La agotadora gira del papa por Asia augura una Iglesia menos occidental
El líder religioso completó una gira que abarcó buena parte del continente. visitó once países alrededor de China, donde la Iglesia ve un enorme potencial. ¿Qué hay tras la correría?
Emma Bubola | The New York Times
En las últimas dos semanas, el papa Francisco se levantó con las piernas adoloridas decenas de veces. En su recorrido por áreas enormes de la región Asia-Pacífico, arrastró los pies desde varios autos hasta su silla de ruedas y de la silla de ruedas a tronos papales improvisados, además de subir y bajar de muchos aviones con vientos tropicales calurosos en la pista.
Este viaje fue el de mayor duración y alcance que ha realizado Francisco y, a sus 87 años, algunos de sus partidarios temen que podría ser uno de los últimos. Pero el hecho de que haya viajado miles de kilómetros hasta países asiáticos con poblaciones católicas relativamente pequeñas, enfrentando temperaturas agobiantes y altos niveles de humedad y contaminación, subrayó el compromiso de Francisco con construir una Iglesia con un futuro menos eurocéntrico.
“La larga distancia, la fatiga, los retos”, comentó el cardenal Michael Czerny, asistente cercano de Francisco. “Todo es parte del mensaje”.
Desde el inicio, el pontificado de Francisco ha estado lleno de símbolos: los pequeños autos modestos que ha usado, el gesto de besar los pies de criminales, el reloj Casio que viste. Los destinos que visitó son igual de importantes en sus enseñanzas que sus homilías, y este viaje a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur se vio como parte de la definición de su papado.
El propósito, que el papa ha dejado claro desde hace tiempo, es enfatizar el acercamiento y la inclusión. En su paso por aldeas remotas y tropicales en Papúa Nueva Guinea, puso en práctica su promesa de acoger a las que llama las “periferias” de la Iglesia, los católicos más pobres, de minorías o que habitan en áreas lejanas.
Desde hace tiempo, Francisco ha tenido en la mira a Asia, donde viven dos terceras partes de la población mundial, un territorio que se ha vuelto cada vez más importante en el escenario global. No ha podido ir a China, donde la Iglesia ve un enorme potencial, pero enfrenta obstáculos igual de grandes. China y el Vaticano no tienen relaciones diplomáticas oficiales, aunque Francisco firmó un acuerdo pionero y muy criticado con el gobierno chino sobre el nombramiento de obispos.
Pero con este viaje, el líder religioso completó una gira que abarcó gran parte de la región circundante, ya que visitó once países alrededor de China. El viernes, Francisco partió de su última parada, Singapur, para volver al Vaticano.
El hecho de que hiciera todo esto a los 87 años, tras sufrir una serie de problemas de salud y comentar que ahora se le dificulta más viajar, solo hizo más significativa su misión para sus simpatizantes. Mientras el papa apretaba las manos de la gente y saludaba con alegría a la multitud, los obispos sostenían sus solideos morados para evitar que el viento los soplara y veían al pontífice con admiración.
“No sé de dónde saca la energía”, comentó el obispo Józef Roszynski de Wewak, en Papúa Nueva Guinea. “Ayer andaba para todos lados en el carrito”.
Francisco mostró momentos de mucha vitalidad durante la gira. Improvisó algunas palabras, contó chistes sobre cocodrilos, gatos, perros y el diablo. En Papúa Nueva Guinea, voló sobre enormes bosques madereros a bordo de un avión de la fuerza aérea australiana con rumbo a un pequeño pueblo del Pacífico.
Ahí, se puso un tocado de plumas y luego viajó por la costa arenosa hasta una escuela aún más lejana administrada por misioneros argentinos, donde bebió mate. En la capital de un país que ha vivido ataques tribales sangrientos, se sentó en un estadio con un calor abrasador y les preguntó a miles de personas ahí reunidas si preferían la armonía o la confusión. Luego, cual animador de eventos, exclamó: “¡No los escucho!” para obtener una respuesta más enfática y estruendosa.
También tuvo momentos en los que parecía cansado o menos motivado. Durante un discurso ante líderes en la capital, Puerto Moresby, en el que elogió a una tierra “tan lejana de Roma, pero tan cercana al corazón de la Iglesia católica”, hizo varias pausas para toser.
En Yakarta, no presidió la misa en el estadio, pues habría tenido que estar de pie mucho tiempo, y cuando llegó a Puerto Moresby pareció perder el equilibrio un momento. Pero siguió adelante y los lugareños apreciaron su esfuerzo.
“Ahora siento que soy parte de una Iglesia universal y que no estamos aislados en un lugar remoto”, afirmó Justin Ain Soongie, el obispo de Wabag, un pequeño pueblo en el altiplano de Papúa Nueva Guinea, al salir de una reunión con Francisco en una iglesia local donde ventiladores gigantescos hacían circular el aire caliente.
