento y equipos a Hezbolá.
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Hubo un tiempo en el que Israel e Irán eran cercanos. Incluso Teherán, aunque en un principio se mostró reacio a la partición de Palestina, reconoció la creación del Estado judío, como lo hicieron Turquía y Egipto. Sin embargo, todo cambió en 1979, tras la llamada Revolución Islámica. Desde entonces, permanece vigente una enemistad que ahora tiene en alerta máxima a Oriente Medio, luego de que se reportara el lanzamiento de drones y misiles, que se presupone impactarían los Altos del Golán y una base de la Fuerza Aérea israelí en el desierto de Negev.
Este clímax de tensión se alcanzó días después de que se le atribuyera a Israel el ataque al Consulado iraní en Damasco, Siria, en el que murieron siete miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica, entre ellos dos generales, y tras seis meses del ataque de Hamás contra Israel y de la contraofensiva en la Franja de Gaza. De hecho, esta semana, ambos gobiernos intercambiaron amenazas, dando a entender que estaban listos en caso de ataque.
Años de rivalidad, que han provocado inestabilidad en la región, han desembocado en acusaciones de lado y lado: para Teherán, Israel no tiene derecho a existir. Sus gobernantes lo consideran el “pequeño Satán”, aliado de Estados Unidos, denominado el “gran Satán”. Por su parte, el Estado judío acusa a Irán de financiar a grupos “terroristas” y de perpetrar ataques contra sus intereses, movido por el antisemitismo de los ayatolás. Ambos se piensan como “archienemigos”.
La ruptura entre Israel e Irán
En el momento de la partición de Palestina, que dio paso al surgimiento del Estado judío y a años de ocupación de territorios, con colonos viviendo en Cisjordania y reclamando a Jerusalén como capital, Teherán era una monarquía en la que reinaban los shas de la dinastía Pahlaví, aliados de Washington en Oriente Medio. Debido a esto, David Ben-Gurion, quien fue el primero en ocupar el cargo de primer ministro israelí, buscó cercanía con ese régimen. Para entonces, Irán albergaba la mayor comunidad judía de Oriente Medio e Israel importaba de ese país el 40 % de sus necesidades de petróleo, a cambio de armas, tecnología y productos agrícolas.
Con la revolución del 79, liderada por Ruhollah Jomeini, surgió la República Islámica, que se definió como la defensora de los oprimidos. En consecuencia, se formó bajo una premisa antiimperialista y de rechazo a Estados Unidos y, por ende, a su aliado, Israel. Las relaciones entre ambos se rompieron, las autoridades iraníes le dieron a la Organización para la Liberación de Palestina la sede de la Embajada israelí y se dejaron de reconocer la validez de los pasaportes.
Algunos estudiosos han dicho que Jomeini quiso transformar la causa palestina, más allá de una causa nacionalista árabe, en una causa islámica, no solo con una visión de defenderla, sino de liderarla. De hecho, Trita Parsi, vicepresidente del Quincy Institute for Responsible Statecraft, le dijo a Al Jazeera que “para superar tanto la división árabe-persa como la división entre suníes y chiítas, Irán adoptó una posición mucho más agresiva sobre la cuestión palestina, para blandir sus credenciales de liderazgo en el mundo islámico y poner a la defensiva a los regímenes árabes aliados de Estados Unidos”.
Por su parte, Alí Vaez, director del Programa para Irán del International Crisis Group, le comentó a la BBC que “el nuevo Irán quería proyectarse como una potencia panislámica y enarboló la causa palestina frente a Israel, que los países musulmanes árabes abandonaron”. Consciente de su aislamiento, de que tenía de frente a Arabia Saudita y de que Teherán era persa y chiita, en un mundo islámico mayoritariamente sunita y árabe, “el régimen iraní empezó a desarrollar una estrategia encaminada a prevenir que sus enemigos pudieran algún día atacarle en su propio territorio”, agregó el analista. De ahí que alentara la proliferación de organizaciones alineadas con sus intereses, llamadas proxies, entre ellas Hezbolá, en el Líbano.
Entre Israel e Irán se ha dado una guerra “a la sombra”, una en la que el gobierno con sede en Jerusalén ha cruzado e intercambiado con Teherán y sus aliados ataques y otras acciones hostiles. De hecho, el Estado judío, junto con sus aliados occidentales, acusa a Irán de estar detrás de los ataques con drones y cohetes que ha sufrido su territorio, así como de haber perpetrado varios ciberataques. A esto se suma el factor Siria, que, tras la guerra civil de 2011, Israel cree que es usada como un medio para que Irán envíe armamento y equipos a Hezbolá.
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