En 1984, a los 63 años, el papa Juan Pablo II visitó Papúa Nueva Guinea, pero Francisco, como señaló Ain Soongie, “asumió el riesgo de venir, sobre todo a esta edad y en silla de ruedas”. Añadió que, al viajar tan lejos, “encarna lo que predica”.
En Timor Oriental, más o menos la mitad de los habitantes del país asistieron a una misa presidida por Francisco y la gente se subió a techos para alcanzar a verlo. Aparecieron espectaculares gigantes con el rostro de Francisco entre las chozas de láminas metálicas de los suburbios empobrecidos y en los frondosos jardines de Singapur. En toda la región, devotos ataviados con trajes, playeras desteñidas o faldas de paja ondearon banderas del Vaticano. En Papúa Nueva Guinea, atribulada por rivalidades locales, las personas se unieron para ver al papa, algunas tras caminar por el bosque durante días.
Si bien el número de católicos en Asia crece a un ritmo más lento que en África, la Iglesia es vibrante en ese continente. Países como Indonesia, a donde fueron los europeos durante siglos para evangelizar, ahora exportan misioneros.
“Si la Iglesia católica quiere existir en el futuro, no puede excluirse de Asia”, sentenció Andrea Riccardi, el fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, un grupo católico cercano a Francisco.
Indonesia, el destino principal de la gira, encapsuló esta realidad. Es el país con la población musulmana más grande del mundo, pero también es hogar de millones de cristianos. La convivencia es la base de su identidad, aunque persisten episodios de intolerancia en contra de los cristianos.
Ahí, Francisco firmó un acuerdo con Nasaruddin Umar, líder de la mezquita más grande del Sudeste Asiático, y ambos intercambiaron saludos afectuosos.
“Ahora que el papa vino aquí, otros países verán cómo vivimos juntos y en paz”, comentó Catur Rini, una mujer musulmana de 63 años que acudió al evento en la mezquita Istiqlal en Yakarta con su amiga de la preparatoria católica. “Él se lo compartirá al mundo”.
En la última parada de su viaje en Singapur, una potencia financiera con una población católica pequeña, Francisco agotó las localidades del estadio nacional de la ciudad-Estado, que se llenó de feligreses que asistieron a misa.
Unos meses antes, Kat Calimag, una veterinaria de 32 años, fue ahí mismo para ver el concierto de Taylor Swift. Esta vez, los admiradores también gritaron y lloraron.
“Es la misma energía”, concluyó.
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En las últimas dos semanas, el papa Francisco se levantó con las piernas adoloridas decenas de veces. En su recorrido por áreas enormes de la región Asia-Pacífico, arrastró los pies desde varios autos hasta su silla de ruedas y de la silla de ruedas a tronos papales improvisados, además de subir y bajar de muchos aviones con vientos tropicales calurosos en la pista.
Este viaje fue el de mayor duración y alcance que ha realizado Francisco y, a sus 87 años, algunos de sus partidarios temen que podría ser uno de los últimos. Pero el hecho de que haya viajado miles de kilómetros hasta países asiáticos con poblaciones católicas relativamente pequeñas, enfrentando temperaturas agobiantes y altos niveles de humedad y contaminación, subrayó el compromiso de Francisco con construir una Iglesia con un futuro menos eurocéntrico.
“La larga distancia, la fatiga, los retos”, comentó el cardenal Michael Czerny, asistente cercano de Francisco. “Todo es parte del mensaje”.
Desde el inicio, el pontificado de Francisco ha estado lleno de símbolos: los pequeños autos modestos que ha usado, el gesto de besar los pies de criminales, el reloj Casio que viste. Los destinos que visitó son igual de importantes en sus enseñanzas que sus homilías, y este viaje a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur se vio como parte de la definición de su papado.
El propósito, que el papa ha dejado claro desde hace tiempo, es enfatizar el acercamiento y la inclusión. En su paso por aldeas remotas y tropicales en Papúa Nueva Guinea, puso en práctica su promesa de acoger a las que llama las “periferias” de la Iglesia, los católicos más pobres, de minorías o que habitan en áreas lejanas.
Desde hace tiempo, Francisco ha tenido en la mira a Asia, donde viven dos terceras partes de la población mundial, un territorio que se ha vuelto cada vez más importante en el escenario global. No ha podido ir a China, donde la Iglesia ve un enorme potencial, pero enfrenta obstáculos igual de grandes. China y el Vaticano no tienen relaciones diplomáticas oficiales, aunque Francisco firmó un acuerdo pionero y muy criticado con el gobierno chino sobre el nombramiento de obispos.
Pero con este viaje, el líder religioso completó una gira que abarcó gran parte de la región circundante, ya que visitó once países alrededor de China. El viernes, Francisco partió de su última parada, Singapur, para volver al Vaticano.
El hecho de que hiciera todo esto a los 87 años, tras sufrir una serie de problemas de salud y comentar que ahora se le dificulta más viajar, solo hizo más significativa su misión para sus simpatizantes. Mientras el papa apretaba las manos de la gente y saludaba con alegría a la multitud, los obispos sostenían sus solideos morados para evitar que el viento los soplara y veían al pontífice con admiración.
“No sé de dónde saca la energía”, comentó el obispo Józef Roszynski de Wewak, en Papúa Nueva Guinea. “Ayer andaba para todos lados en el carrito”.
Francisco mostró momentos de mucha vitalidad durante la gira. Improvisó algunas palabras, contó chistes sobre cocodrilos, gatos, perros y el diablo. En Papúa Nueva Guinea, voló sobre enormes bosques madereros a bordo de un avión de la fuerza aérea australiana con rumbo a un pequeño pueblo del Pacífico.
Ahí, se puso un tocado de plumas y luego viajó por la costa arenosa hasta una escuela aún más lejana administrada por misioneros argentinos, donde bebió mate. En la capital de un país que ha vivido ataques tribales sangrientos, se sentó en un estadio con un calor abrasador y les preguntó a miles de personas ahí reunidas si preferían la armonía o la confusión. Luego, cual animador de eventos, exclamó: “¡No los escucho!” para obtener una respuesta más enfática y estruendosa.
También tuvo momentos en los que parecía cansado o menos motivado. Durante un discurso ante líderes en la capital, Puerto Moresby, en el que elogió a una tierra “tan lejana de Roma, pero tan cercana al corazón de la Iglesia católica”, hizo varias pausas para toser.
En Yakarta, no presidió la misa en el estadio, pues habría tenido que estar de pie mucho tiempo, y cuando llegó a Puerto Moresby pareció perder el equilibrio un momento. Pero siguió adelante y los lugareños apreciaron su esfuerzo.
“Ahora siento que soy parte de una Iglesia universal y que no estamos aislados en un lugar remoto”, afirmó Justin Ain Soongie, el obispo de Wabag, un pequeño pueblo en el altiplano de Papúa Nueva Guinea, al salir de una reunión con Francisco en una iglesia local donde ventiladores gigantescos hacían circular el aire caliente.
En 1984, a los 63 años, el papa Juan Pablo II visitó Papúa Nueva Guinea, pero Francisco, como señaló Ain Soongie, “asumió el riesgo de venir, sobre todo a esta edad y en silla de ruedas”. Añadió que, al viajar tan lejos, “encarna lo que predica”.
En Timor Oriental, más o menos la mitad de los habitantes del país asistieron a una misa presidida por Francisco y la gente se subió a techos para alcanzar a verlo. Aparecieron espectaculares gigantes con el rostro de Francisco entre las chozas de láminas metálicas de los suburbios empobrecidos y en los frondosos jardines de Singapur. En toda la región, devotos ataviados con trajes, playeras desteñidas o faldas de paja ondearon banderas del Vaticano. En Papúa Nueva Guinea, atribulada por rivalidades locales, las personas se unieron para ver al papa, algunas tras caminar por el bosque durante días.
Si bien el número de católicos en Asia crece a un ritmo más lento que en África, la Iglesia es vibrante en ese continente. Países como Indonesia, a donde fueron los europeos durante siglos para evangelizar, ahora exportan misioneros.
“Si la Iglesia católica quiere existir en el futuro, no puede excluirse de Asia”, sentenció Andrea Riccardi, el fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, un grupo católico cercano a Francisco.
Indonesia, el destino principal de la gira, encapsuló esta realidad. Es el país con la población musulmana más grande del mundo, pero también es hogar de millones de cristianos. La convivencia es la base de su identidad, aunque persisten episodios de intolerancia en contra de los cristianos.
Ahí, Francisco firmó un acuerdo con Nasaruddin Umar, líder de la mezquita más grande del Sudeste Asiático, y ambos intercambiaron saludos afectuosos.
“Ahora que el papa vino aquí, otros países verán cómo vivimos juntos y en paz”, comentó Catur Rini, una mujer musulmana de 63 años que acudió al evento en la mezquita Istiqlal en Yakarta con su amiga de la preparatoria católica. “Él se lo compartirá al mundo”.
En la última parada de su viaje en Singapur, una potencia financiera con una población católica pequeña, Francisco agotó las localidades del estadio nacional de la ciudad-Estado, que se llenó de feligreses que asistieron a misa.
Unos meses antes, Kat Calimag, una veterinaria de 32 años, fue ahí mismo para ver el concierto de Taylor Swift. Esta vez, los admiradores también gritaron y lloraron.
“Es la misma energía”, concluyó.
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